Nota
De cuarentena en un hotel porteño: una científica cuenta cómo la lucha contra la pandemia puede convertirse en simulacro
La doctora en Biología Alicia Massarini está con su familia en cuarentena en el hotel Presidente desde el 23 de marzo, cuando volvió de Brasil. ¿Con qué se encontró? Prepotencia en Ezeiza, inexistencia de atención médica real y de explicaciones, voluntarios en el hotel que en realidad son trabajadores precarizados, médicos que por teléfono reconocen su desacuerdo con el protocolo que se aplica, personal del hotel sin resguardo alguno para su propia salud, instrucciones insólitas, falta de información y de contención, entre otras cosas. Reflexiones sobre la situación. La “malvinización” del coronavirus. El negocio hotelero. Los acatamientos frente la necesidad de pensar. La ciencia cuando se transforma en dogma. Las rupturas “despreciables” de la cuarentena, y las que hay que comprender. Lo que se debate y lo que no, esperando el hisopado.
(Novedad posterior: Tras publicarse esta nota, este martes 31 de marzo, los pasajeros alojados en el hotel Presidente fueron convocados, se les hizo un hisopado, y tras varias horas se les permitió ir a culminar el cumplimiento de su cuarentena en sus hogares, en lugar de permanecer en un lugar que se estaba convirtiendo en un foco de contagio. Celebramos el triunfo de un bien escaso llamado sentido común. Aquí la nota completa).
“Estamos aislados, angustiados y convencidos de que esta práctica no es racional epidemiológica ni humanamente” dice a lavaca la doctora en Biología Alicia Massarini, instalada en uno de los hoteles (el Presidente) dispuestos por la Ciudad para aislar a los pasajeros que llegan desde países considerados de riesgo.
“Estamos exponiéndonos sin ningún control y exponiendo a los trabajadores de los hoteles. Aquí somos unos 250 pero hay más de 2.000 personas en cuarentena en unos 10 hoteles, por lo que pudimos saber”. No se trata de una pasajera quejosa, sino de una científica comprometida con temas de ciencia, salud pública y cuestiones socioambientales, asombrada en este caso por los mecanismos porteños para enfrentar al coronavirus que le toca ver de cerca.
Massarini es doctora en ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora Adjunta de Conicet. Profesora de la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA). Profesora de la Maestría en Enseñanza de las Ciencias (UNSAM). Coautora de la 7° edición de Biología de Curtis y forma parte del equipo que integra el Diplomado Andrés Carrasco en Periodismo y Comunicación Ambiental.
La amenaza y el premio
Cuenta Alicia Massarini: “Estoy con mis hijas y mi actual pareja. Íbamos a volver el 22 pero cancelaron vuelos y tuvimos que sacar pasajes para el 23. Al llegar a Ezeiza nos separaron en dos filas según nuestro domicilio, en CABA o en provincia. A los de CABA nos mandaban a hoteles, y a los de provincia podían ir a sus casas pero a poncho, por su propios medios. Si el problema era la circulación de personas y del virus, en esos casos la gente quedaba sin ninguna contención ni resguardo y sin ningún transporte que los llevara pese a que todos veníamos en el mismo vuelo y del mismo país”.
Traducción: si los domiciliados en Capital eran peligrosos, los de provincia lo eran en la misma medida, pero quedaron a su arbitrio. Todo un error desde el punto de vista del control de la enfermedad. “Pero lo que nos dijeron funcionarios de Ciudad es que su incumbencia era con quienes vivían aquí. Los otros se tuvieron que ir por las suyas. Eso ya era inconsistente y no es coherente con ningún protocolo nacional ni con algún criterio epidemiológico válido”.
La descripción de la situación en Ezeiza: “Fue muy tortuoso. Fueron unas 3 horas con la gente una al lado de la otra sin criterio de aislamiento. Eso lo organizaba la policía Aeroportuaria. Pero no había ningún funcionario, y menos todavía algún equipo de salud que estuviese supervisando”.
Al aparecer funcionarios de Ciudad, Massarini pidió que le explicaran el marco legal, el protocolo, de lo que se estaba haciendo. “No nos mostraron nada, y como yo insistí, uno de los funcionarios me dijo que el día anterior habían detenido e iniciado causa penal a un matrimonio que se había puesto violento”.
