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Mu13

El juego de Dios

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Crónica del más acá

Hace rato que no iba al zoológico. Buscando emociones fuertes, pura adrenalina, resolví encarar hacia su versión más cruel: el Casino Flotante. Justo yo, que a lo único que jugaba era a la lotería familiar… (Y perdía miserablemente, bajo la mirada reprobatoria de mi abuela, inoxidable ganadora.)
Al entrar, me topo con una enorme cantidad de palmeras amordazadas por serpentinas de luces de color amarillito. Una especie de mixtura entre Las Vegas y la entrada a algún telo de mí querido sur del Gran Buenos Aires.
El casino es como dos Moby Dick perezosas e indolentes, con una entrada circense. Tiene colores y brillo tan intensos como el mal gusto. Pienso en la entrada al Sarrasani, pero si digo eso varias generaciones no van a saber de qué hablo. Entonces, digamos que es horrible como Hotel de Alan Faena.
Tiemblo de la emoción. Entro tras una delicada revisión de detección de metales y encuentro a lo largo del pasillo una curiosa sucesión de… ¡bonsáis! Ni siquiera me animo a tocarlos porque tal vez sean de plástico y es temprano para suicidarme. Tampoco me atrevo a preguntar por qué habrán puesto bonsáis en la entrada de un casino. Hace tiempo que para mí el Universo es un lugar incomprensible.
Acorde con cierta concepción aristocrática y, por lo visto, atrasada de la vida, me fui con saco, pensando que con un atuendo más casual me negarían el paso. Salvo algunos empleados, creo que era el único tarado que tenía saco. Pero me mantuve digno (y con el saco puesto) toda la noche.
Primera parada: máquina tragamonedas. Cientos de personas sin mediación humana con el artefacto, decorado en criptografía inglesa. Dibujitos de jirafas con anteojos y chanchos que dan vueltas sobre su propia cola, entre otras excentricidades. Hay mucha gente –que parece normal– jugando. Muchas mujeres, la mayoría creciditas. Muchas.
Todo luce impersonal: alfombra, luz, olor a desinfectante de auto y telones gruesos que aíslan completamente del exterior. ¿Buen gusto?… Si, claro.
Empleados jóvenes, casi todos. Los muchachos, pobrecitos, vestidos con unas chaquetas que escandalizarían a la Chiquita Legrand. Muchos hermanos orientales jugando. No hablo de los uruguayos sino de los otros, los de más lejos (al menos la visita me sirve para sacarme una gran duda: siempre quise saber qué significaría para el chino del super de mi barrio un rato de pura diversión).
Poca gente (son apenas las 21 del sábado). Amables empleados me explican que el grueso de la fauna llega a las 12 (ó 0 horas). Se juntan 5.000 personas y hay tres cuadras de cola. El Universo sigue siendo un lugar incomprensible.
Y la Argentina queda en la esquina del Universo.
Una señora pierde en un tiro tres meses de mi sueldo. No se despeina. Nadie se despeina. Mesas en dólares, en pesos, baratas y caras, y gente que parece normal. Incluso ese señor, que mientras juega a las cartas a no sé que cosa, apuesta en otra mesa a la ruleta. ¿Quién dijo que solo Dios está en dos lados al mismo tiempo?
Aquí todos juegan a ser Dios.
El casino es un gran shopping, un lugar de nada y de todo. Los laburantes tienen tanta amabilidad y destreza como hastío. La empleada de la mesa de Black Jack le pide a un jugador que corra el cigarrillo. El humo le hace evidentemente mal. Tres veces le tiene que pedir al marmota que lo corra. ¿Alguien tiene una pistola?.
El dinero va y viene de manera pornográfica. Por supuesto que exagero: solo son fichas que se sacan y se ponen. Qué ternura. ¿Nadie tiene una granada?.
Cruzo al Moby Dick de los pobres que se llama Princess y en el pasillo que une a los dos monstruos me encuentro con dos vacas de yeso. Una pintada con los dibujos del casino-ballena y otra con el paño de una ruleta.
El Princess está medio vacío y no hay nada interesante, salvo las vacas.
Así estamos.
Salgo a tomar aire. Dos cigüeñas, como si nada las tipas, descansan sobre una pértiga. Y una especie de Tero Mutante asoma cerca de ellas, vaya uno a saber con qué intenciones. Me pregunto si el Tero Mutante tendrá que ver con el dueño del casino –el empresario k, Cristóbal López– o alguna otra de esas entidades metafísicas que nos gobiernan.
Me duele la cabeza.
Mañana, para desquitarme, voy al zoológico.

Mu13

Un winner

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Empresario modelo del modelo. Es presidente de una de las cinco empresas que lidera el ranking de exportaciones y legislador oficialista. Controla un pueblo, al sur de la provincia de Córdoba, en el que para vivir hay que someterse a una investigación policial. Compañero de Domingo Cavallo, financió su lanzamiento político. Camarada de Roberto Lavagna, obtuvo beneficios millonarios durante su gestión. Fue el candidato que impuso Kichner para saldar la interna cordobesa y el ejemplo que citó Cristina para evocar la figura del empresario nacional. Su empresa bate récords de ganancias, pero recibe subsidios, reintegros, compensaciones y desgravaciones del Estado. Un ejemplo de cómo lo viejo y lo nuevo crean ese fenómeno llamado “agronegocio” que sembró la crisis actual.
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Las rutas de Toty

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 Fue el protagonista del primer piquete bonaerense y el único que rechazó los planes sociales. Armó microemprendimientos, talleres de filosofía, desfiló en la pasarela y llegó a la Cámara de Diputados de la mano de Elisa Carrió. En estos días, volvió al piquete junto a los productores agropecuarios. Cómo explica este trayecto.
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Usar la memoria

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Su nueva novela lleva un título inquietante: A quien corresponda. Un relato protagonizado por los usos que el discurso oficial hace de los setenta y que expone, a borbotones, todas las especulaciones que pueden hacerse sobre la memoria, la venganza y la fe perdida. Su intención, dice, es recuperar qué nos pasó y porqué.
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LA NUEVA MU. La vanguardia

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