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El agite barrial

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Culebrón Timbal. Una docena de músicos le pone ritmo a la militancia social a partir de una poética inspirada en la magia del conurbano rebelde. Definen su fórmula como un guiso que mezcla condimentos políticos y artísticos con sabor a cambio.

El agite barrialConurbano es una palabra mágica. Sus significados estallan con tanta potencia que aturden. Reconocer en esa intensidad todos los matices de una cultura originaria es, exactamente, el arte del Culebrón Timbal, un grupo de doce varones que juega el juego de convertir en música la batalla por la vida en los suburbios. La poética alegría de sus temas deja en claro con qué armas se sostiene ese combate, en tierras en donde hay que ganarse cotidianamente la esperanza. Con pinceladas de cumbia, rock, folklore, murga y reggaeton, pero también con acordes inspirados en Leopoldo Marechal, El Eternauta, Leonardo Favio y Antonio Berni. Ésa es la paleta con la que describen sus mejores influencias. “Somos herederos de esa locura, que es una locura política”, dicen al intentar definirse.
Hace una década que están anclados en Cuartel iv de Moreno, en el oeste bonaerense, y en un espacio que convirtieron en Escuela de Arte, emisora de radio, tevé comunitaria, redacción de un periódico (La Posta) y una revista (La Mestiza) y donde hoy reposan los esqueletos de hierro que convierten en vistosas carrozas cada vez que zarpan a inundar las calles con sus “aguantes culturales”. Así lograron discutir el presupuesto participativo en territorios como San Miguel o General Sarmiento y tejer una red de más de 30 organizaciones sociales que nuclearon bajo el nombre de Movimiento por la Carta Popular, desde donde intentan impulsar un debate sobre una nueva forma de organizar el Estado a partir de cinco ejes concretos: servicios públicos comunitarios, cultura y deporte, economía social, presupuesto participativo y consejos barriales.
Pero hace el doble de tiempo que comenzaron a cabalgar con esta mezcla de militancia social y música, talleres y recitales, feria y debate político, cómics y reclamos municipales. “Guiso” es la palabra que usan para definir este enredo que, en realidad, es simple, porque tiene el sabor de una convicción: el mundo que sueñan es el que mundo que cantan. Un mundo en el que todos bailan.
La serpiente
La historia cuenta que el Culebrón nació en San Martín y como banda de rock barrial, a finales de los 80. De aquella época sobreviven hoy sólo dos de sus integrantes: Sergio Chivo Di Mario (guitarras y coros) y Eduardo Balán (voz y guitarra). El resto de la formación actual deja en claro cómo fue este largo trayecto: mezcla edades y formaciones diferentes porque quienes fueron en otra etapa docentes y estudiantes hoy ya comparten el escenario como compañeros de banda.
El nombre se supone que refiere a una gran serpiente que rodea la ciudad, como si el cordón de los suburbios se erigiera ante un sonido encantador, capaz de agitarlo. Pero los primeros en ponerse de pie fueron ellos mismos. Recuerda Eduardo: “En esos años, nosotros vivíamos todo el tiempo en el conurbano, en los trenes, en el barrio. Y ésa, nuestra realidad, no aparecía en ningún lado: ni en la tele, ni en el cine, ni en la música… Se la mencionaba, pero no se la mostraba. No existía ni la cumbia villera. Lo más parecido a lo barrial era Sumo o los Redondos, pero no representaban esa estética bonaerense. Había, entonces, una necesidad de poner en escena todo lo que vivíamos. Y así nació El Culebrón, con la idea de hacer un espectáculo que tuviera un poco de rock, un poco de teatro y mucho de fiesta. Fuimos parte de todo un movimiento que luego llamaron rock barrial, aunque en ese momento no teníamos idea de que formábamos parte de eso”.
 
