Mu53
Pasión en rojo
Cristina Banegas y Carmen Baliero. Un obra de teatro: Molly Bloom. Un autor: James Joyce. Una puesta excepcional, que ya se ha convertido en lo mejor de la cartelera porteña. Y una excusa para hablar con y de dos mujeres con marca propia.
Cristina Banegas llega antes de lo pautado y me encuentra ya sentada. Serena, un poco distante, mira a su alrededor. Me explica que llegó antes porque estaba buscando un libro de Jacques Lacan en el que habla de Joyce. Abre su bolso y saca, como si fuera un trofeo, una publicación enorme. Sinthome, leo. El Síntoma, me traduce y pide un cappuccino. Abre el periódico MU, lo hojea y al llegar a la última página suspira: “Ahhh… Liliana Daunes. ¡Qué linda que está!”. Algo cambió en su mirada.
Me confiesa que el viernes pasado Juan Gelman fue a ver Molly Bloom. Y se puso tan nerviosa que en medio de la obra se fue quedando sin voz. “Pura histeria” dice y se ríe. ¿Con tanta experiencia encima y todavía te seguís poniendo nerviosa?, pregunto azorada. “El miedo nunca se va”.
Carmen Baliero llega retrasada. A modo de tornado, nos besa, se sienta, nos mira y dice en clave de disculpas: “No hay que andar en subte”. Desinhibida pide al mozo un fernet. Cristina nos presenta en sociedad: “Ellas son las chicas”. (Vendríamos a ser la fotógrafa -que llegó un ratito antes que la Baliero-, y la que escribe). Y nos hace un guiño que anticipa lo que luego se transformará en una intensa charla: “Ellas hacen esta publicación (le muestra la tapa). No nos equivocamos en acceder a la nota”.
Baliero me cuenta que anduvo leyendo a Ezequiel Martínez Estrada, le comento que conocí a ese autor gracias a Christian Ferrer y descubrimos que amamos a los mismos hombres. Ya estamos presentadas, pienso.
Y enciendo el grabador.
Mujeres Creando
Cristina y Carmen tienen un prontuario que podrían recitar de memoria como subiendo una escalera, escalón por escalón. Cristina es una consagrada actiz y directora de teatro que está cumpliendo 45 años arriba de las tablas. Carmen es una compositora que trabajó con los más talentosos directores argentinos y que ahora se da el lujo de dirigir a la Banegas. Sin embargo, eligen gestar un diálogo como respuesta a cada pregunta, en el que juntas van hilando su pasado y su presente. Se dan la libertad de huir de refugios, de disentir, de dudar y de reírse. Entre ellas se traduce una confianza y una complicidad que desacomoda todo, hasta mis preguntas.
Cuentan que se conocieron por obra y gracia del ex marido de Carmen, Luis Ziembrowski, que conformaba una banda de actores llamada La Pista 4 y que Cristina era asidua visitante a sus presentaciones. Y que juntas hicieron La Pecadora, habanera para piano, en el Excéntrico de la 18, “un club de cultura” creado allá en el 86 por Cristina. Hasta ahí, me aseguran, eran conocidas, pero Cristina sabía íntimamente que lograrían ser grandes amigas. Se miran, se piensan, y llegan a la conclusión que hubo dos acontecimientos que las acercaron: el primero se produjo en el cumpleaños número 50 de Cristina y en el baño. A Cristina le dolía el estómago, Carmen le practicó imposición de manos y le sacó el dolor. Cuentan, a carcajadas, que Carmen atendió a varios invitados que estaban lesionados y que el festejo terminó desplazándose hacia ese lugar sanitario. El segundo definitivamente las unió: fue la trágica muerte de Cacho Vazquez, el marido de Cristina.
Lo personal es político
La conexión es inexpulgable. Pasan de una anécdota a la otra, como si sus pensamientos fluyeran. Como el monólogo interior de Molly Bloom, construido a partir de ocho oraciones sin signos de puntuación que comienza con un “Sí” y termina con un “Sí quiero”.
Molly, según cuenta el biógrafo de Joyce, Richard Ellmann, es un personaje inspirado en las cartas de la esposa del escritor, Nora Barnacle, una mujer casi iletrada, pero con una libertad de pensamiento que no era frecuente encontrar en los libros de aquella época: estamos hablando del año 22 del siglo pasado.
¿Qué hay detrás de cada “sí” que dice Molly?
