CABA
Pedagogía de los vínculos
Enseñar y no disciplinar. Aprender sin repetir. Hacerlo en colectivo y en movimiento. Son algunos de los desafíos de los bachilleratos populares. Raúl Zibechi visitó el de Las Tunas, muy cerca de Tigre, que está rodeado por un vergonzoso muro que separa pobreza y riqueza. Cómo es la experiencia de autogestionar el conocimiento.¿Quién manda en el aula?
–Todos– dice Rossana.
–Todos– dicen los demás.
–Hay un respeto por las ideas que traemos, no es “callate porque no pensás igual”. Yo trabajo en la capilla y hay diferencias cuando se habla de Dios, pero nadie me dice “callate”. Hay mucho respeto, quienes exponemos somos todos, no sólo el profesor habla. La clase se construye entre todos– sentencia Marisel dejando la frase flotando en el aire, como para darnos tiempo de incorporarla.
“Antes iba a un colegio del Estado y me fui, me costaba. Acá se da clase aunque venga uno solo. En el bachi de Nordelta la profe nos dijo que por tres no daba clase y nos mandó a casa”. Para quienes asisten a los bachilleratos haciendo un enorme esfuerzo, tener la certeza de que los profesores nunca faltan, es un aliciente. “Además de las materias, aprendemos a compartir y respetarnos, a escucharnos. A ver cosas que antes no las veías. Yo llevo el colegio incorporado dentro mío. Cuando no puedo venir extraño, es un alivio venir, es mi segunda familia”, insiste Lucía.
Los bachilleratos populares son eso, espacios donde las personas se sienten respetadas; sus sentimientos y problemas no quedan fuera del aula sino que los integran y los convierten en parte del proceso de aprendizaje colectivo. Lejos de los espacios asépticos que el Estado y el mercado pretenden para la educación de sus ciudadanos y ejecutivos, en los bachis entra todo aquello que para la educación formal son “problemas”: desde los ruidos y los olores de la vida cotidiana hasta las ansiedades de sus protagonistas. Con esos ingredientes amasan, dentro y fuera del aula, algo que no es sencillo nombrar porque es nuevo y diferente, pero que se parece mucho a los sueños de un mundo otro que sigue germinando en la sombra de los emprendimientos colectivos.
Tras la huella de Simón
Como tantos asentamientos, Las Tunas combina baldíos y basurales con viviendas muy precarias, zanjas llenas de aguas putrefactas y una enorme solidaridad entre sus gentes. El barrio comenzó a poblarse en la década de 1970, pero tuvo un crecimiento explosivo en los 90, ya que a la emigración del noreste se sumó la llegada de paraguayos y peruanos, expulsados por las reformas neoliberales. Habían escuchado que en esta zona había varias fábricas grandes, y esperaban cambiar la suerte trabajando en la industria. Hoy serán alrededor de 25 mil habitantes en poco más de cien manzanas, aunque los censos no echan luz sobre este barrio.
Son muy pocos los niños de menos de 5 años que pueden asistir al jardín, que funciona con 400 chicos, pero muchos más esperan turno para ingresar. El único centro de salud no da abasto para atender las múltiples enfermedades provocadas por las aguas contaminadas con arsénico por dos papeleras y otros dos frigoríficos. La desocupación y subocupación superan el 50%.
El galpón donde funciona el bachillerato fue construido por profesores y alumnos y contó con el apoyo de varios vecinos que son expertos albañiles. Paredes de ladrillos revocados, pisos de cemento, cuatro salones y un baño con azulejos muestran la voluntad de compartir un espacio digno. Una mujer de unos 40 años señala con orgullo un cartel elaborado en colectivo, donde puede leerse uno de los principios básicos de los bachilleratos: “No se enseña cuando se imponen caminos sino cuando se enseña a caminar”. Así, la asamblea de los tres años del bachillerato, donde estudian unas 90 personas del barrio, decidió bautizarlo Simón Rodríguez, en homenaje al maestro del libertador Simón Bolívar, al que muchos consideran el precursor de la educación popular.
