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Qué es la libertad: Ley Bases, detenciones y después
Sasha y su hermana, dos caras de lo que se vivió adentro y afuera tras la cacería policial el día de la votación de la Ley Bases. Sus reflexiones sobre la estigmatización, la persecución, y la vida en ¿libertad? Las redes y la calle. El ego y lo colectivo. Hablan Ramona y Santiago, también detenidos sin pruebas, con torturas. La organización entre familias. Y el reclamo por los que todavía están adentro. Por Lucas Pedulla.
1. No podrán
Las hermanas Sasha y Grisel Lyardet se abrazan y sonríen, y ese gesto ya es un triunfo.
Sasha, a sus 25 años, pasó seis noches presa, esposada entre móviles policiales y pasillos de alcaidías y luego en un penal de máxima seguridad acusada de terrorista, organizando a sus compañeras desde ese adentro.
Grisel, a sus 29, pasó seis noches desesperadas entre búsqueda de alcaidías, desciframiento de resoluciones judiciales, y visitas a un penal de máxima seguridad, organizando ese afuera de un grupo de familias que lo dieron todo.
Sentadas en los escalones de un bello refugio en la bella y conurbana Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) –donde Sasha cursa el segundo año de la Licenciatura en Estudios de la Comunicación– ambas se abrazan y sonríen. Sasha calza una bota en su pie derecho por las fracturas del segundo y tercer metatarso. No puede precisar en qué momento de la detención brutal a punta de Itaka en la 9 de Julio, o del arreo como ganado en un camión de la Policía de la Ciudad, o de dormir apiladas con otras seis detenidas en los pasillos de la Comisaría 15, o en las pesadas esposas en pies y manos con las que fueron trasladadas a Ezeiza en posición casi fetal, fue el desencadenante de la rotura de sus huesos.
Sí que se dio cuenta al salir, pasadas las 23.30 del martes 18 de junio, cuando le dijo a Grisel que no sabía por qué no podía pisar bien: “La adrenalina de esos días me tapó el dolor” dice hoy, en libertad, y eso también ubica el plano de esta conversación.
“Todavía hay cinco personas que siguen presas”, recuerda.
2. Panic show
El miércoles 12 de junio, durante el tratamiento de la Ley Bases en el Senado, y mientras la humareda del móvil de Cadena 3 intoxicaba a operadores de comunicación, el Gobierno nacional desató una cacería apoyado en cinco fuerzas de seguridad en las inmediaciones del Congreso y sobre 9 de Julio: Prefectura Naval, Gendarmería, Policía Federal, Policía de Seguridad Aeroportuaria y Policía de la Ciudad. A este despliegue hay que sumarle el grupo de infiltrados que incendiaron ese móvil y otro vehículo más. Ninguno de esos evidentes infiltrados fue detenido por el hecho que sirvió de intro a la represión desaforada.
Según el informe de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM):
“Se detuvieron 35 personas, la mayoría de ellas al momento de la desconcentración de la marcha. Entre las personas detenidas había un vendedor de choripanes, tres vendedores de empanadas, dos personas en situación de calle, dos transeúntes que no participaban de la marcha, un vecino que discutió con policías que no lo dejaban pasar hacia su domicilio, una persona con discapacidad, y algunas militantes que se desconcentraban sin que se pudiera acreditar en casi todos los casos su participación en algún hecho ilegal”. La diferencia entre las 35 detenciones del informe y las 33 que denuncian las familias es porque hubo dos personas que fueron detenidas por intentar robar elementos del móvil de Cadena 3, rápidamente excarceladas.
“Al menos 638 personas heridas o afectadas de distinta gravedad por gas pimienta, gas lacrimógeno, balas de goma o golpes con tonfas”. El conteo incluye periodistas, transeúntes que no participaron de la movilización, vendedores ambulantes, personas en situación de calle, diputados y diputadas nacionales y provinciales.
Performance de la violencia estatal: “Utilización de armas con postas de goma disparadas a ‘quemarropa’ o escasos metros contra el rostro o torso de las personas, gas pimienta lanzado a corta distancia en el rostro de personas seleccionadas arbitrariamente –con afección directa de las vías aéreas superiores o la vista de los damnificados– o bien al aire para afectar a varias, gas lacrimógeno lanzadas con escopetas–morteros hacia la concentración que afectaron a cientos de personas, agua a presión lanzada por camiones hidrantes, bastones y tonfas contra los manifestantes”. Un ejemplo de la arbitrariedad: la CPM denunció el golpe de un policía motorizado de la Federal al rostro de un hombre, que quedó ensangrentado y con pérdida del conocimiento tirado sobre el suelo, en Santiago del Estero al 145.
