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A mano
Eugenia Bekeris, Azul Blaseotto y María Paula Doberti son tres de las artistas que concurren a los tribunales de Comodro Py con una misión: dibujar a los genocidas que están siendo juzgados por delitos de lesa humanidad. En estos días se decican a los 68 imputados en la llamada Megacausa Esma, un juicio que se extenderá durante el próximo año. La convocatoria la realizó HIJOS frente a la restricción de tomar fotos. “Vení a dibujar a los juicios de la ESMA. Clase con modelo en vivo”, proclamaron para que podamos tener registro de un momento histórico, que cualquiera puede compartir: las audiencias son públicas. Sólo se necesita ser mayor de 18 y llevar DNI para ser parte de esta batalla contra la impunidad.
Son tres de las muchas personas que desde hace casi tres años realizan el mismo recorrido: llegan en colectivo a los tribunales federales de Comodoro Py, suben las escaleras y recorren el largo pasillo que desemboca en la sala principal. Se sientan y observan. Sacan una hoja y un lápiz. Empiezan a dibujar lo que ven. No es menor: se trata del juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura militar.
Esta tercera instancia de la denominada Megacausa ESMA comenzó en noviembre de 2012. Allí están siendo juzgados 68 imputados, la mayoría de ellos ex miembros de la Armada, Policía Federal, Prefectura Naval Argentina, Servicio Penitenciario Federal y tres civiles. Por primera vez declaran los pilotos de los llamados “vuelos de la muerte”. Se investigan los casos de 798 víctimas y la razón por la cual estas tres mujeres –ahora sentadas frente a mí– dibujan lo que ven es, en principio, por una restricción técnica: si bien la audiencia es oral y pública, están prohibidas dos de las actividades que han funcionado, entre otras cosas, como registro documental ontológico a partir del siglo 20: filmar y fotografiar.
La agrupación H.I.J.OS, entonces, convocó en 2010 a distintos artistas visuales para que se acerquen a los juicios sin máquinas, pero con la tecnología y la técnica suficiente como para dejar un registro histórico de un suceso hasta ahora único en Latinoamérica. Con la mano y el pincel. La consigna es clara: “No se los puede fotografiar, no se los puede filmar: se los puede dibujar. Vení a dibujar a los juicios en la ESMA. Clase con modelo vivo”.
Eugenia Bekeris fue militante montonera, estuvo exiliada y ya había tenido una experiencia artística ligada a derechos humanos cuando retrató a sobrevivientes del holocausto. María Paula Doberti es docente del IUNA y en un principio se acercó a los tribunales junto a sus alumnos, que tienen un promedio de edad de veinte años. Azul Blaseotto es artista visual y docente. Viene desarrollando desde hace años un trabajo de investigación ligado al retrato y denomina a su tarea en los juicios de la ESMA como “dibujo documental”.
Las tres estuvieron presentes durante la última declaración (fue a solo tres días de su muerte) de uno de los imputados más conocidos: Jorge Rafael Videla.
Azul: “Yo no sentí nada. Vi un viejo y nada más”.
María Paula: “Yo sentí un escozor que me recorrió todo el cuerpo”.
Eugenia: “Empezó a hablar y se le empastaba la boca, tenía lagunas. Ahí me di cuenta de que se estaba muriendo. Así y todo seguía con sus ideas intactas: nunca reconoció al tribunal”.
Otro de los imputados “estrella” que declaró en esta tercera instancia fue Julio Alberto Poch, aviador naval acusado de haber sido piloto de los llamados “vuelos de la muerte”. Eugenia relata sus sensaciones durante la declaración: “Comenzó explicando que no tenía nada que ver con lo que le estaban imputado, habló de sus relaciones amorosas y de sus cenas en Bali, desde donde lo extraditaron. Su delirio se empezó a derrumbar y empezó a usar eufemismos, que son las palabras encubridoras. En eso son muy parecidos a los nazis. Ellos para matar a gas y fuego a los judíos hablaban de “solución final”. Acá ocurrió lo mismo. Poch habló de “carga” en vez de cadáver y de “asunto” en lugar de “víctima”.
Azul reflexiona: ”Se nota que los tipos buscan generar compasión por su vejez. Pero es cierto: son viejitos que no se pueden mover. La pregunta debería ser: ¿Por qué son viejitos? Porque tenemos un sistema que durante muchísimos años fue un sistema de impunidad institucional. Seamos conscientes de que esta gente estuvo protegida por la sociedad civil y política. Por eso ahora están viejos.”
Eugenia: “Otra cosa que se pudo comprobar desde el genocidio nazi es que los genocidas no llegan nunca a sentir culpa. Videla fue Videla hasta el último día. Jamás se retractó ni se quebró”.
María Paula: “En muchos casos hay testigos que cuando declaran, cuentan cosas por primera vez. Cosas que ni sus familiares sabían. Por ejemplo: cuentan por primera vez que fueron violados. Muchos de los sobrevivientes cuando declaran es como que vuelven a vivir la situación. Es muy fuerte, porque hablan en presente. Esto es importante: el Estado les está permitiendo decirlo en un ambiente institucional. Y esa escucha va a ser útil para algo, no es solo una catarsis personal.”
Las audiencias de este juicio seguirán realizándose, por lo menos, durante tres años. Las tres dibujantes coinciden en que es importante que haya mayor concurrencia civil. Y mayor cobertura mediática. Lo cierto es que en estos días, en la zona de Retiro, se está llevando a cabo un juicio histórico: nuestro Nüremberg. Un paso más contra la impunidad.
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Narcocracia
Algo cambió en el mapa del delito: pasamos de ser un país de tránsito y circulación de drogas, a uno que la produce en cientos de pequeñas cocinas en las villas o en laboratorios instalados en barrios cerrados. El boom del consumo, empujado por las clases medias y altas. La red de complicidad, que involucra fuerzas de seguridad, jueces y fiscales. Las zonas condenadas a la criminalidad. Y las posibilidades de quebrar esta dinámica que se expande porque ofrece trabajo, dinero e identidad social. Tal como retrata la serie Breaking Bad.
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El campo de batalla
Villa Zavaleta, escenario de una pelea por el control del territorio de bandas narcos y unas fuerzas de seguridad que liberan la zona al grito: “Que se maten entre ellos”. El resultado: el asesinato de Kevin Molina, un niño de 9 años. Un caso, una historia y un relato que desnuda la cruel verdad: la impunidad de la violencia.
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