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La vida está en otra parte: agroecología & justicia penal

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De los basurales de José León Suárez a la huerta agroecológica en Río Luján. De la cárcel y la vida entre drogas a estar con cerdos y verduras de todo tipo. La historia de un abogado “loco”, una mujer increíble y pibes que buscan cambiar la historia, todos los días: una crónica imperdible de la verdadera transformación social. Por Sergio Ciancaglini.

La vida está en otra parte: agroecología & justicia penal
El trabajo en la huerta. Fotos: Nacho Yuchark

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La mujer que fundó un barrio sobre un basural cuando ya no había más tierra a la cual acceder asegura que el abogado que tiene frente a ella está totalmente loco. Lo confirmó cuando vio entrar a este señor a la Villa 18 de San Martín en un auto destartalado repartiendo desde la ventanilla pedazos de jamón crudo. 

El abogado replica que la versión sobre su locura no una novedad, que el Código Penal es una hipocresía, y que el auto no estaba tan destartalado. 

Lorena Pastoriza fue y es corazón del barrio 8 de Mayo en José León Suárez, erguido sobre el basural en 1998 cuando el menemismo mordisqueaba sus últimos negocios en el poder. Hoy viven allí 1.200 familias. Fundó además la Cooperativa de Trabajo La Bella Flor, 117 integrantes (ex cirujas) que hacen una ciencia del reciclado de basura; el Centro Comunitario del barrio que ya tiene tres escuelas, un jardín maternal y en el que trabajan 40 personas; el comedor y las ollas solidarias, entre muchas otras cosas.  

Damián Odetti es abogado e inspirador del grupo y asociación civil Nuevo Concepto Penal. Se dedica a casos densos del universo delictivo, incluyendo al policial y judicial. 

Damián tiene estas tres hectáreas en Río Luján (ya donadas al proyecto) en las que recibe chicos judicializados y/o presos liberados para que experimenten si la agroecología puede resultar una opción válida frente a lo que en filosofía originaria –al revés– sería el mal vivir. 

Lorena y Damián, en representación de los nuevos conceptos penales y de las bellas flores, se confabularon para sostener este espacio agroecológico que abastece a las 18 personas que viven y trabajan en él; a la olla solidaria del 8 de Mayo que atiende a 300 familias por día; a los bolsones de verduras para que el Centro Comunitario venda a precios sociales en el barrio y done a otros comedores y ollas.  

La producción permite además la venta de verduras ecológicas a un sector social inesperado: “Los chetos de los countries, que descubrieron que esta verdura es diez veces mejor que la otra”. 

Aclara Lorena: “Se las podríamos vender más caras, pero las dejamos también a precios sociales. No entramos a especular porque nos convertiríamos en lo que criticamos”. A tono con la época, mantienen los cuidados con respecto al Estado, partidos políticos y organizaciones con los que prefieren tener una distancia sanitaria. O sea: hacen todo por las suyas tejiendo redes sociales de trabajo real.  

Unificaron los precios en 30 pesos para todos los productos: una lechuga, un atado de bróccoli, de acelga, rabanito, perejil y todos los etcéteras imaginables de esa producción de no menos de 1.000 kilos semanales de verduras cultivadas con entusiasmo, sabiduría y sin venenos. 

Crían cerdos: “Eso fue lo que hice siempre, desde que tenía 14 años y mi padre también pensó que yo era loco y que lo mejor era dejarme hacer lo que quisiera” explica el abogado que hoy ostenta 47 primaveras. “Tenemos 100 madres, lechones, gallinas ponedoras, pollos de pechuga que llegan a 3 o 4 kilos, 3 maples diarios de huevos (90 unidades en total) que vendemos a 400 pesos por maple”. 

“Y no te olvides de Olga”, solicita Lorena. 

Olga es la vaca que les regalaron desde otra granja amiga. Más allá de los recurrentes debates sobre los lácteos, Olga sería una confirmación cuadrúpeda de la existencia de la buena leche.     

Este lugar, entre el canto de los pájaros y el gruñido de los chanchos, está ubicado a un kilómetro de Río Luján y a unos 200 metros de la Ruta 4. Le dicen “El Campo”, y le pusieron nombre a lo que producen: Semilla Soy. 

El proyecto es aún más ambicioso: generar un grupo productivo formado por personas que parecían marcadas por un destino excluido, adicto, criminal y/o envenenado.  

