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Ojos que ven

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Un crimen común, nueva película argentina. Un pedido de ayuda. Una desaparición. Una mujer humilde que trabaja en lo de una docente divorciada y de clase media. El nuevo film de Francisco Márquez, protagonizado por Elisa Carricajo y Mecha Martínez, indaga desde la ficción sobre muchos dilemas de la época. Por Néstor Saracho.

Ojos que ven
Foto: Lina Etchesuri

Un crimen común es la última película de Francisco Márquez, que luego de tener su estreno mundial en el 70º Festival de Berlín en marzo de 2020 y recorrer varios festivales europeos, recién pudo verse en Argentina en la versión on line del 35º Festival Internacional de Mar del Plata, en noviembre de 2020. El 18 de marzo próximo se estrenará en algunos cines de Córdoba, cortando con la lógica pandémica de exhibición remota. Será la oportunidad para devenir en un estreno federal y tal vez en su paso por alguna plataforma de streaming, según adelantan a MU su director Francisco Márquez, la protagonista Elisa Carricajo y la militante social en su faceta de actriz –¿no profesional?– Mecha Martínez. 

¿La gente no va al cine?

Luego de los títulos, Cecilia (Elisa Carricajo), una profesora de sociología, blanca, junto a su amiga Claudia (Cecilia Rainero) están acompañando a sus hijes a la entrada y salida de los diferentes juegos de un parque de diversiones. Ya anocheciendo, mientras Cecilia averigua cómo sería festejar el cumpleaños de Juan (Ciro Coien Pardo) en el parque, dos uniformados sacan a los empujones a un varón morocho de gorra que se habría colado en un juego. 

Cecilia intenta intervenir; la secuencia anticipa la indagación que hace el film sobre las teorías y las prácticas ideológicas y nuestra capacidad para incidir en la realidad.

Cuenta Francisco sobre el estreno en Berlín: “Al terminar la función se paró un brasilero y comentó que si hablaran en portugués sería una película brasilera”. Y enfatiza: “Para un público europeo, el conflicto de la película queda como muy latinoamericano. Si Kevin (uno de los personajes de la película) fuese árabe o negro, sería lo mismo”. Continúa Elisa: “Fue muy intenso, viajamos unos días antes de esta situación –refiriéndose al Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, decretado en Argentina en marzo de 2020– y pasaron cosas muy fuertes con el público… Hoy lo pensamos como una especie de mundo que no sabemos cuándo va a volverá a existir.” 

Según Francisco y Elisa, el momento catárquico y la arenga que provocó emocionalidad en las charlas después de cada función vino de la mano de Mecha, quien lo evoca así: “En estos días en las redes sociales me recuerdan que hace un año subía a un micro para ir a tomar el avión a Ámsterdam para luego viajar a Alemania: yo, que soy de La Matanza y no soy actriz”.

 Mecha es militante de la Coordinadora de Unidad Barrial (CUBA) – (MTR) y ya había participado del ensayo documental Pibe Chorro de Andrea Testa. Dice Mecha: “Luego de cada proyección nos decían que si cambiábamos el nombre de las calles y de los pibes, lo mismo está pasando en cualquier barrio pobre. Podría ser un inmigrante indio o africano en Alemania. Los pibes no son peligrosos: están en peligro”.

De los peligros territoriales a la virtualidad, vuelve Francisco: “Participar de festivales es muy importante, pero no se da la experiencia colectiva, con su sinergia y energías particulares. Cada formato tiene su momento”.

¿En qué momento estamos? Ya en la época de pandemia, cuando las proyecciones no se realizaban con público, Francisco sentía que no estaban sucediendo: “Es muy abstracta la virtualidad. Es un debate que se va a venir cuando termine la pandemia. La construcción del sentido común, de que ‘la gente no va al cine’, no es real, cada vez  más gente iba al cine, y eso seguirá siendo así”.

La visión de Elisa: “Es una película que abre debates. En el Festival de Mar del Plata, la interacción con las personas fue muy potente. Había ganas de hablar en redes y debatir en foros. Hay que aprovechar las potencias de la virtualidad para que las películas las vean desde el interior del país. Vi más Cine.Ar y me hice una rutina”. Y sentencia con una frase para imprimir en remeras o banderas: “La presencialidad tiene una potencia que la virtualidad nunca tendrá.” 

Una de terror

Una noche de diluvio, truenos y tormenta, mientras Cecilia duerme, de repente se escuchan golpes fuertes y, más bajita, una voz que pide: “Cecilia, Cecilia”. 

Los golpes de la puerta son insistentes. Ella se despierta y, asustada, va a mirar quién es. Luego de un rato de ver tras la cortina de la ventana, el resplandor de un relámpago hace notar una silueta con gorra: es Kevin (Eliot Otazo), el hijo adolescente de Neve (Mecha Martínez), su empleada doméstica… Cecilia, asustada por el ruido, no abre la puerta; se ve la luz de vehículos policiales, se oyen las sirenas. Los golpes ahora son en la ventana y luego de unos gritos coercitivos, Kevin es llevado y ya no se escucha golpe alguno. Sólo el diluvio.

 “Había que generar empatía con Cecilia” cuenta Elisa el desafío: “Me trajeron el guión un año antes de grabar; desde aquel momento hasta que se filmó hubo un proceso de pensar sobre esa trama haciendo relecturas. Construir un personaje que no fuese fácilmente juzgable; no señalar para no dar lugar a la posibilidad de salirse del problema; generar empatía con ella para hablar de las situaciones donde podríamos reaccionar de un modo similar. ¿Cómo se habita un privilegio de clase, raza o religión? Cuando Cecilia decide no abrir la puerta, deja entrar el miedo, que es muy inteligente”. 

