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La recontra recuperada: IMPA, los obreros retomaron la planta

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Para la justicia son “okupas” y la policía los trata como delincuentes dignos de ser perseguidos por las calles de Almagro y Caballito en una represión de un entusiasmo antológico. Pero los obreros de IMPA acaban de volver a ocupar la fábrica de aluminio, con un objetivo quizás subversivo: trabajar. Ya negociaron la deuda con los acreedores. Qué significa “el empate” con el Estado del Superávit, que ignora a estas experiencias mientras subsidia a los monopolios y a los grupos concentrados. Y una idea sobre el futuro rol de las fábricas sin patrón.

“La situación con este tipo de Estado es de un empate. No pueden echar a los trabajadores de las fábricas recuperadas, no nos pueden liquidar, pero tampoco nos apoyan. El Estado apuesta a que estas experiencias caigan solas, o que la crisis termine adentro de cada fábrica, y nos matemos entre nosotros”.
No es lo único que opina Eduardo Murúa, uno de los referentes de IMPA, emblemática fábrica recuperada, que este martes 22 de abril volvió a ser ocupada por los trabajadores que habían sido desalojados por las llamadas “fuerzas del orden” cinco días antes: Murúa también considera que este tipo de experiencias mostró un camino que tal vez sea determinante en un futuro de la Argentina.
Quédese tranquilo
Murúa, que en 2005 había sido desplazado de la presidencia de la cooperativa por decisión de los trabajadores, y volvió también por la decisión de sus compañeros en agosto de 2007, aclara el estado de las cosas en IMPA, planta ubicada en Querandíes y Pringles, de Almagro: “Para el poder judicial quizás somos okupas ilegales, pero de hecho el juez levantó el vallado e hizo ir a la policía. Lo nuestro es más legítimo que nunca”. Merece recordarse que uno de los lemas del movimiento de recuperación de empresas es Ocupar, Resistir y Producir.
La situación había empezado a desencadenarse a comienzos de abril. El juez comercial Víctor Hugo Vitale anunció a los trabajadores que tendría que desalojar y clausurar la planta debido al pedido de quiebra por parte de dos acreedores. Hubo incluso un primer intento de desalojo impedido por los trabajadores. Murúa: “Hablamos con los acreedores, llegamos a un nuevo acuerdo con la mejor voluntad de parte de todos, y entregamos esos acuerdos en el juzgado el viernes 11. Nos cruzamos con el juez, todo en muy buen tono, le explicamos que habíamos solucionado el tema, y me dijo: Quédese tranquilo, Murúa, que yo lo resuelvo”. (Esto tiende a mostrar lo sinuosa que puede ser la frase “quédese tranquilo”).
Los obreros de IMPA, imprudentes, se quedaron tranquilos. Murúa y otros compañeros viajaron incluso a San Pablo, a cerrar un acuerdo con inversores brasileños para producir en la Argentina elementos para envases de aerosol.
Policías en acción
El martes 15, luego del último turno, cuando ya era una noche de humo en Buenos Aires y había sólo tres trabajadores en la planta, el juez llegó pleno de azul: 50 policías y vallas de ese color. Amenazó a los trabajadores con voltear la puerta y detenerlos. “Los compañeros aflojaron, abrieron y la policía se metió” narra Murúa.
Se produjo un enroque clásico, casi un modelo: policías en la fábrica, trabajadores en la calle.
Al día siguiente delegados de los trabajadores fueron a hablar con el juez, tarea que resultó absolutamente inútil. “No porque no hubiera reunión, sino porque el juez Vitale no quería oir lo que se le decía”. El jueves Murúa ya estaba en Buenos Aires, dejando el tema de los aerosoles para otro momento.
Se congregaron los trabajadores en la puerta de IMPA, y se sumaron también sus colegas de la Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados (ANTA–CTA), y de diversas entidades educativas y de derechos humanos. IMPA, una de las primeras recuperadas (mayo de 1998) fue de las que acompañó su experiencia instalando un bachillerato, un centro cultural, y apoyando además a muchas de las nuevas cooperativas que iban surgiendo como respuesta al vaciamiento patronal de fábricas y al masivo desempleo que inundó el país desde aquel momento.
La concentración en apoyo a IMPA fue respondida por la Policía con el estilo que la caracteriza: argumentando que sus efectivos eran agredidos por los trabajadores (quizás el verdadero problema es que esta vez no eran 3 sino 300) comenzaron a reprimir a los manifestantes iniciando una cacerías a lo largo de los barrios de Almagro y Caballito, deteniendo a 16 personas y enviando a más de 20 al hospital. (No tuvieron la exclusividad, al mismo tiempo los obreros de la textil platense Mafissa también fueron reprimidos y encarcelados, en número de 18, por no aceptar el desalojo policial). En IMPA hubo un herido de bala de goma en el ojo, otro trabajador con fractura de costillas, y hasta un vecino preso como saldo del choque, al servicio de la comunidad.