Cheto naif

Conviene comenzar con el dueño de casa, el doctor Damián Odetti. “Mi papá, que siempre trabajó en laboratorios, compró estas hectáreas cuando le dije a los 14 años que quería ser veterinario. Tiempo después me confesó que pensaba que no había nada que hacer conmigo y que mejor hiciera lo que quisiera”. Damián viajaba a la escuela y criaba pollos en tiempos radicales: “Me decían Mazzorin”. Un vecino le pidió criar una chancha. “Era robada, yo no sabía, pero llegué a tener 160 madres”. Aprendió a buscar en un carro a caballo verduras desechadas y desperdicios de empresas para alimentar su producción. “Después abandoné todo, me hice comerciante. Vendía chocolate, cerdo, fiambre, verduras a supermercados como Coto y Carrefour y a los veintipico de años me fui a los Estados Unidos”. 

Allí se asoció a una norteamericana e importaban chocolate, yerba y vino Don Bosco, de las escuelas salesianas. En 2001 ocurrió el atentado a las Torres Gemelas. “Se hizo difícil la importación. El chocolate se derretía de tantos controles que hacían. Aquí también era todo un quilombo pero volví y me metí a estudiar Derecho en la UBA y estuve varios años de novio”. 

Un día en la Avenida Santa Fe de Buenos Aires Belén, 9 años, le pidió plata para comprar útiles para la escuela. Él bajó del auto y la acompañó a una librería. “Pidió gomas, lápices, una mochilita. Le compré todo y le di mi tarjeta. A los pocos días me llamó la madre y fui a la villa en Monte Chingolo. Nunca había estado en una villa. Me rompió la cabeza. Lo mismo que en la Facultad cuando empecé a descubrir la hipocresía del Derecho Penal gracias a profesores como Carlos Bigalli (actual integrante del Ministerio Público Tutelar de CABA).   

La vida está en otra parte: agroecología & justicia penal

Pensó un plan: “El campo estaba al pedo, había gente de la villa que podía venir aquí a tener otra oportunidad. Era un pensamiento naif, clasemediero, porque no siempre es tan así. Pero imaginé: ponemos con amigos un comedor en la Villa 18 de San Martín que me quedaba más cerca, le damos proteínas para la conectividad neuronal de los chicos, y trabajo para los adultos. Conocí la cárcel, que estaba cerquita. Y empecé a entender la lógica villa-cárcel”. 

Se recibió de abogado y a sus clientes empresarios les ofreció cobrar menos a cambio de trabajo formal para la gente de la villa. “Pero de 248 solo quedaron dos. Faltaban, llegaban a cualquier hora, no entendían lo que es laburar. Con el tiempo aprendí que el problema es más profundo, y que en la vida hay que tener pocas expectativas, para no frustrarse”. 

Lorena: “Me dijeron que había un doctor medio loco. Ahí fue que lo vi repartiendo jamón crudo desde el auto, rodeado de chicos. Les decía que vayan a la escuela. Parecía Papá Noel. Pensé: es un cheto que viene a lavar culpas a la villa. Pero nosotros teníamos que hacer piquetes para conseguir leche en polvo: por una pata de jamón o por carne íbamos al fin del mundo. Después lo conocí y entendí que era un tipo que realmente quería hacer cosas por los demás, pero de una forma muy loca”. Él retruca con un chiste machista: “Estaba soltero, por eso tenía plata”. 

¿Qué es un loco?

Damián: “Yo vivía rodeado de comida porque había retomado el campo, los cerdos, y siempre había estado conectado con el negocio de venta a los supermercados. Pero además me decían: ‘Che, mi hijo anda mal’. Y me lo traía al campo. Tuve que ir varias veces al Chaco, conocí fundaciones que alojaban pibes, y lo mismo: si querían, que vinieran”. 

Definición: “Ganaba plata como abogado, pero me servía para otra cosa: para tener una vida”. 

Explicación: “Si veo a un pibe en la calle, no puedo dejarlo. Tengo que tratar de hacer algo. Lo mismo me pasa como abogado. Me llaman y no puedo decir que no”. 

¿Qué es la locura? “Los locos son los no funcionales al sistema. Yo nací con pautas que no elegí. Fui domesticado. Pero tampoco me pidan que crea algo que sé que es falso. Según mi ética personal, si hay que hacer algo se hace. No le tengo miedo a la cárcel o a la villa, sino a la hipocresía y a la mediocridad. Pero si no sos hipócrita ni mediocre es difícil vivir en esta sociedad consumista, de los exitosos del ‘like’. Si vivís desprendido sos un loco. Sé que soy un traidor a mi clase, un disfuncional. Bueno. Bienvenido sea. Si está mal lo que hago, desafiame con argumentos”. 

