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El partido de Néstor

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Néstor Saracho, joven director de cine, fue atropellado por un conductor ebrio y pasará el Mundial en la terapia del Hospital Argerich. Gambeteó a la muerte más de una vez, y el domingo se hará un festival para juntar fondos para su familia tras una operación clave. Metáforas maradonianas e historias mundialistas, para pensar la vida como un juego.

Por Sergio Ciancaglini

La fascinación de los mundiales logra que uno funcione en modo-fútbol.
Las incertidumbres sobre el FMI, el ajuste, el trabajo, el desempleo, el futuro o lo que sea, dejan lugar a enigmas inesperados que recorren nuestras redes neuronales: ¿será mejor que juegue Lo Celso o Biglia?
El modo fútbol hace que también se revuelvan los recuerdos. Rumbo al Hospital de Agudos Cosme Argerich recordé cuando Diego Maradona dijo “me cortaron las piernas”.
Maradona es autor de metáforas inolvidables. “Se le escapó la tortuga”, por ejemplo, fue dedicada al entonces presidente de Boca Juniors Mauricio Macri. También dijo, en esa lógica: “Los dirigentes de Boca son más falsos que un dólar celeste”.
Otra imagen fue “la mano de Dios”, pero la metáfora no fue la propia frase, sino haber hecho aquel gol en 1986, sólo superado minutos después por otra metáfora inconcebible y sin palabras, cuando gambeteó a todo el Reino Unido para hacer el mejor gol de la historia mundialista.
“Me cortaron las piernas” fue la metáfora de Maradona cuando se dopó, no pudo huir, y lo pescaron en el Mundial de Estados Unidos en 1994.
Argentina era gran candidato. La noticia de dopaje pinchó al equipo: sólo Ortega siguió tratando de jugar al fútbol. Los demás parecían el elenco de una película de zombis, lo que no impidió que volvieran a sus casas mucho más ricos pero quejosos por los sinsabores de la vida.
Estacioné en el Argerich y vi gente durmiendo en la vereda. No los familiares de pacientes haciendo sala de espera a cielo abierto, sino gente que vive en la calle, bajo una garúa helada. En el 2° piso, Terapia Intensiva, está Néstor Saracho: un muchacho de Villa Corina que trabajó con fábricas recuperadas, supo ganarse la vida como portero de escuelas, personal de mantenimiento, o lo que apareciera.
Es, además, cineasta a pulmón, periodista autogestivo, fundador de cooperativas (de cine, de edición de libros infantiles), asambleísta en defensa de la costa del Río de la Plata y todo lo que las pocas horas que tiene el día –y que tiene la vida- le permiten hacer.
Néstor es un artista, pero en su vida no suele haber metáforas: le cortaron una pierna.
El Argerich parece un hospital de guerra. En terapia intensiva especialmente están los atropellados, golpeados, accidentados o agredidos en estos tiempos densos. Conectados a infinitos tubos, todos allí están sedados, junto al abismo. Los trolls y parte de la idiosincrasia nacional se harían aquí un picnic de racismo ante estos y estas Maradona que no tuvieron el don de jugar bien al fútbol.
A Néstor Saracho le pasó lo siguiente. El sábado 3 de marzo a las 21.30 un borracho lo atropelló manejando un auto en la calle Espora de Quilmes, rumbo al río. En la misma maniobra mató además a Glays Romano, vecina de Quilmes y delegada de ATE.
Venían Gladys y Néstor de recorrer con decenas de vecinos y vecinas la selva marginal en la costa de Bernal, que Néstor y la gente de la Asamblea inspirada por Nieves Baldaccini han logrado defender del avance de las corporaciones y las especulaciones inmobiliarias. Por el principio aleatorio, o por milagro, se salvaron del accidente la mamá y el hijo de Néstor, Elba y Tobías. De 9 años, Tobías caminaba aquella mala noche junto a su padre con su telescopio para que los visitantes pudieran ver la luna llena y las estrellas.

