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Call center: explotación y marketing

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Los call centers ya emplean a 50.000 personas, sobre todo jóvenes, en condiciones de presión y precariedad enfermantes, como resultado de un trabajo donde lo que vale es la obediencia más que la productividad, mientras se le miente a los clientes para garantizar ventas. De las promesas de marketing internacional a la realidad de garaje. Los modos de organización, incluido un sindicato horizontal, narrados a lavaca por algunos de los que no se resignan al cerebro teleperforado.
Primer acto: Lucas, 21 años, está feliz. Logró ingresar en un call center de Buenos Aires llamado Sprayette (en el aviso figuraba como un contact center internacional, suena mejor) y va a ganar 650 pesos vendiéndoles a lectores españoles, en castellano neutro, la suscripción para el diario El País de Madrid. El País contrató a un call center español, que subcontrató a Sprayette de Argentina, que subcontrató a una agencia de colocaciones bonaerense, que convocó a Lucas. Tal vez logre convertirse en un team leader o en un supervisor.
Segundo acto: Lucas descubre que las posibilidades de vender una suscripción son de 1 contra 80, pero se esfuerza en castellano neutro. Sus jefes lo rodean cada vez que hace un contacto, gesticulan a su alrededor y le piden que mienta para convencer a los españoles. Lucas obedece, y miente. Ellos celebran. Luego le hacen pagar, como a todos los demás, parte del regalo de cumpleaños para un supervisor: un equipo de DVD. Que los cumpla feliz. Lucas al menos aquí no vio lo que cuenta Sebastián, de Atento: una rubia hermosa, estudiante universitaria, metódica y cumplidora, haciéndose pis encima para no perder una llamada, por miedo a pedir ir al baño.
Intermedio: Al mes siguiente Lucas y sus compañeros reciben una pequeña sorpresa al cobrar su primer salario. Descubren que los 650 pesos se transformaron en 490.
Tercer acto: Lucas va a reclamar por el salario. Le contestan: “¿De qué te quejás? Por lo menos te pagamos en fecha”. Lucas, 21 años, no está feliz.
Break: Lucas y sus compañeros comienzan a hacer cosas impropias, como no querer participar en los cumpleaños de los supervisores, ni comer la torta que les convidan durante el “break”, el descanso de 15 minutos. Peor aún, empiezan a no festejar las ventas (actividad que suele ser acompañada con un griterío y aplausos agitados por los jefes y supervisores).
Cuarto acto: Sprayette decide presionar a una empleada para que se vaya, por su “poca onda”. El truco consiste en cambiarle el turno a esa joven que tiene un niño de 3 años y vive en Ituzaingó. Ella no puede cambiar de turno, la presionan hasta que renuncia. Lucas se indigna, se enoja, y toma una decisión que hace que la jefa de plataforma (la jefa de los supervisores) lo mire sonriendo y le diga en un castellano no precisamente neutro: “Andate, pendejo”.
Para comprender esta historia que Lucas relató a lavca y la evolución que tuvo luego, tal vez convenga repasar algo de lo que ocurre en el oficio con más crecimiento de la Argentina: el de operadores de call centers, o telemarketers (6.000 en el 2004, casi 50.000 actualmente). Ellos en una de sus páginas web prefieren autodenominarse Teleperforados, mientras otros están creando un Sindicato de Teleoperadores como para poder decidir, entre otras cosas, qué cumpleaños celebrar y cuál es la torta que quieren comer.
Por lo pronto, conviene aclarar que Lucas tiene 21 años pero no se llama Lucas, y que prefiere reservar su verdadera identidad, para evitar represalias.
Outsourcing, multiculturalismo y capacitación
Los avisos son impactantes: «Cubecorp Argentina incorporará a su Contact Center, candidatos para desempeñarse en sus funciones de representantes de Venta Telefónica. Formará parte de campañas de venta al mercado español para servicios de luz y gas. Requisitos: – Manejo de PC – Experiencia en posiciones similares (no excluyente) – Excelente manejo de relaciones interpersonales Ofrecemos: – Excelentes condiciones de contratación – Capacitación y desarrollo personal – Horarios part y full time – Ambiente de trabajo multicultural y profesional Zona de trabajo: Zona Norte de Buenos Aires, Pacheco Argentina, Buenos Aires Somos una compañía dedicada a proveer servicios de outsourcing informático a empresas en la Argentina y demás países de Latinoamérica».
