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Comprar con la cabeza

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El nuevo consumador. Es una tendencia que crece lenta, pero imparable. La impulsa un nuevo protagonista: el consumador. Personas que eligen productos elaborados sin explotación ni de las personas ni de la tierra. Sostienen, así, una red que no compite y se alimenta de otras redes que se tejen por amistad, donde conviven la autogestión, la ecología y la libertad.

Comprar con la cabeza

La nueva especie que decide la suerte de esta cadena de producción de vida merece un nombre nuevo: consumador. Una palabra que creamos y criamos junto a colectivos y organizaciones que forman parte del cambio. Consumador porque suma, aporta, integra. No compite, se relaciona, recorre y sostiene diversos espacios del mismo escenario, cuyo arquetipo es la feria, donde conviven bombachas de diseñadoras independientes con quesos agroecológicos.

“Ya no hace falta ir hasta el campo para buscar alimentos sanos”, dicen los Caracoles y Hormigas, una de las distribuidoras más jóvenes, formada por 5 miembros. Esa premisa les permite dar respuesta a la demanda de alimentos de calidad, sanos y sin explotación humana ni ambiental. Bruno, Vanesa y Federico son tres jóvenes sub 30 que integran la cooperativa que lleva más de 200 productos a más de 300 nodos y notan: “Se ha volcado cierto sector del consumo a este tipo de redes porque ya no quieren apostar al mercado comercial, entendiendo que inflan los precios, compiten y juegan con el consumidor. Hoy podés plantearte cambiar radicalmente la forma de consumir porque hay una respuesta”.

Puente del Sur, la distribuidora más antigua, tiene 12 miembros y llega a más de 500 personas, cuenta esta nueva tendencia desde la experiencia: “Están creciendo las compras colectivas, volviendo a la vieja lógica de juntarse con amigos, vecinos, parientes y hacer una compra mayor, colectiva”.

Las distribuidoras de alimentos agroecológicos y cooperativos se cuentan con una mano, y en su mayoría no reparten alimentos frescos: sí yerbas, aceites, quesos, productos de limpieza, fideos, libros y revistas como esta. Nacieron como forma de articular aquello que más le cuesta al productor: encontrarse con el consumidor que busca eso que él necesita venderle. Ahí es donde entran en este juego las distribuidoras sociales, porque establecen una cadena más corta (productor-distribuidor-consumidor), que lleva las producciones de los campos a la ciudad y de las quintas a las puertas de las casas.

La buena noticia: “Hay un crecimiento del fenómeno de las ferias”, asegura Malena Fellacara, politóloga de la UBA quien realizó el único trabajo teórico sobre las ferias autogestivas. Ese crecimiento se nota en algo raro: el impacto de este modelo comienza a ser estudiado por académicos. “Lo asocio a que, por un lado, hay más información sobre los alimentos, su toxicidad, quién los produce y también más cuestionamientos sobre el precio; y por otro lado, es un momento en el que los emprendimientos que surgieron con una lógica autogestiva maduraron y, con una conciencia más clara, están pensando en otras formas de hacer economía”.

Definición y cambio

¿Hace falta crear un nuevo término para definir algo nuevo? Respuestas:

Caracoles y Hormigas: “Podemos seguir diciendo consumidor, pero no consumista. El concepto tratamos de resignificarlo desde el lado de abastecimiento: cómo  uno aprende a  abastecerse”.

Puente del Sur: “El término consumidor se metió fuerte en los 90 y terminó reemplazando al de ciudadano. Nosotros, en cambio, lo politizamos: hablamos de un sujeto activo, que tiene el desafío de ser constante, consecuente con sus ideas, organizado”.

Fellacara: “Tiene que ver con pensar otros modos de entender el consumo; no como un acto aislado e individual sino como un acto social y político, que tiene una implicancia: ‘yo con este dinero que gané trabajando elijo este modelo de producción y no este otro’”.

Puente del Sur va más allá: “El hecho de decir ‘no quiero poner en mi café el azúcar manchada con sangre de Ledesma y por eso elijo azúcar agroecológica’ es un hecho político: estás eligiendo con quién compartir tu mesa. Tenemos que tomar conciencia del poder real que tenemos como consumidores”.

Las distribuidoras nos ayudan, también, a trazar el perfil de estos nuevos consumadores: “Básicamente, muchos jóvenes, familias y personas que comparten espacios de trabajo. Gente que ha reemplazado los productos del supermercado por compras comunitarias. De los 200 productos que tenemos, en general, los que siempre compran son yerba, aceite y productos de limpieza”.

