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Corazones que sienten

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Son chicos ciegos o disminuidos visuales que tienen entre 12 y 16 años. Están aprendiendo algunos trucos del oficio periodístico, aunque ya conocen los principales misterios de la comunicación. En este encuentro transmiten cómo nos ven.

C ristian no me mira, me presiente. Para explicarme que hace dos años perdió la vista, ladea su cabeza como para contarme un secreto, y dice: “Se me acabó la joda”. Y sonríe.
Estoy rodeado de chicos que no pueden verme, y otros que pueden hacerlo difusamente. No vine a hacer una nota, sino aceptando una invitación de los integrantes de El semillero, taller radial de la Escuela 506 de Lanús, de ciegos y disminuidos visuales. Todos tienen entre 12 y 16 años. Querían hacer algo inusual: conversar sobre comunicación y periodismo, actividad abandonada hace mucho tiempo en las empresas del rubro, las facultades y los talleres.
Yamila, Cristian, Rubén, Gustavo, Cristian el cantor, Julieta, Gabriel, tenían una cantidad de preguntas para hacer sobre cooperativismo, lavaca, mu, nuestros libros. Cuentan que entraron a nuestra página web en las computadoras del colegio, por recomendación del profesor de música y creador del taller de radio, Alberto Merolla y de la profesora Brenda Silva. De ahí en más ellos mismos decidieron honrarnos con su atención. No leen lavaca: la escuchan a través de un programa llamado Jaws (que quiere decir mandíbulas, pero también charlas), mediante el cual una voz robótica y española va pronunciando cada palabra que aparece escrita. Un modelo de tecnología aplicada a algo verdaderamente útil.
Los chicos llegaron a una idea: “Nos enganchamos porque publicaban noticias que no están en otros lados. Y nos dimos cuenta de que hablaban de un modo distinto” cuenta Rubén (y no le dije que guardaremos siempre ese comentario como un premio). Me mira fijamente.
-¿Me ves?- le pregunto.
-Sí, yo soy disminuido visual pero te veo. Por ejemplo, veo un colectivo, no el cartelito con el número- aclara. Yamila y Gabriel también son disminuidos, los otros son ciegos totales. Algunos, de nacimiento. Más tarde, Brenda, me haría ver que la expresión “de nacimiento” es un modo de descargar culpas: “Julieta, Gustavo y Nico, en realidad, han tenido retinopatía del prematuro, que es el exceso de oxígeno en la incubadora, por mala regulación, y quedaron ciegos”. Ésa fue la bienvenida al mundo adulto, por negligencia en hospitales públicos. El problema de estos chicos ha sido la pobreza: la económica de sus familias, la humana de quienes los dejaron ciegos.
Uno de los Cristian se presenta: “Soy cantor, guitarrero y bombista”. Me hablan maravillas de su arte. No pude escucharlo cantar, pero tiene una hermosa voz. Varios de ellos hablan de un modo pausado, preciso, un estilo de una enorme elegancia (abandonada por tantas radios). El otro Cristian es más austero, y exacto: “Varicela interna. Me operaron y perdí la vista”. Vuelve a sonreír: no se está quejando, está contando. Julieta también habla poco pero, como todos, es capaz de un silencio conmovedor. Escuchar para ella es una acción, una forma de intensidad.
Gustavo está nervioso con la visita. Tiene 14 años y le pide a Brenda que le tome la mano. Cuando supera los nervios enciende la charla:
-¿Por qué los periodistas andan persiguiendo gente para preguntar cosas que la gente no quiere contestar? A mí me parece una falta de respeto.
 
La comunicación empieza a fluir, sin jaws. Hay un persistente tono de alegría.
Yamila: Es que tienen que vender noticias, es lo único que les interesa.
Rubén: En los canales dan todo el tiempo la misma noticia. Chocó un auto y te tienen dos horas con eso. Hay cosas más importantes.
Gustavo (que ya entró en calor): Más importante es lo de Gualeguaychú, que no quieren que pongan las papeleras porque contaminan el agua. Yo escucho la televisión, lo que dicen, y pienso: ¿no les da vergüenza?
Cristian, el cantor: Para los noticieros los famosos son más importantes que nosotros, que las personas comunes. No los entiendo.
Rubén (que es un vacuno): Ustedes hacen al revés, hablan de las personas.
Cristian (completa): Claro, pero para que los otros medios pongan algo sobre nosotros tiene que ser una cosa muy grave o muy mala. Como la vez que robaron una escuela en Banfield y la incendiaron. Eso sí lo publicaron.
 