Anuncios como este se encuentran por decenas en los sitios de búsqueda de empleo, o en los clasificados de los diarios. Algunos están directamente escritos en inglés. Las empresas se comenzaron a autodenominar «contact center» para escaparle al nombre call center (centro de llamados). Pertenecer a un centro internacional de contactos tiene ostensiblemente más glamour que ser un vendedor telefónico. De paso, la denominación tiene un costado sindical: los telefónicos tienen un mejor convenio que los empleados de comercio, donde en general encuadran a los teleoperadores. De todos modos, ninguno de estos marcos legales contemplan debidamente enfermedades típicas del oficio, como tendinitis, fuertes dolores de espalda y de cabeza, pérdida de la vista y la audición, agotamiento, o lo que los trabajadores de call centers definen como trituración cerebral.
¿Qué vende un call center?
Lucas, antes de Sprayette, trabajó en lo que llaman “un call center de garaje”, que se define por ser una pieza, sótano o literalmente un garaje “que ni luz tiene a veces”, con una sala con computadoras. “Y un vivo que descubrió el negocio” refiere Lucas.
Negocio poco iluminado, oscuro. «Era mi primer call center, me entusiasmé un montón: primero la entrevista, después la capacitación, y hacían mucho énfasis en la calidad de los productos, en la seriedad de la empresa, en el rol de los gerentes, en la capacitación permanente. Los que te capacitaban te decían ‘yo empecé como vendedor y ahora estoy en recursos humanos, nunca pensé que iba a hacer algo así, capacitándolos a ustedes’. Te daba una sensación de movimiento, de ascenso, de calidad», recuerda Lucas mientras su hija de un año le habla en un raro idioma que él parece comprender.
American Lab decía ser una empresa de laboratorios estéticos de California con sede en Florida, Estados Unidos. En 2001 abrió su primer call center en Buenos Aires. El negocio era fantástico porque, según decían, habían descubierto que los argentinos eran muy buenos para vender. Abrieron otro.
«En la entrevista nos decían que estaban muy felices trabajando en una casa antigua y reciclada de la zona norte de Belgrano. Que los productos eran maravillosos porque eran todos naturales. Que el público eran latinos de los Estados Unidos, muy simpáticos y amables, que te hacías amigo de ellos y que después te llamaban para comprarte, con lo cual, hacías mucha plata». Lucas pronto decodificó es que la primer venta se la habían realizado a él mismo: «El primer producto que vende un call center es su propia imagen», describe.
Al poco tiempo descubrió la verdad: American Lab no tiene ningún laboratorio en California, ni un call center en Florida, ni productos maravillosos y naturales. «Lo segundo que me vendieron son las condiciones de trabajo: me dijeron que iba a estar en blanco a los tres meses pero después se tardaron seis y muy poca gente llegaba a ese tiempo, la mayoría se iba o lo echaban a los 3 o 4 meses».
Según lo que vio Lucas en American Lab y luego en Sprayette, las personas que trabajan en call centers son:
* Estudiantes que ingresan porque las seis horas de trabajo que les proponen les dejan tiempo suficiente para estudiar, y no les piden experiencia previa. La mayoría son estudiantes de las carreras de Marketing, Publicidad, Ciencias de la Comunicación, Economía, e incluso Filosofía, Sociología y Derecho, a quienes les prometen que podrán ganar experiencia en lo de ellos y ascender a puestos mejores.
* Madres solteras, mujeres divorciadas, promedio de 30 años, que toman este trabajo con la idea de tener tiempo y dinero para cuidar y criar a sus hijos. “Trabajé también con mujeres profesionales, incluso abogadas que necesitaban más ingresos”.
* Inmigrantes que ingresan en los call centers de venta a España o a países latinoamericanos. Peruanos, bolivianos, colombianos o paraguayos que, por no tener papeles o por pura discriminación, no tienen otra chance. Completan el mapa los adultos que quedaron fuera del mercado laboral y ven esta posibilidad como último recurso.
Elecciones
¿Por qué se elige un call center como lugar donde buscar empleo? Porque justamente no hay mucha elección. Lucas: «Lo peor es que todos vamos a trabajar el primer día con la satisfacción de que estamos en algo serio, importante, digno. Por lo menos los inmigrantes no están en un taller esclavo 16 horas, las madres no están en un bar de mala muerte doce horas, donde las manosean y las explotan, el estudiante no esta en Mc Donalds, y así».
Agrega: «Mientras tanto tu familia piensa que trabajás para Telefónica, que estás en un lugar de futuro que progresa al ritmo de las telecomunicaciones. Lo que termina pasando es que también vos le vendés a tu familia y a tus amigos la imagen que el call center te vende a vos», concluye Lucas.
Tal vez forma parte de un mapa sociológico. Los trabajadores de call centers se criaron con las promesas primermundistas sobre la globalización, la competitividad, ganadores y perdedores en la sociedad de la información, el flujo veloz de datos y mercancías, trabajadores del conocimiento conectados en red, más libres, calificados y bien pagos, y demás balbuceos que tuvieron su momento de éxtasis –localmente- durante el menemismo.
