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Campeonato de fútbol callejero: El verdadero “jogo bonito”
Todo comenzó en Paso del Rey con la idea de rescatar a los chicos de la calle y terminó con los chicos rescatando lo mejor de fútbol. Ahora, ya es una competencia nacional de la que participan 80 organizaciones y más de 3.000 jugadores de entre 6 y 23 años que acuerdan antes de cada partido su propio reglamento.
Veimar camina por una calle de tierra con baches de asfalto que los vecinos del barrio Chaco Chico, en Paso del Rey, llaman “camino mejorado”. Como si fuera Papá Noel, lleva una bolsa gorda al hombro. Un puñado de chicos lo siguen detrás, a paso firme y expectantes. Aunque existen notables diferencias con el personaje navideño: no usa barba, su gorra es rapera, la bolsa es negra –típica de consorcio–, y en vez de arroparse con ese invernal atuendo rojo y blanco lleva un short y remera azul y amarilla. “No es de Boca, sino de Alem, un cuadro del ascenso”, aclara.
Veimar lanza la bolsa a la sombra del ombú del potrero y comienza a sacar camisetas para repartir entre su séquito. “Son prestadas”, vuelve a aclarar Veimar, que coordina las actividades de El Tanque, un pequeño club del barrio Sanguinetti, de Moreno. Desde allí llegó con sus compañeros para participar de las jornadas de fútbol callejero que organiza Defensores del Chaco, el club que convirtió la pasión de multitudes en un proyecto no menos apasionado de integración y transformación social.
“El fútbol callejero está bueno, jugás sin referí y es más tranquilo. Si hubiese árbitro sería un quilombo. Cobra mal y se arma un lío bárbaro. Acá, los chicos se arreglan entre ellos y nunca hay grandes problemas”, declara Veimar –siete hermanos, alumno de 8º grado– en la previa del partido.
La competencia callejera tiene su propio reglamento. El partido, por ejemplo, es de tres tiempos: en el primero los equipos fijan las reglas, en el segundo se juega a la pelota y en el tercero se analiza –con la ayuda de un mediador– el comportamiento de los jugadores y si se cumplió la normativa pactada en la etapa inicial. Además de los goles, se otorga puntaje por valores positivos: solidaridad, cooperación, respeto y participación. Y hay otras dos normas de oro: los cambios son ilimitados, para que todos tengan la posibilidad de jugar y los equipos son mixtos. Por eso, Veimar le lanza la camiseta número 9 a una delgada centrofoward, de cabellera hasta la cintura, a quien él define con la voz cascada, a lo Mostaza Merlo, como “la goleadora del equipo”.
“Cuando arrancamos con el proyecto no pensamos en fútbol mixto, pero un día vino una chica a jugar. Mientras nosotros pensábamos cómo decirle a la piba que no podía participar sin herirla, los pibes reaccionaron: ‘Que juegue, que juegue’. Ahí aprendimos que tenemos que escuchar a los chicos, que saben más que nosotros, y que tenemos que ser dinámicos e ir adaptándonos todo el tiempo”, reflexiona Fernando Leguiza –más conocido como Legui–, responsable social de Defensores del Chaco.
De Paso del Rey al mundo
Fabián Ferraro había cumplido con el sueño del pibe. Integró varios equipos del ascenso y tuvo la oportunidad de jugar en España. Pero una lesión lo hizo abandonar la carrera de manera prematura y en 1994 ya estaba de vuelta en Chaco Chico, su barrio natal. Por entonces, la apertura indiscriminada de la economía había obligado a cerrar la curtiembre, el motor económico de la zona. El vecindario se convirtió en una especie de ciudad-dormitorio y muchos de sus habitantes se transformaron en desocupados. Al futbolista lo sorprendió la cantidad de adolescentes que se reunían durante horas y horas para hacer nada en las esquinas del barrio. Un día se le ocurrió convocarlos al potrero para jugar un picado con el único objetivo de sacarlos de la apatía. La invitación se transformó en rutina y pronto se inscribieron para participar en los Torneos Juveniles Bonaerenses. Para sorpresa de propios y extraños, salieron campeones. “El equipo se había convertido en la atracción del barrio, nos dimos cuenta de que el fútbol nos había unido y había sacado a los chicos de la calle”, recuerda Legui.