Algunas detenciones empezaron a tramitarse en un comienzo en la justicia de la Ciudad pero todas pasaron luego al fuero federal. Los expedientes cayeron al Juzgado Federal Nº1 de la jueza María Servini y tuvieron la voluntad acusadora del fiscal federal Carlos Stornelli, que agitado por las comunicaciones del gobierno que hablaban de un intento de “golpe de Estado”, acusó de graves delitos contra el orden y la administración pública a las 33 personas que quedaron detenidas.
El panic show, a plena luz del día, se había desatado.
3. Gracias a la vida
Sasha milita en el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) pero el 12 de junio había ido al Congreso con la Asamblea de San Martín. A ella y Camila Juárez, también estudiante de la UNSAM, las detuvieron en 9 de Julio y México huyendo de los balazos: “Nos estaban persiguiendo. Cami se cae, la intento levantar, y automáticamente vi tres motos. Después eran cinco. Cami estaba en el piso y le dicen que se quede quieta. Empieza a llorar, dice que por favor la dejen ir porque tenía dos hijos, y le gritan: ‘Negra sucia de mierda, si te importan tus hijos no estarías acá’. A mí me dicen que si corro me disparan y me traen de los pelos. Me tiro al piso. A las dos horas nos precintan. Y nos suben al móvil policial”. El tercer integrante de la Asamblea y estudiante de la UNSAM detenido fue Nicolás Mayorga, ajedrecista internacional y trabajador de Telefe. Melisa, su esposa, denunció que tenía dos balazos de goma en las piernas.
Las siete mujeres detenidas estuvieron toda la noche esposadas en el camión policial. Llegaron a las cinco de la mañana a la Comisaría 15º, pero recién les dieron ingreso a las ocho por presiones de organismos de derechos humanos. Siguieron esposadas, pero en un pasillo. “La alcaidía no tenía agua ni para ir al baño”, dice Sasha. Cada tanto ingresaban bidones desde el afuera, pero Grisel explica la matemática: “De 10 bidones que llevamos llegaron 2. Las empanadas nunca se las dieron. Tampoco las almohadas, solo las frazadas”.
Desde adentro, Sasha y la red que empezaba a tejerse: “Tuvimos tiempo para contarnos nuestras historias de vida, qué nos había llevado a manifestarnos. Había compañeras que no estaban organizadas, y entonces les transmitimos la tranquilidad de que se iba a pelear por todas las detenciones, no solamente por las organizadas. Explicamos que el gobierno no iba a poder avanzar en su plan represivo de enjuiciarnos como terroristas. Generamos una empatía, hablamos de las que tenían hijos, qué hacían. Me hubiese gustado conocerlas en otra circunstancia, pero pude conocer a mujeres hermosas”.
Una es Ramona Tolaba, 56 años. Vive en José Ingenieros y trabaja limpiando casas en la ciudad de Buenos Aires. Suele ir a manifestaciones que le parecen “justas”, como la de las universidades, y ésta particularmente la interpeló: “Entre otras cosas, porque una pretende jubilarse a los 60 y este tipo quiere llevarlo a los 65”. Ese día salió de trabajar en Devoto, hizo trámites en el banco, fue al Congreso, se fue cuando empezó la represión, comió una pizza por el Obelisco, y antes de regresar a su casa pasó de nuevo por la zona para ver cómo seguía la discusión por la ley: “Estaba hablando con un jubilado cuando escucho ¡pum pum pum! y salgo rajando. Doblo por Santiago del Estero y me escondo atrás de un coche porque no quería que me lastimen las balas. Ahí la policía me agarró. No estaba haciendo nada”.
Su voz se enternece cuando habla de sus compañeras: “Doy gracias a la vida que estuve con chicas bien educadas, muy buenas. Me decían ‘no te pongas así’, me daban fuerza. Yo tendría que haber sido maternal porque soy la mayor, pero fue al revés”.