Las familias invirtieron lo que pudieron en preparar a sus hijos, agendarlos y formatearlos para esa lógica, que termina mostrando esta faceta del outosourcing y el marketing internacional, desde un garaje oscuro, en negro, tercerizado y sin cobertura legal.
“Y aunque el lugar sea lindo, lo que ves es un desfasaje entre el lugar supuestamente internacional e importante, y lo sordo y extenuado que quedás por un sueldo ínfimo”, dice Lucas.
Pis encima
Atento Argentina es una empresa creada por el Grupo Telefónica para que funcione como call center (curiosidades de la época de la concentración: Sprayette también pertenece a dicho grupo). La necesidad de este tipo de sub empresas puede explicarse con un argumento obvio: «Atento fue creada por Telefónica con el único objetivo de precarizar las condiciones laborales de los trabajadores. Crearon un fraude para no contratarnos directamente», denuncian los trabajadores.
Sebastián trabaja en Atento, tiene 29 años y estudió para ser docente. Su relato echa luz sobre las condiciones de trabajo: «Tuve muchos oficios en mi vida: limpié baños, fui docente en escuelas en donde los pibes más que aprender matemáticas necesitaban afecto, vendí revistas en el tren y hasta fui personal trainer. Así y todo podía estudiar y rendir bien. El cansancio era físico y natural. El único trabajo que me quebró fue este», dice con la mirada perdida.
«Me quebró la cantidad de llamadas que hay que atender en pocos segundos –si no lo hacés la empresa te descuenta 50 pesos-, me quebró esa presión y también ver a otros compañeros mal. Por ejemplo una chica de 20 años, estudiante, muy bonita, muy inteligente, la típica niña prodigio, me tocó verla hacerse pis en el lugar de trabajo por miedo de ir al baño…», cuenta con angustia.
Atento inició una lucha hace casi tres años por mejores condiciones y para defender a los trabajadores que sistemáticamente son despedidos sin causa. Antes de 2003 trabajan 4.500 personas divididas en las sedes de Atento Martínez, Barracas y Mar del Plata. Según explica Carolina, compañera de Sebastián, la empresa empezó a ‘arreglar’ con trabajadores por sueldos de mil pesos. A los de Barracas, en su mayoría jóvenes de la zona sur, les ofrecían ir a trabar a Martínez, con lo que los obligaban a renunciar. Así quedaron apenas 500 trabajadores. El vaciamiento se efectivizó en junio de 2003. Un mes después Atento ya empezaba nuevamente a contratar pero con nuevas condiciones: 200 pesos menos de salario básico. Para la inauguración de esa nueva etapa, la empresa invitó a Néstor Kirchner y decoró con plantas, flores y alfombras el edificio. Sin embargo, ni bien terminó el acto, quitaron toda la escenografía: “Ni las flores dejaron”, cuentan los chicos.
Según explican, es política de la empresa cambiar, rotar, renovar a los trabajadores y sobre todo a los que tengan más potencial de organizar alguna revuelta. En esta empresa, los trabajadores llevan en su haber tres tomas del edificio y siguen de pie ahora no solo contra la opresión de la empresa sino también tratando de huir de partidos políticos de izquierda que intentan regimentar al resto (en esta lógica, se sabe, los que no quieren ser regimentados son acusados por los partidos como “oficialistas”, “contrarrevolucionarios” y floridos adjetivos de ese tipo).
Sebastián cuenta una de sus teorías: “En Atento nunca estás en paz y nunca estás en conflicto. En otros lugares trabajás hasta que llega el conflicto, hay paro, dura un día o dos. Negociás con el patrón, termina el conflicto y volvés a trabajar bien. Acá nunca estás en conflicto salvo cuando hay despidos masivos: se organiza la pelea por la reincorporación pero cuando termina no estás en paz, seguís presionado, siempre en conflicto con este trabajo”.
Carolina cuenta que la reprobaron en un parcial que rindió justo cuando fue la última toma de Atento de la que ella participó hace casi un mes. Razones del bochazo: “No pude pensar bien, estaba saliendo de una situación de encierro y de violencia y pienso, pucha yo quiero que acá mejoren las cosas pero también me quiero recibir…”.
Puse mucho de mi vida
El trabajo implica una presión enferma física y mental, y un dilema referido a la propia identidad: “Tenemos otras vocaciones e intereses y estamos peleando por ser telefónicos. Y la verdad es que nadie quiere ser telefónico por deseo propio”, confiesa Carolina. Agrega: “Muchas veces me preguntan ¿de qué trabajas? Y aunque no me da vergüenza, no puedo sentirme orgullosa de mi trabajo. Además soy millones de cosas antes de trabajar en un call center”.
Sebastián se suma: “No sé si quiero ser telefónico, pero es la herramienta que veo como para que mi ahijado no trabaje en un call center así. Que sea un oficio como el de carpintero. Por mí, que desaparezcan, pero como no va a pasar, nos queda pelear”.