El día en que se coronaron, los doce integrantes del equipo dieron una especie de vuelta olímpica por el barrio y colgaron un cartel en el basural de la zona: “En breve: polideportivo del Club Defensores del Chaco”, decía el desprolijo letrero. Lo que por entonces pareció una humorada se hizo realidad: con trabajo voluntario y ayuda del vecindario pudieron comprar el predio y desmalezarlo.
Trece años después, 1.700 personas participan de las actividades del club. Además de canchas para fútbol, volley, handball y básquet, cuenta con tres salas donde se realizan talleres de arte, un teatro para 250 personas y un Centro de Apoyo Legal Comunitario y de promoción para la salud. Un lunes por mes, todos los profesores y animadores sociales realizan jornadas de capacitación en técnicas de educación popular para perfeccionar sus herramientas de trabajo. Todo está puesto a disposición de recuperar la trama barrial y promover el desarrollo humano de su gente. “No generamos empleo, pero sí calidad de vida. Organizarnos a través del deporte ya nos sirvió para que nos asfalten las calles y que nos den luz eléctrica. Reclamar nuestros derechos es más fácil si nos juntamos”, concluye Legui y enumera la realidad de Paso del Rey: “Aquí viven 250.000 habitantes en 15 barrios, hay sólo tres escuelas y siete centros de atención primaria de la salud. Contamos con un solo hospital para todo el partido de Moreno, que reúne a 700.000 habitantes”.
Los actuales dirigentes del club son los chicos que integraron aquel equipo campeón. El presidente es Maximiliano Pelayes, tiene 22 años y por entonces, era el benjamín y aguatero del grupo. El estatuto de Defensores del Chaco establece como requisito inquebrantable que para integrar la Comisión Directiva hay que ser menor de 30 años. “El hecho de que los pibes se hagan cargo de la institución es parte de la formación. Tienen la posibilidad de cambiar la realidad con la práctica. También es una forma de terminar con la costumbre de enquistarse en el poder y anquilosar estructuras. Conducir les cambia la cabeza, les abre una mirada política sobre las cosas”, se explaya Legui.
Ésta es la primera generación de dirigentes surgidos de las entrañas del club. Los fundadores –que ya no están en los puestos de gestión de Defensores– crearon una fundación con el objetivo de gestionar recursos y, sobre todo, diseñar proyectos estratégicos. Así nació, por ejemplo, la Liga Nacional de Fútbol Callejero. La integran más de 80 organizaciones, distribuidas a lo largo de toda Argentina e integradas por 3.000 jugadores que tienen entre 6 y 23 años. La autonomía económica y política es el principal requisito para integrarse al campeonato.
Uno de los objetivos del club es formar jóvenes capaces de replicar la experiencia, como el caso de Veimar –el pibe de 17 años que cargaba la bolsa como Papá Noel–, que comenzó jugando al fútbol en Defensores del Chaco y después decidió hacerse cargo de la coordinación de El Tanque, cuando su antecesor se esfumó con la plata que entre todos habían recaudado para las camisetas y el transporte.
Defensores también impulsó en febrero de este año el Primer Encuentro Nacional de Fútbol Callejero, realizado en Bariloche, en el que participaron más de 200 jóvenes que, además de jugar los tradicionales picaditos, participaron de excursiones y de un seminario denominado “El fútbol como herramienta de transformación social”.
La experiencia, además, se reprodujo en Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Perú. Ahora se están iniciando propuestas similares en Venezuela, Uruguay y Ecuador. El Primer Campeonato Sudamericano se realizó hace dos años en Moreno. “Para el barrio fue un acontecimiento muy importante. Acá no quiere venir nadie, se dice que es zona liberada y, sin embargo, pudimos mostrarnos como somos. Jugamos en medio de la plaza y, como broche, hicimos la final en la 9 de Julio, la cancha más ancha del mundo”, se ufana Legui. “Tomar la calle significa encontrarse con el otro, construir, aprender y dialogar de manera colectiva. Hay que recuperarla, junto a la alegría de la fiesta.”
Los tres tiempos
El potrero está ahora dividido en cuatro canchas. Un micrófono instalado en una esquina y conectado a un par de humildes parlantes anuncia los partidos. “División Cadetes: Escuela 20 juega con Treng Treng en cancha 2.” Veimar y su equipo bufan porque tienen que esperar turno. Deciden sentarse a la sombra del ombú.
