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Curtidos: La última recuperada: Cooperativa Renacer, ex Tresge
Una fábrica de cuero en La Paternal recuperada por sus trabajadores busca salir a flote. Acechados por dedudas, hacen pie en clientes que confían en la autogestión. La historia de Renacer, o cómo cambiar el chip de la época. Por Giansandro Merli.
El 11 de mayo en Buenos Aires hubo una tormenta. El Servicio Metereológico Nacional había advertido por lluvias fuertes y vientos intensos, con truenos y relámpagos. La sugerencia era no salir de casa, sobre todo por la noche. A pesar de todo, en el 2262 de la calle Almirante Seguí, barrio de Paternal, alguien realizó movimientos extraños hasta las 4 de la mañana, entrando y saliendo de un predio.
Un vecino lo vio todo.
Al día siguiente, como todos los días, los obreros de la fábrica de cuero Tresge fueron a trabajar. Pero la puerta estaba cerrada, y alguien había cambiado los candados.
Quebrar, vaciar, mentir
Estela Nancy Bustos, empleada desde hace cuatro años en Tresge, sigue el relato: “Lo primero que pensamos es que habían querido robar. Así que llamamos al hijo del dueño y pasó algo muy raro: cuando lo llamábamos nos iba bloqueando. Uno a uno. Así que intentamos comunicarnos con el mismo dueño, Juan Carlos Gekdiyszman, pero tampoco nos atendió”.
En este momento de incertidumbre se acercó el vecino que había visto todo. “Nos contó que habían sacado máquinas, productos semiacabados y cuero durante toda la noche. Así nos dimos cuenta de la triste realidad: se había llevado todo. Se había llevado todo”, repite Estela.
A pesar del golpe bajo, el miedo y la tristeza, la confusión y la rabia, la reacción fue rápida. Los trabajadores se dividieron en grupos. Algunos fueron a buscar al dueño a una tienda que saben es suya, y le dijeron a una empleada que le avisen a Gekdiyszman que habían descubierto el vaciamiento. Otros se dirigieron a la comisaría más cercana para hacer la denuncia, pero los policías no la tomaron, argumentando que se trataba de una cuestión laboral. Los últimos, que no se mueven de la puerta de la fábrica, llaman al sindicato de marroquineros. El gremio avala el ingreso de los trabajadores en el predio, para defender las fuentes de trabajo.
Dicho y hecho: los candados se rompen, la puerta se abre. Los trabajadores, adentro.
Fábrica tomada
Desde aquel 11 de mayo a hoy, la ex-Tresge nunca quedó vacía. Al llegar, se ven dos pancartas: “Empresa 3G dejó 20 familias en la calle” y “Fábrica ocupada pacíficamente por los trabajadores”.
Para entrar hay que golpear a la puerta y anunciarse. Ante estas situaciones confiar es bueno, pero no confiar es mejor. El conflicto está latente. El dueño vaciador, al acecho. Y el recuerdo, fresco: los ojos de los protagonistas se humedecen al desandar las últimas semanas. Sergio Antonio Cabroso tiene 8 años de trabajo en la fábrica, dos nenes. Dice: “La fábrica estaba trabajando, no pensábamos que iba a suceder esto, de golpe y porrazo. Menos que iba a llevarse las máquinas. Nos dejó en Pampa y la vía”.
Estela: “Dejó sólo las máquinas viejas, que ya no andan y que eran muy pesadas. También dejó otra cosa: una montaña de deudas. Llaman del banco, de la luz, del gas, del agua. Llaman empresarios que le daban mercadería para hacer. Le pagaban a él porque decía que tenía que pagarnos a nosotros, pero esa plata nunca llegaba”.
El dueño también se fue debiendo otras cosas: aguinaldos, vacaciones, aportes varios. Sergio Antonio explica: “No puedo pedir un fondo de desempleo porque Gekdiyszman no contesta a los telegramas. Me debía vacaciones y aguinaldo. Vuelvo a mi casa y mis hijos necesitan pañales, leche y no tengo para comprarles”.