Elecciones

Este nuevo consumidor también merece llamarse consumador porque, literalmente, consuma: lleva hasta el final ese circuito. Lo concluye, pero para que vuelva a empezar. Sabe que su compra sostiene a la red en el tiempo y en la intención. Es su socio vital, el motor y el final de toda la cadena. Su compra la financia. Su no-compra la desarma. Controla así la ética y la eficiencia de todo el sistema.

Hay diez preguntas clave que definen su función y que se hacen explícitas cada vez que elige un producto:

¿Quién lo produce? Evita el consumo de productos de empresas que explotan a sus trabajadores.

¿De dónde viene? Evita el consumo de productos cuya elaboración degrada el medioambiente.

¿Cómo llega? Se preocupa por la cadena de intermediarios que inciden sobre el precio.

¿Qué tiene? Se alimenta de manera sana, sin tóxicos ni agregados.

¿Cómo se hace? Evalúa cómo se produce el producto que se compra.

¿Cómo lo puedo preparar? Diagrama la dieta, intercambia conocimiento con el comerciante/productor.

¿Para qué? Distingue aquellos bienes y servicios realmente necesarios de los superfluos, aprovecha la variedad de los productos agroecológicos.

¿Cuánto sale? Busca el “precio justo”, sin plusvalía sino el que sostenga al productor.

¿Cuál es su nombre, señora? Vinculación con los productores/comerciantes, la feria como espacio de socialización.

¿Qué días está? Compra previendo que el circuito se sostenga, fomenta las redes de comercialización alternativas.

La idea no es molestar al vendedor con todas estas preguntas porque su compra es la respuesta. Así, otra de las características del consumador es la de romper el molde pasivo y limitado del consumidor/góndola, al cual el sociólogo Zygmunt Bauman describió de la siguiente manera: “aquel que busca una satisfacción rápida con compromiso cero, una relación breve e intensa con responsabilidad nula”.

Por el contrario, este tipo de redes le demandan un papel activo: por ejemplo, más esfuerzo para encontrarse con aquello que eligió y por eso quiere.

Tejiendo futuro

La separación fordista de tareas se vuelve, entonces, más compleja en esta nueva red: hay productores que distribuyen y comercializan, y consumadores que se acercan para vincularse y entender qué están tragando. La idea es que si les va bien a unos, les va bien a todos.

Más mezcla: “Ha habido casos en los que asesoramos a productores sobre cómo establecer los costos, para que no terminen autoexplotándose”, cuenta la distribuidora Puente del Sur. “Y los clientes también nos ayudan a nosotros: una de las camionetas con que distribuimos fue posible comprarla porque recibimos un gran aporte de una de nuestras consumidoras, que estuvo secuestrada durante la dictadura y decidió repartir la indemnización entre diferentes emprendimiento sociales, entre ellos nuestra distribuidora”.

Para poder aliviar las tareas de unos y otros se fueron construyendo redes que funcionan como contención y conexión y que pueden verse claramente en el caso de las distribuidoras y las ferias: consumidores que saben qué consumen (consumadores) y productores que organizan su producción (no desechan) en base a pedidos.

Los distribuidores también tienen su propia identidad y no se limitan tan solo a hacer circular la producción. Se preguntan, por ejemplo, hasta dónde y cómo crecer. “¿Usamos las mismas estrategias que tiene el sistema para expandir la comercialización o tenemos el desafío de ir construyendo otros canales?”, cuestiona Caracoles y Hormigas. Analiza Fellacara: “La comercialización es una de las etapas más complejas de los emprendimientos que surgen con lógicas diferentes: cómo vender lo que hacés dentro de un mercado que está regido por una lógica competitiva, feroz, individualista, cuando tu emprendimiento se rige por otras lógicas, y que, además, busca  activar un consumo más consciente. Ahí aparece la necesidad de construir mercados alternativos”.

La respuesta es el tejido de redes.

¿Cómo se tejen estas redes? “No es un movimiento orgánico, sino distintos espacios vinculados a una lógica más territorial, no como el sentido de trabajo de base que tiene, por ejemplo, un movimiento social. No es que hay algo que los engloba a priori, sino que surge por tejer lazos entre las propias experiencias, como forma de contención, que ayuda a la sostenibilidad de los emprendimientos”. Se generan así alianzas insólitas: mermeladas con libros, lavandina y carteras, afinidades creadas por la heterogeneidad de gustos del consumador o del distribuidor o del productor.  Llamémoslo por su nombre: Amistades.