¿Se trata de hacer lo que a uno lo entusiasma? “No. Contrario sensu –dice el abogado– yo sería un infeliz si no fuera lo que soy. No quiero dejar de ser feliz. Meteré la pata mil veces, pero no quiero dejar de ser yo”. 

Policías en acción

Informa Damián Odetti que las únicas drogas que consume son los calmantes y las pastillas contra la hipertensión “para no quedarme en un ACV”. Cree que el mundo sería otra cosa con más agricultores y campesinos y menos abogados. “En el campo hay vida, desde la microbiología del suelo para arriba. Alejarte del statu quo de los poderosos es alejarte de lo urbano. En el campo te das cuenta de que tenés lo imprescindible. Todo lo demás es decoración. Pagamos miles de cosas que no necesitamos para vivir. El progreso muchas veces es retroceso. Pero el campo es vida. Lo otro es conteo de la muerte”. 

Reivindica de todos modos su rol como abogado. “Si defiendo gratuitamente a un pibe de la villa me siento bien. Si defiendo a un tipo culpable, pero le cobro, me siento bien porque esa guita la uso en el comedor o en el campo: si cobro 500, 480 los pongo acá. Y cuando pude meter presos a policías y fiscales, me sentí mejor todavía porque acá se le pide que sea mucho más ciudadano al que descartamos de la sociedad, pero a los de arriba nadie les pide nada, aunque sean los más delincuentes”. 

La referencia es al caso del fiscal Claudio Scapolán motorizada por Odetti como denunciante y querellante (defensor de un policía arrepentido) y terminó desnudando una organización judicial-policial que armaba falsos operativos contra el narcotráfico, pruebas y causas fraguadas y robo de drogas, que encubrían además extorsiones (tanto a narcos como a no-narcos). Esta organización incluiría al citado fiscal que estaba a cargo de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) de Investigaciones Complejas de San Isidro, y también a funcionarios judiciales, abogados, comisarios, subcomisarios y policías bonaerenses. Este año hubo más de 30 allanamientos, 12 detenciones y el propio Scapolán no está preso gracias a sus fueros como fiscal. La causa, comenzada a partir del operativo Leones Blancos de 2013 (en el que la banda judicial-policial robó media tonelada de cocaína) continuará. 

Esa notoriedad lleva a Damián a recorrer programas televisivos: “Me sirven para bajar la hipertensión”, dice mientras invita a conocer las huertas agroecológicas. 

En una de ellas están Elías e Ismael González, hermanos chaqueños que señalan rabanito, puerro, acelga, lechuga, cebollita de verdeo, zanahoria, espinaca, radicheta, pak choi, akusay, zapallito verde, albahaca, rúcula, pepino, choclo, poroto, remolacha, perejil, chaucha, zapallo. 

Elías cuenta que su familia vivía en Miraflores, El Impenetrable, su madre los dejó para atender y finalmente dar en adopción a cuatro de sus hijas: “Eran ciegas, algunas no caminaban, o no hablaban” describe. El padre pasaba semanas y meses en el monte. Terminó Elías en una fundación de Resistencia a cargo de un sacerdote alemán que golpeaba a los niños por lo cual, a los 11 años, él y su hermano de 9 años decidieron fugarse para recorrer 308 kilómetros a pie para volver a su pueblo. 

No sabe cuántas semanas llevó la travesía. Comían restos encontrados en la basura, y aprovechaban la lluvia para no tener que beber de los charcos; domían bajo los árboles. Escaparon también de un amable aborigen que los invitó a su casa pero, alcoholizado, le pegaba a su propia madre y quiso agredirlos también a ellos. Cuando llegaron a Miraflores, su madre no quiso recibirlos, el padre tampoco estaba y pasaron a otra fundación en la que conocieron a Odetti en uno de sus viajes. 

Elías hizo cantidad de cursos (electricidad, Excel, construcción, computación). Se enamoró de Gladys. Damián los recibió en el campo hace ya 9 años. Tienen tres hijos y hoy es uno de los todoterrenos de Semilla Soy para la construcción y manejo de los distintos espacios. Ismael y su pareja, la santiagueña Coca Coria, se encargan de las huertas. Coca: “Cobramos el salario mínimo y como no tenemos gasto de vivienda ni de comida, pudimos comprar un terrenito en el Chaco para ir algún día. Es un trabajo muy lindo, y siempre nos han tratado como de la familia”.  