4. Dale que salís
El video de la detención del músico Santiago Adano se viralizó en el mundo. Desde Bélgica y Estados Unidos llegaban abrazos a una familia que veía cómo se lo llevaban mientras estaba parado en la vereda, rodeado de gente, en la boca del subte. En el camión se encontró con otros “perejiles”, dice. Primero los llevaron a la Superintendencia de Investigaciones Federales (en la calle Madariaga) y después a Lavalle. Los desnudaron para las requisas, les preguntaban dónde militaban. Santiago estuvo en el grupo que fue trasladado, en la madrugada del viernes, a los penales de Marcos Paz y Ezeiza. No fue una decisión de Servini, sino del Servicio Penitenciario Federal “por reordenamiento interno”. Dice Lucila, su hermana: “En Lavalle una persona de la comisaría nos sugiere que vayamos a descansar, que no hiciéramos lío porque capaz eso perjudicaba a los chicos, que fuéramos prudentes. Nos fuimos: a la media hora los trasladan. Necesitaban que nos fuéramos para que no quedara registro del momento. Hay personas con procesamientos en curso que tienen unidades en transición porque no hay cupo en los penales. Y acá hubo”.
A ellos no les avisaron. “Llegamos a entender recién cuando nos subimos al camión –dice Santiago–. Recién ahí nos dijeron: algunos a Marcos Paz y otros a Ezeiza”. Esa información, para personas que nunca habían estado detenidas, despierta las peores imágenes, como si la serie El Marginal fuera la realidad. Matías Ramírez, el vendedor de choripán, estaba muy asustado, y el sentimiento se empezó a contagiar. Santiago: “Todo era una escena de terror porque cuando nos bajan del camión y empezamos a atravesar esas calles de interior-exterior, que son aproximadamente tres cuadras, se nos cruzaron 40 ratas enormes. Yo tengo un TOC, con eje en enfermedades infecciosas, estoy medicado. Llegamos con mucho miedo. Estaban todos dormidos, porque era de madrugada, un pabellón gigante, pero pensaba que a la mañana iba a estar saliendo a una especie de recreo con códigos que no conozco. Pero al día siguiente, de toque, los detenidos nos blanquearon todos los códigos: que la policía espera que te mandes alguna cagada para verduguearte, que no salgas de la celda sin asearte, que no te sientes en ninguna mesa sin preguntar antes con los ‘fajineros’. Y les contamos de nuestra situación. Nos decían: ‘Uh, no, cómo la comieron, cómo los van a mandar acá’. Y nos daban ánimo: ‘Tranqui, ya van a salir’”.
Santiago agradece: “Tuvieron una cosa súper empática, re comunitaria. Lo que nos salvó la cabeza fue esa clave comunitaria: la que se armó afuera, la que se armó entre nosotros, y la que se armó incluso dentro del pabellón”. Él fue una de las 17 personas excarceladas el viernes 14. Al enterarse, los presos comunes se pusieron contentos, y los alentaban: “¡Dale que salís!”. Santiago recuerda y sonríe: “Fueron súper cariñosos”.
5. El adentro
Las excarcelaciones del viernes se dieron, como todo este proceso, en un marco de confusión. Ese día Servini terminó el grueso de las indagatorias. Por la tarde, en el Servicio Paz y Justicia (Serpaj, organismo que preside el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel), una conferencia de prensa reunió a referentes de un amplio abanico político, y miles de personas en la calle pedían la libertad inmediata. El rumor era que Servini iba a resolver ese mismo día. A las chicas, en Comodoro Py, las ingresaron como presas y las hicieron desnudar, les revisaban los tatuajes. “Había una psicóloga, completamente violenta, que no te preguntaba si tus derechos habían sido vulnerados, sino datos personales, como la separación de mis viejos –cuenta Sasha–. En el informe médico tampoco consignaron que tenía puntos: me los tenía que sacar ese mismo día”.
Esa noche empezó a viralizarse la foto de una hoja A4. Decía el nombre de la persona detenida, la fecha, el lugar de detención, una columna que tenía en mayúsculas “LIBERTAD”, y al lado otra que decía “MOTIVO”. La lectura rápida: “Santiago Adano. Sí”; “Gonzalo Duro. Sí”; “Saya Lyardet. NO. TIRA PIEDRA”; “Facundo Gómez. NO. SALTA VALLA”; “Gabriel Famulari. NO. BELIGERANTE”. Y así. En Marcos Paz, a Santiago Adano y los demás detenidos los soltaron sin más en medio de la nada: “Nos mandaron a un restaurante a pedir teléfono: estaba cerrado”. El terror de la familia era, por la distancia: llegar y que él ya no estuviera. De hecho, el músico se mandó a la ruta a hacer dedo. En un momento pasa el único auto que se veía a la distancia, para, y le pregunta: “¿Vos sos Santiago?”. De nuevo, la red comunitaria: Santiago integra la Asamblea de Caballito, y la coordinación activó a compañerxs de la Asamblea de Marcos Paz, que lo fueron a buscar.