No cualquiera vende cerveza el día que empieza un Mundial


Cuando el auto se llevó puesto a Néstor que de pronto desapareció de su lado, Tobías se quedó mirando a su abuela Elba y le dijo: “A papá se lo llevó el viento”.
Néstor Saracho sufrió golpes de todas las clases, muchos huesos rotos, la pierna izquierda había quedado particularmente maltrecha, se sumaron problemas de todo tipo, y finalmente hubo que amputársela, hace una semana.
En Terapia Intensiva hay un muestrario de la sociedad atropellada de muchos modos. En la sala de espera también. Gente pobre, que espera algo: signos, diagnósticos o al menos una ilusión. Hay un cartelito sobre cómo combatir septicemias y gérmenes, que tal vez se extiende a buena parte de la vida: “Está en tus manos”.
Elba y Cecilia, la actual pareja de Néstor, transmiten calma. No tienen los nervios que parece sufrir Jorge Sampaoli en su propia espera, ni hay quejas como las de los periodistas que se indignan porque no saben con certeza si Mascherano está en su mejor momento, o se irritan porque Messi nunca fue campeón del mundo. También se quejaba Maradona cuando dijo que le habían cortado las piernas, aunque en realidad siguió jugando hasta que el cuerpo dijo basta, se hizo técnico y gracias a eso ha seguido cobrando millones de dólares , por los que –al menos- no se queja.
Elba y Cecilia no ganan millones, pero tampoco se quejan.
Se abren las puertas, permiten entrar a ver a Néstor a Terapia Intensiva.
Cada habitación está separada de la siguiente por mamparas de vidrio. Se puede ver entonces la imagen de hospital de guerra. Todos están inconscientes, conectados a redes de tubos. En el caso de Néstor por esos tubos fluyen el suero, tres antibióticos muy fuertes, me cuentan, y no sé qué más. Hay dos monitores de fondo negro con números y coordenadas de colores verde, amarillo, azul, anaranjado. Los números y las coordenadas se mueven, palpitan.
Néstor es de los pocos en esa sala que abre los ojos, y empieza a mirar alrededor.
Los meses de hospital y de intervenciones lo han adelgazado de modo asombroso. Parece tener los ojos cada vez más grandes. Mira muy fijo, quiero imaginar que está imaginando una película futura. Uno de sus trabajos fue como empleado nocturno en la mesa de entradas de la guardia del Hospital Perón de Sarandí. Allí nació uno de sus cortos: Crónicas emergentes.
Néstor casi no puede hacer gestos, ni hablar. Susurra. Le llevo una revista Mu.
La mira y mueve los labios. Cecilia acerca su oído y amplifica: “Pregunta si es la nueva”. Le sostengo la revista. Con la mano izquierda, también conectada a tubos, Néstor hace movimientos muy suaves que hay que acompañar para dar vuelta cada página.
Bajo las mantas, se nota el vacío del lazo izquierdo de la cama. Yo tampoco puedo hablar. No se sabe si Néstor se ha dado cuenta de la operación. O si se da cuenta a veces, y luego olvida. En Crónicas emergentes escribía una frase en el libro de la guardia: “La alteración del estado de sueño-vigilia difumina los límites entre estar despierto y estar dormido” y anunciaba que había que hacer una cosecha de recuerdos. No me atrevo a preguntarle. Sólo nos miramos.
Cecilia toma después la mano canalizada de Néstor y le da besos en cada dedo, y en la palma. Néstor la mira fijo. En Los proyectores también sienten su voz en off postulaba la existencia de una organización: Besos sin fronteras. Cecilia se está ganando un lugar. Las lágrimas de ella caen sobre la mano de él, pero ella sonríe. Titilan los números: los monitores también sienten.
Elba saca algo de una bolsita con una sonrisa que en estos casos sólo puede ostentar una madre. Es una funda nueva, limpia, fresca, con la que cubre la almohada. Es difícil medir cuánta vida le transmite a Néstor ese gesto.
Los periodistas argentinos que se quejan están en Moscú. Tienen trabajo, comen gratis, les pagan mucho y parecen felices. Es lógico. En un espectáculo como el fútbol que puede verse sin ningún intermediario, lo mediático ha reemplazado al propio fútbol. Parece que lo que rinde mediáticamente es lo conflictivo, lo escandaloso, el griterío. Tienen que llenar horas de programación y mantener el rating.
Por eso en un programa vociferan entre supuestos periodistas para determinar si conviene jugar contra Islandia de un modo “agresivo” o “equilibrado”. La antigua noción de jugar al “fútbol” no aparece en el debate. Anuncian que se podrá ver después del corte a un simpático oso panda que manejan los propios movileros tipo ventrílocuo y que “causa las delicias de los rusos”. No hay que perdérselo.
En modo-fútbol sumo la información sobre el predio de la Selección y los dos millones de dólares que la AFA invirtió para que los jugadores se sientan “como en su casa”, con lujos inimaginables para seres comunes y corrientes (si es que hubiera alguien común y corriente en el mundo). El predio es grande, y entonces el cuerpo técnico usa monopatines desde las canchas hasta el edificio.
También en modo fútbol leo que los jugadores criollos en Rusia tienen mucho tiempo libre: entrenan dos horas por día, y alguna vez se les pierde una tercera hora cuando Sampaoli les da una charla técnica que soportan con estoicismo (ya se verá si trasladan a la cancha).
Las horas muertas parecen ocupadas por juegos de moda como el Parchis, que no es otra cosa que el museístico Ludo que antes transitaban los niños más lelos, y ahora en su versión digital apasiona a estos señores mayores y multimillonarios, cuyas habilidades futbolísticas tantas ilusiones nos generan en estas semanas.