Massarini no es violenta, ni pateaba puertas como se informó sobre esa pareja, pero entendió el mensaje: “Era una amenaza. Me estaban diciendo: no moleste, porque esto termina en una causa judicial. Así que no seguí con eso, más que nada para no violentar a mi familia. Pero me llamó la atención el grado de prepotencia y autoritarismo”.
Subieron a la gente a micros de la empresa Tienda León, sin tampoco informarles nada. “Nadie hablaba con nosotros hasta que apareció un chofer que le dijo a los de adelante a dónde iríamos y esas personas se dieron vuelta sonriendo, triunfantes: ‘tranquilos que nos llevan al Presidente’ decían, como si fuese una gran noticia, o un premio”.

Voluntarios pero no tanto
En la puerta del hotel les dejaron el equipaje en el suelo. Los pasajeros fueron recuperando sus valijas y subieron a las habitaciones acompañados por voluntarios. “Después supimos que muchos no son voluntarios, sino docentes precarizados a los que en buena medida obligan a hacer este trabajo con la amenaza de perder su continuidad laboral si no acceden”. El tema fue denunciado además por ADEMYS, la Asociación de Docentes de la Enseñanza Media y Secundaria (https://www.ademys.org.ar/v2/docentes-precarizadxs-coronavirus-y-voluntariado-el-uso-de-trabajadorxs-de-jornada-extendida/)
Observa Alicia: “Se nota que los voluntarios no lo son, ni están siendo capacitados ni tienen una claridad con respecto al protocolo como para hacer lo que hacen. Son personas que están molestas y que preferirían estar haciendo su propia cuarentena. Vino una chica con un pulverizador. Le pregunté qué era y me contestó: ‘un líquido’. No sabía lo que estaba haciendo”.
La cuarentena se cumple en cada habitación. “Te dan un número para llamar al lobby del hotel. Se supone que te atienden médicos, pero nunca vimos a ninguno, ni tampoco a psiquiatras. Encontré también que los profesionales en Salud Mental denunciaron el tema” relata Massarini, en referencia al Centro de Salud Mental Nº 3 que fue convocado para asistir justamente en los hoteles porteños. Sus profesionales se ofrecieron a hacerlo solicitando mínimas medidas de precaución de las que no tuvieron respuesta. “Nos respondieron arbitrariamente repartiendo a los profesionales a diferentes hoteles para asistir desde el lunes 30/03 sin un esquema de trabajo claro, protocolo, ni recursos suficientes para contener una situación que ellos mismos generaron al obligar a los pasajeros a hospedarse en hoteles” informó el Centro en un comunicado.
Continúa Alicia su historia de estos días: “Este lunes quisimos hablar con los médicos, tanto por estar en la edad de riesgo, como porque mi pareja tiene antecedentes cardíacos. Estuvimos intentando desde las 8.30 pero nos decían cualquier cosa: que el médico había salido, que probáramos luego. Nuevamente: se nota que no hay contención alguna”.
A la inversa, recibieron un llamado para preguntarles la edad y si tenían alguna enfermedad previa. “Pero ese llamado fue al cuarto día. Y la médica que llamó al conversar terminó reconociendo que estaba totalmente en desacuerdo con lo que están haciendo pero que no les prestan atención y sus opiniones no valen”.

Contagio y negocios
Cuenta Alicia Massarini que la limpieza estuvo a cargo al principio de los voluntarios involuntarios. “Venían con esos líquidos y los tiraban en los baños. Después contrataron a una empresa de limpieza de clínicas y quirófanos, pero esos trabajadores dicen que no les corresponde esa tarea y que vienen acá obligados. También ellos querrían hacer su cuarentena”.
Los primeros días recibían algo llamado “catering”. “Era un desastre. Ni qué decir que no había nada para vegetarianos, celíacos o veganos. Es cierto que al menos traían algo, hubo hoteles en los que nos contaron que no recibieron comida durante dos días. Pero después pusieron a cargo de la cocina a los trabajadores del hotel y mejoró mucho. Creo que también los obligaron y los hacen repartirla con sus uniformes y no con equipo especial para una cuarentena. Entonces esto más que un hotel es un foco de contagio entre nosotros, y también para los trabajadores involucrados”.
