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La magia renga

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La Renga. Esta vez la cita fue en La Plata. Y nuevamente, las dos noches en las que colmaron el Estadio Único no fueron noticia. La omisión no hace más que resaltar qué esconde este modelo que inspira a una generación de músicos que crece renga.

La magia renga“Si toca La Renga, yo estoy ahí, no importa si llueve o truene, yo estoy ahí.” El testimonio, que bien podría pertenecer a cualquiera de los 85 mil jóvenes que se movilizaron el 23 y el 24 de junio hasta el Estadio Único de La Plata, cobra fuerza propia en boca del sonidista Jorge Leggio. ¿Cómo es que un tipo de 42 años, ex taxista y padre de dos hijos, llega a ponerse la camiseta de los que, en cualquier otro contexto, serían solamente personas que requieren sus servicios de sonidista? Las palabras con las que el Chizzo cerró el recital del sábado en La Plata son una buena forma de comenzar a descifrar el interrogante.
Tres horas y treinta y tres temas después de rock para los dientes, el rubio cantante motoquero, siempre proclive a esquivar las peroratas en las que caen algunos de sus colegas, se planta delante de la multitud y recuerda:
-La Renga no somos sólo los que estamos arriba del escenario, hay una persona en cada rincón de este lugar para que todo salga bien.
Acto seguido, Tanque marca cuatro compases sentado en una batería lanzamisiles tierra-aire y arremete con Hablando de la libertad, algo así como una Biblia para encarar la existencia:
 
“Morir queriendo ser libre,
encontrar mi lado salvaje,
ponerle alas a mi destino,
romper los dientes de este engranaje”.
 
Esta metáfora estructuralista de la realidad también podría servir para desentrañar el funcionamiento de esta pyme que conforman unas decenas de amigotes.
La Renga respira horizontalidad, pero no en el estricto término de la palabra, ya que sería una necedad negar el mayor peso específico que tienen aquellos que componen y ejecutan las canciones que cautivan, respecto de aquel que se pasa toda una tarde poniendo el lomo para poder armar el escenario. Pero, claro está, así como una moto depende esencialmente de su motor, también necesita del caño de escape. Dicho así, parece una obviedad, pero La Renga siempre fue consciente de que se necesita tanto del músico como del plomo para materializar un espectáculo. Esta concepción que gira en torno al grupo de trabajo provoca que todos se sientan protagonistas de una misma película, en la que cada uno escribe la historia de La Renga, pero también la propia. Dice Leggio: “La Renga fue una universidad para todos nosotros, porque nos fuimos profesionalizando mientras crecíamos. Por eso les voy a agradecer de por vida lo que hicieron por mí. Estoy con ellos desde que no sabía nada y ellos siempre me dicen que tampoco sabían nada. Crecimos entre todos”.
 
Quizá Pipo, el iluminador, tampoco sabía nada cuando empezó. Tampoco Fito y Tachi debían haber armado muchas escenografías antes de La Renga. Y Gaby seguro que no hizo ninguno de estos nuevos ladricursos de management. Ni el Cabezón tiene una agencia de prensa. Pero con el resultado puesto, es difícil que alguien se anime a criticar este emprendimiento que arrancó sin nadie ciento por ciento profesional, aunque lejos del amateurismo y formó un equipo que pudo demostrar, partido a partido, que estaba para campeón. Y eso se logra cuando, cada uno en su función, se siente en la obligación de estar a la altura de las circunstancias. Por eso, las palabras de Leggio dejan la certeza de que va a volverse amargado a su casa si La Renga no suena bien esta noche.
Es probable que lo mismo sienta cualquiera de los chicos que trabajan en su gauchita, pero productiva al fin, empresa de sonido que les permite operar, al mismo tiempo, a Callejeros, Los Gardelitos, El Bordo y La Covacha, una segunda generación de esa aglutinación que la prensa -tan perezosa como especializada- denominó “rock barrial”. De aquí se desprende, también, que los usuarios de esta generalización todavía nos deban una mirada crítica sobre la particularidad de cada exponente de este universo poético y musical. El promedio de edad de estos peligrosos músicos, terroristas del buen gusto, ronda los 26. Y como La Renga debe andar por los 40, se estableció una relación, no paternalista, sino de hermandad. Los múltiples lazos estrechados generaron, también, que entre las mismas bandas compartan personas en determinadas funciones. El caso Leggio es el que está más a mano.
 
