Nota
Generación feedlot
Una mirada política sobre lo que encarna, piensa y ve una generación símbolo de una época, que ayer marchó en rechazo al acuerdo de instalar en Argentina granjas porcinas. Del antiespecismo a las «falsas soluciones»; el agronegocio, las quemas y la lucha contra la explotación de las vidas: lo que hay detrás de una careta de chancho.
Por Claudia Acuña. Fotos de Martina Perosa.
El grito se escucha desde la avenida Nueve de Julio hasta la Plaza de Mayo y resuena más fuerte frente a la Casa Rosada. Lo grita gente muy joven, en su gran mayoría chicas que llevan carteles escritos a mano sobre cartones o cartulinas para proclamar así consignas muy simples, que apuntan directo al corazón del sistema, y específicamente, a su forma de producir muerte.

Me explican con paciencia y en un tono sumamente respetuoso que hay allí quienes son “anti-especistas”, “ambientalistas” y otres que portan credos más tradicionales, pero que básicamente todas las personas que están caminando hacia Plaza de Mayo en esta tarde de viento helado coinciden en algo básico: “Estamos en contra de toda forma de explotación”.

Quienes se definen como “anti-especistas” consideran que entenderé más rápido si se definen como “veganos” y me señalan una mesita donde se reparte información sobre esta forma de relacionarse con los alimentos, que no se reduce a elegir qué se mastica sino qué se protege: animal es lo vivo y como tal, todes lo somos. Me lo repetirá después, de otra manera, la adolescente a la cual le pregunto qué significa para ella la nariz de chancho que se colocó por encima del barbijo, en el cual dibujó un planeta en llamas. Le advierto, antes que responda, que considere que tengo la edad en la que el porcino era el símbolo del “chancho burgués”. Con una seriedad conmovedora me responde:
-El chancho soy yo.
Flaubert en tiempos de pandemia.
Otra joven anti-especista me explicará luego que los animales “no humanos” son cruelmente explotados y considerar que esa explotación es diferente a la que sufrimos nosotres es producto de arrogarnos una superioridad moral tan prejuiciosa como el racismo o el sexismo. “Somos iguales, sufrimos lo mismo. Buscamos liberar de toda explotación a todo lo vivo”.

Voy comprendiendo así que las diferencias no son de matices, sino de prácticas concretas: qué comen, qué creen. Pero las cosas en común que hoy los hace coincidir en esta marcha están a la vista: el pañuelo verde del aborto legal, las bicicletas, el señalar al agronegocio como enemigo y a la insensibilidad como el virus. “¡Un poco de empatía, humanxs!”, proclama una de las cartulinas.
Una integrante de Voicot me explicará que la v corta refiere a la V de victoria y a la de vegano, que se definen como un movimiento artístico y que su objetivo es la liberación animal. A esta altura de la manifestación ya entendí que cuando pronuncia la palabra “animal” me abraza.

Hay carteles contra el acuerdo con China, por supuesto, pero eso no significa que el grito que acompaña durante todo el trayecto a esta marcha y resuena más fuerte aún frente a la Rosada no resulte tan diferente y, supongo, tan difícil de decodificar para el sistema político tradicional.
“Liberación” grita una voz.
La multitud responde:
“Animal”.
Tan fuerte, tan claro, tan simple.
Sacude.

Quizá – no estoy segura de nada después de oírlo repetidamente- ese grito represente el reclamo que nos hace una generación que se reconoce animal y no quiere ser explotada, y que a los gritos y en la callen nos escupe el shopping, la cajita feliz, las 4 x 4, la cinta para correr como hámster en el gimnasio y todo, absolutamente todo el estilo de vida urbano que construimos hasta aquí, de esta forma insana y en comunidad: la ciudad feedlot.







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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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