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Pan para hoy: trigo transgénico y modelo tóxico

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El gobierno dio luz verde para que el pan de la mesa de los argentinos contenga transgénicos y agrotóxicos, con consecuencias impredecibles en la salud y el ambiente. Ningún país del mundo hizo algo semejante. Se trata de la semilla de trigo modificada genéticamente, impulsada por la científica del Conicet Raquel Chan y millonarios como Gustavo Grobocopatel y Hugo Sigman. El peligro del glufosinato de amonio. Y los rechazos en Argentina y el alerta de organizaciones y empresarios en Brasil.

Pan para hoy: trigo transgénico y modelo tóxico
Sebastián Smok

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Por Darío Aranda

El trigo tiene una historia de 8.000 años. Proveniente de Oriente Medio, es uno de los tres granos (junto al maíz y el arroz) más consumidos del mundo. Mejorado durante siglos por campesinos y pueblos indígenas, es la base del pan, alimento tan popular como milenario. En Argentina su cultivo abarca 6,8 millones de hectáreas, unas 21 millones de toneladas anuales, y llega a la mesa de todos los argentinos.

Un puñado de personas (empresarios, científicos y funcionarios) decidieron por 44 millones de personas de Argentina y dieron luz verde para el primer trigo transgénico del mundo, con uso de los agrotóxicos glifosato y glufosinato de amonio. 

La empresa Bioceres-Indear, radicada en Rosario, se presenta como una compañía “nacional”, aunque cotiza en la bolsa de Nueva York y tienen accionistas de múltiples nacionalidades. Entre sus integrantes locales más conocidos sobresalen Gustavo Grobocopatel, alias “el rey de la la soja” (dueño de uno de los mayores pooles de siembra del Cono Sur), el multimillonario Hugo Sigman y Víctor Trucco (presidente honorario de Aapresid, que reúne a empresarios referentes del agronegocio e impulsores de los transgénicos en Argentina).

Bioceres se presenta como “proveedor totalmente integrado de soluciones en productividad de cultivos”. Sus ejes de negocios incluyen semillas de soja, maíz, alfalfa y trigo. Publicita que cuenta con “alianzas estratégicas con líderes mundiales, tales como Syngenta, Valent Biosciences, Dow AgroSciences, Don Mario y TMG”. 

En noviembre de 2018, la empresa Bioceres había presentado su “trigo HB4”. La publicidad corporativa celebró su “tolerancia a la sequía”. Había pasado el visto bueno del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) y de la polémica Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia). En Argentina, los estudios de “inocuidad” son realizados por las mismas empresas que producen los transgénicos y los expedientes son confidenciales. La Conabia está controlada por las empresas: de 34 integrantes, 26 pertenecen a las compañías o tienen conflictos de intereses.

Para que los argentinos coman pan con trigo transgénico solo restaba un paso burocrático: la firma de la Secretaría de Mercados. Mauricio Macri estuvo a punto de hacerlo en 2019, pero lo detuvo el rechazo de los propios empresarios del agro y el temor a perder mercado de exportación (que no aceptaban el trigo transgénico). 

Alberto lo hizo: el 9 de octubre, en el Boletín Oficial, el gobierno nacional informó la aprobación del primer trigo transgénico del mundo. La Resolución 41/2020 del Ministerio de Agricultura establece: “Autorízase la comercialización de la semilla, de los productos y subproductos derivados provenientes del trigo IND-ØØ412-7, y a toda la progenie derivada de los cruzamientos de este material con cualquier trigo no modificado genéticamente, solicitada por la firma Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (Indear S.A.)”.

En la fundamentación se señala que el Senasa “no encontró objeciones científicas para su aprobación desde el punto de vista de la aptitud alimentaria humana y animal”. Respecto a la Conabia, señala que “los riesgos” de este trigo “no difieren significativamente” de los cultivos no transgénicos.

La resolución oficial no aclara que tanto Senasa como Conabia están controlados por “profesionales” de las empresas y que no realizan estudios propios sobre los transgénicos, solo validan lo que presentan las empresas.

La resolución precisa una sola condición, recomendada por la Subsecretaría de Mercados Agropecuarios (dependiente de Ministerio): que Brasil (principal comprador del grano) lo apruebe.

Ciencia empresaria

El comunicado del Ministerio de Ciencia desbordaba de exitismo.  “Se recibió la aprobación regulatoria de la tecnología HB4 para el cultivo de trigo, una tecnología de tolerancia a sequía única a nivel mundial”, celebra. Y realza el rol del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), de la empresa Bioceres y del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, de la Universidad del Litoral). “Desarrollado por un grupo de biólogos/as moleculares e investigadores/as argentinos/as, liderados/as por la investigadora Raquel Chan, directora del IAL y perteneciente al Conicet, permite obtener semillas más tolerantes a la sequía”, festejó el Ministerio de Ciencia, a cargo de Roberto Salvarezza.

