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Imágenes de un mito
Clase media. Un documental que se proyecta para debatir la propuesta concreta de este director: no hay que regalar la clase media a la derecha. Una lucha de otra clase.
Alto Palermo, glamour, chetaje, gente como uno y medio pelo. Un día más de shopping. Una señora paqueta, con varias bolsas en la mano, baja por las escaleras entonando la ópera Carmen. La gente se da vuelta, busca la voz, la encuentra. Algunos filman, otros disfrutan y varios acompañan el canto. Finalmente, todos aplauden y sonríen, como agradeciendo lo inesperado del momento que vivieron.
Un título define esa escena y bautiza el documental que acaba de empezar: Clase media.
Una pregunta
Juan Carlos Domínguez tiene un cruce importante. Su viejo es español y blanco y su madre una santiagueña morocha. Su viejo es el inmigrante típico y su vieja encarna el criollismo despreciado por esos inmigrantes. Su viejo le decía que “a este país lo levantaron” los inmigrantes porque “los criollos eran todos vagos”. Su madre le contaba que siempre fue discriminada por su color de piel. Ambos criaron a Juan Carlos, y a una idea.
La historia de la historia
Domínguez tiene 42 años y estudió Historia durante seis en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Pero se cansó. “Sentí que hacía historia para historiadores. Tenía un lenguaje muy académico. Me parece que los intelectuales, a los que alguna vez pertenecí, perdemos de vista lo que estamos haciendo. Nos quedamos en la paja intelectual, en ver quién la tiene más grande, mientras la sociedad camina por otro lado”, dice. Ahora es más práctico: para hacer política, pensó en el cine. No dudó: se metió a estudiar Cine Documental en la Universidad Nacional de San Martín. Al recibirse, su tesis fue este documental llamado Clase media.
Explica: “Yo soy de clase media: vivo en Devoto, tengo un auto, casa, amigos de clase media con comentarios de clase media. Y de todo tipo: desde el chabón que se va a la villa a laburar hasta el pibe que mira a los morochos y siente desprecio. Pero lo que más me molestaba era esta cosa impune de la clase media: habla de todo, sabe de todo –de política, de fútbol– y nunca se siente incluida en ningún lado. Siempre es espectadora y se está quejando. ¿Y vos qué hacés? ¿En qué lugar estás? Eso me preguntaba a mí mismo. ¿De dónde sale esta impunidad?”
Qué pregunta.
¿De qué lado estás?
El documental cuenta con la producción de la UNSaM y utiliza un variado repertorio de películas nacionales para agilizar el relato: Hay que educar a Niní, Cama Adentro y Las Viudas de los Jueves son algunos ejemplos. También ofrece testimonios recolectados en la calle. Su hilo conductor es el libro Historia de la clase media argentina, del historiador e investigador Ezequiel Adamovsky, quien pone en cuestión la existencia de una “clase media” como tal y, en su lugar, habla de una identidad. Explica Domínguez: “No podés definir a la clase media por lo económico o por lo social, solamente. Porque si te quedás en el punto puramente económico, hacés agua: un camionero, hoy en día, gana más que una maestra. Y una maestra es clase media por excelencia y un camionero es de la clase laburante”.
¿Qué es lo que conforma esa identidad?
Son varias cosas. En un primer momento, el estereotipo es muy claro: es todo aquel descendiente de inmigrantes blancos. Es la “civilización”, aquel que está alejado de los criollos, del negro, del plebeyo. Después, eso se va complejizando y podemos hablar del acceso a la información, a la educación y a los recursos. El afán del progreso individual, el cuentito de que “si estudiás y trabajás te va a ir bien”. Si le va bien, dice: “Yo me rompo el culo trabajando”. Y si le va mal, te va a decir que ”es culpa de este gobierno de mierda que no existe y son todos chorros”. Y eso es un gran problema que justifica un montón de cosas, porque te lleva a pensar que al que le va mal es un vago. Por eso, podés ver a un tipo tirado en la calle y no preocuparte. Esa es una gran falencia que tenemos como clase media: nunca poder verse dentro de un colectivo. Ojo: dentro de esta clase hay grandes sectores que son combativos, militantes, laburan en villas, arman cooperativas. Quiero dejar en claro esto, porque en debates siempre sale uno diciendo: “Yo no soy de clase media”. Ah, ¿no? Estar estudiando sociología, debatir una película, tener la posibilidad de estudiar una carrera terciaria o universitaria: eso es clase media. Y yo digo que está bueno reivindicar eso.