Mover montañas
Los alrededores del Estadio Único parecen un hormiguero. A medida que las hormigas labradoras se dirigen al núcleo cargando algo para brindar, son interceptadas por las hormigas volanteras. Ahí están, por ejemplo, los chicos de El Bordo difundiendo su próxima fecha en la ciudad de Córdoba. En octubre de 2006 llenaron Obras de boca en boca sin acudir al bombardeo publicitario, otra costumbre heredada de La Renga, que se cansó de reventar estadios con sólo poner un mensaje en su página de Internet. Para este doblete platense, La Renga pegó afiches callejeros, alejados del circo mediático para atraer a la muchedumbre. ¿O acaso alguien se lo imagina al Chizzo en Mañanas informales cantando La balada del diablo y la muerte al lado del Payaso Malaonda? De lo que se trata es de que el público vaya en busca del artista y no al revés. Es decir, La Renga prefiere hacer dos River con los que quisieron enterarse, antes que cinco, potenciados a partir de una efectiva campaña publicitaria. En ese hipotético caso la gente va a estar, de eso no quedan dudas. Pero, ¿cuántos de los que irían sabrían por qué?
Mientras los guantes de lana entorpecen su tarea de hormiga volantera –aunque lo protejan de un frío polar– Ale Kurz, cantante y guitarrista de El Bordo, confiesa lo que todavía le impresiona de La Renga: “Cómo el mensaje que baja del escenario se transmite después entre el mismo público”. Y delimita territorios: “La comunión que se genera en La Renga es muy opuesta a la de los festivales sponsoreados”.
¿Por ejemplo?
En el Quilmes Rock no te aceptan los volantes, te miran raro o lo tiran al piso en tu cara. Acá, hasta lo que vos sabés que no te van a ir a ver nunca porque no les interesa, se paran y te dan unas palabras de aliento. Cuando el año pasado se largó a llover en Mar del Plata, podría haber habido incidentes. Pero al que va a ver a La Renga no se le ocurren esas cosas.
Kurz se refiere al estreno de Truenotierra, el último disco de La Renga, el 16 de diciembre pasado, en el Estadio Mundialista de Mar del Plata. Un fin de semana soñado de playa, sol y roncanrol se truncó cuando un alerta meteorológico mañanero se transformó, a la tardecita, en una tormenta eléctrica que, rayos y centellas mediante, arruinó cajas de sonido, empapó el escenario y amenazó con suspender la velada. La situación se complicó aun más cuando la falta de electricidad no permitía informar lo que estaba pasando. A priori, se podría haber aventurado que, después de semejante gasto en pasajes, entrada y estadía, una eventual frustración haría enojar a los pibes. Error. Sacaron el cobertor del campo de juego para construir entre todos un enorme techo provisorio. Y ahí nomás, cayeron uno tras otro los cánticos, terriblemente amenazantes para los que ven en esto una futbolización del asunto. Los hits de la previa fueron “olelé, olalá, la lona es de los pibes, la lona no se va” y “el que no grita la lona para qué carajo vino”. El barro hasta las rodillas, el frío y el hambre no existen cuando se trata de La Renga, que tuvo que salir a tocar en condiciones precarias, desde el punto de vista de un espectáculo diezmado: sin pantallas, con menos escenografía, pero con mucho, pero mucho aguante. Eso sí que fue rock barreal. Y ahí es cuando el rock más tiene que ver con el fútbol: al partido siguiente, hay revancha.
 
