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Arte y parte
Sandra Vázquez, armonicista blusera. Aprendió a desarmar prejucios y compartir escenarios con las estrellas. Armó su propio show y autogestionó la filmación de su DVD, financiado por su público.
N o son todas iguales y Sandra Vázquez lo sabe perfectamente. Sabe que podés tener cinco armónicas iguales, de la misma marca y de igual tono, y que cada una va a tener su propio sonido. Algunas buenas, otras malas, otras excelentes. Por eso, cuando hace algunos años fue a comprar una, les pidió a los empleados del negocio que la dejaran probarlas. Ok. Su blues electrificó el lugar y captó la atención de otro ocasional cliente, que le hizo una propuesta: “Si yo un día te invito a tocar, ¿venís?”.
Cruzaron teléfonos y Sandra le pidió algo más: una dirección para mandarle material. Juntó algunos músicos, grabó cuatro temas para un demo y se lo mandó al estudio.
Pasaron meses. Tres. Hasta que una noche sonó el teléfono.
–¿Quién habla?, preguntó
–León Gieco, respondió la voz.
–Y yo soy Kim Basinger.
Recién le creyó cuando lo escuchó cantar. ¿El motivo del llamado? Quería que tocara con él, ese mismo viernes, en el Teatro Ópera. Sandra Vázquez se sorprendió: era miércoles.
Ok le respondió Kim Basinger.
“No creo en las casualidades. Son causalidades. Algo hizo que yo esté ese día en ese lugar, y que el chabón entrara y nos cruzáramos. Y que no le pasara a otro, sino a mí. La gente, en general, me etiqueta como “la armonicista de León”, y a mí me rompe las pelotas, pero no puedo evitar que lo hagan. Desde aquel 2001 para acá toqué con él mil veces, siempre en el plan de invitada. Mientras, tenía mi banda”.
De Thriller a Little Walter
El primer casette de Sandra Vázquez fue Thriller, de Michael Jackson. Su papá escuchaba música clásica. “Blues, para nada”, dice sentada en un bar a tres cuadras de su casa, en el barrio porteño de Villa Urquiza. “Al blues llegué por la armónica cuando ni estaba de moda. Escuchaba los Rolling Stones, Bob Dylan, pero cuando te metés a estudiar armónica blusera, vas por otro lado: los negros tocan diferente. Ahí empecé a conocer un montón de referentes”. Dos nombres: Little Walter y Sonny Boy Williamson.
Dice que comenzó “de grande” con la música: a los 20. Mientras trabajaba cuidando a las sobrinas de una amiga, vendiendo ropa para chicos y en un locutorio los fines de semana. A los dos años de aprender con un profesor, (“la armónica no se estudia. Te comprás una, soplás y arrancás”, le aconsejaban), pensó en dar clases: empapeló las calles de la Capital con todo tipo de carteles. “Al mes tenía 15 alumnos”.
De a poco comenzó a ser invitada en los circuitos de blues que frecuentaba. “No había armonicistas mujeres”, recuerda. Armó un trío con los históricos Ciro Fogliatta y Juan Carlos Puebla, tecladista y guitarrista de Los Gatos Salvajes. En una gira por el interior, conoció a Bueytrio, una banda de rock y blues de Chivilcoy, integrada por César Buey Canosa en guitarra y voz; Joaquín Kuki Errante en bajo y coros, Juanito Moro en batería, y Nico Raffetta como invitado estable. Sandra les propuso algo: “Toquemos para mi púbico”.
Y no pararon.
Say no more
Cosquín Rock, 2005. Faltan dos minutos para salir. Sandra Vázquez va a tocar cuatro temas y, en uno –La mamá de Jimmy–, el único solo de la canción es suyo. Ya sale al escenario cuando León le avisa:
–Charly va a tocar la guitarra, va a solear.
Ok.
Había captado la indirecta.
–Bueno, me quedo en el molde.
–No, no –corrige León–. Charly solea y vos también.
Ok.
Sandra evoca, ocho años más tarde, en un bar de Villa Urquiza, ese momento de vértigo, el salto a la pileta y su resolución: Charly con un sombrero de paja plateado, una pipa plateada, zapatillas plateadas, levantando el pulgar después de escuchar su solo. “¿De dónde la sacaste?”, cuenta que le preguntó Charly a León, luego del show.
Blues multimedia
“Si yo me cruzo a gente que no está en el palo de la música y le digo que toco blues, seguro que piensan que es medio bajón, triste, aburrido. Son preconceptos. Me pasó también con los alumnos que venían a aprender: recién cuando agarraba la armónica y tocaba un boogie les encantaba.
La experiencia de enfrentar estos prejuicios le permitió a Sandra pensar un show distinto, que pudiera gustarle a la mayor cantidad de gente, al demostrarles que el blues es algo que ella interpreta como una forma de entender la vida, con alegría. “Así nació el show Pateando el Tablero –resume–. Para mostrar todo el color del blues”. Esa clave del “color” es lo que llevó a Sandra a elaborar una propuesta ambiciosa: además de los músicos, la armónica, el blues y el rock, el recital subió a escena a un dibujante, marionetas, un actor y bailarines. Logró su objetivo. “Llevé amigas, esas que iban a bailar mientras yo escuchaba blues, y también se divirtieron”. Fue entonces cuando redobló la apuesta: registrar el concierto en La Trastienda con un CD y DVD en vivo.
Ok.
Detalle: no tenía un peso.
Respuesta: “Todo lo hice autogestionado”. Vendió publicidades por doquier y consiguió un pequeño subsidio. Eso le permitió contratar a dos empresas para la producción del material y hasta meter una grúa para filmar. “Primero me fijo la manera de hacerlo y después el cómo”, explica Sandra.
No ser Arjona
Tardaron 10 meses para terminar el DVD. “La gente tenía mucha ansiedad. Los que habían ido al show lo querían ya y los que no, también. Me empezaron a llegar pedidos hasta de Colombia. Me causaba gracia: ¿cómo le voy a enviar un DVD a esta gente si no tengo un mango”. Un amigo le pasó una posible respuesta: financiamiento colectivo.
Sandra entró a la página Idea.me y subió su proyecto: a la semana ya había recaudado el monto necesario para la fabricación. Y como la oferta vencía 37 días después, Sandra lanzó otra propuesta: si se juntaban 30 mil pesos, harían un videoclip, con los colaboradores como extras. Los juntaron.
“No sé cómo explicarlo. Se te llena el alma de alegría. Antes de eso, golpeé puertas de un par de productores. Uno me dijo: “Si fueras Arjona… pero no lo sos”. Imaginate la bronca. Yo no digo que me banquen, sino que tengan respeto. Cuestión que, a la semana de esa contestación, el DVD ya lo tenía pago. Y era gente comprándoselo al artista directamente, sin intermediarios”.
Ahora todos los días se despierta tempranísimo y escribe los ítems que no debe olvidarse: tratar de cerrar la gira por el interior, un lugar para la presentación del DVD, terminar con los pedidos y constatar cada paso de la cadena de fabricación para que no haya ni una falla en la obra. Y seguir dando clases, claro está. “El 70% de la gente que me lo compró no la conozco. Es enormemente gratificante que mi primer trabajo discográfico lo haya bancado el público. Es una recompensa mucho más importante que si me bancara una discográfica: lo pagaron los que quieren escucharlo porque les gusta lo que hago”.
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