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En su libro Escrache, la periodista y fotógrafa Julieta Colomer rescata la experiencia de construir condena social en las calles y con alegría. Y expone su teoría sobre cómo se construye futuro sin delegar.
Una de las acepciones de la palabra lunfarda “escrache” es “fotografiar” y otra “exponer”. No es casualidad que las tres cosas se hayan unido ahora en un libro que lleva ese nombre: Escrache, imágenes de una generación que nos devolvió a la historia, que recopila las fotos que sacó Julieta Colomer entre 1999 y 2006 como parte de la agrupación HIJOS, en plenas leyes de Obediencia Debida y Punto Final. “Y lo hacíamos con alegría”, resalta Julieta, con una sonrisa que retoma aquel espíritu para encarar el futuro. En el presente, su libro.
Fotografiar todo el proceso que implicaba un escrache no era una tarea menor: llegar a un barrio, charlar con los vecinos, repartir volantes, contar que ahí vivía un genocida y, el día indicado, acercarse a la casa, marcarla con pintura y hacer bolonqui. “Nosotros teníamos los legajos de la Conadep que mostraban fotos de los genocidas, pero eran de los 70; en los 2000 ya no eran fácilmente reconocibles. Y la idea era que los vecinos los reconocieran en el barrio, por eso la imagen era tan importante”. Fotografiarlos fue un detalle imprescindible en el escrache: poder visualizar al genocida en su actualidad, con un objetivo concreto: “Que el vecino diga ‘ah, sí, me lo encontré en la panadería’ y lo pueda identificar en ese cotidiano, en esa actualidad que mostraba que el tipo estaba libre y caminando por el barrio”.
Hija de padre y tíos desaparecidos, el trabajo es biográfico por donde se lo mire: “En ese momento estaba empezando mis primeras experiencias fotográficas y me interesó retratar esa construcción que tenía que ver más con la comunicación, además de construir memoria y justicia de manera colectiva. La idea fue visibilizar un proceso comunicacional que se daba por abajo, en la calle, con los vecinos”.
Julieta confiesa – y su material lo revela- que su mirada fue cambiando con el paso de los años y los escraches. “Empiezo a ir a los escraches antes de militar en HIJOS. El primero que registré se nota que son fotos desde afuera, desde lejos. Cuando empiezo a militar en la Mesa cambió totalmente la mirada: estaba dentro, participando, construyendo el escrache”. Las fotos revelan ese doble juego entre cercanía y distancia, testigo y parte, que permiten entender los contextos de cada imagen-acción: una marcha, una brigada de graffitis, la reacción de los vecinos, la presencia policial, la potencia del escrache.
“Este año volví a ir a un escrache a cómplices civiles sobreseídos: Massot (Vicente, director del diario bahiense La Nueva Provincia) y Blaquier (del Ingenio Ledesma). Y volví a encontrarme con esa situación desde lugar de fotógrafa. No cambió la mirada en ese sentido, aunque ahora estoy un poco más afuera”.
Por qué sigue latente el escrache: “Porque tiene mucha potencia. Tiene la potencia de que es una práctica que irrumpe en un escenario político donde la retórica era la reconciliación, el perdón, el olvido… Implica decirle ‘no’ a todo eso, pero con alegría, con música, con arte”.
La lectura que nos propone este libro aquí y ahora, dirá Julieta, implica reflexionar sobre lo que se hizo y cómo se hizo, y sobre lo que no y falta. “El escrache sirvió, fue una herramienta, porque acompañó la construcción que hizo todo un movimiento de derechos humanos que se plantó, que impulsó los juicios. Gente que estuvo permanentemente sosteniendo, día a día, aguantando embates… Lo que quiero rescatar es la potencia: se puede hacer. Es posible construir condena social”.
Entonces, esta vuelta al pasado y el anclaje en la dictadura militar adquiere otra dimensión: “No se limita a cómo construir condena social a los militares. Sino, en definitiva, se trata de cómo queremos vivir a futuro. Tomar los problemas en nuestras manos y no delegar. Tomar la política”.
Inspiraciones
En 2014 y 2015 las fotos de Julieta viajaron a España e Irlanda, para participar en distintos contextos con un mismo interés: mostrar cómo construir memoria desde el arte, y cómo hacerlo con alegría.