Se arma una ronda que supera la veintena, incluyendo profes y alumnos, aunque todos prefieren llamarse compañeros porque “nadie sabe más que nadie”. Sobre un trasfondo de cumbia villera que hace difícil el diálogo, van circulando el mate y la palabra. Al comienzo daban clases en La Escuelita, un centro comunitario y luego en una capilla, hasta que ocuparon el terreno actual que era un basural. “El compromiso es que los docentes nunca cobren, hasta que el Gobierno algún día nos pague sueldos”, dice Juan. Por el momento, los pocos fondos que consiguen los invierten en mejorar el local y conseguir materiales didácticos.
El bachi-método
Los treinta bachilleratos que están agrupados en la Coordinadora de Bachilleratos Populares, tienen unos tres mil estudiantes y 350 profesores. Ya consiguieron que once fueran “oficializados”, o sea que entregan títulos iguales a los oficiales.
En principio, cada bachillerato tiene las mismas materias y contenidos mínimos que una escuela secundaria para adultos, y tiene también una duración de tres años, pero está vinculado a movimientos sociales, básicamente fábricas recuperadas y movimientos territoriales y de desocupados. Una de las principales diferencias es que apelan a la educación popular, que es una seña de distinción de todos los “bachis”. En Las Tunas ya se ha graduado la cuarta generación. Cada año se inscriben unas 60 personas por curso pero quedan alrededor de 30, porque no pueden despreciar los trabajos que encuentran.
Enfrentan un conjunto de problemas para los que no tienen soluciones. “Primero se dio una coordinación pedagógica para ver cómo trabajar en el aula, sobre todo qué hacemos con las asistencias y las faltas, cómo transformar una escuela tradicional en una escuela popular y eso se fue traduciendo en una coordinación política”, comenta Juan. “Los profesores estamos formateados por 15 años de estudios formales, pero en este camino nos vamos modificando todos. Es una construcción cotidiana. Todo lo que pasa en el barrio entra en el aula, y el aula recoge todo lo que pasa en el barrio. Pero en el aula no siempre logramos que todo sea educación popular, muchas veces terminamos reproduciendo la educación más clásica, y eso nos lleva a tener contradicciones y conflictos en el bachillerato, aparecen tensiones entre los cursos y el profe bueno y el malo”, se sincera.
Rossana, una alumna del barrio de unos 40 años, dice que empezó a venir por la insistencia de su hijo Sebastián. “Me decía que esto es diferente, que los profesores te escuchan, porque yo trabajo y tengo mis problemas y en varios lugares donde estudié no te entienden. En el otro colegio dije que no me podía comprar un libro y me dijeron que perdía el curso. Soy empleada doméstica, no podía porque mi hijo necesita mucha medicación. Acá nos ayudamos entre todos y ahora me doy cuenta de que mi hijo tenía razón. Hay mamás que pueden venir con sus hijos, hay mucha tolerancia, mucha comprensión”.
“Mi primer día –dice Marisel, que ya es abuela– fue medio caótico, me quería ir. Yo no terminé la escuela, cursé sólo hasta cuarto año, tuve que dejar por problemas personales y esto era una cuenta pendiente. Vine buscando un título, pero me quedé y ahora participo de las asambleas”. Cuenta también que los primeros días enfrentó reticencias en su casa, ya que a su esposo no le gustó tener que cocinar mientras ella estudiaba. “Ahora me acompaña y hasta me ayuda en las tareas, pero el que más me anima es mi hijo, y sobre todo mi nieta”.
Las clases son de martes a viernes y una vez al mes realizan una asamblea donde participan alumnos y profesores. Entre todos se encargan de la limpieza y el mantenimiento, y no tienen reglamentos. Aun los debates más arduos, como la actitud hacia las faltas, las deciden en colectivo. “Para construir el local –dice Ricki, un chico alto, de tez oscura y sonrisa generosa, siempre dispuesto a trabajar con el cemento– se armó una comisión y encaramos los sábados solidarios. El primer año se construyó una sola aula, luego conseguimos dinero para que trabajaran dos personas construyendo. Había vecinos que sabían más de construcción, trabajaron las compañeras, y generamos conocimientos con la participación de los vecinos que saben algo del oficio”.