Cristina: Lo que hace Joyce ahí es fantástico. Él dice que el sí es femenino porque la afirmación es femenina…
Carmen: …creo que es una reivindicación de la mujer…
Cristina: …en un momento de la historia en el que Joyce tiene detrás a Freud sosteniendo, por ejemplo, que las chicas no sabemos qué queremos porque en realidad somos unas castradas. Es decir, que llevamos el “no” con nosotras. Joyce hace una exaltación del deseo de la mujer. Cuando Molly termina diciendo: “Sí quiero. Sí!”, está afirmando su deseo…
Carmen: …ya le dije a mi hijo de 18 años que tiene que venir a ver la obra porque es formativa…
Cristina: …es una discusión contra la moral victoriana y católica que reinaba en aquellos años.
Carmen tuvo la idea de que el atril sea rojo. No lo quería plateado porque remitía a solemnidad. Ni que fuera de madera porque no quería generar la sensación de coloquio: se trata de un monólogo interior. “Molly habla de menstruación, de una mancha en la cama, de sangre que fluye y que sale. Habla de pasión. Y el color rojo es femenino por excelencia”.
En el escenario, Cristina está vestida de negro. Es una mancha negra sobre una tela arrugada y vertical. La iluminación está diseñada para que cambie imperceptiblemente, al ritmo de los latidos del pensamiento de Molly. El micrófono, en cambio, es una batalla que Cristina le ganó a Carmen y al sonidista. Cuenta Cristina: “Lo más privado de lo privado, lo más subjetivo de lo subjetivo, tenía que tener el micrófono acá”. La Banegas frunce el puño, se lo lleva a la boca y comienza a susurrar sopladito, a lo Billie Holiday. Carmen la señala y dice: “¿Ves? ¡Le escuchás hasta la saliva! ¿Vos te diste cuenta lo que hacés?” Y remata, provocadora: “Cristina usa de excusa el teatro para hacer otra cosa. Es como (Horacio) Salgán”.
¿Respuesta Benegas? “Porqué no te vas al carajo”. Cae el telón.
Carmen sostiene que Horacio Salgán tiene una técnica impecable porque maneja información de muchas fuentes.“No es solamente tanguero”. Y con esa explicación está enseñándonos dos cosas: que Cristina no es sólo una actriz y que ella no es sólo una compositora. “Como yo no hago música y ella no hace teatro, podemos hacer otra cosa. Por ejemplo, tampoco hacer Joyce. Son grandes escapadas temáticas usadas como excusas”.
¿Cómo se crea un nombre propio?, pregunto ingenuamente. Carmen se pone seria: “De la misma manera en que Pepe, el mecánico, se crea su nombre. Tiene que ver con la acumulación de trabajo.
¿Cómo hacen para sostener la coherencia?, insisto. Contesta Cristina: “La sostenemos con el éstomago”.
Camen entonces remata: “Yo creo que se debería preguntar cómo hace la gente para mantener aquello que no quiere. No creo que tenga que darse explicaciones sobre lo que es correcto porque de lo contrario se produce el mito de lo excepcional”.
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Expo Asco
Cuando la fotógrafa Lina Etchesuri fue a Expo Agro trajo una cosecha, de la que aquí publicamos apenas una selección. El azar, que nunca es casual, nos entregó un link: Amador Fernández Savater, desde España, nos informaba de la salida de un interesante libro, Teoría de la Jovencita, editado por Acuarela. Se trata de un texto cosido a imágenes (a nuestro gusto, mucho menos reveladoras que éstas) donde se analiza la relación entre el uso del cuerpo femenino y la máquina que vende capitalismo en tiempos de crisis terminal. Lo interesante de este texto, además, es que no lo escribe ni un autor ni un colectivo: Tiqqun.
“Tiqqun es el nombre de un medio, un medio para construir enérgicamente una posición. Toda posición es una taxonomía, una topografía espiritual, una inteligencia política de la época: una toma de partido”. Este planteamiento encontró lugar en una bella revista publicada en francés de idéntico nombre y breve existencia: Tiqqun 1, en 1999 y Tiqqun 2, en 2001. Los contenidos pueden consultarse en su web.
Ahora, Tiqqun dibuja en este libro el campo de batalla: de qué modo un bolso, un culo, una sonrisa, un perfume, pueden ser armas en una guerra. Librada entre nosotros y en el interior de cada uno.
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El planeta soja
Una vuelta por el campo según Expo Agro. Nuestro enviado especial, Darío Aranda, recorrió el escenario donde monta su marketing el agronegocio. Clarín y La Nación son los dueños del tinglado. Las corporaciones exponen allí ideología, marketing y estrategias. Y el Estado, también.
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