Se genera así otro cambio radical del paradigma constitutivo del consumo: no hay competencia. Si se compite no se sobrevive: así es la ley del consumo en la economía social. Lo que en un lugar mata, acá fortalece. Dice Caracoles y Hormigas: “Lo que te une es compartir necesidades en común o problemáticas similares: discutir cuestiones de autogestión, el ‘cómo se hizo’, cómo abaratar costos, por ejemplo. También, en el caso de las distribuidoras, lo que vemos es que cada uno tiene su espacio y que podemos abarcar distintas zonas para complementarnos: es una locura que estemos trabajando en zona sur si hay compañeros que son de allá, y encima los fideos que hay que repartir los produce una fábrica recuperada de Quilmes”.

El desafío de este modelo parece entonces no “crecer por crecer”, sino encontrar la escala: ni más, ni menos. Puente del Sur: “No pensar con la lógica de ‘tenemos que tener un millón de consumidores’. Me encantaría que esto llegar a la mayor cantidad de gente posible porque eso significaría que algo en la sociedad está cambiando. Y desde ese punto de vista, somos una hojita en medio del bosque. Me encantaría que fuésemos muchas hojas, pero no para competir, sino para generar otro tipo de conciencia”.

El medio es el medio

El otro rol que cumplen estos circuitos es el de funcionar como grandes medios de comunicación. Dice Caracoles: “No hay que descartar que todo esto está vinculado con un montón de historias de lucha, problemáticas con la tierra, espacios vinculados a las asambleas ambientales, fábricas recuperadas. Hay todo un contenido: no es solo una circulación de producciones. La idea es apostar a un cambio desde lo productivo y la tarea de las redes es transmitir esas lógicas”.

Puente del Sur: “Nosotros escribimos una editorial todos los meses que repartimos junto al listado de productos, donde tomamos posición sobre ciertas cuestiones y remarcamos las ideas y las historias que hay detrás de este tipo de consumo. Tratamos de ser un medio de comunicación como red”.

También comparten con sus clientes, vía mail, un listado mensual donde promocionan los productos junto con los datos que informan quiénes los generan.

Equilibristas

Estas redes son autogestivas pero no autistas: se relacionan con el sector privado y el mercado de manera indefectible. Fellacara: “Por ejemplo, en la compra de insumos. Si sos productor de dulces caseros y tenés que comprar frascos y no hay un productor asociativo que los elabore, comprás en el lugar que te ofrece mejor precio y punto”.

“No es una economía aislada”, plantean los Caracoles y Hormigas. “Cuando se sacude el mercado, los coletazos que llegan al sector son peores, porque nunca estás bien parado”.

En este escenario incipiente, ¿qué formas de gestión han generado estas economías? Los productores cooperativos del Parque Pereyra Iraola hablan de la “libreta a mano”; las ferias, también. Las distribuidoras utilizan plataformas de Excel de manera básica y completada de forma casera. La escala humana que tiene esta forma de gestión manual parece responder a una necesidad de tener un soporte real y concreto para no abstraer el intercambio económico. El aquí y ahora funciona como un escaneo con el que estos proyectos leen la realidad: los cambios, las complejidades y las singularidades de cada consumador.

No es palabrerío: estas economías pueden, por ejemplo, mantener un mejor rango de precios frente a la inflación, al no entrar en circuitos financieros de pagos a plazos, ni al hacer acopio de mercadería. La lógica especulativa no corre, lo cual les origina tantas fortalezas como debilidades. El arte de la autogestión es de equilibristas. Por eso, las fragilidades se contienen con una red: “En marzo, cuando se dispararon los precios, algunos productores iban avisando que, por las dudas, iban a aumentar un 10 ó 15%. Nosotros justo estábamos armando la lista y nos preguntamos si teníamos en cuenta la variable del aumento o no. Decidimos difundir esto que estaba pasando entre nuestros consumidores, directamente. Les dijimos ‘está pasando esto, ustedes bien saben’, y les dijimos que no íbamos a aumentar ese mes, hasta que la cosa aclare. Sin embargo, teníamos en claro que después, cuando renováramos en stock, íbamos a estar en problemas si no juntábamos esa diferencia. ¿Qué hacemos? Otra vez abrimos el juego para que fueran los consumidores los que ofrecieran una propuesta. Y entre todos surgió la idea de colaborar a través de un bono solidario. Eso nos permitió comprar la misma cantidad sin bajar el stock”.

Otro punto importante, entonces, que marca el cambio en la gestión: en contra del oscurantismo y la especulación, la transparencia.

Modelos

En busca de esta sostenibilidad, además de los vaivenes del mercado, aparece otro factor desestabilizador: el Estado, en todas sus variantes. “Las ferias, generalmente, prefieren que no haya injerencia del Estado en la construcción de esos espacios”, dice Fellacara. “Pero pensar de que no hay injerencia es una mirada ingenua, porque la economía social está en permanente vínculo con el Estado, de una u otra forma: si no querés apoyo, promoción, subsidio, puestos, lo que fuere, perfecto, pero si aparece la policía cuando ocupás la calle o una plaza y ahí también está el Estado”.

