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Mover el futuro: la ex Petinari otra vez en manos de sus trabajadores

Los obreros reingresaron a la planta en Merlo de la cual habían sido desalojados. La solidaridad de vecinos y de otras cooperativas amigas. «Hicimos justicia», dicen.

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Los obreros reingresaron a la planta en Merlo de la cual habían sido desalojados. La solidaridad de vecinos y de otras cooperativas amigas. «Hicimos justicia», dicen.

Mover el futuro: la ex Petinari otra vez en manos de sus trabajadores

Trabajadores de la ex Petinari. Fotos: Néstor Saracho


La ruta 200 divide dos realidades opuestas. Son aproximadamente las 14 en el municipio bonaerense de Merlo cuando, de un lado, pasan 15 personas trotando, ropa deportiva, pecheras, pantalones cortos, como preparándose para una maratón. Del otro, una fábrica vacía, 30 trabajadores afuera -entre 29 y 62 años, la mayoría con ropa de trabajo, manos curtidas, dolores metalúrgicos- y un perro vestido con una pechera azul. Hace una semana, la fábrica estaba llena, con los 30 trabajadores y el perro adentro, pero fueron desalojados luego de haber ingresado a la empresa metalúrgica de semirremolques y volquetes que desde enero no le pagó sueldos, aguinaldos, los dejó sin obra social y los empujó a un paro que los llevó a estar siete meses en la ruta, subsistiendo con la colaboración de los vecinos y los automovilistas.
El desalojo los dejó nuevamente en la calle. Habían retomado la producción: ya tenían listas dos cajas para ser entregadas a los clientes. No sucedió: 50 efectivos entre infantería y Bonaerense llegaron acompañados de la fiscal Adriana Suárez de Corripio, de la UFI N°8 de Morón. Los trabajadores decidieron salir pacíficamente y evitar represalias. La cooperativa estaba en marcha: ya tienen la matrícula provincial, están tramitando la nacional y un proyecto de expropiación presentado por Miguel Funes (FpV) espera ser tratado la próxima semana en el Congreso bonaerense. Pero cuando cerca de la 14 de este jueves los 30 obreros vieron a los trotadores pasar, ninguno se imaginaba el futuro: esa misma noche la pasarían dentro de la fábrica sin dormir para poder concluir esa producción.
“¿Sabrán lo que se está gestando acá?”, pregunta un trabajador, mientras miraba a los corredores.
Lo que se está gestando lo dice Jorge Gutiérrez, futuro presidente de la cooperativa Acoplados del Oeste, que reunió a sus compañeros en ronda: “Vamos a estar tranquilos. Vamos a entrar y vamos a ser claros: a partir de ahora el control lo tenemos nosotros”. Los obreros se miran, toman confianza y se ponen en marcha.
El grupo se divide. Una parte avanza firme por el terreno lindero. La otra avanza hacia el portón de la fábrica. Les dicen a los de seguridad privada de la garita que van a entrar. Tres comienzan a tirar. Se suma un cuarto. Lo abren. Duró segundos. De repente, la fábrica. Es un paso. Entran “Ya está”, dice Miguel Ángel Colazo, 6 años en la fábrica, entre asombrado y confundido. “Ya está”, confirma Félix León, 7 años trabajando, casi en igual sensación.
La ruta quedó atrás, los trotadores ya no existían, los obreros empiezan a aplaudir. “Ya entraron”, dice Gutiérrez al escuchar el ruido mientras ingresaban por el terreno lindero. Se acoplan al griterío. La fábrica ya no estaba vacía, los 30 trabajadores ya no estaban en la calle, y lo primero que hace el perro con la pechera azul al entrar es acomodarse, levantar la pata bien alta y lanzar un potente chorro sobre la esquina de una columna.
No había dudas: el territorio volvía a recuperarse.

Acopladas las manos from Lunar Ocular on Vimeo.

Rebobinando

En la previa, los nervios se cortaron con partidos de fútbol-tenis en el estacionamiento de la ahora ex Petinari, la fábrica de semirremolques y volquetes que dejó a 200 familias en la calle sin aguinaldos, sin sueldos desde enero, y los empujó a reclamar durante siete meses en la ruta, a tomar la empresa, a comenzar la producción sin patrón, a ser desalojados por infantería, la policía Bonaerense y un fiscal, a volver a la ruta y a ingresar nuevamente bajo un sueño: mantener las fuentes de trabajo.
Carlitos, un vecino que los apoyó desde el primer día y se ofrece a volantear e ir de casa en casa para contar la historia de los trabajadores (“Así hicieron en Zanón, y fue clave”, recuerda este hombre de varias batallas), ofició de umpire, aunque de pie. En un tanto confuso, uno de los equipos se trata de apropiar el punto. “10 a 4”, gritaron. Del otro lado retrucaron: “Sumá uno para nosotros: ya parecés el contador de Grégori (ex gerente de la empresa, uno de los señalados por los obreros de dejarlos sin trabajo). Las risas explotaron.
“¿Lo viste a Negro”, preguntó un trabajador.
Negro es el perro que, desde el aguante en la ruta, acompañó a los trabajadores como un guardián. Siempre firme, el amor incondicional se lo ganó el día del desalojo: le mordió la mano a uno de los policías.
“¿Viste cómo está vestido’”.
El perro, recostado sobre la vereda al sol, luce una pechera azul.
Dice: “Acoplados del Oeste”.
“Acordamos que todos teníamos que venir con ropa de trabajo. Y él no podía ser menos”.