Mientras tanto, en el centro de la cancha los dos equipos se sientan en ronda. Entre ellos está José Rodríguez, el joven mediador formado en Defensores del Chaco, que aplaude dos veces y dice: “Bueno chicos, es el momento de acordar las reglas”. El 6 de la Escuela 20 propone que los goles de las mujeres valgan doble. Todos asienten. Rodríguez lo anota en una planilla. Los jugadores también coinciden en que los tiros libres serán indirectos y que los laterales pueden hacerse, indistintamente, con la mano o con el pie. Deciden que el arquero puede salir hasta la mitad de la cancha, que habrá cambio de arco a los diez minutos –el partido dura 20– y prohíben las “barridas a los pies” para quitar la pelota. “Cada vez que barremos, terminamos lastimados”, argumenta el arquero de Treng Treng, impulsor de la norma. El único punto que amerita el debate es la cantidad de jugadores por equipo. Mientras que la Escuela 20 propone jugar cinco contra cinco para que haya más espacios y menos choques, Treng Treng prefiere jugar seis contra seis, para que más chicos jueguen más tiempo. Después de argumentaciones y contraargumentaciones se ponen de acuerdo en la primera variante.
“Buscamos que los chicos tengan autonomía, que ellos decidan por sus vidas. Estamos acostumbrados a esperar un salvador. Sobre todo en el conurbano, donde tenés un puntero político cada dos cuadras. Acá se trabaja para aprender a resolver conflictos, a construir consensos y a buscar lo que es mejor para todos”, explica Luciana Ruiz, encargada de Comunicación de Defensores.
El mediador se retira a un costado de la cancha. “Saquen ustedes”, ofrece un jugador de la Escuela 20 y el partido, por fin, comienza. Treng Treng alista a dos mujeres en su equipo que se instalan en la delantera, mientras que su rival tiene una sola que transita por el medio campo con la voluntad y el empuje de un típico cinco picapedrero. “Parece Giunta”, comenta un espectador del Municipio de Morón, que presencia la jornada con la intención de llevar el fútbol callejero a sus pagos.
El partido se hace intenso. Promediando la primera mitad Escuela 20 ya gana 2 a 1. La número 5 voluntariosa no puede quitarle la pelota a un rival que se termina escapando para conquistar el tercer gol. “Forra de mierda, no servís para un carajo”, le recrimina un campañero mientras sacude, fastidioso, sus brazos. Los suplentes del equipo se miran con muecas de disgusto. Intuyen que perderán los puntos que premian el respeto.
El segundo tiempo arranca con tres modificaciones en cada equipo. Pero no cambiará sustancialmente el marcador: 7 a 4 gana la Escuela 20. Pero ése no necesariamente será el resultado final. El equipo que gana en la cancha, recibe tres unidades. Sin embargo, después hay otros cuatro puntos en juego: respeto, solidaridad, participación y cooperación. Los encargados de adjudicarlos son los propios jugadores.
Después del partido, los chicos se derrumban sobre el piso y otra vez arman una ronda con José Rodríguez, el mediador. Esta vez al costado de la cancha. “¿Cómo se sintieron?”, pregunta Rodríguez, casi como una formalidad. Sin embargo, se sorprende con la respuesta que lanza la chica que marcaba con la voluntad de Giunta: “Mal, me sentí mal porque ése me toqueteó todo el partido”, dijo enfurecida mientras señalaba a un rival. El chico se sintió interpelado e intentó una respuesta poco convincente: “Lo que pasa es que ella jugó todo el partido de mala leche, me pegaba patadas todo el tiempo”. Todo hacía parecer que el punto de respeto iría a Treng Treng, pero la chica siguió hablando y empató el partido de los valores: “También me sentí mal cuando mi propio compañero me dijo que no servía para una mmm…”, protestó sin terminar la oración. Finalmente los jugadores acordaron que ningún equipo se merecía recibir puntaje por ese ítem. Después analizaron si los varones les pasaron la pelota a las mujeres, si jugaron todos y si cumplieron las reglas que habían establecido al principio. El partido terminó con 5 puntos (3 por ganar el juego, uno por cooperación y otro por participación) para Escuela 20, contra 3 (uno por participación, otro por solidaridad y uno por cooperación) para Treng Treng.
