Mu59
Aplausos para el asador
Res o no res, diez años de teatro barrial en Mataderos, con más frigoríficos que Hamlet y con claves de la historia y el presente de la comunidad.
Mataderos es un barrio que desborda identidad. Los frigoríficos, el ex Mercado Nacional de Hacienda, la feria, el club Nueva Chicago son algunos de los íconos que lo identifican y distinguen. Es tal el sentido de pertenencia que sus habitantes proponen, de manera más provocativa que real, erigir la “República de Mataderos”: el barrio como un país.
Allí, en el Parque Alberdi, uno de los más grandes de la porteña zona sur, tiene su base de operaciones uno de los grupos de teatro comunitario que este año sopla diez velitas: Res o no res. En Mataderos hasta la duda existencial shakesperiana se pronuncia en clave frigorífica.
Es sábado, la tarde corre lenta como una caricia distraída y las camperas en la mano, inútiles en su función, confirman que, alto en el cielo, el sol sí la cumple. El Parque Alberdi es una invitación a tirarse en el pasto y dejar pasar los minutos, las horas, la prisa. Allá, más lejos, en la pista de skate, los pibes se disfrutan mientras saltan por el aire. Más acá, nenes en bicicleta, parejas que se besan a cielo abierto, goleadores que se sienten en el Bernabéu: la multiplicidad de escenas que conforman un parque. No hay amontonamiento: cada cosa sucede en su lugar. Un espacio común es eso: la posibilidad de encuentro de partes y fragmentos haciendo un todo.
El polideportivo de Nueva Chicago, dentro del parque, es el punto de encuentro de Res o no res, donde los más de 40 vecinos que integran el grupo se transforman en actores. Es sábado: hay ensayo.
Gustavo Potenzoni es el director y una de sus funciones es estar en cada detalle. La parábola de su participación en el grupo muestra el tipo de construcción al que aspiran: comenzó, como un vecino más, diez años atrás, y luego sus propios compañeros lo erigieron en coordinador. La república participativa de Res o no res.
Escribiendo el barrio
Si hubo algo que el grupo tiene es capacidad de acción: ya crearon y estrenaron cuatro obras, siempre con referencias a la identidad frigorífica y matarife del barrio: “Decimos que nuestras obras siempre deberían tener olor a chorizo”, acota Gustavo. La lista:
En 2002, tres meses después de los primeros encuentros: Desde el alma. Reflejaba episodios de la historia del barrio, la fuerte impronta que el frigorífico marcó en su nacimiento y las costumbres que transmitió en la vida cotidiana.
Un año después: Perfume Nacional, la patria dejará de ser colonia. Una indagación dramática y musical sobre la política británica en el Río de la Plata en las invasiones de 1807, el empréstito de la Baring Brothers, la Guerra del Paraguay y el Pacto Roca-Runciman de exportación de carne vacuna de 1933. Entre tantos otros espacios, llegaron a presentarla en el Foro Social Mundial de Porto Alegre.
Año 2006: Fuentevacuna. Basada en Fuenteovejuna de Lope de Vega, conjuga ese episodio teatral con la famosa toma, en 1959, del Frigorífico Lisandro de la Torre. Sobre la base de las mitologías del carnaval, cuenta la integración expresada por los trabajadores y el barrio en esos episodios históricos.
2010: La Bovina Comedia, una tragedia porteña. Relata el viaje de una adolescente que es guiada por su abuela a través de un cementerio-parque al que han ido a parar las cosas que han dejado de ser (“Las Hemos Sido”) y las que nunca llegaron a ser (“Las Nunca Fuimos”).
La voluntad como identidad
En las obras actúan 40 vecinos, que además cantan, tocan instrumentos, se ocupan del vestuario, del maquillaje, de la escenografía. Es un grupo heterogéneo y multigeneracional: de 8 a 70 años.
En el Parque, con la música funcional de decenas de gorriones, Gustavo analiza lo que él llama “un milagro”: “Puede pasar que un vecino deje de venir durante un tiempo e igualmente tiene las puertas abiertas para sumarse cuando quiera. Ha pasado: la gente se casa, se embaraza, se muda, se pone de novio, se pelea. Son variables del teatro comunitario que, a la vez, es lo que lo hace rico. Muchas veces nos pasa que hasta el día anterior no sabemos qué elenco vamos a tener. Y al principio eso parecía un problema hasta que lo capitalizamos pensando que es una característica, porque lo que hace es agudizar el ingenio”.
También dice: “El teatro comunitario permite tener identidad como ciudadano y que un grupo, que está basado en la voluntad, pueda hacer y decir cosas; porque, entiendo yo, la base primordial del teatro comunitario es la voluntad: acá vienen todos los vecinos en forma gratuita, nadie paga una cuota y lo que hacen, lo hacen con ganas”.
¿Qué ocurre cuando el vecino de transforma en actor?
Cuando se llega al teatro comunitario no sabe muy bien de qué se trata. Se está acercando porque hay un espacio, porque es teatro, porque querés expresarte. Pasan unos cuantos ciclos hasta que decís: “Ah, esto es teatro comunitario”. Yo he visto gente que ha venido a acompañar a su pareja y dice “ni loco voy a actuar” y hoy está participando. Además, actuar no es lo único: los maridos de las chicas, por ejemplo, arman el buffet o hacen el flete. Todo suma para que un montón de personas sean parte del producto final. Y que haya gente que se sorprenda de sus propias cualidades. Ahí es por donde pasa la transformación: tomar conciencia de las capacidades, a veces ocultas, y que de repente empiezan a ver la luz. Tenemos muchos ejemplos de quienes dicen “no creía que podía hacer esto”. Una anécdota: un compañero me dijo una vez: “¿vos sabés que nunca había actuado? Ni en la escuela”. Y me emocionó mucho porque pensé: ¡ni en la escuela!
El éxito es poder hacer
Además de las funciones y los ensayos, Res o no res tiene otras propuestas: los jueves realizan un taller de Teatro Leído, a cargo de Estela Calvo, dramaturga e integrante del grupo desde su inicio, en el que leen, apasionadamente, la tercera obra del grupo, Fuentevacuna. Ya grabaron un CD de la obra. Y los miércoles una docente especializada en actuación para chicos brinda un “taller de juegos teatrales”, para niños de 6 a 12 años, con el objetivo de ampliar el espectro transformador del teatro comunitario a través de actividades lúdicas.
Los diez años son propicios para un balance: “Lo más saliente, sin duda, es habernos mantenido, haber producido muchísimas cosas: viajes, intercambios, la cantidad de gente que ha pasado, más de 400. Estoy orgulloso de que nunca se haya pagado un mango por participar del grupo y que lo sostengamos. Vamos creciendo, no ya desde una forma troncal expansiva. Lo más sustancial ha sido multiplicarse y abrirse. Y haber logrado establecerse en el barrio. Llegar a ser lo que creo que somos: ‘los pibes del teatro’”, sostiene Gustavo.
Así y desde hace diez años, el teatro comunitario es, también, una de las identidades de Mataderos.
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