De todos modos, en el sistema desinformativo, no tuvieron datos sobre si alguno de los pasajeros estaba infectado.
“Pudimos armar un grupo de WhatsApp pero en seguida se notó que hay gente del oficialismo porteño que logró meterse, con discursos muy estructurados, sistemáticos, sobre cualquier comentario crítico que aparezca en el grupo. Te deja la sensación de un estado policial”.
Todo este mecanismo no es idéntico para pasajeros de otros vuelos. “Supimos que hubo un vuelo posterior, desde Miami, y a la gente la mandaron a su casa. Tal vez se habían saturado los hoteles, o no sé cuál es la explicación. Mi hipótesis es que tal vez haya un negocio, como siempre, en este caso con los hoteles. Esto se les empezó a ir de las manos porque hay muchas denuncias, y ahora no saben cómo cerrarlo”.
¿La ciencia es una religión?
¿Cómo interpretar las medidas que puso en marcha el gobierno? “El gobierno nacional se alineó con las indicaciones de la Organización Mundial de Salud (OMS) y desde esa perspectiva lo que hacen con la cuarentena es correcto, más allá de que en ciudad lo que hacen en este tema de los hoteles es un mamarracho”.
A la vez Alicia cree que hay que reflexionar sobre los modelos en base a los cuales la OMS hace sus recomendaciones. “Hay un debate sobre criterios y consideraciones para tomar una decisión como esta. Hay países que hacen cosas diferentes, como Suecia, y lo debe hacer con asesoramiento también de sus expertos. O sea: hay diferentes formas de pensar el problema. Pero acá la razón tecnocientífica parece ser una religión. Imponer la razón tecnocientífica es un reduccionismo que empobrece la posibilidad de pensar el problema integralmente. Pero aún dentro de esa lógica, hay distintas formas de pensar to que está pasando. Sería importante entonces un debate político y científico con distintos actores sociales sindicatos, partidos, movimientos. Espacios para debatir y pensar. Ya que estamos en el barco de la cuarentena, el debate debería ser: ¿cómo salimos?”.

La malvinización coronavirus
El problema del debate, podría decirse, es que choca a veces con la necesidad de medidas urgentes: “Por supuesto. El tema es ver si esa voz científica es la única. ¿Qué dicen los científicos sociales? Hablamos de cuarentena en casa, pero sabemos que no es lo mismo el que vive en una casa confortable que quien vive en un barrio vulnerable. Eso hay que pensarlo integralmente, más allá del asistencialismo. Y no responder solo a la lógica estadística sobre cómo se dispersa el virus. Estamos todos de acuerdo en que hay que achatar la curva de crecimiento, pero la complejidad del problema no está considerada si solo vemos ese aspecto”.
Massarini cree que en momentos como éste “aparece un sesgo autoritario policial. Una malvinización del coronavirus, la obligación del consenso. Me parece que tenemos que tomar una política, como se ha hecho, pero eso no quiere decir que no podamos seguir pensando críticamente y disentir con algunas cuestiones. Por ejemplo, que la razón tecnocientífica no es una verdad absoluta. Se lo toma como un dogma de fe. Creo que hay que escuchar a quienes plantean otras opciones, para contraponer ideas. Eso es sano. No es un acto delictivo disentir. Hay que darle lugar a las posturas divergentes aunque no estemos de acuerdo”.
Imagina Alicia un marco más amplio de discusión: “Marcos más democráticos, que haya actores sociales involucrados en los debates, aunque el Ejecutivo sea el que tome las decisiones. Necesitamos un debate más abierto donde todos expresen sus posturas y sus saberes. De lo contrario se pueden cometer muchos errores incluso para que las políticas del Ejecutivo sean efectivas”.
Los despreciables y los comprensibles
Sorpresa. Los huéspedes del Presidente recibieron un instructivo: “Indicaciones de higiene para pasajeros en aislamiento”. Les dieron una botella de lavandina y un balde para limpiar el baño y les proponen “limpiar a habitación con agua y jabón (superficies de madera y alfombras). “Te imaginás lo que es lavar la alfombra con agua y jabón. Son cosas sin sentido. Como lo médico. No nos vio ningún profesional, pero al tercer día nos dejaron en el piso, delante de cada puerta, un termómetro para que nos tomemos la fiebre. Esa fue la única atención médica que recibimos”.