Mover el futuro: la ex Petinari otra vez en manos de sus trabajadores

Trabajadores de la ex Petinari. Fotos: Néstor Saracho

La justicia y el policía

Adentro, mientras los trabajadores entran y salen de los galpones para sacar mesas, bancos y los soportes de la carpa que comenzaron a rearmar sobre el pasto, habla Armando Etcheverría, 60 años, 9 en la fábrica, sector tornería: “Esto es una gran alegría. Vamos a ver qué pasa ahora. Estábamos trabajando y a punto de cobrar: teníamos dos cajas listas para sacar cuando fue el desalojo. Pero hay que seguir. Es difícil, sí. Mi señora trabaja, pero se bajonea. Acá hay que tener la mente fría. Porque te planteás muchas cosas, hasta qué significa la justicia”.
Dice que pasó la semana post desalojo tranquilo. “Sabíamos que íbamos a entrar. Todo fue para no perder las fuentes de trabajo. Muchos se quedaron sin obra social. Podés no trabajar una semana, dos, un mes, pero no ocho meses. Para una persona que trabajó toda su vida, eso te mata. Puede decirse que hicimos justicia”.
También redefine la noción de justicia Roque Gómez, 62 años, 9 años en la fábrica, soldador. Tiene cáncer de próstata y su despido empujó un dominó burocrático que lo dejó sin obra social. Rebotó de un hospital a otro cuando necesitaba un tratamiento específico. Hoy toma dos pastillas por las mañanas y otras durante las tardes. “Me despidieron a principiode año porque dije que al meterse el sindicato en el medio del conflicto, lo que se buscaba era la quiebra de la empresa. Acá éramos 400 empleados y cada vez fuimos quedando menos”. Gómez tiene la esperanza de volver a trabajar. “Por eso cada vez que viene gente me emociono: me siento apoyado”, dice, en medio de un predio que comenzaba a poblarse por la asamblea pública convocada por los trabajadores para las 15.
Minutos antes, cerca de las 14:20, una camioneta de la Bonaerense estacionó a metros del portón. Las miradas fijaron una única dirección. Un grupo de trabajadores se acercó al móvil. Eran un policía joven y una oficial. Los trabajadores les explicaron el conflicto. “A nosotros nos dejaron en la calle y ahora vamos a hacer una cooperativa”, comentaron. La respuesta policial: “Entren, trabajen, hagan un asado”.

Lo heavy

La asamblea pública comenzó pasadas las 16. Llegaron trabajadores de otras fábricas y empresas recuperadas, profesores, partidos políticos, organizaciones sindicales. Pasaron militantes del PTS, Partido Obrero, Izquierda Socialista, de la CTA, Quebracho y el Movimiento Evita, entre otros. Los que primero hablaron fueron los trabajadores.
Jorge Gutiérrez parado sobre la mesa bromea: cuenta que las veces que estuvo arriba de un “escenario” para dirigirse al público fue cuando cantaba en una banda thrash.
Ahora va a ser el presidente de una cooperativa de trabajadores en Merlo.
(Anotación personal en el cuaderno: “Eso es heavy metal”).
Gutiérrez agradece a cada una de las personas que se acercaron y hace una reseña del conflicto: los aguinaldos y sueldos impagos, el paro, la ruta, los despidos. “El sindicato (SMATA), si es que se puede llamar así, nos dejó tirados. La idea de la cooperativa la habíamos planteado en 2012, pero nos pusieron trabas a la hora de los papeles. Hoy somos 130 personas que apostamos. Hay gente que vendrá y se sumará después. Las puertas están abiertas para otros trabajadores. Estamos para que esos compañeros se jubilen dentro de la empresa. La única bandera que levantamos es por los compañeros de Petinari”.
A su lado, también parado sobre la mesa, ahora el que habla es Hernán Noir: “Ni nosotros nos imaginábamos llegar hasta acá. Lo único que queremos hacer es demostrar que somos capaces. Los patrones creen que porque tienen más plata que nosotros son los reyes del mundo. No es así, y más claro quedó cuando comenzamos la producción. Es lindo trabajar sin patrón y con los compañeros. Y lo más lindo fue que, cuando nos desalojaron, estábamos todos riendo: sabíamos que íbamos a entrar. Y también es lindo que llevemos el sueldo a nuestras familias, porque son ellas las que están atrás de nosotros. Esto es lo que nos tocó y es lo que elegimos. Somos una familia. Algunos nos llevamos bien, otros mal, pero la queremos mantener. Y nos parece un buen ejemplo para llevarle a nuestros hijos: ninguno se tiene que dejar pisotear. Esto te lleva a ser, o a intentar ser, mejores personas, porque para los males están ellos”.