Según las estimaciones oficiosas en estos lugares cerca del 70% de los trabajadores padecen desde problemas psiquiátricos, pérdida de la audición, nódulos en la garganta, tendinitis, hasta enfermedades de la espalda y de la vista, entre otras, donde ya ni enumeran lo que parece natural: el estrés, el agotamiento. Lucas: “Las propias empresas pusieron el límite de 6 horas no por solidarias ni por bondadosas, sino porque saben que más allá la persona ya no sirve para nada, y su rendimiento cae totalmente”.
El último caso que sucedió en Atento le tocó a una joven asmática: “Pusieron el aire acondicionado muy caliente y despidió unas partículas tóxicas: se le cerraron los bronquios, se desmayó, no podía respirar bien y se la llevó una ambulancia que tardó media hora en llegar. Estuvo dos días internada porque no se le cortaba eso que había respirado. Todos los que nos quedamos teníamos un dolor de cabeza terrible por ese olor que estuvimos respirando”, recuerda Cristina.
Sebastián responde por qué vale la pena quedarse y no renunciar: “Yo puse mucho de mi vida acá. Quiero que esto sea un trabajo digno”.
Último acto
Detalles de la vida de Lucas en Sprayette:
* La diferencia entre el sueldo prometido y el real se debe a que era muy difícil la campaña de suscribir a españoles al diario El País. “Al hablarte de 650 pesos metían gente. Cuando nos encontramos con 490, los de Sprayette nos mandaron a la agencia, y viceversa”.
* Lucas calcula la proporción en contra de 80 a 1 para encontrar a un lector de El País. “Pese a que es el diario más leído, con 500.000 ejemplares, hay 40 millones de españoles. Cuando encontrábamos a un lector del diario, los supervisores se nos venían encima para que les dijéramos cualquier cosa con tal de asegurar la venta. Nos pedían que mintiéramos. Les decíamos que por el diario de 1 euro les íbamos a descontar 70 céntimos por día de su cuenta bancaria. En realidad, se les iba a cobrar todo junto, pero era un modo de engatusarlos. Si lo lograbas, los supervisores empezaban a gritar y aplaudir: ¡grande, puto, hicimos la venta!
* De la venta por un total de 100 euros (400 pesos aproximadamente) al teleoperador le quedan, limpios, 3 pesos.
 El mal humor de muchos teleoperadores los alejó de tales festejos. Durante el cumpleaños del supervisor al que le regalaron el DVD con el dinero que obligaron a poner a todos, los encerraron en la plataforma para obligarlos a celebrar y no tener su break aparte.
* Comenzó la presión con una de las jovenes teleoperadoras, obligándola a cambiar de turno, cosa que ella no podía hacer. Sus compañeros la incitaron a seguir trabajando en su turno hasta que ella dijo: “Basta, no quiero pelearla más”, y se dio por renunciada.
* La jefa de plataforma apareció sonriendo “como sobrándonos” cuenta Lucas, para borrar de la pizarra el nombre de esa joven y de otra que en realidad había pedido día de estudio. Lucas discutió con esta mujer, y finalmente él mismo se borró de la pizarra. “Estaba perdiendo mi propio trabajo, pero no pude aguantar el modo en que se reía de nosotros, cómo nos estaba sobrando”.
* “Le dije que alguna vez se iba a acordar de toda la gente que estaba jodiendo. Me contestó: Andate, pendejo”.
Algo está pasando
El fin de la historia es paradójico. Lucas consiguió trabajo en Atento, donde ha confirmado que la lógica de estas empresas responde a un molde nuevo: “La productividad no está medida en relación a las ventas, sino a la obediencia del operador. Lo importante para ellos es que cumplas el tiempo de entrada, de salida, el tiempo del break. No se valoran tus ventas, sino tu nivel de conexión a la máquina y de docilidad. Me cuesta encontrarle explicación, pero se ve que la productividad para ellos es que después de un tiempo te destruyeron el cerebro, y directamente te conectás todo el tiempo, levantás llamadas al ritmo que ellos quieren, y la ventaja es que no tenés otra cosa en la cabeza”.
Más detalles. Atento, para evitar los conflictos con los empleados que piden el pase al convenio de telefónicos, está transfiriendo sus propias tareas de call center de las telefónicas, a Action Line, por ejemplo, mientras recibe campañas de otro tipo de empresas (lo cual evitaría que se la considere una subsididaria de una “empresa telefónica”).
El negocio promete seguir adelante. Lucas cuenta que el Banco Río, con 40 operadores propios, logró la venta del 40% de sus productos bancarios. “Ahora hacen la apuesta de contratar a Action Line, para poner 100 telemarketers”.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

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Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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