Mu16
De primera
Es el capitán y referente del Racing que se salvó del descenso con más mística que fútbol. Jugó en Europa, acumuló goles y prestigio y se dio tiempo para formarse en otras artes: es psicólogo social y militante del trabajo grupal. Cree que ésa es la semilla para el cambio, tanto en la cancha como en la sociedad.
Si a un jugador de fútbol promedio (¿existirá tal cosa?) se le pregunta por la horizontalidad, posiblemente conteste sobre los horarios en que son obligados a dormir siesta durante las concentraciones. La verticalidad, en ese caso, indicaría a un equipo que apunta hacia el arco contrario sin demasiadas piruetas ni pases cortos.
Si algún movilero mencionara a Naomi Klein (aunque no parece haber riesgo alguno de que semejante cosa suceda), quizá los entrevistados pensarían que se trata de un perfume. No se preguntarían –como lo hace ahora Facundo Sava– si la autora de La doctrina del shock tiene algún parentesco con Melanie Klein, una de las más importantes figuras del psicoanálisis e inspiradora de todo un vuelco de dicha ciencia hacia la terapia infantil.
Un jugador promedio o, incluso, un argentino promedio (¿existirá tal cosa?) dudaría sobre qué significa la Psicología Social, y más de uno preguntaría para qué equipo juega Pichon, que merecería ser uno de los 10 más creativos que ha dado el seleccionado del pensamiento argentino, si alguna vez se armara semejante dream team.
Pero Facundo Sava, el Colorado, no es un promedio. No huele a Calvin Klein, sino a muchacho que ha sabido conservar su carrera a una edad –34– donde varios se reciben de ancianos en un deporte cada vez más psicótico. Ha hecho una impresionante carrera, convirtiendo 105 goles en Argentina (Ferro, Gimnasia y Racing, Inglaterra (Fulham) y España (Celta y Lorca). Futboleramente hablando, es de esos tipos sólidos, peligrosos, más esforzados que habilidosos, buscados por los compañeros. Esos tipos a los que los rivales preferirían no ver merodeando cerca.
Pero la rigidez de las etiquetas futboleras le queda chica. Facundo usa la cabeza de modo eficiente en el fútbol (sus cabezazos suelen ser letales) y afuera: es psicólogo social y, sobre todo, es una persona nada interesada en relacionarse de un modo enfermo con esta realidad tantas veces patológica. En una entrevista de suplemento deportivo le hicieron una típica pregunta “ingeniosa”: ¿Con quién no te sentarías nunca a una mesa? Contestó: “Con cualquiera de los milicos torturadores”.
Su padre, Alberto Sava, es artista, mimo, profesor de teatro, y uno de los inspiradores del Frente de Artistas del Borda. En mu número 14 se relata la experiencia de ese grupo que hace ya dos décadas está haciendo un asombroso trabajo que mezcla terapia, compromiso y alegría, bajo la hipótesis de que la locura no debe significar cárcel (algo que merecería acondicionarse para varios de los considerados “normales”). Facundo, el Colorado, habla con orgullo de su padre y de esa experiencia, aunque ahora es el turno de su historia.
“Pero yo soy un simple jugador y, la verdad, es que hace años que no me hacen una nota así. Siempre me preguntan por el partido pasado o por el partido futuro” cuenta, aunque quizá también se trate de eso, esta vez.
De la cancha al diván
Tuvo el plan de abandonar el fútbol hace unos diez años, el día que se hartó de los compañeros que tenía en Gimnasia, se enojó con su entonces técnico Carlos Griguol, con el periodismo, con el público, con todo: “Mentira: en realidad estaba enojado conmigo mismo”, es capaz de decir hoy. “Las presiones que recibe un jugador son tremendas pero a la vez yo tenía cuentas pendientes de mi propia historia que pude ir trabajando”. Ir trabajando significó que, en el momento en que estaba por colgar los botines, literalmente, su padre le recomendó ver a un psicólogo. “Eso me cambió, me alivió, y transformó mi propia carrera como jugador”. Los botines volvieron a sus pies, cosa que supieron padecer cientos de arqueros rivales.
