Nota
Educar en Babilonia: entre el Tigris y el Éufrates. Por Carlos Melone

La mirada de Carlos Melone, docente y especialista en pedagogía, sobre la educación en pandemia y después: la escolaridad, la teledocencia, las falsas discusiones, la mirada porteñocentrista, las acusaciones y el eterno mientras tanto: “Mientras tanto los y las docentes seguimos contestando mails y wasap un domingo a la tarde; evaluando trabajos en feriados; llenando planillas kafkianas; puteando creativamente; cometiendo dislates, errores y horrores y celebrando algunos aciertos que entibian el alma. Como siempre, pero un poco más que siempre”.
Por Carlos Melone
Las discusiones sobre la escolaridad tras un año y medio de pandemia no parecen mejorar.
Nada parece mejorar.
La tensión entre la poderosa tradición de la presencialidad, tan cara a nuestra formación en la vida, a nuestras formas de vida social, a la escuela clásica y a la historia con el brutal surgimiento de lo virtual ante la emergencia sanitaria está lejos de resolverse.
¿A cuántos les interesa resolverlo?
¿A quiénes?
Hay un anhelo por “volver a las aulas” que parece llevarse puesta cualquier reflexión acerca de lo virtual y sus beneficios potenciales y reales. La bimodalidad o integración de presencialidad/virtualidad como posibilidad enriquecedora parece más un discurso de corrección pedagógica que una opción a explorar y desarrollar.
Mientras tanto docentes de todos los niveles remamos contra nuestros propios límites y esa pesadilla llamada “contexto”.
El “contexto”…
Una construcción eufemística que parece explicarlo todo y que no señala nada: no da cuenta de logros ni de fracasos; no denuncia ni enuncia; no se trata de una explicación cultural o de otro tipo porque, en los límites del absurdo, dice que es Todo.
¿Cómo lidiar con el Todo desde nuestra pequeña finitud?
¿El “contexto” es posibilidad o vallado infranqueable?
¿El “contexto” es “lo real”?
¿En serio?
El eje de muchas discusiones (más bien griteríos) como el planteado acerca de presencialidad/virtualidad gira alrededor de lo que ocurre o no ocurre en la Santa María de los Buenos Aires, Marquesado del Larretismo. Se repite, como a lo largo de nuestra historia, una mirada porteña para interpretar situaciones, no importando si los intérpretes son de la agrupación azul, amarilla, roja o gris estrella. Lo que pasa en la Capital Federal (devenida en la desabrida formulación CABA) es lo que pasa en el país.
No es así.
Pero la mirada sigue pertinaz. Una y otra vez.
Ni siquiera participa del ágora discursivo la inmensa y heterogénea provincia de Buenos Aires a veces reducida al (otra desabrida formulación) AMBA o a la absurda equivalencia de la Ciudad de Buenos Aires con nuestro particular Conurbano.
El AMBA puede ser una delimitación sanitaria sensata y coherente. Imagino que sí. Pero somos Universos diferentes. En el Conurbano somos muchos, distintos, complejos, volvemos a ser muchos, muchísimos y el sistema escolar debe dar respuestas donde no hay analogías posibles con la opulenta Santa María de los Buenos Aires.
Ni siquiera hay analogías entre zonas del propio Conurbano, fracturado, desigual, hostil y hostilizado, malherido, peleador, protector.
Claro que somos africanos.
A mucha honra.
Provincia de Buenos Aires ofrece un colorido repertorio de reflexiones educativas (sombrías y luminosas) para hacer.
No hay caso.
Ni hablemos de Misiones, La Pampa, Mendoza, Jujuy o Santa Cruz.
El ombligo del mundo es la ciudad de Pedro de Mendoza y Juan de Garay.
Y mientras tanto “pasan cosas” como sostuvo el inefable filósofo nacido en Tandil, devenido Presidente de esta tierra de sucesos sorprendentes y siempre cobijado por las luces de la Capital Federal de esa metáfora llamada República Argentina.
Cosas como una reciente y curiosa decisión del Consejo de Ministros de Educación de la Nación que señaló la necesaria aprobación del 70 % de los objetivos de aprendizaje para pasar de año, supongo sin demasiado esfuerzo que bajo la presión de no bajar el nivel y mostrar a la población su preocupación por el devenir cultural de la escolaridad obligatoria.
La mensura de tal propósito, los formatos para recortar el 30% que estaría sobrando como requisito mínimo, entra en el territorio de una imaginación de la cuál carezco.
No parece ocupar el centro de la escena reflexiva (si tal cosa fuese posible en un país donde se discute con argumentos de panel televisivo) la población que vive en situación de extrema vulnerabilidad económica (salvo algún discurso oportunista); la población carcelaria (personas en “contexto” de encierro) que intenta estudiar; las personas con alguna discapacidad que los pone en desventaja respecto de los demás o sencillamente las acciones apropiadas para los más chiquitos.
Ni sus docentes.
No parece ser el centro reflexivo y discursivo de la educación como reformular y repensar la escolaridad y por una vez, por una maldita vez, poner la educación al alcance de todas y todos en serio, sin pasacalles o banners.
Como hacer convivir la Galaxia Gutenberg de la dureza de la palabra escrita e impresa con el espacio fluido e inquieto de lo digital para que, reitero, por una maldita vez, la educación de un pueblo no sea el sensible macaneo de los orates de turno.
No parece que Unitarios y Federales, Creyentes y Ateos, Griegos y Persas, Chinos y Mongoles estén discutiendo eso.
Y si lo hacen no se nota.
Mientras tanto los y las docentes seguimos contestando mails y wasap un domingo a la tarde; evaluando trabajos en feriados; llenando planillas kafkianas; puteando creativamente; cometiendo dislates, errores y horrores y celebrando algunos aciertos que entibian el alma.
Como siempre pero un poco más que siempre.
Como siempre bastante solos mientras el griterío, las acusaciones, las imprecaciones impregnan el espíritu democrático que presume que la escolaridad va a solucionarlo todo.
Todo.
La escolaridad es una situación de oportunidades escasas, sobredimensionadas, ilusorias. Pero allí se tejen algunas tramas de vida que valen la pena, la tristeza y el esfuerzo.
A veces.
Mientras tanto, barbijos y pantallas juegan muchos juegos.
Parece, solo parece, que algunos (¿muchos?) destinos están sellados por una vida pixelada, de definición pobre, inestable que con o sin escuela genera más pesadillas que sueños.
Parece, solo parece, que algunos (¿pocos?) esconden bajo el necesario barbijo la mueca feroz del desinterés.
Seguro me equivoco, que seremos mejores y que hay que mirar la vida con optimismo.
Por supuesto.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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