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Consumidor final

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Crónica del más acá

El Abasto no deja de ser el cadáver de un monstruo. Conserva afuera su aspecto imponente, algo rudimentario y majestuoso, como un viejo dinosaurio que parece resistirse al implacable tiempo, aunque sus entrañas se hayan esfumado. Impersonal y vidriado, cuadrado y uniforme, es una vieja cáscara rellena con la liquidez de estos tiempos.
Al llegar al piso que busco me recibe una horripilante muestra del espíritu navideño, con un trencito que no funciona, árboles ordinariamente multicolores, enorme cantidad de símil nieve en este diciembre porteño, verdadero portento del colonialismo cultural o de la estupidez humana, no sé muy bien. Y, por supuesto, inefables y grotescos ¿gnomos? que ríen andá a saber de qué cosa y algún Papá Noel cada vez más cerca de la coca cola que de San Nicolás.
Qué linda la Navidad, doña.
Entro a “Cuerpos, la exhibición” cuyo título está en inglés y soy asesinado en la entrada por la suma de pesos 30 como para que me vaya haciendo a la idea. Le digo a la sonriente empleada que pertenezco a prensa, lo cual le hace el mismo efecto que a Benedicto xvi hablarle de la tolerancia.
Pago y entro. Para los distraídos, se trata de la muestra de cadáveres conservados en un proceso que se conoce como polimerización, cuya didáctica intención es mostrar algunas cuestiones referidas a la normalidad y las enfermedades en el cuerpo humano en una especie de radiografía en directo. Universidad de Michigan, cierto discurso evangelizador acerca de la ciencia y de la importancia de “vernos” y contenido informativo para la masa ignorante que puede pagar la entrada.
Precisamente el cartel de entrada me avisa que no son –o fueron– personas sino especímenes. A ver si les queda claro, manga de incultos. Tengo un poco de miedito porque soy algo impresionable con estas cosas. Sin embargo, me adapto rápidamente. Los cuerpos parecen de muñecos en una magnífica reproducción. Lo escabroso es que uno sabe que son cadáveres. Uff.
Hay mucha gente en un ambiente cuidadosamente iluminado, con fondos negros, muy dark. Todos hablamos bajito, como si estuviésemos en misa. Predominan mujeres, largamente. La mayoría jóvenes, que miran con detalle las vitrinas donde hay disecciones y los cuerpos enteros (es una forma de decir) y semi enteros. Todos parecen muy concentrados y atentos a los detalles que yo no percibo.
Una pareja se besa irrespetuosamente frente a un cadáver que muestra no sé qué cosa que nos hace mal. Se me ocurren muchos comentarios sesudos pero ninguno me parece serio. Está bueno que se besen, ¿no?
Hoy Lanús salió campeón, pero a nadie parece interesarle aquí dentro. Hay gente fashion y otra que no. Hay chicos que parecen entretenidos, señores de mediana edad que le explican a su señora algo que a la señora no parece interesarle y nadie ha venido solo.
Una exposición de cadáveres. ¿Qué diría Foucault? La muestra es sobria en su puesta, si bien hay, sobre el final, un cadáver (finalmente lo son) sentado como si estuviera leyendo un libro (de anatomía) en un banquito sobre una mesa vidriada. ¿Hacía falta?
Hay una sala donde hay fetos en diferentes etapas de gestación, todos de color rojo en frasquitos, un cartel que advierte a las personas impresionables (¿¿??) y un cierto aire a Alien en la sala.
“El cuerpo nunca miente” es una leyenda que se repite. ¿Será así? Hay un cuerpo que muestra apéndices metálicos en la cabeza, rodilla, mandíbula y codo. Pobre tipo, lo mejor era morirse. No hay información sobre el origen de los cuerpos, parecen de tipo asiático y alguno africano, pero andá a saber. Un cuerpo está cortado literalmente en rebanadas para mostrar alguna cuestión que mi supina ignorancia se empeña en no ver. Una señora le dice a su marido que si se va a desmayar le avise, mientras el señor se sienta en un banco con cara de ¿qué estoy haciendo acá?
La muerte en términos de ritos funerarios es una muestra de civilización, es una de las puertas de salida de nuestra animalidad. Y luego, durante siglos, la muerte ha sido parte de un show. Esto que estoy viendo, ¿qué es? No lo sé, pero no me gusta.
Repaso la sala y, de lo que puedo constatar, la inmensa mayoría de los cadáveres son hombres. ¿Quiere decir algo? Le pregunto a un joven con cara de aburrido que vende –al módico precio de 25 pesos– el catálogo. El joven me informa que apenas puede dar fe de su propia existencia por lo que desisto de mi fuente de información rápidamente. Qué duro es el oficio de periodista.
Me voy y pienso en los cuerpos masculinos con genitales patéticamente disecados, empequeñecidos y arrugados… Pienso en Freud, imagino una sonrisa femenina algo socarrona y me digo: al final tanto lío para terminar así…
La ciencia no es lo mío.
Vuelvo a ver el espantajo navideño y me dan ganas de volver a entrar. Pero no. Ni muerto.

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Las pasionarias

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Mujeres al Oeste. Crearon un espacio para la acción y desde allí arremeten juntas contra la violencia sexual, en todos sus aspectos. Se definen como subversivas, porque quieren cambiar el mundo público y privado. En eso andan: dictan talleres, brindan asesoramiento, hacen campañas y desafian los prejuicios barrio por barrio.
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Eva Giberti. Sus febriles 78 años la encuentran dando un salto: de referente feminista a funcionaria del Ministerio del Interior. Aquí comparte los misterios de ese trayecto.
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Siluetas reveladas

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.Sus ensayos fotográficos, dice, son “arte-reacción”. Los temas: el erostimo femenino durante el post parto o los mandatos de belleza que desfilan en las portadas de las revistas y que ella define con una palabra: culocracia.
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