Nota
Anti-crónicas del más acá: El día de los marmotas
Segunda entrega de las crónicas de Carlos Melone, la pluma de las contratapas de MU, durante lo que dure el aislamiento. Esta vez, una peligrosa historia en la fila de la ferretería, entre barbijos y babosos.

Por Carlos Melone
Ya cumplía el primer mes de cuarentena.
No la sufro. Estoy solo en mi pequeña casa con un parquecito, mi biblioteca, mi computadora y todo el dispositivo burgués de bienestar que mi austera economía me permite tener. Como soy ganado al monte y chúcaro como perro cascoteado, la soledad se sienta a mi lado hace muchos años y si bien no tenemos un romance, nos entendemos perfectamente.
Pero esa mañana las notas de la cuarentena habían cambiado. Me levanté, me afeité prolijamente, me puse una camisa, vaqueros, zapatos (si, zapatos) perfume (si, perfume), mi cadena con colgante, reloj pulsera, un tapabocas que me lo habían cobrado en lingotes de oro (siempre he sido muy sagaz para los negocios y las inversiones) y salí de mi casa.
Iba a la Ferretería.
La calle estaba desolada. Algún auto, dos o tres en una fila muy espaciada en la panadería y nada más.
Nada más.
Enfilé hacia la Ferretería.
El conducto que une depósito con inodoro perdía diligente y tenaz y me empujaba a destinos ignotos.
En la Ferretería la cola era de unos 5 ó 6. Servicio esencial en serio.
Todos tomando la distancia saludable salvo dos paparulos detrás de mí que se encontraron, se abrazaron cuando se vieron, se toquetearon, ninguno tenía barbijo y salvo besarse apasionadamente, infringieron todas las recomendaciones emitidas desde la OMS hasta la Sociedad de Bomberos Voluntarios de La Boca. Hablaban a los gritos (boludeces) a menos de 30 cm uno de otro.
Evalué hacer una intervención pedagógica pero la descarté. Treinta segundos después de mi decisión de resignado silencio llegó una chica joven, con barbijo, pareja de uno de los marmotas pandémicos.
Se dirigió al marmota propio en forma rectilínea.
Me dio miedo. Tal era el nivel de furia de la chica que me dio miedo.
No gritaba.
Debajo del barbijo se escuchaba crujir los dientes mientras cada palabra salía como una navaja raspando contra metal. Inició su discurso con una interrogación que ya tenía respuesta: ¿Dónde estaba el barbijo? Luego una mención a la cercanía del otro (marmota) y una mención a un niño.
Seré breve. «Infeliz» y «pelotudo» fue la puerta de entrada de los dedicados y esforzados adjetivos que le dedicó al pandémico propio (que no abrió la boca). Al otro ni siquiera lo miró.
Cuando finalizó su elocución se fue a grandes zancadas e imaginé que la cosa iba a continuar.
Entre la poxilina y mi elegancia ferreteril, otro día en el Paraíso había transcurrido.
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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