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La ola verde ganó por goleada
Intervención de Primo.
Por Pablo Marchetti
COSAS DE LAS LATITUDES y los calendarios: casi siempre los mundiales se juegan en verano. Hay que remontarse a Argentina 78 para pensar en un invierno mundialista. Ni siquiera en Sudáfrica se jugó con bajas temperaturas. Y este dato meteorológico se nota más cuando se juega en un país como Rusia.
Sí, Rusia, la fría Rusia, la helada Rusia, la Rusia nevada donde sucumbió el invasor nazi alemán hace 80 años, donde claudicó el invasor napoleónico francés hace dos siglos. La Rusia del ejército zarista, la Rusia del Ejército Rojo, la Rusia de su gente y su invierno indomables, vencedores de cualquier intento de sumisión, siempre a fuerza de sangre, fuego y nieve.
Muy lejos de aquella lejana y heroica Rusia está esta Rusia que vemos en las imágenes que nos muestran los enviados especiales de la televisión. Sí, la televisión. Por si no lo saben, millenials: la televisión es ese lenguaje del siglo XX que en la actualidad sólo cobra sentido cuando se juega fútbol en directo. Y que, con determinados acontecimientos en torno al fútbol en directo, estira sus alrededores hasta el paroxismo.
El Mundial es la más grande celebración futbolística que existe. Y en torno al Mundial, la televisión vuelve a sentirse importante y manda a un montón de gente a gastar tiempo en torno a lo que pasa alrededor de un partido de fútbol. Es así que todo lo que sucede con los protagonistas se magnifica: las lesiones se vuelven tragedias; los enojos, rencores de vida o muerte; los cambios en las formaciones, secretos de Estado; y el dato de color del día a día en el lugar, lo cotidiano a descubrir.
La Rusia del Mundial es una Rusia de calor global, como las tiendas de grandes marcas que están en todas las grandes ciudades de los países donde se juega un Mundial. Un calor ideal para andar con los cuerpos pintados, con trajes de colores, bailando, cantando. En suma, para estar de fiesta.
Mientras tanto, en Buenos Aires se vive un frío regional, un frío de los más fríos del año. A poco de la llegada del invierno, los días son de bajas temperaturas y las noches ni hablar. La Rusia de las grandes gestas parece haberse trasladado al sur del continente americano, en plena época mundialista. Eso sí, acá también hay fiesta, baile, cuerpos pintados y trajes de colores. Y también hay triunfos épicos.
No es el Ejército Rojo, sino la Marea Verde lo que copa las frías calles porteñas. Y es una multitud que pide a gritos “Aborto legal ya”. Este año, para mucha gente futbolera, el Mundial recién empezó cuando se aprobó la media sanción de la ley en la Cámara de Diputados.
Sé que el fútbol es muy sensible con las cábalas y que, por más escéptico que sea uno, con eso no se jode. Porque si sos demasiado escéptico, no te importa el fútbol. Y si te importa el fútbol, sos permeable a las cábalas. O sea, no podés ser tan escéptico. Entonces no pienso decir antes de tiempo esa palabra maldita y bendita al mismo tiempo. Esa a la que se llega ganando el último partido del Mundial.
Supongamos que Argentina salga ca… perdón, supongamos que Argentina gane el último partido del Mundial. Eso generaría una alegría incontenible y un montón de gente saldría a la calle a festejar. Pues bien, creo que no sería tanta ni tendría tanta alegría como la que estuvo en la vigilia por el aborto legal, seguro y gratuito.
Puede parecer que estoy exagerando un poco. Pero no, les juro que no. Acá estaríamos todos en casa, mirando la tele varios días antes, poniéndonos en clima mundialista. Si no fuera porque es la historia la que nos llama. No como espectadores, sino como protagonistas. No para sumarnos a esa moda estúpida de las canchas internacionales y de verano, de levantar las manos y hacer la ola. Acá hay una ola verde goleadora y multitudinaria.
Cosas de la vida: se sancionó la ley en Buenos Aires y 20 minutos después, en Moscú, Iker Casillas apareció con una caja con la copa, Ronaldo (el Gordo Ronaldo, el brasileño, el campeón del Mundo) apareció en la cancha, saludó a Robbie Williams y Robbie se puso a cantar. Sí, Robbie Williams, el que alguna vez, 20 años atrás, en Buenos Aires, tuvo sexo con una tal Amalia Granata. Después ella lo contó en los medios, se hizo “famosa” y terminó siendo una de las intelectuales más destacadas del anti-derecho derrotado en Diputados.
Se sancionó la ley y 20 minutos después arrancó ese trámite innecesario llamado Ceremonia Inaugural, que todos odiamos pero que vemos para empezar a palpitar lo que se viene, para ponernos en tema. Como los grisines que nos trae el mozo en la panera antes de servirnos la comida.
Después de la ceremonia, el partido. El Rusia-Arabia Saudita terminó dando bastante más de lo que prometía y ahí sí, el Mundial estaba en marcha. Con un cinco a cero entre dos equipos de los que no conocíamos ni un solo jugador. Apenas el árbitro Néstor Pitana y el técnico de los saudíes, Juan Antonio Pizzi, ambos argentinos.
No estuvo mal Rusia-Arabia Saudita. Se dejó ver, más allá de que el único atractivo para verlo fue que era el partido inaugural de un Mundial. Eso sí, fue un partido para ver con la atención puesta en otro partido: el que se va a jugar en el Senado.
Mientras tanto, la cosa se va poniendo linda: Uruguay le ganó a Egipto 1-0 y más tarde hay un partidazo de primera ronda: Cristiano contra Sergio Ramos. O Portugal-España, como prefieran. Ni hablar que el sábado debuta Argentina.
Con un ojo vamos a estar mirando qué hará el equipo dirigido por Jorge Sampaoli. Con el otro, relojearemos qué votarán los senadores dirigidos por Miguel Ángel Pichetto. Y bueno, es lo que hay. ¿Por qué resignarnos a menos si se puede ganar todo? Eso sí, por las dudas, no hagan olas. Salvo que sea una enorme e inevitable ola verde.
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