El nuevo tiempo
En la ronda al sol las preguntas disparan cataratas de palabras entre los miembros del bachillerato. El debate tiende a centrarse en lo que sucede en el aula, en los vínculos entre quienes asisten y la enorme dificultad para modificar lo que, en el lenguaje especializado se denomina tiempo pedagógico. “Cuando vi a los profesores trabajando, con los pies y las manos con material, no lo podía creer. Nunca había visto profesores haciendo trabajo de albañil. Cuando vemos cuánto amor ponen, eso nos anima a seguir viniendo” dice Rossana.
Marisel comparte. “Al principio pensábamos ‘estos pibes están locos, qué vienen a buscar acá’. Después vimos que son gente muy cálida y se preocupan por lo que nos pasa. No estamos acostumbrados a eso”.
“A mí también me sorprendieron –suelta Ricki con una sonrisa que anuncia la ironía–. Al principio los miraba como los buenitos, tal vez porque vengo de una familia religiosa”. Todos valoran el tiempo que los docentes pasan en el barrio, ya que unos cuantos viven muy lejos y hacen horas de micro para llegar a Las Tunas. Los fines de semana los dedican al apoyo directo, van a las casas a ayudar en lo que sea necesario, no siempre en cuestiones vinculadas al bachillerato, porque la vida no se reduce al tiempo de aprendizaje.
Más seria, Rossana reflexiona su experiencia personal. “En otros colegios te enseñan y si no aprendiste es porque no prestaste atención. Acá los profesores se te acercan, te explican todas las veces que sea necesario, te acompañan. Por ejemplo, si llegás tarde se habla, mientras en otros colegios si llegás tarde no entrás”.
La principal diferencia con otras iniciativas es cómo resuelven los problemas. Como sucede en todos los bachilleratos, el tema de las asistencias es el más complejo y el que genera mayores conflictos, junto a las calificaciones. En Las Tunas decidieron, por ejemplo, que en vez de suspender el curso por faltas, los estudiantes pueden recuperar con trabajos integradores. “Acá aprendemos a caminar –dice Rossana–. Trabajamos mucho en grupo, nos ponemos en torno a la mesa, hacemos una ronda y trabajamos todos juntos. Los profesores también. Para las calificaciones hacemos la devolución por área donde nos dicen cómo trabajamos y lo que nos falta. La calificación es un debate, que se resume en aprobado y desaprobado. No te dicen lo que hiciste mal sino lo que te falta. Todo se conversa, se opina, hablamos mucho, y de ese modo te ayudan a seguir”.
Alejandra recuerda que el año pasado un chico cayó en la droga. Cuando lo internaron, el grupo debatió qué hacer, porque se trataba de un buen compañero. “Cuando salió le hablamos, se reincorporó y le tomamos pruebas, porque dijimos que si lo dejamos a un costado nunca va a superar la situación. Estaba medicado y no podía escribir; lo ayudamos y ahora está saliendo. Está bueno no haberlo excluido”.
No es tan fácil. Sobre todo cuando se aborda el tema de las calificaciones, mucho más conflictivo aun que las inasistencias. Ahí aparecen las envidias, quien “entiende la propuesta” pero, aun así, quiere una nota que no sea sólo aprobado o aplazado. Un número, algo que sintetice el esfuerzo y sirva como una suerte de condecoración o reconocimiento. Alguien comenta que en las escuelas zapatistas no se califica ni se aplaza y que los problemas que coloca el coordinador los resuelven en colectivo. Desde una punta de la sala una voz señala: “tienen una cultura comunitaria”, para intentar explicar la diferencia. Así y todo, debe reconocerse el esfuerzo por traspasar los límites de lo heredado y poner en tensión la cultura del individualismo. Y la sospecha de que sólo se avanza desde el corazón, abrochando lazos. En el fondo, parece que hablan de una pedagogía de los afectos y los vínculos. Algo así explica Rossana cuando reflexiona sobre la cercanía, física y espiritual, del profesor: “Nunca un profesor se sentó al lado mío a explicarme lo que no había entendido. Te dicen ‘Vos no estás prestando atención’ y te borran la pizarra. Acá nadie se va sin comprender la materia. Te enseñan a aprender”.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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