Cada integrante del proyecto es parte de la Cooperativa la Bella Flor. Odetti calcula que el mes pasado pagaron en total 73.000 pesos a quienes trabajan: el equivalente al salario mínimo para tres de ellos, y el resto según las horas trabajadas. Hicieron inversiones en mejoras por 130.000 pesos y los gastos corrientes fueron de 85.000. “Quiero llegar a que esto sea totalmente autosuficiente”, explica. Lorena responde: “Ya es autosuficiente. ¿Cuánto vale que tengamos gratis todas las verduras de las ollas en San Martín? La gente aquí tiene vivienda, comida, sus ingresos y lo hacemos en una organización comunitaria, sin prensa, sin chapa, sin un subsidio del Estado. Y acompañando cada caso, cada tema de salud de cada persona de la cooperativa”. 

Cintia pone como ejemplo que rechazaron su ingreso en una empresa de peaje por estar embarazada, pero la tomaron en La Bella Flor. Pudo operar a su hijo Santino de labio leporino. Me muestra orgullosa la foto en su celular. “La empresa te raja y ya está. En la cooperativa nunca se descarta a nadie, porque somos todos socios y somos todos iguales”.  

La vida está en otra parte: agroecología & justicia penal
Parados: Ismael, Coca, Cintia, Dani, Elías,
Juancho. Abajo: Colo, Damián Odetti,
Lorena Pastoriza con Lucas. Producción
agroecológica y producción de vida.

Por amor al arte

Los fines de semana instalan el puesto de venta de verdura sobre la Ruta 4, y calculan una venta que puede aportar 80.000 pesos mensuales. “Más los 30 lechones por mes que dejan arriba de 100.000 pesos” calcula Damián. “Vendemos todo alrededor nuestro sin intermediación. Es un principio que tendría que generalizarse: que cada lugar produzca para su entorno”. 

Aparece Dani, parte de su pelo teñido de rubio. Relata Damián: “Rechazaba el beneficio de la libertad condicional. No quería salir antes. Me contó que no quería la condicional para que no lo controlen. Agotó la pena el 18 de agosto del año pasado y lo fuimos a buscar. En diciembre robó un celular a una chica. Un tipo le dijo: ‘¿cómo le afanas a la piba?’. Él lo devolvió pero cayó la policía y se lo llevó. Estuvo un mes preso y después lo traje bajo mi responsabilidad”. 

Cuenta el propio Daniel Galardo, 22 años: “Cumplí los siete años y ocho meses de pena completos. Está lindo el campo, más tranquilo que donde vivo yo en La Carcova, en San Martín: andan agarrándose a los tiros. Está peor que antes. Muchos con la droga, con la pipa. Muy feo”.

Reconoce que jamás había trabajado. “Acá se me hizo re raro. Me explicaban 20 veces las cosas. Ahora estoy encarando mejor el mambo”. Cayó preso a los 14 años: “Fui a robar a Capital y maté a dos policías. No quería que agarren a mi hermano, que era mucho más chico. Me quedé enfrentando. Y maté”.  

Dice que lo suyo no fue necesidad: “No me faltaba nada. Pero a veces uno hace cosas para creerse importante. Como que sos mejor persona –dice en referencia a ser una persona con más poder–, éramos wachines que pensábamos en tener fama, que nos conozcan”. 

Le pegunto qué es lo peor que vio en su vida. “Vi cuando mi padre torturaba personas. En mi familia son sicarios. Sicario para mi es el que mata haciendo sufrir. Mi papá a veces mataba porque tenía ganas, nomás. Por amor al arte.  Vi cómo mataba a esa gente. Y hacían videos para mandar al que le pagaba o a la familia de la persona a la que le hacían todo eso. Yo tenía 13 años”. 

Me contó detalles todavía peores que prefiero omitir, tal vez antiperiodísticamente, que él cuenta con la voz contenida y los brazos cruzados. “Todavía no llego a pensar muy bien lo que pasó. Cargo con lo que vi, y con lo que yo hice”. Murmura que sueña lo que vivió, y esas noches no duerme.   

Al salir de la cárcel pensó en empezar de nuevo y ser otra persona. Le gusta el campo, pero está haciendo un curso y ahí parece dirigir sus intenciones: “Quiero poner una peluquería”. 