¿Muchos quieren despegarse por considerarla históricamente antipopular?
Claro, ¿pero qué pasa entonces? A la clase media se la apropia la derecha, que es lo que está pasando. Le dejás el campo libre para que diga: “La clase media es nuestra”. No solo los medios la bombardean todo el tiempo, sino que los que somos de clase media nos desmarcamos y decimos: “Llevatelá, es tuya”. En otros lugares ya pasó. En Chile, la clase media es de derecha y en Venezuela también. En Buenos Aires, en Argentina, la clase media está muy disputada. Y creo que no está bueno desmarcarse. Siempre se arma mucho lío en este punto en los debates que hacemos después de proyectar el documental: “Yo no quiero quedar pegado a la vieja que toma la cacerola”, dicen. Y, bueno: ¿cómo te definís entonces? Todos nos criamos en esos valores, con todo lo bueno y lo malo. Me parece que hay reivindicarla desde lo bueno.
El documental de Domínguez establece una base y un recorrido histórico para comprender la genética y la conformación de una identidad, cuyos límites siempre serán –por definición– difusos, pues parecen estar marcados mucho más por una identificación personal que por factores socioeconómicos “objetivos”.
Bajo este aspecto, son importantes las voces que hilvanan el film: la socióloga Maristella Svampa (quien nos recuerda que los movimientos de derechos humanos surgieron de esta clase media), el periodista Jorge Halperín, los intelectuales Ricardo Forster y Juan José Sebrelli, y el propio Ezequiel Adamovsky. La idea, dice Domínguez, fue darle un marco de legitimidad para abarcar múltiples miradas en relación a la identidad de clase media. “Si hubiera puesto a Forster solo, me habrían dicho kirchnerista; y si lo ponía a Sebrelli, gorila”, ejemplifica.
Peronismo & Micky Vainilla
En 1919, el pico de activismo obrero y la represión de la Semana Trágica dieron lugar a un singular fenómeno: un gran sector de la población de ese entonces, al que hoy consideraríamos de “clase media” (pequeños propietarios, estudiantes, docentes, artistas, empleados bancarios), adhería a los reclamos de los trabajadores e, incluso, asumía los ideales revolucionarios.
Pero este primer intento no obtuvo resultados que calaran en la identidad de la clase. Recién 15 años más tarde la clase media comenzaría a cobrar significado político, con la irrupción en la escena nacional de un nuevo actor: el peronismo. Ser de clase media, indica Domínguez, implicaba separarse de ese mundo plebeyo que empezaba a ser protagonista. Dice: “El peronismo hace visible un sector que estaba invisibilizado. Lo llena de derechos, y eso generó mucha bronca. Lo dice Sebrelli: es una cuestión de prestigio, de status. Otra cosa interesante es el progreso colectivo, porque el peronismo propone sindicalizar. Un comerciante, al ver que un grupo de gente sindicalizada ganaba mucho y tanto como él, reacciona con resquemor. Toda esa gente morocha se hace visible y molesta el orden establecido. Si vos leés El 45, de Félix Luna, te lo dice claramente: “yo no sabía que esta gente existía”. Eso quedó muy marcado. Hasta hoy. El ejemplo más típico es Micky Vainilla”.
Teniendo en cuenta a los últimos caceroleros, noté que en el documental subrayás el carácter de “categoría vacía” de un gran sector de la clase media.
Es una categoría vacía: lo llenás de una cosa o de otra. Pero si vos te corrés, lo llena otro. El rol de los medios es bombardear campañas para llenarla de contenido. Y desde ese lugar, es peligroso. Vos no podés ceder terreno. Me parece que hay que salir a dar el debate, a hablar, de acuerdo a las ideas que cada uno tenga, pero no regalarle la clase media a nadie. Eso es lo que hace la izquierda, lo que hacen muchos progresistas y kirchneristas. Y la derecha responde: “Dejámelo a mí, que yo opero”. Así te hacen un cacerolazo, te toman la Plaza. Luego la gente repite, lo peor se motoriza y eso no es bueno para nadie, ni siquiera para ellos mismos.
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