Se quedan –nos quedamos– pensando, pero algo bulle en ese silencio, hasta que Gustavo se hace cargo del vacío que quedó flotando: “Y cómo rompen con el baile del caño”. Las risas, el alboroto, lo llenan todo.
 
Para varios de estos chicos la ceguera es el menor de los problemas, y no diremos más al respecto. Algunos viven en villas, otros en barrios muy pobres, en situaciones extremadamente complejas. Pero están ahí, sonriendo ante mis mandíbulas abiertas de asombro. Prefiero preguntarles por sus capacidades. Cristian dice: “Yo puedo lavar los platos, me tiendo la cama, arreglo mi ropa, preparo mate, ando a caballo”. Supera ampliamente al promedio de varones argentinos, sin hablar de ese humor áspero, curtido (¿por qué tanto?) y de esa sonrisa. Gustavo agrega: “Todo se aprende”. Julieta sigue tímida. Sólo cuenta que para ir al taller de radio, entre ida y vuelta, viaja más de tres horas desde Monte Grande.
Todos los chicos tienen bastón. Blanco los ciegos, verdes los disminuidos (Y me pregunto: ¿hay alguien que no use alguna forma de bastón?). La consigna es moverse. Cristian va a ser maestro panadero. El cantor además de músico quiere ser carpintero.
¿Qué palabra prefieren para definirse? “Que tenemos una dificultad” dice uno. “Discapacitado”, otro. “Disminuido”, pronuncia un tercero. ¿Se sienten menos que alguien? “Nooo”, contestan.
Rubén: Da bronca cuando te dicen “pobrecito”, como que no podés hacer las cosas. Podemos demostrar que sí.
Yamila: Estoy viviendo con mi abuela, y cree que las personas que no ven tienen que andar dependiendo de los demás, sin conseguir trabajo. Es una gran mentira. No están enterados de lo que uno puede hacer. Sería bueno que se enteren.
Gabriel no habla: “Estoy pensando”. Luego comenta que su capacidad es tener un sueño, un proyecto: “Ser actor. Andá a saber si puedo llegar”. Gustavo frunce el ceño, levanta la cabeza como si mirara el techo, y le contesta con un empujoncito al alma: “¿Cómo que no vas a llegar?”.
Otra consulta: ¿cuáles son los principales problemas que tienen hoy? Enumeran: droga, alcoholismo, desempleo, discriminación.
Nico: Los problemas son ésos, los que se ven en la calle.
Es cierto: lo que se ve en la calle.
Nico y Gustavo cuentan que en sus colegios “normales” (a los que algunos siguen asistiendo) se burlaban, los empujaban, les escondían las cosas. Le pregunto a Cristian si cuando él veía hubiera hecho algo así. Sonríe perplejo: “¿Cómo te vas a burlar de un ciego?”.
 
¿Se sienten víctimas?
Yamila: ¿Y por qué voy a ser una víctima?
Les cuento que hay gente que vive quejándose. Cristian se ríe. Rubén reconoce: “A veces me da bronca, pero me tocó seguir así, y sigo. A mi hermanita le tocó peor que yo porque no podía comunicarse, por ser sordomuda. Hasta los 7 años no pudo hablar”.
Cuando les advierto que estoy grabando, me toman la mano y tantean el grabador. Siento que nos estamos conociendo. Luego Brenda, la profesora, me dirá que las manos son sus ojos. También me dice: “La ceguera como discapacidad única se ve menos, pero hay cada vez más chicos multiimpedidos”. Y me explica: los multiimpedidos padecen a la vez, por ejemplo, parálisis cerebral, parálisis motora, ceguera, sordera, mudez. Si ésas son las nuevas características de la enfermedad, queda a cargo de cada persona que lee este artículo intuir cuáles serían los síntomas modernos de la salud.
Le pregunto a Brenda hacia dónde está dirigida la educación de los chicos de la 506. “Lo que buscamos es la independencia, que puedan desenvolverse solos y en sociedad.” Sin esa capacidad de acción, la libertad es pura expresión de deseos en una sociedad que tantas veces intenta enjaular a las personas: “Ah, no, queremos que se hagan sentir, que salgan, incluso que molesten, que se expresen, que se hagan escuchar. Que ocupen su lugar”.
En el camino, estos chicos que hacen aparecer como magos sus bastones plegables y empiezan a despedirse entre bromas hasta el martes que viene, ya parecen saber algo que tuvieron la generosidad de hacerme ver (y que a veces lleva una vida percibir): la libertad es una construcción que decidimos a cada paso.

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