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Psicópatas y abusadores

¿Cómo encarar la relación con alguien como Dani? Lorena: “Yo trato de empezar desde cero. Si miro para atrás me va a llegar el miedo, y con miedo no puedo actuar. Supe lo que hizo, pero para mí es la persona más inofensiva del campo. No te niego que me corrió un frío cuando me enteré. Hablé con él”. Dani lloró, y le dijo a Lorena: “Todos los días pienso en eso. ¿Vos me entendés? Es todo lo que no me gusta de mí’. 

“No puedo creer que no haya recibido tratamiento psiquiátrico –razona Lorena-. Hasta el momento de matar, siempre fue víctima. Pero quiero vivir con la premisa de que podemos deconstruir estas historias, y que con amor somos capaces de ser mejores personas”. Como si fuese el suelo del campo, Lorena considera que crear espacios más sanos hace que a las personas les pase lo que a los vegetales: crecer de otro modo. 

Damián: “Trato de chequear si tienen algún grado de reflexión sobre la actitud dañina que tuvieron. Hay personas que roban objetos, otras dinero, para otras el objeto es la otra persona. Y todos tenemos un grado de psicopatía. ¿O no?”. Sobre Dani: “¿Dónde nació, cómo se crió? Hay una lógica. Pero tendríamos que ser más los que entendamos al otro, para acompañar. Y si no podés, no podés. Yo decía: ¿puedo cambiar al mundo? No, no puedo. ¿Puedo ayudar a alguna persona? Depende. Si quiere, si sé cómo ayudarla, y si me ayuda a hacerlo”.

Lorena marca un límite: “Nunca nos tocó un femicida o un abusador sexual. Me parece que ahí puede haber una enfermedad. Un abusador, un pedófilo, vuelve a lo mismo. Son personas que no creo que tengan posibilidad de reinserción en ningún lugar. Es lo que me parece”. 

Sobre el personaje guacho: “Hay chicos que vienen de la villa, la pasan bárbaro aquí, dicen que no quieren estar más cerca del delito, que no les importa consumir, están en patas y felices. Pero llega el vienes y andan buscando las zapatillas de apuro, el pantaloncito y empiezan a rearmar al personaje del guacho, piola, que les hace mucho daño. Frente a eso la clave es estar juntos, conocernos, generar lazos de confianza. Todo el tiempo. Los chicos además se sienten desvalorizados, ni si quiera saben qué quieren, hasta que de golpe se les enciende una lucecita. Hay que lograr que agarren confianza en ellos mismos. Y el campo permite eso: acciones concretas, ver crecer alrededor lo que estás haciendo. Lo que vemos es que da resultados porque es trabajo, es también afecto, y es también el límite. No da resultado en todos, sí en algunos: y eso es mucho”. Damián complementa: “El límite hay que ponerlo sin que lleve a la persona a la frustración, y que vuelva a la droga que revienta a gente buena, agradable, compañera. La cocaína es una cagada total”. 

El quilombo     

Alguna vez Lorena insinuó que el problema con respecto a múltiples cuestiones humanas, sociales, planetarias, es una especie de combinación de la teoría del caos con el principio de incertidumbre que ella define de modo más preciso: “Todo es un quilombo”. El nuevo modo de concebir el caos es el de la diversidad, lo múltiple, lo fermentado, lo orgánico, lo impensado, lo vivo. En el campo fermentan el suelo para enriquecer las asociaciones de cultivos y también las de personas en una especie de quilombo creativo.  

Matías Neuch, el Colo, estuvo 7 años preso por robar una estación de servicio. “Y ahora estoy trabajando en una YPF”. Tiene 33 años. En una salida transitoria decidió fugarse. “Damián se enteró y vino a hablarme para volver a la cárcel. Yo no quería, pero al final me entregué con él. Tuve que estar 9 meses más pero valió la pena. Cuando salí vine aquí. El aire libre te ayuda a pensar. Si hubiera seguido prófugo capaz que volvía a delinquir porque la situación te lleva”. 

Recuperó a sus tres hijos: “La madre me dijo: te los crié siete años, ahora hacete cargo”. Dejó el campo para trabajar en una hamburguesería y en la YPF. “Trabajé 20 horas por día, pero en tres años me pude comprar un terreno y construí una casita. Ahora estoy más relajado. Si no tengo trabajo nadie me va a echar, ni tengo que pagar el alquiler, que son cosas que también te llevan a robar”. Cree que lo peor del presente es la gente viviendo en la calle. “Sé lo que es eso por lo que viví. Sé lo que es que ni te miren. Pero lo de ahora es impresionante: a nadie le importa. Yo salgo con mi novia a llevarle comida a la gente. Te hablan de política pero yo veo lo que veo: la gente cagándose de hambre. Te da una tristeza… Esto que se hace acá sería una solución para muchas familias. Acá tenés todo: la comida, la vivienda, el aire, el trabajo: te falta el dentífrico nomás. Imaginate criaturas que van aprendiendo, que van creciendo sin el odio que hay allá”. 

