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La vengadora

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America Vera Zabala, hija del exilio chileno en Suecia, vino a la Argentina a escribir una obra sobre cómo vengar la dictadura.

La vengadoraLa anécdota que les voy a contar transcurrió en una cancha de fútbol, y fue presenciada por los extasiados oídos de una amiga, dramaturga y feminista sueca. America Vera-Zavala (para los lectores atentos: en sueco, America se escribe sin acento) fue a ver a River con su pareja y en un momento inexplicable para ella, que sabe de fútbol, el juego fue interrumpido. Un señor que estaba sentado junto a la familia, cordialmente, le explicó que el partido se paró porque la hinchada estaba cantando una canción racista y, pedagógicamente, le señaló que en Argentina se sanciona así un acto de xenofobia. America quedó sorprendida. El partido siguió. Minutos después, ese mismo atento señor pegó un alarido: “¡Hijos de puta!”. En ese momento, la cancha de fútbol se convirtió para América en un escenario. “Pareciera que ser sexista en la cancha es un derecho humano”. Ese grito, que el cuerpo de America sintió un insulto, en nosotros se transforma en un silencio que cae sobre nuestra propia historia. America, que habla con acento chileno en un pausado y tranquilo español-extranjero, me dice: “Estoy convencida de que ser feminista es lo mismo en cualquier parte del mundo y que la vida de una misma y del otro sería mejor si existiera mayor igualdad entre hombres y mujeres”.
La patria del exilio
Es hija de exiliados, él chileno, ella peruana. Sus padres huyeron de la dictadura de Pinochet y llegaron a Rumania (America la acentúa en la i). Al ingresar, su madre tuvo que dejar sus píldoras en la aduana: era el único país socialista en el cual el aborto y los anticonceptivos estaban prohibidos. Así nació America en 1976. Su madre odiaba el sistema rumano y apenas pudo se fue a Suecia con America de 3 años y otra hija por nacer. La bautizó Libertad, en honor a su nuevo hogar. Desde entonces, America se considera sueca por decisión y adopción, aunque asegura que vivió una infancia de exilio y nunca dejó de mirar para el otro lado del océano.
Hoy se encuentra en Argentina gracias a que Suecia tiene la licencia de maternidad y paternidad más generosa del mundo: 18 meses. El Estado recomienda que cada integrante de la pareja se tome como mínimo dos meses y el resto cuando se les plazca (sí: leyó bien). America decidió entonces venir a trabajar a Argentina mientras su marido, periodista estrella de investigación de la televisión sueca, cuida a Ernesto, su pequeño hijo de 15 meses.
Señala a Buenos Aires como su ciudad preferida. “Lástima que tenga un intendente que no la quiere nada”, comenta. Se enamoró de ella cuando vino en 2002 junto a Naomi Klein y Avi Lewis, en plena efervescencia social, con calles arrebatadas de asambleas, espacios tomados para la discusión y piqueteros en plena acción. “Fue uno de los momentos más fuertes de mi vida”.
Por aquellos días de 2001, experimentaba sus dotes como escritora de artículos políticos, pero confiesa que recién en el 2006 encontró su vocación. Hasta ese momento había hecho una precoz y exitosa carrera política. A los 19 años ya participaba en el partido de izquierda sueco. La presidenta de ese partido, una feminista que fue un modelo para ella, la instó para que forme parte de la campaña contra el ingreso a la Unión Europea, en 1995. A los dos meses ya estaba viviendo en Bruselas. Las elecciones en 1999 la colocaron como cuarta candidata de la lista de su partido. Cuenta que mientras duró el recuento de votos estuvo a punto de entrar cuatro veces al Parlamento, pero que al final quedó afuera. “Esa noche fue muy triste para mí, pero hoy estoy feliz de que mi vida no haya tomado ese rumbo”.
Se fue a París detrás de un novio, conoció al movimiento antiglobalización ATTAC y decidió crearlo en Suecia. Fue un boom. En 2005 se instaló en Toronto por un año y conoció la historia de una huelga de mineros suecos, ocurrida en 1969. Investigó y se dio cuenta que poco de lo que había averiguado podía probarse. Descartó hacer un libro de no ficción. Fue la primera vez que el teatro se le vino a la cabeza. Le contó la idea a varios amigos. Uno de ellos trabajaba con un famoso director y dramaturgo sueco. A los seis meses la llamó y le propuso escribir una pieza para el teatro oficial. Hasta ese momento America sabía muy bien lo que no quería hacer, pero recién ese día encontró su futuro.
La venganza
Su primera obra fue sobre inmigrantes: un diálogo entre un obrero chileno criado en Suecia y un boliviano ilegal. “Ambos tenían mucho en común, sin embargo uno tenía derecho a mucho y el otro, a nada”. No es difícil deducir que fueron los latidos de America los que habitaron la piel de esos personajes.
A partir de allí abrió su camino como directora de teatro comunitario. Fue cuando se enteró del cierre de una fábrica en un pueblo de 1.250 habitantes de los cuales 325 eran obreros que se quedarían sin trabajo. Allá fue. Se tomó el compromiso de hacer una pieza teatral para ellos. El escenario fue la puerta de la fábrica.
Su segunda obra nació del relato de una tía sobre una pareja secuestrada por la dictadura de Pinochet y torturada en el estadio de Chile. Le contó que no volvieron a verse hasta el retorno de la democracia. Y que el reencuentro lo festejaron abriendo una tanguería y bailando para celebrar la vida.
Ahora acaba de terminar la última, que escribió en la biblioteca de la ex Esma, el lugar más adecuado que encontró en Buenos Aires para concentrarse. La tituló Las Vengadoras, es su primera creación en castellano y está protagonizada por seis mujeres y una travesti. Los personajes tienen un objetivo común: matar a los padres. Advierte: “Vi varias obras de teatro sobre la tortura, dictadura y las desapariciones que proponen, entre comillas, ‘vamos a hacerte ver algo triste’. Yo intenté hablar en voz alta de cosas tremendas, apelando a a la risa, al disparate”.
America anhela encontrar en Argentina un director que se haga cargo del texto y un teatro para estrenarla y poder cerrar así el círculo. “Siento que Buenos Aires me dio mucho y decidí venir para devolverle algo. Cuando yo estaba acá en 2001 escuchaba que la gente decía: ´Ya no tenemos miedo. No entendía qué querían decir. Luego comprendí que los escraches no sólo eran hacia los bancos, sino que habían nacido para señalar a los torturadores impunes. Fue tan lindo verlo, estar en el momento en que las personas, en general mujeres, abrían por primera vez la boca en una asamblea. Eran los hijos de los reprimidos y desaparecidos en la dictadura. Eran los hijos de aquellos que ya no pueden hablarnos”. Los que nos quiere agradecer así America es haber sido testigo de la mejor venganza: la rebeldía.
 
 
 

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