Mover el futuro: la ex Petinari otra vez en manos de sus trabajadores

Trabajadores de la ex Petinari. Fotos: Néstor Saracho

Otro modelo, otra economía

Luego fue el turno otras experiencias de fábricas y empresas recuperadas. La asamblea pública se convirtió así en una clase magistral sobre política y economía difícil de encontrar en la universidad. El que primero habla es el representante de Cooperativa Frigocarne, de Cañuelas:
“Hace 11 años que somos una familia sin patrón. Somos libres, llenos de contradicciones, pero libres. Demostramos que los negros, los analfabetos, pueden manejar una fábrica. Es posible un país distinto, una fábrica distinta. No es fácil: hay miedo, desconfianza. Pero no necesitamos de los patrones para producir. En 8 años hemos puesto 8 millones de pesos en la planta. Estamos arriba del sueldo de convenio. Pero carajo: miren si no demostramos que podemos”.
Pablo Ledesma, de la cooperativa Unión Solidaria de Trabajadores, de Villa Domínico, Avellaneda, pasa al frente:
“Llevamos 11 años de autogestión, y gracias al vecino, pudimos recuperar el trabajo. Hoy tenemos una huerta agroecológica, una escuela, una cancha de hockey. Hay un modelo mucho mejor al capitalismo, y es el que construimos entre todos en comunidad”.
Franciso Manteca Martínez, de Textiles Pigüe (ex Gatic) aporta una observación clave de cara a lo que sigue: “Es bueno resaltar el inicio. Hay que ser muy valientes para ocupar, muy heroicos para resistir, pero también muy inteligentes para producir. Hay que juntarse con proveedores, clientes. Seamos inteligentes en el camino. Y no es fácil. Todavía necesitamos reivindicaciones, que nos igualen en derechos con los trabajadores de otros sectores, que no necesitamos monotributos. Todos podemos decir cantatas revolucionarias, pero hay que ser inteligentes”.
José Vasco Abelli, referente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, cierra: “Cuando empezamos a recuperar empresas en la década infame, en los 90, nos trataban de locos. Y copiamos el lema del Movimiento Sin Tierra: ´Ocupar, resistir y producir´. Este es el orgullo que todos tenemos que sentir como clase, como trabajadores que recuperaron la dignidad. Todos los días hay una nueva fábrica recuperada. Esa es la gran conquista: recuperamos la confianza. Hay más de 50 mil trabajadores autogestionados en todo el país. Fuimos inteligentes para apropiarnos de los medios de producción, y eso es lo que le duele al neoliberalismo y al capitalismo. Hay otra economía, y la hicimos nosotros”.

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Trabajadores de la ex Petinari. Fotos: Néstor Saracho

El mundo según Merlo

Hay en el predio risas, chistes, mate, fútbol. El clima volvió a ser otro. “Hay que meterle a la pintura de esa caja, esta semana tiene que salir”, le dice Jorge Gutiérrez a otro compañero. La carpa aún no estaba armada pero el pensamiento ya estaba un paso por delante: hay que producir.
“La sensación que tenemos es levantar la mirada nuevamente y ver que, gracias a lucha, volvimos a tener ilusión y nos pudimos unificar”, concluye Gustavo Machuca, 29 años. “Cada vez estamos más cerca del sueño de ser una cooperativa. Cuando supimos que quizá entrábamos otra vez, el tiempo y la ansiedad te comían. Me despertaba a la madrugada, no me podía dormir. Y ahora ver las máquinas y a los compañeros nuevamente adentro es algo que te motiva mucho. Estar acá y tener este apoyo es importante para que nadie pueda estafarnos la moral”.
Se suma Eber Moreno, 21 años en la fábrica, encargado de viga: “Era sabido que iba a pasar el desalojo. Espero que, en este caso, la segunda sea la vencida. Volver al trabajo es lo que más nos importa hoy por hoy. Porque el tema de la plata ya fue. Negociar nuestro sueldo no nos sirve: para qué vamos a financiarles eso, si sólo sirve para que los patrones se llenen los bolsillos. Lo que nos importa es esto, que es nuestro. Falta un poquito, pero no nos va a sacar nadie”.
Sigue Machuca: “Pasamos la primera vez acá adentro, después vino el desalojo. Esta segunda vuelta nos ayuda a estar más aferrados y compenetrados: nos hicimos más fuerte nosotros. Nuestro sueño ya se está haciendo realidad. Nos estamos fortaleciendo cada vez más. Esto ya es parte de nosotros. Yo sé que es mío, para mi familia, para mis compañeros y para mi futuro”.
El futuro es este rincón de Merlo puro presente, puro cambio, pura transformación.
Este jueves el mundo se movió un milímetro.
Lo movieron estas personas.
El tiempo dirá qué es lo ese milímetro empujó.

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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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