En Tribunales, las chicas se enteraban de una forma perversa. “Nos encerraron a todas en una misma celda, pero nos sacaban individualmente –dice Sasha–. A la mayoría, una mujer les decía con una sonrisa: ‘¿Viste que tus abogados pidieron la excarcelación? Bueno, te la negaron’. La gozaba. Solo a Sofi (Sofía Ottogali) la llevaron a una celda aparte, donde nos habían desnudado, pero todas las demás volvimos a donde estábamos”. De las siete, Sofía fue la única excarcelada ese viernes. A las demás las llevaron para Ezeiza. De nuevo todo el procedimiento vejatorio, las esposas pesadísimas. En el penal estuvieron juntas en un pabellón. A diferencia de lo que contaba Santiago, el diálogo con las presas fue más hostil: “Nos gritaban cosas, nos decían las ‘presas mediáticas’, pero entiendo que era parte del propio Servicio Penitenciario arengando. También nos decían que nos iban a separar”.
Estar juntas les dio fuerzas: “Tejimos una red de contención: si necesitás estar triste un rato, andá a tu celda o quedate con nosotras, pero a la hora volvé. Cuando abrían el patio, aprovechábamos para tomar unos mates, o sentarnos un rato al sol. Teníamos un espacio de cocina, precario, pero espacio al fin, y por primera vez en días podíamos abrir los brazos y estirarlos. No sé si la descripción era ‘sentir paz’, porque no sabíamos qué podía pasar, pero como sabíamos que afuera se estaban organizando, necesitábamos organizarnos también nosotras para estar bien, sin caer en un bucle de ‘no tengo energía’, ‘no quiero comer’, porque nuestra vida valía, y tarde o temprano estábamos seguras que la organización popular iba a sacarnos. Era una injusticia: en la Comisaría 15º teníamos presas comunes que nos decían que hacía siete meses estaban hacinadas en un calabozo y, de repente, un grupo de estudiantes, una trabajadora estatal y una empleada doméstica tenían, en dos días, espacio en un penal de máxima seguridad. Había que estar tranquilas, porque no lo iban a poder sostener mucho”.
6. El afuera
Para las familias hubo un primer desmoronamiento cuando algunas de las causas pasaron de la Ciudad al fuero federal. Grisel: “Ahí pensamos que esto podía tardar un poquito más, pero como no había pruebas ni sustento pensábamos que después de las indagatorias venían las excarcelaciones, porque no había entorpecimiento de la causa o fuga”.
La esperanza se esfumó, sin embargo, cuando circuló esa hoja A4, que las familias tuvieron que descifrar. El día previo, en los cinco minutos que la comisaría 15 habilitó a las familias a ver a las detenidas, Sasha le pasó a Grisel el nombre de cada presa con números de teléfono. Grisel: “Si Sasha organizó eso estando ahí, yo tenía que hacerlo afuera”. Silvia, la mamá de Camila, también pudo verla en la comisaría, y en el abrazo Camila le dijo: “Ni se te ocurra llorar, que nos vean fuertes”. Se armó un grupo de WhatsApp con familiares y amigos, y luego otro más pequeño con las presas de Ezeiza. Por el Día del Padre, ese domingo permitieron las visitas como excepción. Las familias fueron juntas. Grisel: “Cuando la veo le hago dos preguntas que necesitaba sacarme: cuál era su miedo y si estaba triste. Sasha me dice que triste no estaba, pero que el miedo era quedar detenida más de un mes. Cuando me dice eso me preparo mentalmente, podría ser un proceso largo. Sabía por los abogados que las causas pueden demorar 2 o 3 años, pero no la excarcelación. Ahí dije basta: tenemos que salir las familias a hablar, contar sus historias, qué estaban haciendo”.
Empezaron a juntar material fotográfico, videos, armaron un drive común, aportaron testigos. Grisel: “Todo empezó desde el afuera para poder tejer esa red de contención también para las familias que estaban más destruidas, que no podían accionar”. Con esa fuerza organizaron una segunda conferencia de prensa en el Serpaj, el lunes 17. La diferencia con el viernes fue notable y política: una mesa dirigida y motorizada por las propias familias, contando en primera persona sus historias, sus miedos, pero también la voluntad de organizar y convocar una concentración al día siguiente en Plaza de Mayo.
