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Gracias, Susana

Murió Susana Torrado, socióloga argentina maestra de generaciones, una de las investigadoras y demógrafas más prestigiosas del país. En los cínicos neoliberales ’90 alertó a la sociedad sobre los “nuevos pobres” y el desprecio del gobierno menemista a la ciencia, anunciando el desastre, pero entre las exigencias de mejores sueldos y condiciones laborales para la comunidad científica, el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo la mandó a “lavar los platos”. Fue decana de Sociología de la UBA e investigadora superior del CONICET. También estudió el costo social del ajuste, y nos compartió su conclusión: el más grande se hizo en democracia. Ese ajuste nos dejó un país «centrifugado», según su propia definición: «Pulverizado y desparramado para todos lados». Como homenaje compartimos esta entrevista que la periodista Claudia Acuña le realizó en la edición 52 de MU, en marzo de 2012.
La máquina de aspirar recursos
Dos tomos contundentes repasan cada aspecto de lo que podríamos llamar “la máquina de aspirar recursos hacia arriba”. Una intelectual igualmente contundente, Susana Torrado, fue la encargada de coordinar esta investigación y, lo que es más importante, plantear su objetivo. ”Mi conclusión se parece mucho a la hipótesis que tenía cuando comencé a escribir el libro, cuando lo pensé: el ajuste no podía delimitarse sólo al gobierno militar”. Torrado se concentró, entonces, en datos y fechas precisas: 1976-2002. Así encontró lo que llama “la matriz de acumulación” que nos acosa desde la dictadura, pasando por Alfonsín y Menem, y llegando a la debacle de De la Rúa. Dirá Torrado: “El ajuste más brutal se hizo en democracia. Esto es científico y está comprobado en este trabajo. Ahora lo que yo interpreto de estos datos es mi opinión: entre el ajuste que se hizo en dictadura y el democrático hubo diferencias, y eso no es poca cosa”. Da un ejemplo: “No es lo mismo conseguir una empresa como Papel Prensa, a través de tortura y la confiscación, que conseguir una privatización a través de mecanismos legales, aunque sean semi truchos como lo hacía Menem. Digamos que el clima social no es el mismo, ni los objetivos de los gobiernos eran los mismos”.

Torrado interpreta también que la brutalidad de las cifras que corresponden al gobierno de De la Rúa hay que facturársela en gran parte al gobierno de Carlos Menem. “Ahí se consumó, durante una década, el país que se desmoronó en 2001. Ese proceso de concentración nos dejó un país centrifugado. En cada una de las áreas que fui investigando las palabras eran así: fragmentado, partido, segmentado; cada uno de los especialistas usaba calificativos parecidos. Yo lo uní todo con ese término: centrifugado que para mí describe cómo un bien social como la sociedad argentina toda fue pulverizado y desparramado para todos lados. Nos dejó el 2002, y creo que todo el mundo sabe cómo quedamos: desocupación, subocupación, falta de ingresos, trabajo informal… Prácticamente en todas las dimensiones de lo social dejó huellas, en general ,desastrosas. Y también políticamente parecía centrifugado: no se veía una fuerza política con ánimo y capacidad para salir de eso. Yo creo que se salió. Y que fue un milagro”. ¿De qué milagro habla Torrado? De cómo respondió la sociedad. Del “Que se vayan todos”.
¿Cómo sigue esta historia? “Digamos que de los niveles de pobreza que teníamos en 2002 se podía salir con sólo repartir sándwiches. Por cierto, este gobierno hizo mucho más que repartir sándwiches y eso mejoró bastante la situación de los que estaban peor. Pero estamos a oscuras: con la inmensa estupidez que hicieron en el Indec es muy difícil establecer los parámetros actuales y compararlos con los períodos anteriores. Al alterar el índice de precios se altera todo, porque es un indicador que necesitamos para sacar desde el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza hasta los de reparto. Más allá de estos datos, lo que es seguro y no admite discusión es que algo sigue idéntico de esa matriz de acumulación: hasta hoy ningún gobierno democrático pudo tocar ningún interés corporativo. Eso es lo que se está discutiendo hoy con el tema de la minería, por ejemplo. Por eso es tan importante ese debate.”
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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