Mecha describe: “La película sirve para que la clase media piense su forma de actuar: nadie puede escapar de una situación tan concreta. Los pibes toman y fuman la del transa, no la de Charly ni la del Diego. No se muestra una anécdota tipo zoológico, sino algo que se sabe que existe, para pensar cómo nos movemos ante esto”.

Acto seguido, un canal de noticias transmite un reclamo por la búsqueda de un joven desaparecido por la Gendarmería. Mientras revisan el agua con un gomón inflable, la periodista pregunta: “¿Qué piensan que le pudo haber ocurrido a Kevin?”. Alguien dice: “Estamos acompañando a la familia, a la mamá de Kevin… la policía lo venía persiguiendo, hostigando hace tiempo”. Y otro: “Lo vimos, lo levantó la Gendarmería y no supimos más nada… ¡Queremos saber qué pasó con el!”, testimonian vecinas y vecinos.  

Cecilia apaga la televisión y va al lugar del reclamo. Llega entre luces de patrullas. Desde el puente contempla la búsqueda. Vuelan helicópteros. Los gritos para que aparezca Kevin devienen en bronca: “¡Asesinos!”. Fuera de cámara aparece el cuerpo de Kevin. Ella, llorando y tosiendo, se va difuminando entre los gases lacrimógenos que reprimen, hasta que todo se vuelve blanco.

La película moldea desde el cine de ficción un problema largas veces abordado desde lo documental. Sobre las diferencias de hacerlo en uno y otro formato, piensa Francisco: “En un documental hay un relato, un recorte. Y en esta ficción hay algo de lo documental que es parte de la película, algo que nos sucede cotidianamente. El  trabajo de casting se realizó con actrices profesionales pero también con personas que no lo son. Mecha es una dirigente social que tiene un vínculo y una comprensión afectiva con el conflicto que se cuenta. Algunos pibes y algunas madres de pibes que ella conoció terminaron de esa manera. Es una ficción y un documental sobre el encuentro entre Andrea (Testa), Mecha, Elisa y yo. La acción de Cecilia te interpela, ¿o lo naturalizás y seguís con tu vida? La actuación a veces era documental. En una escena Elisa me dijo: ‘No sé qué me va a pasar cuando la hagamos’. El procedimiento de la realidad atravesó totalmente a la película que es una ficción que permite llegar a un público distinto, a un público que no va a ver un documental de gatillo fácil”.

Continúa Elisa: “Fue muy fuerte el rodaje. El parque de diversiones, en algunos de sus juegos, habilita el pensamiento sobre el tema duro del gatillo fácil, al abordary proponer una cuestión urgente y volverla una narración que tiene que ver con el terror. Es una película sobre el miedo, el miedo a la policía, a sacar la basura, a decir la verdad. Yo le quise explicar a mi hijita de 3 años, porque preguntó y le dije que el terror es lo que no existe, lo fantasmagórico y lo no nombrable.” Mecha, por su parte, sostiene: “Es una diferencia muy finita la que separa la ficción de la realidad. Gaby (el joven del que se habla en el film Pibe Chorro) era mi compañero de organización, un pibe del barrio que no pudo zafar. Yo tengo una hija de 16 años y trato de decirle que haga valer sus derechos. Los jóvenes se rebelan ante un sistema que capitalista que enfoca su violencia en ellos. Hay cientos de Gabys y de Kevins todos los días”.

La decisión de Cecilia de no abrir la puerta desatará una gran culpa y despertará los mentados miedos de clase y prejuicios progres. 

El desmoronamiento irá aumentando: ya no ayuda a sus estudiantes con el entusiasmo que solía tener cuando le consultaban por una devolución en el proceso de la entrega de trabajos. 

Ya la teoría le parece superficial y “una boludez”, le comenta a su colega y amiga Claudia. 

Ya no le dirá el apodo amoroso con que nombraba a su hijo Juan.

El sacudón

Pensar con las manos. Así se llama la productora que armaron Andrea Testa, Luciana Piantanida y Francisco Márquez que se puso al hombro la película. Introduce Francisco: “Surgió de una necesidad, en un momento definitorio para La larga noche de Francisco Sanctis. Habíamos ganado un premio de ópera prima y los productores no nos daban mucha bolilla.  Nos planteaban que ellos definían el corte final, entre otras desventajas. No teníamos mucha experiencia, pero el diseño de producción es parte de hacer la película. Decidir si el presupuesto va a lentes, a cámaras, a más tiempo para filmar tal escena. Éramos directores nóveles y sentimos que teníamos que defender el hecho de producir la película… y la experiencia salió bien. El nombre ya lo habíamos utilizado en un fanzine en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC); nos gustaba ese nombre, tomado de Historia(s) del cine de Godard”.

¿Qué significa? “Abordamos las películas como aprendizajes, surgen de cuestiones que nos sacuden, duelen e interpelan. Hacer una película nos hace aprender”. 

Un crimen común no solo sirve para ver estas decisiones y sus fatales consecuencias de acá al futuro, sino para mirar hacia atrás y pensar en las veces que no abrimos la puerta cuando nos la golpean desde la realidad.  

Buena noticia: pronto se abrirán las puertas del cine Gaumont, cerrado desde el 13 de febrero de 2020 por reparaciones primero, por pandemia después. 

Un modo de confirmar que la gente va al cine. 

Y que lo hace para disfrutar, pensar y maravillarse con las películas que nos cuentan cómo somos, y cómo podemos ser. 

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