La otra postura, cuenta Malena Fellacara “apoya el papel del Estado como nodal y necesario para la expansión de esta economía”. ¿Cuál prevalece? “El desafío es correrse de esas posturas y analizar cuáles son efectivamente los vínculos que tiene el Estado con la economía social. Pensando al Estado no como un actor homogéneo, sino todo lo contrario, palpable en los distintos niveles: el nacional, el municipal, los ministerios”.

Los Caracoles y Hormigas proponen una fórmula: “Nosotros antes de acceder a ciertos financiamientos lo que hicimos fue reflexionar si lo que hacíamos era sustentable o no. Que no sea dependiente de una inyección externa, sino que esa inyección ayude a acelerar ciertos procesos que de otra forma tardarían más tiempo”.

Puente del Sur define esta relación como “muy complicada”: “Muchas veces no se encuadra la distribución dentro del trabajo autogestivo; se ve como una actividad más de las comerciales o privadas. Está fantástico que vos apoyes a un productor en medio del norte de Mendoza haciendo tomates, pero al tipo, además, le tienen que llegar botellas para fraccionar la salsa, necesita una empresa de logística para sacar esa mercadería hacia los centros urbanos y una red de comercialización para llegar a los consumidores. Hoy están faltando todas esas conexiones con el Interior”.

Caracoles y Hormigas: “Todo este sector necesita cierto financiamiento. Nosotros encontramos que, desde la gestión nacional, se han apropiado mucho de lo que es la economía social, pero con otra intención. Buscan que el desocupado que no puede entrar en la economía formal desarrolle un emprendimiento, pero con una intención de re conectarlo a la economía formal, al sistema capitalista. Hay un acompañamiento, pero para volver a insertarlo. No para desarrollar otro tipo de economía”.

Lo que apunta Caracoles y Hormigas no es al subsidio económico o al acceso al crédito puntualmente, sino a profundizar este modelo: “Lo que falta no es solo el aporte económico, sino el ideológico. La discusión, la posibilidad de generar insumos de otra manera, de producir de otra manera. Si no, se genera un sector económico que no cambia nada y termina siendo el precario, el plan B o el patito feo, que sirve mientras no haya otro trabajo que te reconozca como trabajador formal, con derechos. Si no se empodera como sujeto trabajador al producir en la economía social, no pasa nada. No hay cambio. Y este es un sector que mueve muchísimo, pero para el Estado seguimos siendo parte de una economía informal. El debate, entonces, no pasa sólo por plantearle al Estado nuestras reivindicaciones, sino discutir la economía que queremos construir desde acá”.

Un ejemplo concreto demuestra qué modelo prevalece: “Para que un alimento orgánico sea certificado, tenés que pagar un sello, caro, que exige ciertos requisitos – que esté lejos de una ruta, que tu vecino no fumigue- que para un sector frágil y vulnerable se complica. Debería ser al revés: el que esté fumigado debería tener una etiqueta que te avise que se usaron agrotóxicos. Hay una legislación para lo orgánico, pero no para lo transgénico”.

Ser o no ser

¿Qué aporta la academia a este debate? Malena Fellacara critica desde adentro: “Se analiza la sostenibilidad de la experiencias autogestivas con la misma vara con la que se analiza una empresa privada capitalista: es decir si es rentable o no es rentable”.

Caracoles y Hormigas plantea: “Es un terreno donde se está avanzando de a poco, en el cual tiene que intervenir el sector académico para crear nuevas categorías. Este es un espacio de la economía social que no es netamente productivo: es también filosófico”.

Es cierto: al avanzar en la discusión, las palabras se van quedando cortas para describir economías no capitalistas, no explotadoras y que no persiguen la acumulación de ganancias. Fellacara: “Tenemos el desafío de construir categorías y conceptos de análisis distintos, propios de esta otra economía que no se rige por la acumulación de ganancias, ni por la competencia feroz, ni por el individualismo, sino todo lo contrario. Tiene otras relaciones que les son propias, tienen otros objetivos. Entonces, la sostenibilidad hay que pensarla desde un nivel más complejo, más integral y más plural”.

La tarea pendiente es no encuadrar la autogestión como un territorio en el cual el Estado y el mercado puedan eludir sus obligaciones: “Pensar la autogestión no como una bandera que se agita, ni tampoco como un resultado que tiene una fórmula, sino como una dinámica que hay que construir en el día a día del emprendimiento”, dice Fellacara.