Cada avión que llega a Rusia es un Arca de Noé


Por momentos todo esto suena un poco patético, o delirante, pero la clave es: tal vez no haya que mirar la realidad mientras se juega el Mundial, a riesgo de que nos arruine el entretenimiento.
En Terapia Intensiva las pantallas de fondo negro titilan y los líquidos fluyen hacia Saracho que le acaricia una mejilla a Cecilia, mirándola fijamente con esos ojos cada vez más grandes.
Avisan que termina el horario de visitas. La mano izquierda de Néstor se mueve débilmente, y me mira levantando el pulgar izquierdo. Está jugando su partido.
Salgo mirando las hileras de humanos rotos.
Otra vez en la sala de espera, Elba muestra algo que confirma que Tobías, el hijo de Néstor, es un Saracho puro y duro.
Se trata de un whatsapp con la foto del boletín del colegio de ese chiquilín de 9 años que está en cuarto grado. Tobías podría estar quejándose o generando problemas, según el lenguaje que no comprende que los problemáticos de este mundo no son los niños, sino los adultos.
Pero Tobías Saracho ha hecho algo distinto.
En su boletín hay tres 10, cuatro 9, dos 8 y un 7. No se sabe aún cuánta energía le generará ese boletín a Néstor cuando se lo muestren, ni tampoco si ese flujo se registrará en los dispositivos de medición de la vida del hospital de guerra.
Conviene saber algunas cosas:
* El domingo 17, un día después del partido Argentina-Islandia, jugarán Costa Rica -Serbia, Alemania-México y Brasil-Suiza.
* Como una cosa no quita la otra, se pueden ver todos esos partidos, festejar el día del padre quienes estén en condiciones de hacerlo y, además, desde las 18, ir a Corrientes 4626 al festival Todos por Néstor, en el que habrá feria, música y espectáculos para reunir recursos que Saracho va a precisar para seguir jugando su partido, para lograr otra hazaña.
El festival será bueno para Néstor y para quienes vayan y/o participen de algún modo, en tiempos en los que resulta toda una odisea hacer cosas con algún sentido. Es un modo de no resignarse a la sala de espera, y de actuar según lo que propone el cartelito del Argerich, cuando recuerda que muchas cosas están en nuestras manos.

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