Arquitectos del propio destino
El micrófono ahora anuncia el partido de El Tanque con Defensores del Chaco. Veimar se vuelve a entusiasmar y arenga a los suyos: Carla Bulacio será la mediadora del partido: “Nosotros sólo preguntamos, aunque sepamos qué pasó en el partido no damos nuestro punto de vista. No podemos decir si los chicos fueron o no respetuosos. Una vez, un equipo presionaba con la mirada para que nadie confesara la falta de solidaridad. Hasta que de tanto preguntar, un chico dijo que no merecían ese punto. Sus compañeros lo reprendieron, le dijeron que se callara. Ahí sí, intervine y les dije que era muy respetable lo que hacía ese chico, que era honesto con los demás y con él mismo”.
Además de mediadora, Carla –de 21 años– juega al fútbol. Admiradora del Ratón Ayala “porque –dice– es muy limpio para quitar la pelota”, juega de marcadora central. El año pasado se convirtió en la única representante argentina en el Mundial de Fútbol Callejero realizado en Berlín, en forma paralela al campeonato organizado por la fifa. A la Argentina no le fue muy bien ni deportiva ni socialmente. Allí hubo un áspero debate con las delegaciones de Europa, Asia y África. Para Legui, aquel torneo se pareció demasiado a la contienda profesional. “Nuestra metodología está bien afiatada en Latinoamérica, pero no en el resto del mundo. Para nosotros, el cumplimento de las reglas que se pactan antes del partido inciden en el resultado, para los demás sólo valía el resultado deportivo. Y eso desvirtúa todo, los aspectos sociales pasan a ser figuritas decorativas con las que nadie se compromete de verdad”, explica Legui. Sin embargo, reconoce que aquel viaje fue una experiencia inolvidable. De allí se trajo el equipo de gimnasia que usa en este momento. Pertenecía a The Peres Institute for Peace y tiene estampada las banderas de Israel y Palestina. En el lugar donde los equipos de Primera suelen llevar el anuncio del sponsor, dice en inglés: “El equipo de la paz”. Es un obsequio del coordinador de un equipo integrado por árabes y judíos.
Legui habla detrás de uno de los arcos, a escasos metros de una construcción de dos pisos que está muy avanzada. Allí estará la guardería maternal que Defensores del Chaco inaugurará el año que viene. “Y para 2010 ya estamos proyectadas la escuela primaria y la secundaria”, se entusiasma el coordinador, que con sus brazos dibuja en el aire las trazas de los futuros edificios. “Será una escuela de gestión social, dirigida por los padres y maestros. Hay que hacerse cargo. Nos dimos cuenta de que para incidir en las políticas públicas había que construir un movimiento político, reencontrándose con las familias, con otras organizaciones”, subraya. Y agrega: “Nos cansamos de resistir, ahora queremos ser felices y construir nuestro propio destino. No es fácil. Los chicos están acá nada más que dos horas, después vuelven al mundo: comen una vez por día y en la escuela donde deberían estudiar, no acceden a la salud. Nosotros les hacemos revisaciones a chicos que jamás fueron a un médico”.
El trabajo de Defensores del Chaco les valió una invitación inesperada. La afa los convocó para participar en los torneos de divisiones inferiores. Aceptaron, pero no fue fácil ingresar a ese mundo ajeno: en los primeros partidos perdieron por goleada. “Nos costó mucho, lo fuimos elaborando como grupo. Sabemos que tenemos objetivos distintos. En el fútbol infantil hay mucha pasión, pero los semilleros buscan ganar a toda costa y cómo hacer plata con los chicos. En River, los pibes de 11 años tienen representante. Pero para incidir en políticas públicas, tenés que interactuar con el otro. Aún en ese marco, ganar a cualquier precio para nosotros no sirve”, asegura Legui, que admite que ya vinieron representantes de los clubes grandes a proponerles a algunos de los jugadores de Defensores que se integren a sus planteles. “Nosotros no le decimos que no a nadie, sólo les advertimos a las familias de qué se trata.”
Veimar tiene ahora los cachetes colorados. Terminó su partido. Empató en valores sociales, pero perdió en la cancha. Sufrió los goles como ninguno de sus compañeros: es el arquero. Pero eso parece historia. Ahora todos bailan al ritmo del Culebrón Timbal. Mientras, el joven que coordina El Tanque se preocupa por juntar todas las remeras, las guarda en la bolsa negra, se la carga al hombro como Papá Noel y desanda otra vez la calle de tierra con baches de asfalto. Detrás van sus compañeros.“El sábado que viene –masculla– habrá revancha”.
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