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Mar del Plata: lo inolvidable

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Crónica sobre las lecciones de una historia ya olvidada: la del suicidio de Rodolfo Estivill en la Anses. Retrato de la vejez en una de las ciudades que más jubilados tiene en la Argentina. La otra cara del modelo que no sabe qué hacer con los más viejos. Por Melina Antoniucci.

Mar del Plata: lo inolvidable

“O me muero en Boedo o me muero en Mar del Plata, en ningún otro lugar del mundo pienso morirme”. Irene es contundente. “Mar del Plata es linda, muy parecida a Buenos Aires. Pero no sabíamos que el invierno era tan largo”. Hace 9 años que vive en Mar del Plata. Es soltera y no tiene hijos. Hace poco falleció su hermana, su sobrina la llama seguido y suelen almorzar una vez a la semana. “La tristeza la tengo atravesada en el corazón, pero no me voy a dejar vencer. Nunca me vas a ver desarreglada por ahí o sin rubor”. Es verdad: la cara de Irene ni asoma sus 83 años. El maquillaje en composé no sólo le resta edad, sino que le da una elegancia única.

“Me jubilé a los 55, en el 89, pero trabajé hasta el 2008 por que la plata no me alcanzaba –continúa-. La plata del jubilado no alcanzó jamás. Con Menem yo cobraba 143 pesos. Ahora cobro 6180 pesos finales. Hago un esfuerzo y pago Osecac porque siempre le tuve terror a Pami. Se escucha cada cosa de Pami, que te da miedo”. Sin parar de hablar, ni de tejer, sigue: “Soledad, depresión, falta de afecto, muchas cosas nos pasan a los viejos. Y lo de este hombre fue terrible. Él pensó que matándose ahí la gente iba a poner los ojos en la Anses, por que la guita desaparece, siempre pasó lo mismo. Somos descartables, los viejos”.

Inés respira con cierta dificultad: sus 84 años le pesan en el cuerpo. Hace 5 años que vive en Mar del Plata. “Me quedé sola allá en Buenos Aires y me vine para acá. El médico me dijo que me equivoqué de  ciudad: acá no veo nunca a mis niestos, ellos tienen sus cosas. Tampoco nos vemos entre los jubilados, porque no se puede salir: el clima es jodido en invierno”. Toma aire y enumera uno por uno los remedios que debe tomar: son 7 en total. “Antes los tenía gratis. Primero me sacaron 5, después 2 y ahora ya no me dan ninguno. Gasto más de 2000 pesos por mes en farmacia”, se enoja y sigue: “Cobro la mínima y la pensión de mi marido, pero no alcanza: está difícil todo. Ahora mi hijo se quedó sin trabajo en Buenos Aires, trabajaba para un laboratorio brasilero que cerró”.

Inés e Irene forman parte de ese gran número de personas que pasan sus vacaciones y los últimos años de su vida en la ciudad feliz. Según el último censo, las personas mayores de 65 años ascienden en Mar del Plata a casi el 20 por ciento, 5 puntos más que la media nacional. En el imaginario colectivo, las postales de la rambla, el casino y el mar serán los días más felices.

La vida, un trámite

El jueves 29 de junio, un jubilado de 92 años se suicidó en la sede de la Anses de Mar del Plata. Según testimonios, el hombre, que estaba acompañado por sus sobrinas, se acercó a la dependencia para hacer un cambio de domicilio en el cobro de su haber. La noticia tuvo gran repercusión nacional y se viralizó casi al instante; las declaraciones de algunos funcionarios, también. El titular de la Anses, Emilio Basavilvasso, lamentó el “uso político de una situación tan personal y dolorosa”, desde su cuenta de Twitter. Desde uno de los sindicatos de trabajadores de la Anses, en cambio, sostuvieron: “Ya basta. Esto es un genocidio. No vamos a ser testigos silenciosos. No vamos a ser cómplices de este plan de exterminio de nuestros viejos”.

Rodolfo Oscar Estivill, de 92 años, vivía en Mar del Plata hace más de 20 años, donde había ejercido como médico cirujano. Junto con la pensión de su esposa fallecida, sus ingresos rondaban los 40.000 pesos. En conferencia de prensa, sus sobrinas dieron a conocer el cuadro depresivo de Estivill: hacía unos 6 años había fallecido su esposa y hacía pocas semanas, su último amigo.