El Colorado Sava sueña desde hace mucho con un mundo más justo, y con mantener a Racing en Primera (es sabido que, para la gente de la Academia, ambas hazañas son equivalentes). Uno de esos proyectos ha sido logrado con éxito para el próximo Clausura. La idea de un mundo más justo sería parte de un Apertura (de las cabezas, los corazones y los poros), pero el Colorado considera que ya se pueden ir haciendo cosas: nunca conviene quedarse rígido cuando hay tantos indicios de que el ser humano se puede ir al descenso.
La economía es adelgazante
Facundo es de una generación rockera. “Me gustan Las Pelotas y Divididos” cuenta mientras bromea sobre su propio perfil para las fotos, tocándose la nariz. De pronto se queda mirando asombrado al Gallego, uno de los integrantes de la Cooperativa Sub, y dice: “¿Te dijeron lo parecido que sos a Luca Prodan?”. El Gallego sonríe como quien no quiere la cosa. Sub queda incorporada a la charla. A eso la psicología social lo llamaría dinámica grupal, y las abuelas lo definían como cordialidad.
Sava nació en 1974, cuando parecía que el país se iba a ir al infierno, cosa que finalmente sucedió. “De chiquito tenía una radio negra y los fines de semana me los pasaba escuchando a Víctor Hugo Morales” cuenta. En 1981, el niño Facundo escuchaba las aventuras de Miguel Brindisi y Diego Maradona en Boca. Mientras alrededor se hablaba de dictadura o de la guerra de Malvinas, el niño Sava se dedicaba a hacer goles en el barrio, tratando de llevar a la práctica aquello que escuchaba en la radio negra. “Al tiempo me hice hincha de Racing, mi viejo me llevaba a la cancha. Pero no soy un fanático. De nada soy fanático”.
Empezó en Ituzaingó y pasó a Ferro, dando por tierra cualquier pensamiento mágico que quiera tenerse acerca de la carrera de futbolista. “Iba a entrenar, tomaba el tren y después caminaba 15 cuadras hasta Pontevedra. A la vuelta lo mismo. Y me mandaban a un gimnasio en Vicente López. Estudiaba Economía, y volvía a mi casa arruinado, después de las 12 de la noche”. A Facundo le queda un buen recuerdo de esa carrera: se puso de novio con su actual esposa. “Pero iba bajando de peso: estaba en 70 kilos y no subía. Era un palo” (mide 1,84). Por cuestiones de peso, entonces, dejó la universidad y como por arte de magia empezó a engordar: “Le pasa a mucha gente en este país: adelgazás por culpa de la economía”. Jugó tres años en Ferro, en Primera, y logró algo insólito en el ambiente: no se compró un auto importado ni una 4 x 4. “Jugar tres años seguidos no es frecuente, pero seguía yendo a entrenarme en tren. Griguol (el técnico) nos recomendó comprar primero una casa o un departamento”. Se sabe que en el ambiente la manzana del auto deportivo es mordida con vehemencia por los jugadores con las primeras fortunas que ganan. “Yo hasta me colaba en el tren –siendo jugador de Primera– para ahorrarme cada moneda. Pude comprarme un departamento chico, en Caballito, pero ya era algo mío”.
El pase de Sava fue comprado por Boca, pero no fue un período próspero. ¿Cómo se vive la situación profesional en el fútbol cuando las cosas no funcionan? “Creo que lo principal es disfrutar con lo que uno hace, no dejarse llevar. En una época si salía en la tapa de un diario porque hacía un gol me compraba 15 ejemplares. Y cuando andaba mal, me deprimía. Con el tiempo aprendí que hay que lograr un equilibrio porque las dos cosas son enfermizas”.
