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A mover el esqueleto
La Orkesta San Bomba. Su nuevo disco, Sal del cuerpo, es hijo de un itinerario por ritmos e instrumentos latinoamericanos.
Para todos los que sufran las frecuencias propagandísticas, para los que se hayan hecho adictos a las conversaciones y los movimientos en formato de anestesia, para los que sientan que la música ya no es más que una lista en el mp3 o el I-phone, para quienes tengan la sensación de que la vida se vuelve un ensayo cibernético, para quienes hagan plano cotidiano en los cuadros que proyecta la TV, para quienes crean que no están despiertos, sepan que la Orkesta Popular San Bomba nos trae una propuesta que prohíbe los pilotos automáticos: Sal de tu Cuerpo. Ese es el nombre del nuevo CD que este conjunto de 22 extravagantes puso a circular por las calles de Buenos Aires. Su sonido es el de una fiesta, pero no una cualquiera, sino una típicamente latinoamericana. Matías Jalil –multi instrumentista, 34, años, alumno y profesor, egresado de la Escuela de Música de Avellaneda– es el guía de esta caravana que no tiene comandantes.
Barcos piratas
Los integrantes de la Orkesta Popular San Bomba practican la diversidad desde la música. Aseguran y demuestran no ser monosexuales: se relacionan paralelamente con la cumbia, con el huayno, con la bachata –música popular dominicana, híbrido del bolero con influencias africanas y del son cubano–, con la saya, pero también con el jazz, el rock y otros estilos más veteranos.
En una gira por Venezuela, cuentan como anécdota, se hospedaron y tocaron varias noches en un hotel de lujo: el Hilton. Lo destacable es que tiempo atrás ese predio había sido estatizado por Hugo Chávez y entonces se llamaba ALBA Caracas. Después pasaron por el pueblo de San Jacinto, en Colombia, donde se sumergieron en fiestas de ron y otras bebidas espirituosas, para terminar enviando por un barco pirata más de 80 kilos de instrumentos típicos de América. Hoy esas son las herramientas (separadas en distintas secciones: percusiones, cuerdas, vientos de todo tipo) que les permiten acompañar la tendencia a que las nuevas bandas sean cada vez más extensas y diversas, como flechas hacia lo cosmopolita.
El primer tema de este disco auto-gestionado aprovecha los Siete Sonetos Medicinales de Aguafuerte (1907), del poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios, cuyo seudónimo Almafuerte es el que todos conocemos. La primera estrofa es casi una declaración de principios del grupo:
Hay un tigre dormido en mis venas
Que crece, no puedo tomar
El calor de su boca.
La estética del disco –presentado en una caja y un formato muy amistoso– fue carburada por un artista que probablemente haya consumido San Pedro: desfilan en un paisaje psico-sudamericano los colores más vivos, motivos andinos, bicicletas cabalgando frutas indescifrables, personajes enmascarados, botellas cuyo contenido es un misterio, pipas árabes y hasta un reloj de arena sin tiempo.
La propuesta sonora de San Bomba es la de hacer un ejercicio dadaísta con nuestro cuerpo y, de paso, romper bailando las cárceles que nos fuimos construyendo alrededor de la mente durante años de obediencia de vida y aburrimiento final. Son cinco temas que disminuyen la neurosis, los de esta orquesta popular que acompaña un dato de época: que hoy la vanguardia tiene mucho que ver con el suma qamaña aymara, con el vivir bien, con la felicidad.
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Hacer historia
Esta es la historia que marcó el inicio de la máquina de terror llamada Plan Cóndor y demuestra la colaboración entre fuerzas represivas de Argentina y Uruguay, pero también la promiscua relación entre la prensa y la dictadura. Cinco mujeres, cinco hombres y cinco niñas que fueron secuestrados. Unos murieron, otros fueron presos y otros desaparecieron en los sótanos de la ESMA. Aquellos que sobrevivieron para contarla regresaron a Montevideo para exigir juicio y castigo. También para filmar un documental que analiza la operación de prensa.
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Hacer memoria
Revelaciones de una época en la que algunos periodistas eran invitados a sesiones de tortura en la ESMA. Detalles de su paso por la revista Gente en tiempos de Vigil y Videla y de la entrevista “por la que ahora todos me dicen que soy un sorete”.
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