Ester, otra jubilada, interpreta. “Hay gente que está muy sola y que encima ahora se quedó sin muchos remedios. Lo que más necesitamos los viejos es el apoyo psicológico, de la familia, el afecto: en la vejez el acompañamiento es todo. Cuando llegas a esta edad,  empezás a perder la familia, los amigos. Yo tenía 6 hermanos varones, tenía cuñadas, primas. Ahora no tengo a nadie”. Nacida y criada en Mar del Plata, a sus 87 años vive sola en un barrio típico marplatense.

Ester tiene su propia conclusión de lo sucedido en Anses: “Él no lo hizo por necesidades económicas. Si quería suicidarse porque no quería vivir más, porque ya la vida no le significaba nada, podría haberse matado en otro lugar: en la casa, en la despensa, en la playa. Él se mató en Anses para que recapacitemos sobre lo que están haciendo con los viejos”.

Uno de los programas que Pami ofrece es el de acompañante terapeúticos para las personas mayores. Belén es acompañante terapeútica y trabaja con una gran población de personas de la tercera edad. “Hay un aparato burocrático detrás de cada aspecto que tiene que ver con la vejez. Si no tienen un familiar que se ocupe de la cantidad de papeles y trámites que tienen que presentar, ir a PAMI para tramitar la medicación es muy complejo. Para las personas mayores esto es muy agotador, física y emocionalmente. Muchas veces se sienten solos, en un estado de desidia que los angustia mucho y con algo de culpa por llegar a viejos y ser una carga. Hay muy poco conocimiento de la vejez, de cómo abordar la vejez: lo familiares se terminan agotando y los viejos les da vergüenza pedir ayuda”.

El Estado, a través de PAMI, destina 2400 pesos por mes para este servicio por cada adulto mayor. “El trabajo de acompañante terapéutico es importante para muchas personas: a veces es lo único que tienen. Pero en la mayoría de los casos, nosotros terminamos siendo algo así como gestores, y no nos queda resto para trabajar en el estímulo o en la sociabilidad.Cuando cambian los gobiernos, también cambian muchos de los requisitos y papeles a presentar. Entonces todo el circuito de trámites vuelve a empezar”, concluye Belén.

Relatos salvajes

Gernán, secretario pro-gremial de ATE y trabajador de la Anses desde hace 21 años, cuenta que, luego del suicidio, la dirección de la Anses organizó una jornada con un grupo de psicólogos y el director ejecutivo se acercó hasta el lugar. También contó que decidieron tapar a la escalera: “Va a pasar mucho tiempo hasta que alguien vuelva a subir por ahí”. En un gran esfuerzo por confundirse con la estructura, una mampostería de durlock asoma al fondo de la sede de Anses para cubrir la escalera donde se desplomó Rodolfo Estevil.

La mampostería está ahí: azul, grande, alta, impoluta. Como si en un costoso ejercicio de borrar la memoria, la resaltara aún más. Los policías se miran cómplices y sonríen: “Yo estaba ahí adentro –señala uno hacia una puerta contigua a la escalera-. Me queda la duda si esperó a que yo entre para dispararse. Capaz pensaba que lo podía detener o socorrer, y él estaba decidido a matarse”. El otro oficial no quiere perder protagonismo en el relato: “El cuerpo quedó trabado en la escalera, casi en peso muerto, pero no rodó por los escalones. Respiraba con mucha dificultad. Nadie lo tocó hasta que llegó la ambulancia. Había gente que corría, otra que se tiraba al piso, todos gritaban. Nadie se esperaba algo así”.   

Lorena tiene 19 años y es estudiante de enfermería. Hace unos meses dejó de percibir el Plan Progresar y ese día estaba averiguando el motivo. Cuando Estevil se pegó el tiro, Lorena estaba parada al lado de la escalera. Le costó mucho recuperarse de la escena que presenció y por varios días no pudo salir de su casa.

Francisco es ingeniero y ese día comenzaba el trámite para jubilarse: “En un momento mi abogado grita ´cuidado´ y me empuja como para que me tire al suelo. Ahí es cuando escucho el disparo. Cuando el hombre saca el arma, la gente se desbandó y empezó a correr hacia afuera. La chica que nos atendió estaba muy consternada: no paraba de llorar. Cuando logramos salir, había una persona en el piso que estaba siendo atendida”.