“Lo que logramos fue mágico”, dice Grisel. Y lo fue: en 24 horas organizaron un acto en el que solo hablaron las familias. Nuevamente acompañó el arco político que va de la izquierda al peronismo, pero esta vez abajo del escenario. También estuvieron gremios, frentes de artistas, organismos de derechos humanos, las Madres de Plaza de Mayo, y mucha gente suelta que fue pese al miedo, porque las fuerzas de seguridad desplegaron sus camiones e hidrantes sobre Avenida de Mayo como forma de amedrentamiento. Silvia, de pronto, se vio rodeada por Victoria Montenegro, Alejandrina Barry y Victoria Donda, tres sobrevivientes de la dictadura, con familiares desaparecidos. También le llegó un mensaje de la Madre Taty Almeida: “Pensá que tu hija está viva. La vamos a sacar”. Leyeron un comunicado y una carta que escribió Grisel, pero pese a la convocatoria, la joven bajó del escenario con mucha tristeza: “Lo que habíamos logrado era groso, ¿pero judicialmente estaba pasando algo? ¿Sabemos si está Servini en Comodoro Py? Nadie sabía nada”. Llegó a su casa pasadas las siete de la tarde y se largó a llorar. “No sirvió”, pensaba.
Pero, a las dos horas, nuevamente el rumor, como el día de la hoja A4: esta vez el juzgado había filtrado a la prensa, antes de notificar a las defensas y actualizar los expedientes, la liberación de 11 personas y el procesamiento con prisión preventiva de las otras 5. Circularon los nombres: allí estaban, entre las liberadas, Sasha, Camila, Ramona, Lucía Puglia y María de la Paz Cerruti. El nombre de Daniela Calarco Arredondo, militante del MTR (Movimiento Teresa Rodríguez), figuraba entre las procesadas. En Ezeiza, Sasha se enteró porque un familiar la llamó al pabellón y le dijo que en LN+ habían dicho que las liberaban. Pusieron la tele, pero hablaban de la condena de José Alperovich a 16 años por abusos y de los traslados de Los Monos. Al rato llamaron del Comité contra la Tortura con la confirmación. Sasha dio la noticia con ese gusto amargo: las liberaban, pero una de ellas se quedaba. Sasha se emociona: “Dani, en un gesto de solidaridad gigante, se puso a festejar”. Le dejaron shampoos, frazadas, y fue la encargada de avisar al exterior la última amenaza del Servicio Penitenciario a las liberadas: “Nos dijeron que nadie se acercara a la puerta del penal porque estaban trasladando a Los Monos y que la última vez habían disparado el frente”.
No pasó.
A las chicas les dijeron que podían correr recién después del último control.
De pronto, la libertad: esa palabra tan manoseada desde diciembre a la fecha.
7. El después
Las familias siguen activas; se siguen organizando; participan en charlas, en las rondas de las Madres; invitan a nuevas actividades. Piden por la liberación de las cinco personas que quedan detenidas y el sobreseimiento de todas, porque a pesar de la falta de mérito de todas las personas liberadas (lo que demostró que no hubo una prueba para mantenerlas presas), todas tienen que pasar del 1 al 5 y del 15 al 20 de cada mes a firmar por Comodoro Py, para confirmar que no se fugaron. También, avisar si se alejan 72 horas de su domicilio: la cárcel continúa, también afuera.
¿Se puede resignificar lo que pasó?
Silvia sostiene la idea de unidad: “No fue un cliché. Hay que dejar los egos dentro de casa, porque no nos sirven nada. Todos los partidos tienen sus internas, pero que laven esos trapos sucios adentro: ahora nos tiene que encontrar unidos porque estamos a 40 años de democracia y están usando las mismas prácticas de ese momento nefasto que fue la dictadura. Yo empecé a vivir con democracia a los 17 años: no podemos dejar que sigan avanzando. Lo que nos pasó fue un quiebre. Tenemos que seguir por la excarcelación de los que quedan y el desprocesamiento de todos. Tenemos que conformar un frente democrático para cuidarnos, porque esto no para acá. Por más diferencias partidarias, hay que lograr consensuar 4 o 5 puntos básicos, porque lo que tenemos del otro lado es muy perverso”.