Aunque remarca en diversas oportunidades que se trata de un “desarrollo nacional”, reconoce que “las variedades de trigo HB4 son desarrolladas por TrigallGenetics, un joint-venture entre Bioceres y FlorimondDesprez de Francia, una de las empresas líderes a nivel mundial en genética de trigo”. El comunicado oficial cita incluso al directivo de Bioceres, Federico Trucco: “Hoy Argentina se animó a liderar este proceso de transformación tecnológica a nivel internacional, llevando la ciencia argentina a lo más alto del mundo en la biotecnología agrícola”.

La titular del Conicet, Ana Franchi, celebró la “unión virtuosa” de científicos con sueldos estatales pero al servicio del sector privado. Afirmó que esa relación es para “un país mejor y más inclusivo”. En ningún momento aclara cuánto dinero, vía subsidios, aportó el Estado nacional para este emprendimiento de Bioceres-Indear.

El ministro de Ciencia, Roberto Salvarezza, se mostró exultante: “La ciencia argentina empieza a ser más visible. Cuando hablamos de ciencia argentina ponemos a nuestros premios Nobel sobre la mesa. Ahora podemos poner otras cosas. Ahora podemos poner alimentos, herramientas para cuidar a nuestra población en la salud”.

Raquel Chan es una investigadora conocida en el ámbito científico. Docente de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral y el Conicet. Tomó notoriedad pública cuando desarrolló una soja publicitada como resistente a la sequía. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el entonces ministro de Ciencia, Lino Barañao, la mencionaban como ejemplo de la ciencia productiva para el país. “Este desarrollo significaría mayor producción de alimentos, con una población mundial que crece cada vez más”, afirmó Chan en 2012, en sintonía con el argumento central del agronegocio y la falsa necesidad de más alimentos para la humanidad (está comprobado que el hambre se debe a la injusta distribución, y no a la falta de alimentos).

Raquel Chan siempre evade la cuota de responsabilidad de los posibles impactos de su desarrollo (como los desmontes y el uso de agrotóxicos). “Es algo que no va a depender de nosotros, va a depender de una decisión política. Estas cuestiones no dependen ni de nosotros ni de la empresa”, se excusó ante el diario El Litoral en 2012. “Es la culminación de un largo recorrido en el que trabajamos codo a codo con la empresa Bioceres y en el que logramos priorizar los intereses del país para generar algo que va a ser pionero a nivel mundial”, argumentó Raquel Chan según la gacetilla del Ministerio de Ciencia.  

Rechazos en Argentina

Más de 250 organizaciones sociales, campesinas y ambientales de Argentina rechazaron la aprobación del trigo transgénico. Bajo el título “con nuestro pan no”, calificaron la aprobación como “un avance del agronegocio sobre la alimentación de los pueblos y la agricultura que no podemos aceptar y que nos obliga a denunciarla y resistirla por todas las vías posibles”. Exigieron al gobierno nacional que dé marcha atrás con “la medida autoritaria que solo puede explicarse por la sumisión a los intereses corporativos”.

Destacaron 20 puntos que justifican las razones de su rechazo. Entre ellos: porque multiplicará el consumo de agrotóxicos, porque contaminará a los trigos no transgénicos, porque “se aprovecha la sequía que asola al país para introducir una tecnología de dudosa eficacia”, porque “no queremos consumir alimentos transgénicos”, porque los transgénicos promueven los monocultivos y estos degradan los ecosistemas y la soberanía alimentaria y porque no se garantizó la participación ciudadana en el proceso de aprobación de este evento transgénico.

Dos ejes clave son la importancia del trigo y el pan en la mesa de los argentinos. “El trigo es la base de la alimentación de las y los argentinos. Con él se elabora el pan y gran parte de nuestras comidas que están basadas en sus harinas (otros panificados, empanadas, pizzas, pastas, tartas, entre otras). A partir de esta autorización, el trigo tendrá residuos de glufosinato de amonio al igual que las harinas y sus derivados, es decir, habrá glufosinato en alimentos básicos de consumo diario, hecho inédito en la historia de nuestro país, con lo cual toda la población estará expuesta a la ingesta de este veneno en su dieta diaria”, explica.

Las más de 250 organizaciones firmantes cuestionan de lleno a la ciencia empresaria por dos frentes. “La Conabia recomienda aprobar transgénicos y el Senasa autoriza el uso de agrotóxicos. Son ejemplos de conflictos de interés. Ambos organismos están controlados o influenciados por representantes de las empresas que producen y venden transgénicos y agrotóxicos”, recuerdan. 

El transgénico también fue cuestionado por los mismos empresarios trigueros. “La aprobación comercial del trigo HB4 es una invención científica nacional y un riesgo económico extraordinario”, fue el título del comunicado de 16 entidades del agronegocio: la Bolsa de Cereales (de Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, Córdoba, Chaco, Entre Ríos, Santa Fe), la Cámara de Industriales Molineros, el Centro de Exportadores de Cereales, Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Federación Agraria, Coninagro y Socieded Rural, entre otros.

Advirtieron: “El mercado mundial del trigo alcanza las 175 millones de toneladas anuales y el de harinas 18 millones de toneladas. Ambos son no transgénicos. En varios países se intentó lanzar eventos en trigo que no pudieron prosperar debido a la reacción negativa de los mercados compradores”.