Las condiciones en las que trabaja el personal de la Anses no tienen en cuenta las presiones psicológicas a las que son sometidos los empleados. “Los medios y un sector del gobierno fogonearon mucho la idea de que todos los trabajadores del Estado son vagos y malos, entonces la gente ya viene mal predispuesta. Esto, sumado al contexto de recortes y ajuste, convierte a cualquier delegación pública en un caldo de cultivo para que pase cualquier cosa”, sostiene Hernán. “La gente no maltrata al funcionario que decidió revisarle la pensión o darle de baja los medicamentos, sino a vos que sos el que le tiene que dar la noticia: que las puteadas, las escupidas y los cachetazos no sean noticia, no quiere decir que no hayan pasado”.

La máquina

Durante los meses de febrero y marzo hubo varias manifestaciones de jubilados frente a la puerta de la sede ubicada en una de las avenidas principales de la ciudad balnearia. En plena temporada de verano, un grupo de jubilados decidió ocupar la sede de la Anses para reclamar mejoras en los servicios y  denunciar la falta de medicamentos y la mala atención recibida.

Según estudios de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 16% de los jubilados y pensionados del país dejaron de ir al médico o de realizar alguna consulta por problemas de salud por falta de dinero. Y casi el 15% dejó de comprar, por lo menos, un medicamento. Del mismo informe se desprende que 3 millones de adultos mayores en la Argentina viven con una jubilación mínima, el equivalente al $6394: es decir que el 70% de estos jubilados es pobre y el 6%, indigente.

Hasta el 2014, de acuerdo a la Ley de Movilidad, las jubilaciones recibían un aumento igual o superior al índice inflacionario. Con el cambio de gobierno, durante el 2015, las variaciones en los índices de medición complicaron las estimaciones. Pero en el año 2016, los jubilados perdieron más de 15 puntos de su poder adquisitivo.

A comienzo de este año,  las autoridades de PAMI y la Superintendencia de Servicios de salud implementaron la obligatoriedad de las recetas electrónicas. Varios médicos no solo se han encontrado con inconvenientes técnicos –cortes de luz y falta de computadoras en los centros de salud- sino también con un límite anual de carga de medicación. La decisión no tiene demasiado fundamento científico y la fórmula para calcular el límite de “dosis anual” huele más a achicamiento del gasto que a política sanitaria y de control de la salud.   

Christian D’Alessandro, Director del Instituto de Derecho de Jubilados del Colegio de Abogados de Morón y especialista en Derecho Previsional, estimó que con el último incremento -alrededor de 700 pesos en mano para las pensiones mínimas-,  los jubilados recibirían en aumento lo equivalente a medio kilo de pan por día. Si a esto se le suma las políticas de acceso a los medicamentos, el combo es letal.

Juana tiene 71 años y dos hermanas discapacitadas. Llega con un sobre de papel madera, adentro un folio y adentro del folio, otro sobre. Saca uno por uno los papeles y arranca: “Mi hermana cobra una pensión por mi papá, que falleció hace 39 años. Cuando fui a cobrar su jubilación, en la parte de abajo del ticket de cobro me pedían que actualice todos los papeles de la pensión. Decí que justo lo vi”. Juana forma parte de los 37.236 beneficiarios que la Anses llamó a corroborar las pensiones que recibían. En la mayoría de los casos, habían pasado entre 30 y 40 años del fallecimiento y de la presentación original de los certificados de defunción.

Nada personal

Al día siguiente del suicidio de Estivill, una mujer de 65 años decidió quitarse la vida en la zona de la playa Punta Iglesia.

Otro caso ocurrió en diciembre del año pasado cuando, luego de ser atendido por un cuadro de hipertensión, Edgardo Nicolás, 70 años, se encerró en el baño del Hospital Español, uno de los centros de atención destinado a los jubilados de PAMI, y se disparó en la cabeza también con un arma. El jubilado dejó una carta impresa para la gobernadora de la provincia de Buenos Aires. En el escrito, sostenía que cobraba la mínima, que su situación económica era insostenible y le pedía a María Eugenia Vidal que pagara los gastos del sepelio y la cremación. “Anses me debe 6000 pesos, pero el sepelio más barato se encuentra alrededor de los 12.000 pesos”.

Según las estadísticas, los suicidios aumentan en épocas de guerras y en momentos de profundas crisis económicas. Algo parecido a decir que todo lo personal es político.

Estivill convirtió a esta escalera en el patíbulo de su propia soledad.

-Atención, atención -fueron las primeras palabras que dijo, como quien nos llama a asistir a un espectáculo y reclama el interés negado. Y antes de hacer sonar el disparo, la sentencia:

-Esta situación no da para más.

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