Lucila, la hermana de Santiago, es ilustradora y dibujante, y habla de la red autogestiva en estado puro que brotó para pedir por las liberaciones: desde las comunicaciones por redes sociales hasta la calle activa como el acusticazo en Comodoro Py: “Veníamos con mucha desazón, medio desmembrades como comunidad, en las redes la gente comunicaba pero de manera muy desamalgamada. Había un poco de sálvese quien pueda. Pero si todes estamos hablando, las redes pueden servir como un espacio de activismo y tener un sentido común. Me flasheó la ternura con la que logramos hacer esto. Cuando del otro lado hay un enemigo tan grande, une. Es importante no perder de vista que ese enemigo se diluya para no volver a ese lugar de grises. Lo que pasó fue una manifestación cabal de la potencia concreta que tiene esta realidad hoy. Esperamos que no se tenga que manifestar otra vez a partir de esa forma tan violenta. Pero dejó a mucha gente con ganas de seguir activando. En tiempos de tantas fakes, yo decía: ‘Vamos a defender la verdad y la vamos a reivindicar’. Y lo logramos. Nos quisieron hacer creer que había derechos constitucionales que no existían: no te pueden llevar presa por filmar la detención de un vendedor de empanadas, por ejemplo. Y lo que quedó claro es que si todes hablamos, nadie queda desprotegide, y eso construye un sentido distinto. Hoy nos toca a nosotres construir otro imaginario colectivo”.
Santiago, como artista, también habla desde la creatividad: “No es un capital de los artistas, sino que es un capital vital que tenemos. Hubo un sentido muy alto estos días de creatividad en clave de resolver problemas. Y la creatividad se mueve mucho más cuando te ponés una consigna: mucha gente que no tiene nada para decir encuentra así la energía humana y política para moverse hacia un lugar. Hay que seguir sosteniendo eso, sobre todo hoy que quedan 5 y no 33”. Y habla de su palo: “Hace meses que vengo odiado con el rol que está cumpliendo la comunidad artística, que tiene una potencia comunicativa en términos de 20 millones de seguidores. Cuando les atacan, la comunidad sale a responder por ellos, pero cuando es la comunidad la que está amenazada y no salen a defenderla, me parece una matemática demencial. Hay que hacer un llamado de exigencia amoroso al arco artístico para que también se haga cargo de la comunidad a la que pertenecen y que les cuida”.
A Ramona le está costando. Hay días que está enojada, otros que está triste, y dice que por el momento no volverá a manifestarse porque le quedó el temor. Volvió a trabajar, “porque las cuentas no esperan”, pero esta trabajadora que en pandemia ni siquiera cobró el IFE deja una escena familiar como alerta: “Mi hermana, mis sobrinos, mis primos, votaron en su momento a Macri y ahora a Milei. Algo muy fuerte que me pasó es que llego esa noche a casa, después de que me liberan, y mis sobrinos me dicen: ‘Bueno, el que avisa no traiciona’. Así me dijeron, como que no debería haber ido porque habían dicho que iban a reprimir, como que estaba justificado. Pienso: ¿qué hizo este tipo para cooptar así la mente de chicos y los jóvenes? Quisiera entender, pero a veces no quiero hablar para no pelear. Siento que nos vamos a gritar y no hablar más. Es muy fuerte lo que está pasando”.
Grisel perdió su trabajo: la empresa de telefonía Movistar la echó por estar ocupada en la causa. Quiere estudiar Derecho, para tener más y mejores herramientas para lo que viene: “Necesitamos que la gente que toma mate en su casa, que mira el noticiero, que escucha todas estas cosas y ve lo arbitrario de la situación, tome conciencia. Acá se dejaron diferencias de lado y el arco político se unió para decir: ‘Esto así no va’. Esa es la carrera que necesitamos mantener y sostener para siempre”.
Sasha y un deseo: “Hay un antes y después. Ojalá no sea solo contra las detenciones sino contra todas las políticas de guerra que nos está planteando el gobierno. Ponerle un freno. Hay que dejar de pensar que los que gobiernan administran nuestra pobreza, y entender que podemos ser la gente de a pie las que tomemos las decisiones sobre cómo vivir, qué producir. No dejarnos gobernar por tipos que solo gobiernan para sus intereses”.
Sasha y Grisel se abrazan.
Las reflexiones siguen.
La organización, también.
Al cierre de esta edición, Daniela Calarco Arredondo, David Sica, Cristian Valiente, Facundo Gómez y Roberto María de la Cruz Gómez siguen en prisión.
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