La rosca y la semilla    

Juancho Peredo es coordinador del campo, y llegó huyendo de la política: “Toda la vida milité, soy peronista, banqué siempre el proyecto, estaba en Seamos Libres, trabajé en la Legislatura con Pablo Ferreyra, cobraba un buen sueldo, pero me agotó la rosca de las organizaciones. Yo solo quería laburar socialmente pero la presión, las internas… nuestros compañeros se están matando para entrar al Estado, se está generando una oligarquía estatal con sueldos muy buenos. Yo creo otra cosa: que tenemos que mostrar que somos productivos”. 

Sobre los planes sociales: “Tengo mi raíz en la CTEP. Armé tres cooperativas porque creo que los pobres podemos producir bien, que podemos ser realmente autogestivos. Pero fracasé siempre por problemas políticos, del Estado. Además los planes sociales te liquidan. Son la herramienta para destruir la autogestión. En una cooperativa éramos 17. Conseguí los planes. Los compas se empezaron a pelear, varios no laburaban y eso era injusto con los que sí laburaban. No hablo de meritocracia, hablo de justicia entre compañeros. Se hundió todo”. El país sería impensable hoy sin planes, pero lo que Juancho propone es otra mirada sobre la idea de autogestión.  

“Me fui de la agrupación, y me reencontré con Lorena”, cuenta. Hablaron del campo y Juancho fue a conocerlo. “Me enamoré de esto. Lorena produce todo el tiempo, y te muestra que los pobres pueden hacerlo. No es una mentalidad empresaria sino de producir para vivir y ser libres en serio. Acá se ve que se puede repoblar el campo, que los pibes pueden sacarse la careta del bardo y vivir distinto, y que un campo lleno de agrotóxicos y sin gente puede ser todo lo contrario. Aquí me cambió la cabeza, la forma de ver la política, y me cambió esto”, dice mostrándome las manos que en otro ámbito serían calificadas como “sucias”, y aquí son el símbolo de otra cosa. 

Lorena, la máquina de producir que divide su trabajo entre la planta recicladora de basura de José León Suárez y el campo de Río Luján, cree que lo agroecológico también la cambió a ella: “Para mí esta experiencia es curativa. Es colectiva, pero cala hondo en lo personal. Porque estamos pensando en qué nos convertimos. Por qué soy lo que soy. Mi cuerpo o mi cuerpa está enferma y eso tiene que ver con todo lo que estamos hablando. Entonces pensás qué comés, cómo vivís. Quiero mucho a las chicas que reivindican el cuerpo gordo, pero yo padezco dolor físico. Defiendo la diversidad de los cuerpos, pero no la enfermedad. Peso 220 kilos, me enfermé de diabetes, arritmia, tengo todas las limitaciones que te puedas imaginar. El cuerpo tiene que acompañar a la cabeza pero para mí hay una disociación. No puedo hacer lo que la cabeza manda, lo que mi alma desea, estoy atrapada en un cuerpo estático” dice esta mujer que no ha dejado de movilizar su mente, su corazón, y los de quienes la conocen. “Mi cuerpo está así por vivir en una sociedad enferma. Como le pasa a miles de compañeras que somos invisibles, que comimos y malcomimos pollo frito, grasa frita, harinas, chicharrones: viviendo del desperdicio de los otros y dejando lo bueno para nuestros hijos, se nos enfermó el cuerpo”.      

Nunca la escuché hablar de algo tan aparentemente personal: “Si pudimos generar viviendas desde la basura, trabajo desde la basura, también aquí pensé que otra vida es posible, otra forma de alimentación, de relacionarnos entre las personas. Por eso dijimos ‘semilla soy’: pensar que tengo algo para crecer, para transformar, para dar, para dejar, para empezar nuevos ciclos colectivos con nuevas semillas. No sé si se entiende”.

El campo parece entonces estar lleno de personas prófugas y expulsadas que no se resignan a ser invisibles sino que crean algo tal vez pequeño, pero con alcances impensados. Como pasa con las semillas: potencial de vida. El aire libre ayuda a pensar: por eso el Colo se acerca. Algo le había quedado germinando. Se acomoda la gorra y me revela lo que no siempre somos capaces de entender: “La enfermedad es no querer salir del pozo”.

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