Entre muchas cosas, Alicia Massarini es autora junto a Adriana Schnek de Ciencia entre todxs, un libro científico que discute a la ciencia, y que entre muchas otras cosas desbarata la “neutralidad” de la tecnociencia, y reivindica el pensamiento crítico. “Pero el pensamiento crítico parece no tener lugar en una situación como esta, donde lo que vale muchas veces es la subordinación. Las personas que no cumplen las medidas son indeseables, pero hay muchos que no la cumplen porque no pueden. El que vive día a día, el que no tiene ingreso alguno en barrios vulnerables. Criminalizar y estigmatizar a los que no cumplen me parece siniestro, y aparece ese sentimiento bélico de todos contra el virus, y el que hace algo distinto es una especie de enemigo. Así se obtura toda discusión”.
El problema es que aparece una farándula conocida: empresarios en yates y Mercedes, socios de countries que llevan al personal doméstico en los baúles, surfers huyendo, rugbiers pegando. “Claro, son expresiones de clase despreciables, que despiertan bronca. Pero no son el único escenario que no cumple la cuarentena, Hay otros escenarios como los que te mencionaba antes que hay que comprenderlos, y no pueden ser tratados del mismo modo, como si fuese una cuestión bélica”.
Alicia se apura a aclarar que no está llamando a romper la cuarentena ni a hacer bolsonarismo explícito. “Está bien, vamos a respetar las medidas que marca la política. Pero respetar no quiere dejar de pensar críticamente. Y hay que valorar el disenso como algo positivo y necesario. Porque si no te tapan la boca si estás en desacuerdo como si fueses un enemigo, y no es así”.
La lección de un barbijo
Propone Alicia, por ejemplo, estudiar qué hacen los suecos y con qué fundamentos para tomar un plan de acción diferente. “Tal vez lo que hacen allá no sirve acá, pero es importante conocerlo. O entender los problemas de contexto. Por ejemplo, en nuestro país, ¿qué va a pasar con chicos que tienen daño genético por agrotóxicos, o personas con su salud quebrantada por estar sometidos a intoxicaciones crónicas? ¿Cómo van a responder sus organismos frente a la agresión del coronavirus? Son preguntas pertinentes que tenemos que hacernos y para la que no alcanza la estadística. Al contrario, la estadística invisibiliza y reduce. Entonces, no alcanza con alarmarse y asustarse: hay que entender”.
En 2019 se organizó en Rosario una Marcha de los Barbijos, contra las fumigaciones y en rechazo a un modelo agroindustrial que contamina y enferma masivamente grandes zonas transgénicas y de monocultivo del país. Allí marcharon, juntas, la Madre de Plaza de Mayo Línea fundadora Nora Cortiñas y Alicia Massarini, ambas con sus respectivos barbijos.
“El mismo barbijo fue el que usé ahora, volviendo de Brasil” cuenta Massarini.
¿El barbijo es un símbolo de que lo ambiental y la pandemia son problemas que responden a una misma lógica? “Si uno comprende la destrucción de ecosistemas, la construcción de megaciudades, la relación enferma que tenemos co la naturaleza, y en función de eso la aparición de zoonosis, enfermedades que aparecen por ese proceso de destrucción y el traspaso de virus mutantes de especies salvajes que infectan a los seres humanos. Eso permite pensar la pandemia. Y entender que si todo sigue así, no va a ser la única, ni algo excepcional”.
La espera es de una semana más. “Ahora dicen que tal vez nos hagan un hisopado y nos manden a terminar la cuarentena en nuestras casas, monitoreando a cada persona según el resultado. No se entiende por qué no lo hicieron el primer día. Es un disparate tenernos acá, con un posible foco de contagio entre nosotros y los trabajadores. Tomando el recaudo de hacer una muestra al llegar se solucionaba. Hubiese sido caro, pero muchos caro es lo que están haciendo ahora, y epidemiológicamente injustificable” dice Alicia, desde el piso 17, pensando en cómo seguirá esta historia.

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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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