Nota
La epidemia cubre-bocas
(por Romina D´alfonso, de lavaca y desde DF) El jueves 23 de abril a las 23 horas el gobierno mexicano decretó la emergencia sanitaria y la suspensión de clases en todos los niveles en el Distrito Federal y el estado de México a raíz de la expansión de un virus del que se sabe poco y nada. Lo poco que se sabe es que es un virus mutante que ataca a las vías respiratorias y sobre el que no existe vacuna alguna y su capacidad de acción es alarmante. Se denominó científicamente A/H1N1 y se lo llamó oficialmente “influenza por virus porcino”.
En un principio sólo se informó la cifra de muertos y afectados. Los datos eran escalofriantes: 49 fallecidos y más de 1000 infectados en pocas horas. Más tarde se comenzó a impulsar a la población a utilizar barbijos (aquí en México se denominan “cubrebocas”) y a lavarse las manos frecuentemente como modo de prevención, porque se detectó que el virus se encontraba en los objetos, persistía en ellos por 48 horas y el contagió se producía persona a persona. “No saludar de mano ni de beso” era la consigna mediática. Recomendaban no salir de las casas y aprovechar para estrechar lazos familiares.
Ser turista extranjero en México se convirtió en toda una aventura. Ahora no era el disfrute lo que estaba en juego, sino cómo sobrevivir en un país lejos de los afectos y tener que aprender a lidiar con la soledad, el miedo y el pánico.
Mientras tanto reinaba la desinformación y la que circulaba se contradecía. Las cifras iban mutando y la claridad desaparecía. Algunos hablaban de brote; otros de epidemia, mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideraba casi inevitable elevarla a pandemia. A todo esto, la Secretaría de Salud (Ssa) afirmaba que “la gripe porcina no era para tanto”, y la OMS aseguraba que “había que prepararse para lo peor”. Se comenzó a hablar de desabastecimiento y se recomendaba no hacer “compras de pánico”.
El 28 de abril Cristina Fernandez de Kirchner canceló todos los vuelos desde México a Argentina. Volver ya no era opción. ¿Cómo sobrevivir al caos en un país que no es tuyo? En una cultura y un país donde se exalta la muerte, mirarla de cerca se volvió parte de la cotidianidad.
Se decretó asueto laboral hasta el 5 de mayo y el Distrito Federal se convirtió, de un día para el otro, en una ciudad desértica. Hay poca gente caminando por las calles del DF y muy pocos autos circulando. Curiosamente, se puede disfrutar de un cielo sin smog.
El 29 de abril por la tarde y ante la muerte de un bebé en Estados Unidos, la OMS elevó a 5 el nivel de alerta por la extensión de la gripe en el mundo.
Ya el 30 de abril las cifras se elevaron: 176 fallecimientos provocadas por el primer virus; 8 por el segundo. Un dato del que nadie habla: sobre el virus influenza hay vacunas. Sobre el mutante porcino no. Todas las miradas están sobre el segundo descubierto recientemente, pero es el primero quien provoca mayor cantidad de decesos. Y otra pista: para el virus influenza
sólo hay un 1 millón de vacunas para los 20 millones de habitantes que viven sólo en el Distrito Federal.
El presidente mexicano Felipe Calderón tardó cinco días en aparecer después de poner en alerta a la población sobre el virus. México tiene un presidente considerado, para muchos, no legítimo. El supuesto fraude en las elecciones que lo llevó a la presidencia está en boca de todos. Y la sociedad cree que esta falta de credibilidad es lo que hizo retrasar su aparición. En el discurso que ofreció Felipe Calderón en cadena nacional no dijo nada nuevo. Sólo repitió lo que la población sabía y redujo cifras y afectados. Para entonces se hablaba de la muerte de 159 personas por epidemia de influenza no necesariamente porcina. Calderón confirmó que eran 7. Los chistes sobre su discurso aparecieron un día después. Consideran a México el único país en el que los muertos resucitan.
Los barbijos comenzaron a escasear y se expandió su precio a 7 veces más de su valor. A todo esto, el doctor Miguel Angel Lezama, director general de vigilancia epistemológica y control de enfermedades de la Secretaría de Salud afirmó con una desfachatez asombrosa que los “tapabocas” no servían para nada y que fue la gente por sí misma la que demandó ponérselos para sentirse más segura.
La población mexicana está desorientada pero mantiene la calma. Por la calle se puede ver a los habitantes del DF con diseños exclusivos en sus barbijos. Algunos llevan “tapabocas” en forma de mariposas, otros dibujan sonrisas y otros escriben mensajes en ellos.
Los mexicanos se preguntan por qué sólo en México hay casos de muertes por influenza.
Hoy se sabe que son 16 los decesos provocados por el virus, 11 personas del Distrito Federal de las cuales 6 pertenecen a la delegación de Tlalpan y no se aclara que es la zona de hospitales donde se encuentran los institutos nacionales de salud y particularmente el de las enfermedades respiratorias. Nada se sabe de los muertos. Felipe Calderón se niega a entregar la lista de difuntos. No se sabe tampoco cómo se llamaban los muertos, qué edad tenían, dónde vivían, cuál era su condición social, cuáles eran sus condiciones de vida, qué pasó con su familia.
Los medios hablan de censura y de autoritarismo. El pueblo mexicano sabe mejor que nadie que en el ocultamiento de la información reside el control del Estado. Y se sospecha que los muertos pertenecen a las capas más desprotegidas de la población y que el cierre de restaurants, shoppins y la suspensión de clases y de actividades culturales encierra nada más y nada menos la pretensión de aislar a los pobres de los que no lo son.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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