¿Cuál fue la reacción?
El periodismo de rock reaccionó mal frente a todo ese crecimiento. Consideraron al rock barrial como una mera “futbolización” impactados por las banderas, la participación del público y el clima que se armaba en los recitales. Me acuerdo de un periodista de Clarín que me dijo: “Antes el rock convocaba a los marginales, pero marginales de la cultura.” Era su forma de expresar negativamente ese proceso de crecimiento de la autoconciencia estética suburbana tan intenso. El problema es que ese proceso debería haber ido de la mano de una transformación político-cultural capaz de lograr un impacto concreto que permita una democracia más participativa. Eso no pasó. No pasó ni en la política ni en la industria del rock. Y su consecuencia más gráfica y trágica fue Cromañón.
¿Por qué?
Porque fue muy literal. El lugar se llamaba República de Cromañón; la banda, Callejeros, y el disco que presentaban, Rocanroles sin destino. Si pensás en todo lo que representan esos nombres ya te das cuenta lo que implicó ese hecho para este proceso. Un fenómeno que debería haber desembocado en una socialización participativa de los circuitos culturales, que debería haber contado con financiamiento estatal para impulsarlo, terminó afixiado por el mercado más brutal y marginal. Si, en cambio, los recitales de los Redondos hubieran sido acompañados por ferias juveniles de producción autogestiva, otra hubiera sido la historia.
Abrir futuros
El primer disco de El Culebrón nació en el año 98 y acompañado con un comic-book de 120 páginas que ya tenía todos los ingredientes de su guiso. “Por esos años ya había trascendido el trabajo del Movimiento Sin Tierra en Brasil y el zapatismo en México, que fueron grandes inspiraciones políticas. Luego, nos compramos un colectivo, sacamos otro disco (Territorio) y en el año 2000 decidimos recorrer Latinoamérica. Llegamos hasta Ecuador. Fue un proceso que, además, puso en crisis a la banda, porque la definió. La mitad se fue y la mitad se quedó”.
El agitado final del año 2001 los encontró instalados en un caserón ubicado cerca de la cancha de All Boys, donde durante dos años sostuvieron un centro cultural abierto al barrio, hasta que el precio del alquiler los obligó a definirse nuevamente. “Los conurbaneros habíamos participado de unos talleres de comunicación barrial en San Miguel que nos dejaron una experiencia muy linda. Los habíamos organizado con la idea de que en 8 clases la gente pudiera aprender lo básico para hacer un volante, un programa radial y un documental. Y lo que terminamos aprendiendo nosotros es la intensidad que tiene el trabajo territorial. Propusimos, entonces, instalarnos en lo que hoy es La Huella, donde nos involucramos hasta la cabeza. Y el resultado hoy nos justifica no sólo esa elección, sino todo el proyecto”. Allí nació su tercera producción: El Cuenco de las ciudades mestizas. Una película, un documental, un libro de cómics (con tres historias y 120 páginas), un juego de mesa (El Oráculo Popular Infinito, que no da respuestas individuales, sino comunitarias) y un cd con todos los temas que bordaron en las caravanas que araron el suelo bonaerense. Allí cantan:
 
Una leyenda no se ve
En el borde puro de la historia
que nos robaron
La que vuelve del dolor
hecha esperanza…
Primero fue tu voz,
después el bombo aquél
Un chico de la cuadra
escribiendo en un papel
Rumor de novedad, un trazo de color
Afiche de las bandas,
en la plaza el corazón
El corso de este año,
a radio de mi barrio
Y todo envuelto en llamas,
noche de caravana
Volvemos a vivir, volvemos a sentir
El barrio puede nacer otra vez.
 
Toda una síntesis del trabajo realizado que los lleva a decir, orgullosos y desafiantes: “Logramos hacer algo que nos permite pararnos desde una realidad concreta y desde ahí, debatir cualquier cosa.
 
¿Por ejemplo?
El conurbano tiene, por supuesto, circuitos, recorridos y enclaves que son de oscuridad. Pero también tiene otro mapa que no sólo es muy luminoso: es heroico. Pero para encontrarlo, hay que trabajar, recorrer, saber leerlo Creo que por saber hacer eso la gente bancó nuestro proyecto. Eso es hoy una realidad. Y desde esa realidad podemos asegurar que la gente de los barrios está para cosas espectaculares. Hay miles de murgas en el conurbano, 70 discos nuevos por mes, miles de radios comunitarias y organizaciones sociales que la pelean todos los días. La gente hace todo lo que puede hacer para cambiar un sistema político que es de cuarta, y que incluye a la izquierda tradicional que sigue moviéndose con esquemas construidos antes, incluso, que el Muro de Berlín. Todo eso es lo que hoy está a punto de colapsar. Y la única manera de enfrentar el desafío que esto significa es a partir de una visión menos lineal, más creativa y menos cerrada.
Y este proceso, ¿en qué punto encuentra al Culebrón como banda?
Hay algo que no terminábamos de resolver como banda: cómo lograr conmover a la gente que nos interesa. Cómo cristalizar en una propuesta estética toda nuestra propuesta social y política. Ahora estamos concentrados en ese camino, en encontrar la forma de hacer un espectáculo que no se limite a “lo políticamente correcto”, que no parezca una peña del Frente Grande, sino que represente el lenguaje artístico en sí mismo como expresión de cambio. Nos interesa que lo que se vea, se sienta. Conmueva. Con calidad, con vuelo poético. Y que, además, transmita que eso es posible porque detrás hay toda una organización social capaz de soñar, crear y volar colectivamente. Que es el resultado de un trabajo comunitario concreto que encuentra en la belleza una herramienta capaz de inquietar, pero también de abrir futuros.

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