Estela: “Éramos 22 trabajadores, pero quedamos 15. Tenemos compañeros que vinieron, vieron la situación y no pudieron ni ingresar. Quedaron impactados. Ellos creían de tener un vínculo con Gekdiyszman porque él le hacía sentir eso. Siempre hizo división entre los que tenían mayor trascendencia y los recién ingresados. Es muy común en ellos: divide y reinarás. Pero fijate: nos dejó en la calle a todos”.
Entre los que decidieron aguantar la lucha ya no hay divisiones. Se reúnen en asamblea, revisan los temas urgentes y toman decisiones juntos. Además, casi en seguida, llegaron ayudas desde “la estupenda gente de Paternal, que siempre fue solidaria”. Buenos vecinos y trabajadores que llegan de lejos, de Quilmes, San Miguel, Gran Bur, Merlo, Ituzaingó y hasta partidos políticos que acercaron comida, colchones y medicamentos.
Cambiar el chip
La Tresge es una fábrica con un largo recorrido. El antiguo dueño la heredó de su padre y la mantuvo por casi 40 años. Si bien no es la primera crisis que saltea la empresa, la situación económica actual volvió a hacer tambalear la producción. El rubro del cuero es uno de los más afectados desde que el gobierno abrió las importaciones.
Estela es bien consciente de todo el contexto, pero sobre todo es consciente de lo que queda por delante. Enumera dificultades burocráticas, que están tratando de adelantar; dificultades debidas a los tarifazos, que están pegando duro (112 mil pesos de luz); y dificultades en lo que la mujer define con una expresión que se escucha a menudo en las experiencias de recuperación: “Cambiar el chip”. Explica Estela: “Tenés que pasar del chip de trabajar bajo una persona que te maltrata, a otro de trabajar al lado de tus compañeros. Ahora, nosotros estamos muy conscientes de que hay que poner el hombro entre todos para salir adelante. Antes eramos sólo compañeros de trabajo. Hoy compartimos muchas más cosas, mucho más tiempo: miramos la televisión juntos, jugamos a las cartas o a las dados, charlamos”.
El cambio fue radical, dentro y fuera del lugar de trabajo. Sigue Estela: “Uno se siente hasta desarraigado de su familia. Yo tengo un hijo que es grande, pero hay compañeros que tienen niños chiquitos. Criaturas que ven que su mamá o su papá no vuelven a casa por 2-3 días. Esto afecta sus comportamientos, sus vínculos con los padres. También afecta la relación con el esposo o la esposa. No es fácil tomar semejante decisión. Pero sabemos que toda nuestra gente está con nosotros, nos banca”.
Hacia adelante
Los 15 trabajadores ya pusieron en marcha todo lo que se necesita para formar una cooperativa. Y hasta eligieron un nombre: Cooperativa Renacer. Así, Renacer se está convirtiendo en una de las 400 empresas recuperadas por su trabajadores, según el último registro de datos del Programa Facultad Abierta, 30 en los últimos dos años.
Mientras tanto, siguen trabajando. Poco, pero siguen. Casi todos los clientes se fueron, menos dos. Entre ellos una mujer que decidió apostar a los trabajadores. “Su marca se llama Pequeñas Caricias. Trabajamos a fasón para ella: nos trae los materiales y nosotros hacemos todo. Entran cuero y tela, salen bolsos”.
Estela piensa en voz alta: “El enojo te va sacando valentía. Y acá estamos muy enojadas. Yo siempre digo que de lo malo algo bueno llega. Pasé muchas batallas en lo personal y sé que algo siempre queda. Lo bueno que queda acá es que vamos a demostrar al antiguo dueño, primero, que lo que él hizo está mal. Segundo, le haremos ver que no somos huecos, que somos seres pensantes y que merecemos respeto”.
Estela pronuncia estas últimas frases asintiendo con la cabeza, mirando hacia un punto fijo que sólo ella puede ver, golpeando la mesa con los puños. Como para confirmarse a sí misma que, a pesar de todo, saldrán adelante.
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