De Boca saltó a Gimnasia y Esgrima, y al momento de su crisis. “Vivía mal, enojado por todo: los insultos, la táctica del equipo. Hasta que decidí dejar. Le dije a mi viejo: ‘Pá, no aguanto más este ambiente’. Me contestó: ‘¿Por qué no vas al psicólogo? No perdés nada’. Empecé a ver un montón de cuestiones personales. Yo era un tipo contenido, desde los 12 años no se me caía una lágrima, y había montones de cosas mías que estaban… no tengo por qué contarlas, ¿no?”
Se las contó a quien más convenía. “Gracias a esa terapia me cambió la carrera, dejé de enojarme, y entré en una muy linda etapa en Gimnasia, peleamos algunos torneos, salíamos segundos o terceros”. Pero en una cultura competitiva, se dice que salir segundo es –como diría el personaje de Seinfield– ser el primero de los perdedores. “No. Nosotros estábamos muy contentos con lo que lográbamos. Obvio que nos hubiera encantado salir campeones. Pero salir campeón es otra cosa: es dar todo lo que se puede dar, esforzarse. Aprender a estar contento con lo que se hace. Eso es ser campeón”. Sava no está hablando de conformismo, sino de lo contrario, de una de las capacidades más mutiladas en estos tiempos: la de disfrutar.
¿Hay equipo?
Otra decisión, conversando con su padre, fue la de conocer la carrera de Psicología Social. Facundo no dudó: un año en Castelar, otro en La Plata, y terminó en la Escuela Pichon Riviere de Buenos Aires. Sin embargo, no es un lírico del fútbol (ni jugando ni pensando). “Yo creo en el trabajo, en la responsabilidad, en el estudio”. Suena a los clásicos técnicos obsesivos. Me pregunta qué es ser obsesivo. Le cuento las anécdotas acerca de Carlos Bilardo, que despertaba jugadores a las 4 de la mañana para darles indicaciones en el Mundial 86, o les explicaba en qué posición tener relaciones sexuales, actividad que les permitía, para decirlo religiosamente, cada muerte de obispo. “A mi me parece que todo lo que haga bien a un equipo funciona, si es enfermizo no va. Pero para mí tipos como Bielsa (Marcelo) o Simeone (Cholo) son gente preparada. Ser estudioso o profesional no es necesariamente ser obsesivo”.
Siempre hubo técnicos más “románticos”, que dejaban que los jugadores resolvieran todo adentro de la cancha. ¿Hay de esos ahora?
Eso no existe más. Hoy te pasan por arriba si hacés eso, porque el otro está estudiando cómo atacarte, cómo ganarte. No podés improvisar. Lo que sí está faltando mucho es lograr mejores formas de participación grupal, de intervención de los jugadores en lo que se hace y en lo que se decide.
¿Estás proponiendo un fútbol asambleario?
Claro: grupal, participativo. Hace unos años los jugadores recibían órdenes, se callaban, obedecían, y a otra cosa. Hoy yo noto una situación diferente. Los chicos quieren intervenir. Opinan, discuten, reclaman protagonismo. Y si la dinámica grupal no los incluye, ningún proyecto te funciona. Es lo mismo que pasa en la sociedad.
Pero en la sociedad también se nota fragmentación, aislamiento…
Es que la gente no se junta. Si lo hiciera, tendría más poder. Pero a los poderes no les conviene que la gente se junte, que piense, que proyecte, que converse. El sistema es así. Tampoco conviene que la gente se eduque, en el sentido de tener más capacidad. Así te tienen agarrado. Pensá: ¿cuántos maestros o profesores te hacían trabajar en grupo? Si yo lo pienso, ni el 10 por ciento. Y esa incapacidad de lo grupal se termina volviendo en contra de la propia sociedad, de las propias personas, que pierden fuerza para tomar la iniciativa de lo que quieren hacer. Pero yo veo que eso está cambiando, se rompe ese individualismo. Tengo una mirada positiva.