Estrellas vs. personas
Mientras la luna se asoma en La Plata, el frío insiste y se abre la temporada de gorritos de lana. Ale Kurz, su hermano Diego –también guitarrista de El Bordo– y el batero Migue y su rocker hermano menor que toca la viola, esperan impacientes la llegada del Gordo, bajista, el muchacho. El que sí aparece es Facu, parte del staff permanente, y con malas noticias: el Gordo se quedó varado en el kilómetro 15 con Nenke, uno de los encargados del puesto de remeras durante los shows. Allí resuelven quedarse a esperarlos porque amigos son los amigos. Y más amigos son si comparten, como en este caso, una banda de rock. Este tipo de situaciones (alguien que trajo a su hermano menor, uno que se quedó en la ruta) se repiten con pocas coordenadas de diferencia. Mientras tanto, Ale sigue con el juego de las diferencias. “Cuando fuimos al Quilmes Rock a ver a Los Piojos e Intoxicados, antes tocó Ojos de Brujo, una banda que nada tenía que ver con ellos. Pero lo impresionante es que toda esa gente, con mayor poder adquisitivo, los chiflaba y les tiraba cosas. En un recital de La Renga te puedo asegurar que nunca, pero nunca, se va a chiflar a una banda soporte. No importa el estilo que haga. A lo sumo querrán que toque La Renga, pero faltarle el respeto, nunca.”
Un par de horas más tarde, pocos minutos antes de que se apaguen todos los reflectores del estadio para dar comienzo al recital, Ale llega a la conclusión de que ese espíritu fraternal, que genera un respeto por el otro, responde a que sobre el escenario no hay ningún tipo de histeria porque “no hay estrellas, sino personas que hacen música”. El Chizzo nunca buscaría algún tipo de escándalo redituable, así como el Tete no es de los tipos que saltaría de un noveno piso a una pileta mientras ensaya uno de sus trompos marca registrada. La enumeración amenaza con tornarse interminable hasta que aparece Eli Suárez, cantante y guitarrista de Los Gardelitos, que hace poco menos de dos meses tocó ante 12 mil personas en la cancha auxiliar de Ferrocarril Oeste. Eli pasa, saluda, promete volver y su morocha porra se pierde entre la multitud. Hoy le toca, igual que a los chicos de El Bordo, ser público. Igual que aquel 4 de diciembre de 2004, cuando La Renga volvió a tocar en la cancha de Huracán con un condimento extra: esa vez se dispuso el escenario en el centro del campo, con miles de rengueros rodeándolos.
 
Acciones vs. palabras
El grado de igualdad con que se relaciona la banda con sus compañeros de trabajo está íntimamente ligado a la consecuencia directa que tiene la puesta en escena de El ojo del huracán: todos ven igual de bien, no importa la ubicación. El enorme fogón humano que se arma recuerda a esa Pedagogía del oprimido (1970), del teórico y educador brasileño Paulo Freire. Freire desarmó el sistema tradicional educativo y propuso, entre muchas otras cosas, dejar de sentarse en jerárquica fila, mirando hacia el frente, para formar una ronda. Así el lugar del maestro es el de un eslabón más en el proceso de aprendizaje. La epopeya pedagógica de La Renga quedó registrada en El ojo del huracán, el dvd más vendido de la historia del rock argentino: 30 mil copias en tres meses. La soberbia realización, con una edición que apabulla, corrió por cuenta del Cholo Stokelj y Martín López, dos chicos que entrevistaron a la banda en 1994 para un trabajo práctico de la escuela de periodismo tea. Con el tiempo, aquellos dos aprendices de periodistas se hicieron un lugar en el corazón de la familia renga.
Ahora el Ojo regresó a La Plata, y hacia cualquier lugar donde mire se ve gente que se pregunta cómo piensa hacer la banda para subir al escenario sin la pasarela que estaba en Huracán. Bueno: así como demostraron tomarse con mucha mesura y tranquilidad el traje de ídolos que les calzaron, no se andan con verduritas cuando hay que poner la carne al asador. Por eso, una intimidante estructura metálica parada sobre una de las plateas recibe dos explosiones lanzadas desde lo más alto del estadio para que, lentamente, esa torre comience a enderezarse hasta formar un puente por el que la banda ingresa al Ojo de un estadio en el que se gastaron 100 millones de dólares, cuando se habían presupuestado 20. Vaya paradoja: el colmo de la honestidad dentro del colmo de la corrupción.
El regreso a casa se retrasa más de la cuenta porque a las 2 de la mañana todavía hay largas filas de autos intentando empalmar el acceso a la Autopista 25 de Mayo para volver a la Capital. El panorama es más desolador cerca del estadio, donde tuvo lugar el epicentro del huracán, que confirmó su potencia cuando repite la ceremonia al día siguiente. En un domingo de ballotage porteño, La Renga vuelve a convocar multitudes sin despeinarse, lo que a esta altura es la envidia de cualquier político. Los dos candidatos finalistas deberían aprender bien la lección: la credibilidad se construye desde las acciones, no desde las palabras. Un ejemplo: la reacción de La Renga ante Cromañón. Mientras músicos, managers, productores y periodistas, entre otros expertos, se dedicaron a repartir culpas en un momento delicado, La Renga se pronunció sin palabras. El 9 y 10 de julio de 2005 invitaron a seis bandas por noche. La Renga no se queja de que “ahora no hay lugares para tocar”: comparte el suyo. Ese gesto de generosidad, también es un consejo mudo: siempre mantener el espíritu under, aun en la cima del huracán.
 