Cuestionaron que el gobierno haya aprobado el transgénico sin escuchar a todos los actores, recordaron que Brasil representa el 45 por ciento de las ventas del trigo Argentino (aun si Brasil lo aprueba, hay otro 55 por ciento que correría riesgo) y alertaron: “El Ministerio de Agricultura debe asumir las responsabilidades de las consecuencias directas que pueden generar costos económicos y comerciales para los productores de trigo y para los eslabones de comercialización y transformación interna y de exportación”.

El nuevo viejo veneno

La semilla desarrollada por la científica Raquel Chan va acompañada del herbicida glufosinato de amonio, poco conocido por la opinión pública de Argentina.

El segundo punto de la campaña “con nuestro pan”, de organizaciones sociales, campesinas y ambientales, precisa: “El glufosinato de amonio es un herbicida más tóxico aun que el glifosato y está ampliamente cuestionado y prohibido en muchos países por su alta toxicidad aguda y sus efectos cancerígenos, neurotóxicos, genotóxicos. Además de ser un herbicida, tiene propiedades insecticidas. Es altamente tóxico para organismos benéficos (…) para algunos organismos acuáticos y puede aumentar la lixiviación de nitrógeno de los suelos”. 

En agosto de 2012, un científico argentino alertó casi en soledad sobre el glufosinato de amonio: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos devastadores. En ratones produce convulsiones, estimula la producción de óxido nitroso y muerte celular en el cerebro”.

“La organización Coordinación contra los peligros de Bayer pidió que se retirara de todo el mundo la venta del herbicida a base de glufosinato (su marca comercial es ‘Liberty’) ya que ha sido clasificado como peligroso por provocar malformaciones e incluido en la lista de 22 pesticidas que van a desaparecer del mercado en base de la nuevas normas de la Unión Europea. Quizá por eso hace poco menos de un año Bayer retiró a Liberty del mercado alemán. Aunque también, hace casi tres años, Bayer inauguró en Huert, cerca de Colonia, Alemania, una planta de glufosinato para exportarlo a países fuera de la Unión Europea”. 

Firmaba la nota Andrés Carrasco, ex presidente del Conicet y director del Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la UBA. En 2009, Carrasco había hecho pública su investigación sobre los efectos letales del glifosato. 

Ahora, el 15 de octubre se realizó una charla online, organizada por la organización Naturaleza de Derechos, titulada “No al trigo transgénico”. A lo largo de dos horas, investigadores de Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay abordaron las irregularidades estatales en la aprobación y los aspectos agronómicos: contaminación de trigos no transgénicos y la dudosa adaptación a la sequía –principal argumento de aprobación–, entre otros. 

Rafael Lajmanovich, investigador del Conicet y de la Universidad Nacional del Litoral, participó de la charla y abordó los aspectos del glufosinato. Describe dos trabajos (de 2013 y 2014) de su grupo de investigación, donde comprobó la neurotoxicidad del químico (afectación del sistema nervioso con exposiciones subletales, crónicas o subcrónicas), la inhibición de las colinesterasas (enzimas que transmiten el impulso nervioso). También confirmó que el agrotóxico es genotóxico (provoca daño en el material genético, con efectos biológicos adversos incluso en generaciones futuras).

Rechazos en Brasil

En Brasil se replicó lo mismo que en Argentina: el trigo transgénico de Bioceres-Indear-Chan fue rechazado por movimientos campesinos, organizaciones ambientales y hasta por empresarios del agronegocio.

La Campaña Permanente Contra Plaguicidas y Por la Vida reúne a un centenar de movimientos sociales, organizaciones campesinas y ambientales, entidades médicas y científicas que en 2011 comenzaron a articular para denunciar los efectos sanitarios y ambientales de los agroquímicos. Al conocer la aprobación del trigo transgénico en Argentina, y los intentos de luz verde en Brasil, lanzaron la campaña “Nuestro pan de cada día está amenazado. ¡Trigo transgénico, no en nuestro  pan!”, en la que puntualizan trece motivos por los cuales Brasil debe rechazar la semilla. 

Los empresarios agropecuarios del sector recuerdan que desde hace 30 años en Canadá, Estados Unidos, Australia y la Unión Europea “han determinado la no aprobación porque no se han identificado beneficios evidentes para las personas”. Y también se recuerda que Estados Unidos avanzó en 2004 en una variedad genéticamente modificada “que generó grandes repercusiones negativas a nivel mundial y se optó por la interrupción de su producción y comercialización”.

Los empresarios de Abitrigo destacan que una encuesta entre molineros brasileños concluyó que el 85 por ciento está en contra de utilizar el trigo transgénico y el 90 por ciento dijo estar dispuesto a interrumpir sus compras del cereal argentino. 

Afirman que Abitrigo se opondrá a la comercialización tanto de harina transgénica como de trigo. Y solicita a las entidades gubernamentales brasileñas que no autoricen la comercialización de estos productos de Argentina.

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