¿Un ejemplo de esa mirada?
Lo que pasa con los obreros de Zanon, por poner un caso. Eso es extraordinario. Tienen un poder todos, no una persona. Es lo grupal, haciendo que cada uno sea protagonista. Deben sentir placer por lo que están haciendo. No es la gente que actúa por obligación o por obediencia. Creo que cada vez más gente quiere hacer las cosas así.
Fama mata billetera
Facundo vota por el trabajo y el estudio en fútbol, pero en contra de las concentraciones. “Ahí ves el miedo. A los jugadores los encierran en un hotel por desconfianza, para que se queden comiendo, durmiendo, jugando a la Play Station. Si hubiera una mejor educación, comunicación y trabajo de lo vincular, todos sabrían qué es lo que se puede y no se puede hacer”.
La charla va salpicándose de historias. “Cuando ganás dos pesos empieza a venir todo el mundo a ofrecerte inversiones, coches, tarjetas. Y ni hablar de la noche”. La teoría según la cual billetera-mata-galán ha sido superada por fama-mata-billetera: “Las dos cosas son ciertas –dice Facundo– como es cierto que la noche le arruina la carrera a cualquiera. A las mujeres les gustan los jugadores porque son famosos, tienen plata y las piernitas un poco más duras”. Recuerda a algunos ex compañeros suyos: “Una vez me crucé con uno, que del coche importado pasó a quedar, al poco tiempo, casi pidiendo limosna. Estaba tratando de colocar a su hijo en algún club para ver si se salvaba económicamente con eso”. Este muchacho andaba buscando representante y club para su hijo, bajo este argumento: “El pibe le pega con las dos piernas, tiene visión, pausa, habilidad, cabezazo”. El chico tenía 5 años. Sava: “Ahí te das cuenta de la locura en la que meten a la gente”
¿Cómo se sale de eso, en un mercado que les pone código de barras a chicos de 5 años?
No veo otra que la educación y lo grupal, para hacerse fuertes.
Un dilema crucial en esta época: ¿de quién es Sava? “Soy mío: el pase es mío y estoy a préstamo en Racing”. Otro derrumbe sobre los mitos del fútbol: “Algunos ganan muchísimo en Primera, pero tengo compañeros del equipo a los que, de golpe, hay que prestarles plata para que lleguen a fin de mes”. Facundo no comparte la idea de que el fútbol ya es una ficción en manos de los gigantescos negociados de los “grupos de inversores”, televisación y demás: “Todo eso existe, pero todavía adentro de la cancha hay unos tipos haciendo todo para ganar. Por eso la gente sigue entusiasmándose”.
Las ideas del DT
Facundo se mueve con comodidad en diversos sectores de la cancha. Comenta lo que le sigue conmoviendo: que los responsables de violaciones a los derechos humanos sean juzgados, o que hijos de desaparecidos recuperen su identidad. Y luego cuenta que sueña con ser director técnico y mezclar todo lo que aprendió como futbolista y como estudiante. ¿Será, entonces, un técnico obsesivo? “No. Lo que pasa es que hay una discusión sobre los sistemas. La política es vertical, sea de derecha o de izquierda. Te bajan órdenes. Yo no tengo clara la palabra política, y mi pensamiento tienen más que ver con ideales socialistas, de justicia, de solidaridad y reparto equitativo. Pero en la práctica para mí eso funciona con un sistema más horizontal, donde todos tengan la palabra y las decisiones. Ya no hay que esperar salvadores. Es lo mismo que en la política. Hermano: ponete a hacer lo tuyo en vez de quejarte”.
¿Por qué la pasividad le gana tantas veces a la participación?
Porque te meten miedo, y el miedo es paralizante. Así te dominan. Eso es el poder. Dejás la decisión en manos de otros, por miedo. Y yo ya aprendí que sacarse de encima los miedos es una de las cosas más importantes de la vida.
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