Días después, en una Ciudad de Buenos Aires que acababa de decidirse por Macri, Salva Tiranti, cantante de La Covacha, recuerda qué fue lo primero que le llamó la atención en los primeros shows de La Renga en el Galpón del Sur: “En ese momento no había una expresión rockera que no fueran los Ratones Paranoicos. Y La Renga tenía una estética que se vinculaba con lo que nosotros queríamos hacer”. Con las mismas intenciones de hoy, montaban todo desde cero cuando terminaban las obras de teatro programadas por el actor Lito Cruz. Y así como a Salva lo inspiraron esas funciones en las que la claridad de la mañana se colaba en el mítico reducto de Humberto I y Entre Ríos, ¿cuántos de los espectadores que calentaron las dos heladas noches de La Plata serán parte del recambio generacional rockero del mañana? La pregunta que surge, entonces, en este nuevo suelo porteño es inquietante: ¿qué condiciones piensa ofrecerles la Ciudad para que puedan expresarse, afirmarse, encontrar y encontrarse con su público?
“La Renga es un halo de esperanza”, tranquiliza Salva, bajando el grado de dramatismo. La Renga demostró que se puede, que un grupo de amigos puede cumplir las metas que se proponga y ser exitoso, siempre y cuando se entienda la palabra éxito como la posibilidad de poder vivir de lo que a uno le gusta sin pisar al de al lado. Que el compañerismo, la nobleza y la libertad son valores que todavía vale la pena construir con acciones.
Es curioso o no -según el grado de escepticismo de cada uno- que el grueso de los medios nacionales haya vuelto a ignorar un hito más en la carrera de la banda más popular del rock argentino. Sobre todo ahora que ese rock argentino pasa por el momento más institucionalizado de su historia. !Si hasta Telenoche tiene su espacio dedicado al rock nacional, junto al pronóstico meteorológico y a las noticias deportivas! ¿Qué pasa? ¿Acaso La Renga no es un modelo a difundir? ¿Qué puede pensar un chico que abre el diario y se encuentra con que su realidad no existe? Basta con desplegar el suplemento Espectáculos de Clarín del lunes 25 para volverse a preguntar: ¿qué es noticia? ¿85 mil personas que sacudieron a La Plata o las imágenes de la fiesta retro que organizó Araceli González para su cumpleaños número 40? Será cuestión de hacerle caso a lo que dice el Chizzo en A la carga mi rocanrol. Aunque muchos quieran “desterrar la canción de la vida”, van a “estar perdiendo el tiempo” porque el canto de La Renga “ya tiene otras bocas”.
Y eso, nadie lo puede callar.

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