En España las fotos estuvieron colgadas en el museo Reina Sofía. “Fue un flash”, sintetiza Julieta. “Lo que estuvo interesante fueron las charlas que se dieron alrededor de la muestra, por fuera del museo. Me encontré con colectivos de jóvenes que están haciendo escraches hoy, inspirados en los de acá, con la misma lógica que la nuestra, obviamente que en contextos muy diferentes”.
En Irlanda sus fotos formaron parte de un workshop con pares de Ruanda, para abordar un tema tan dramático como los genocidios. “Se dio una cuestión interesante: me preguntaban si nosotros imaginábamos que podíamos reconciliarnos con los militares. Dije que no: imposible.Y expliqué por qué: primero, porque en Argentina los militares no pidieron perdón por lo que hicieron. Pero además, porque el Estado sigue cometiendo hoy crímenes”.
Julieta cuenta de la tensión actual que persiste en Irlanda entre católicos y protestantes, y la pregunta – que le hicieron- sobre cómo puede pensarse un escrache en ese contexto. “Son otras realidades. Habría que buscar la forma. Ellos se quedaron muy interesados en pensar cómo, porque desde el gobierno también hay instancias de amnistía y de paz, muchas veces en forma de muros. Todavía las heridas están muy abiertas”.
Sana, sana
Viajando hacia adentro, Julieta reconoce que tenía heridas que sanar: “Encontré la reparación ahí, militando en la Mesa de Escrache. A diferencia de otros compañeros que tienen trabajos fotográficos que retoman el pasado, quizás para hacer el duelo, elegí contarlo desde el presente. Son fotografías de este momento para visibilizar un proceso de construcción de memoria”.
Julieta forma parte de la Cooperativa lavaca, es fotógrafa de MU y responsable, junto al colifato Hugo López, del micro radial sobre salud mental El Hombre de lavaca, entre otras tareas a la orden del día. Así sigue aquella búsqueda que comenzó en la Mesa: “Hubo divisiones entre la gente de la Mesa que entendía que continuaba la represión en democracia y la que no. El mensaje de los escraches fue el de la continuidad: hablamos del gatillo fácil, del abuso policial. Eran temas que veníamos laburando porque eran palpables: íbamos al barrio a hablar y nos enterábamos que había pibes torturados en las cárceles”.
En las fotos del libro se nota: su mirada no apela a la nostalgia, ni tampoco al duelo. “Entendí que la generación de HIJOS no fuimos las únicas víctimas. Que toda la sociedad estuvo atravesada por la violencia y el terrorismo de Estado. Fue dejar de pensarse en víctima porque la sociedad toda tuvo una ruptura en lo social, lo cultural, lo económico y lo histórico. Si uno entiende que todos fuimos atravesados por esa dictadura que dejó secuelas, ahí podemos pensar en cómo transmitir a los otros ese legado de construcción de memoria”.
Esa enseñanza la llevó a pensar en sus hijos, Mora y Bruno, en cómo contarles ese (su) pasado: “Creo que nunca les llegó un mensaje de llanto, sino de estar activos en el presente. No sé si lo entienden, pero lo ven en la práctica cotidiana”. El componente familiar del libro se extiende hacia su compañero, Hernán Cardinale, artífice del diseño y la edición, y de interminables charlas cotidianas que hicieron crecer al libro: “Hace años que lo venimos imaginando. Se hizo posible ahora con nuestra editorial Monáda Nómada”. El libro, además, es una coedición con la cooperativa El Zócalo.
Además del ensayo fotográfico, Escrache está sostenido por un texto que narra desde las entrañas el proceso personal dentro de la Mesa. El discurso que inaugura Julieta no desanda el relato clásico: hace pensar desde su subjetividad y apela a un tono poético que crea una teoría. “El escrache me transformó. No sólo la mirada a nivel fotográfico: soy otra persona. Quería transmitir eso: todo lo que comprendí, que es todo lo que aprendimos como sociedad”.
“Con el escrache aprendimos que la justicia se construye entre todxs, en la calle y a los gritos”, dice sobre el final el texto parido por Julieta. “Que los derechos se conquistan luchando y que en la lucha hay felicidad”.
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