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Coreomanía: Una obra para contagiarse
La idea del estallido: que el público se largue a bailar sin que nadie se lo pida. Y la magia ocurre. La vibración y las ganas que convierten un espectáculo en una fiesta. Y las ideas para dejar la anestesia y recuperar la vitalidad. POR MARÍA DEL CARMEN VARELA
Que genere ganas de bailar en el espectador: esa fue la consigna que la actriz y dramaturga Maruja Bustamante le propuso a Josefina Gorostiza cuando la invitó a participar de Dans, el ciclo de danza que organizó en el Centro Cultural Rojas. “Me imaginé un grupo de personas saltando sin parar”, cuenta Josefina, bailarina, coreógrafa, docente, directora y nieta del célebre dramaturgo Carlos Gorostiza. Josefina convocó entonces a bailarinas y bailarines y un DJ, y en la primera reunión les dijo a todxs que no tenía idea de qué iban a hacer. “Si tienen zapatillas, mejor, porque hay poca plata”, dijo. Y remarcó lo único que tenía claro: “Vamos a saltar mucho”.
Ensayaron durante dos meses y medio: tres horas, tres veces por semana. Las líneas de trabajo planteadas por Josefina se fueron nutriendo de los aportes de los demás bailarines. La obra se fue construyendo a través de espacios de improvisación, búsqueda constante y experimentación grupal.
El resultado es explosivo.
Pura potencia, elogio al movimiento, euforia a borbotones.
Ver, escuchar, vibrar, sentir.
Y ganas de bailar.
Epidemia de baile
La obra hizo su debut en el Centro Cultural Rojas en 2017 y transitó luego por espacios como el teatro Callejón, El Portón de Sánchez, el Centro Cultural Recoleta y el Haroldo Conti. Y sigue adelante. “Es difícil trabajar por encargo pero después el proceso sigue y cada función es una pieza más de ese proceso. En la primera función en el Rojas fue hermoso poder mostrar y sacar a la luz lo que veníamos haciendo intensamente y con mucha garra, pero después la obra fue mutando”, dice hoy Josefina, directora de la obra en cuestión: Coreomanía, no puedo parar. “Así se llama. Aparecen muchas variables de lo coreográfico en la obra y hay una manía por eso. La danza empieza a trabajar sobre el cuerpo de ellas y ellos de una manera muy evidente y cuando ves la obra, ves el cuerpo atravesado por el movimiento. En ese sentido, esta epidemia del baile funcionaba y yo le agregué el ´no puedo parar´”
El nombre de la obra no es aleatorio. La coreomanía, también conocida como epidemia del baile o baile de San Vito, ocurrió en Europa entre los siglos XIV y XVII: cientos de personas bailando sin parar en la calle, durante días, hasta desmayarse o incluso morir. Las explicaciones a este fenómeno social iban desde convulsiones provocadas por alguna sustancia ingerida, histeria colectiva, picaduras de insectos, posesión demoniaca y evasión de una realidad de hambre y miseria. Sea cual fuera la causa, lo único que estaba claro era que no podían parar.
Hacé lo que quieras
En esta obra, durante 45 minutos, esa coreomanía se apodera del escenario. Ocho bailarines no paran de mover sus músculos y articulaciones. Música, luces, cuerpos danzando a un ritmo casi frenético, todo conspira para que el espectador se replantee el sentido de estar sentado.
Comienzan siendo ocho los cuerpos en movimiento y terminan multiplicados en el escenario, mezclados con el público: espectadores dejan de serlo y se suman al baile. Nicolás, uno de los bailarines cuenta: “Si el público entra a bailar es porque hay una decisión ideológica y es que el cuerpo no va a quedarse quieto. Se producen cruces generacionales muy interesantes: vienen a bailar desde chicas y chicos jóvenes hasta señoras de setenta”. Victoria, también actriz, agrega: “Es muy transformador cómo el público toma la decisión de hacer lo que quiere”.
Después de un año y medio del estreno en el Rojas, en cada función pasan cosas diferentes. Ninguno de los bailarines arenga al público para que ingrese al escenario: simplemente sucede. Josefina: “Siempre hablamos de que no se fuerce nada. La danza es un territorio muy frágil y poderoso: no lo podés agarrar, es incapturable. Ese gesto que siempre se va transformando se traslada y en cada función es diferente. Hay un efecto de los pibes haciendo la obra, dándolo todo, con mucha convicción, que contagia. Bailar después de todo eso es sumarte a esa manada singular”.
La inseguridad
Licenciada en composición coreográfica en la Universidad Nacional del Arte (UNA), Josefina trabaja en la danza desde hace más de diez años. Participó en decenas de espectáculos, entre ellos La Wagner, dirigida por el coreógrafo Pablo Rotemberg. En el marco de la Bienal de Arte Joven codirigió junto a Jimena Pérez Salerno la obra Paraje Das Unheimlich en 2015 y Una de vampiros con El Brío Teatro en 2016, Como animales que somos, montaje para la Compañía de Danza de la UNA, en 2018 y Cinco horas, en el Festival Da Da Danza y en el Festival de Artes Escénicas de la Ciudad Cultural Konex. “En este país trabajar de lo que a vos te gusta es revolucionario, pero está difícil cobrar. Es un momento importante para las directoras mujeres, estamos en movimiento volcánico: venimos trabajando hace años y ahora se ve”.
Para Josefina el teatro pone en primer plano a los cuerpos, con todo lo que eso conlleva. Singularidad: “Me interesa la pluralidad, la diferencia, que los grupos sean diversos, que sean llamativamente diferentes desde la formación, desde lo estético. Hay una mezcla de informaciones y si bien todos tienen un trabajo que hace foco en el cuerpo, cada uno tiene su camino y estéticamente son diverses. Lo que más me interesa de la danza es la particularidad de cada cuerpo”.
Idealización: “La deconstrucción del cuerpo ideal se siente en todas las prácticas. En la danza es complicado: hay algo asociado a la idea de la belleza hegemónica, incluso en la danza contemporánea, que construye ideales de belleza clásica, tipos de cuerpos, modos de bailar. No pasa solamente en el ballet. Lo realmente interesante está en otro lugar: en lo particular, no hay un cuerpo igual al otro. El cuerpo se cansa, envejece, se marca, tiene cicatrices. Hay que dejar la anestesia de lado y recuperar la vitalidad”.
Durante el proceso creativo, los Coreomanía sintieron la necesidad de escribir un texto al que denominaron Manifiestomanía, para profundizar en algunos ejes que quisieron también en ese momento expresar con palabras. Dice una parte: “Somos cuerpos vibrantes, con deseo, estallados de preguntas. Cuerpos furiosos. En celo. No queremos calles repletas de fuerzas de inseguridad. No confiamos en los medios masivos de desinformación. No aceptamos la criminalización de la protesta. No somos cómplices de ese cinismo. Estamos convencidos de que la escena es nuestro campo de batalla y de contagio. La revolución tiene forma de poesía y está en manos de esta manada furiosa. Dale dale dale. No vamos a parar”.
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