Sacando cuentas

¿Qué hay, qué falta y qué estamos construyendo? Uno de los desafíos nodales de esta economía, coinciden estos referentes, tiene que ver con la llegada y el acceso a los productos: “No todos podemos acceder a los productos que se hacen con calidad. La demanda que ha crecido más es la de alimentos sanos y quienes los compran son de clase media”, dice Fellacara. A esa clase, justamente, le pesan los prejuicios que estigmatizan a este tipo de experiencias. Por un lado, están los que marginalizan: comprar productos de la economía social es comprar artículos de “segunda mano”. Pero al mismo tiempo, están los que snobizan: comprar productos que respetan la ética y la ecología es comprar “artículos de lujo”. Ambas estrategias persiguen lo mismo: que los consuman unos pocos. La diferencia: en un caso, persiguen bajar los precios; en el otro aumentarlos. Una y otra dependen de quién se beneficie con lo recaudado.

El precio no es un tema menor. Carga con un peso político, económico, ético y social que controla toda la cuenta. “Los productos, en esta economía, tienen un ‘precio justo’; un precio que no tiene plusvalor sino el puro trabajo que le está poniendo el productor”, explica Puente del Sur. “El precio justo no hace referencia a que es barato, sino a una transparencia en la conformación del precio donde uno puede explicar a dónde va esa guita, para que sepas que estás pagando laburo real”.

Ahí parece estar el desafío actual: “A veces tiene un precio que, comparativamente a un producto de supermercado, es mayor, pero es justo, en la medida en que no conlleva relaciones de explotación, ni laborales ni hacia el ambiente. Y por otro lado, es un precio justo para el consumidor que, en muchos casos, no tiene que pagar la cadena de intermediarios”. La posibilidad de vender más barato que en la economía comercial se imposibilita por una cuestión de escala: lo territorial y lo pequeño hacen al poder de esta economía, y a la vez la limitan. (No mencionamos en este punto los subsidios que reciben las corporaciones para no deprimirnos ni deprimirlos).

Caracoles y Hormigas: “El precio justo es el desafío de estos espacios. Esto tiene una producción social, pero también un precio razonable. Es lo que necesita la producción alternativa para que sea viable.  Nosotros arrancamos a la inversa: el productor nos pasa lo que él considera un precio justo y nosotros le sumamos los costos agregados: transporte, mantenimiento, fraccionado, tiempo de trabajo”.

El desafío

En el Mercado Bonpland el puesto más exitoso, lejos, es el de frutas y verduras. Lo atiende la cooperativa de productores familiares del Parque Pereyra Iraola, conformada por más de 80 personas, el 70% bolivianas. En las quintas de Berazategui, si bien confirman la tendencia, aclaran que la escala productiva queda grande para atender sólo el circuito de ferias. También venden a mercados mayoristas (Mercado Central, el de Tres de febrero, el de Avellaneda), donde ganan menos, trabajan más y denuncian: “No hay mecanismos de control que premien que tu cultivo esté hecho sin agroquímicos. Y en el mercado, el verdulero se lleva lo más barato”. Y lo más barato sabemos qué es: “Los cultivos con semillas híbridas tienen mejor rendimiento”, dice Carlos, tesorero de la cooperativa. Lo suyo es un lamento a medias: cuenta sin tapujos que él hace “aplicaciones de pesticidas de baja intensidad” porque “los productos entran por los ojos”. Define así a un tomate rojo, redondo y brillante frente a otro amorfo; o un morrón del tamaño de una taza de café versus el de los cuatro pliegos de cualquier verdulería.

¿Qué está queriendo decir Carlos? La cooperativa de productores familiares plantea que, de haber más ferias, ellos ganarían más – mucho más- y podrían trabajar con menos aplicaciones de pesticidas para combatir las plagas. Pero que, por ahora, se trata sólo de una “alternativa” que les da más margen, pero no el suficiente para subsistir: hay más producción que demanda directa. El modelo que relatan es el que trabajan de lunes a lunes desde tempranas horas de la madrugada hasta entrada la tarde. Tiene un nombre clásico: Realidad.

Realidad es, entonces, quién señala el otro desafío en construcción: “La periodicidad, la regularidad de las ferias frente al supermercado abierto todos los días las veinticuatro horas”, dice Fellacara. “Pero lo que se busca, además de poder multiplicar las ferias, es generar un consumidor consciente, que planifique su consumo, que sepa que el producto que va a encontrar ahí es totalmente diferente al del supermercado, para que después asista  deliberadamente al circuito de ferias y también, si quiere, lo construya”.

En eso estamos.

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