Cómo ganar 12.500 más IVA por mes
Las reuniones con el síndico Alejandro Debenedetti tampoco fueron excesivamente exitosas. “El problema que tenemos con este hombre fue que los anteriores inversores asociados al anterior consejo directivo de la cooperativa, aceptaron el pedido del síndico de pagarle 12.500 pesos más IVA por mes como honorarios por su gestión. Cuando nosotros nos hicimos cargo en agosto de 2007 le dijimos que era imposible pagar esa cifra, y le ofrecimos 5.000. Él nos contestó: quiero las 15, quiero las 15, por las 15 lucas que le daban los otros. Al final no aceptó tampoco nuestra oferta, y se nos puso en contra. Eso empeoró todo”.
Tras la represión, los trabajadores de IMPA continuaron reuniéndose frente a la puerta y organizaron un nuevo acto en el cual anunciaron que el miércoles 23 de abril, sí o sí, entrarían a la fábrica. Murúa: “Anunciamos simplemente que íbamos a entrar, y sin dejarnos pegar. Creo que eso fue determinante, porque el martes 22 el juez levantó las vallas y sacó a la policía”. Los trabajadores hicieron una asamblea en la calle y decidieron volver a entrar a la planta. “Y ya estamos trabajando”. IMPA tiene una cartera de más de cien clientes, entre los que se encuentran Bonafide, Inecto y Sidra Del Valle, entre las primeras que nombra Murúa.
El negocio y la autocrítica
Los trabajadores creen que lo que se cortó con toda esta historia es un enorme negocio inmobiliario, tras el cual estaba el grupo inversor que aprovechó las grietas entre los trabajadores para hacerse de la fábrica entre 2005 y 2007, con el fin de liquidarla, promover retiros pagos, y disponer de un predio fabril en una zona de alta valuación inmobiliaria. Esto se pudo intentar debido a que en 2005 el propio Murúa había sido cuestionado por sus compañeros, y desplazado de la conducción de la cooperativa. lavaca presenció –y publicó- asambleas en las que se reprochaba a Murúa su excesivo vuelco a cuestiones externas a IMPA. “Estuviste demasiado lejos, y te olvidaste de lo que pasaba aquí” le dijo una de sus compañeras, de unos 60 años.
Una paradoja: la cooperativa no representó un modelo horizontal, y se recostó sobre un esquema bastante “gerencial” de funcionamiento interno, mientras hacia afuera Murúa participaba dando la cara y poniendo el cuerpo en diferentes conflictos, como presidente del Movimiento de Empresas Recuperadas. Murúa: “Yo hice un autocrítica sobre eso. La verdad es que traté de trabajar en función del conjunto del movimiento, en momentos en que había muchas luchas que también requerían acompañamiento”. El propio MNER sufrió nuevas fragmentaciones mientras IMPA quedaba en manos de una conducción en la que estuvo involucrado el abogado Luis Caro, presidente del otro Movimiento, el de Fábricas Recuperadas, aunque Murúa reconoce que no sabe qué tipo de conflicto generó que Caro se retirase de ese intento. Algunas empresas “fragmentadas” del MNER también fomentaron la posibilidad de quedarse con la conducción de IMPA, sin éxito. Murúa: “Los trabajadores dieron vuelta esa maniobra, y en agosto la asamblea echó a la anterior conducción, y ahí volvimos”.
La derrota del empate
Todas estas farragosas internas (que además han centrifugado a muchas fábricas de los movimientos, hacia posiciones más serenas o más radicales, según el caso) son lo menos interesante y productivo de las fábricas sin patrón.
-¿Cómo percibe actualmente el proceso de fondo de las fábricas sin patrón?
-Creo que gracias al sacrificio de los trabajadores, se abrió una posibilidad enorme: que la clase trabajadora, en una nueva crisis –que va a haber- va a elegir el camino de quedarse en la empresa y recuperarla. Fuera de eso, la situación actual de cada empresa es débil, porque estamos en un empate. El Estado no nos puede sacar, desalojar ni matar del todo, pero tampoco nosotros tenemos la fuerza suficiente para imponer las políticas públicas necesarias para fortalecerlas.
-¿Y qué pasa si sigue todo así, empatado?
-La situación sin conflicto ni cierres, puede terminar en fracasos importantes.
-¿Por qué?
-Porque si no podés pelear por cambiar las políticas públicas, la crisis se te mete adentro. Cada vez vas quedando más desactualizado tecnológicamente, fuera del acceso al crédito, sin apoyo, fuera de los mercados fuera de los nuevos parámetros de calidad, y en algún momento te quedás afuera. ¿Y qué pasa ahí? Que la implosión se da adentro. Empiezan a caer los salarios, los trabajadores cuestionan a la conducción diciendo que se roban todo o son ineficientes, la conducción cuestiona a los trabajadores diciendo que hacen las cosas mal.
La resignación es un viaje de ida
Murúa cree que esa implosión “es la que espera cualquier Estado capitalista. Que la experiencia se muera sola, mientras subsidian a las grandes empresas y los monopolios imponen las condiciones del mercado. En el fondo esperan eso: a estos no los podemos desalojar, ni siquiera tienen a dónde ir. No les demos guita ni nada, y que se maten entre ellos”.
Todo un dilema para meditar cómo hacer frente al futuro, sobre todo si Murúa tiene razón y las fábricas sin patrón son un modelo posible para que los trabajadores no se resignen a la obediencia y al desempleo.
O para que se rebelen al inquietante destino de matarse los unos a los otros.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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