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Bombos y platillos: Andrea Álvarez

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Prócer rockera, disconformista metódica, baterista que se hizo redoblando en tiempos en que no había cupo para mujeres, y peleó por conseguirlo. Estuvo en Viudas e hijas, tocó con Soda Stereo, con Charly: con una época. Reflexiones sobre mainstream, feminismo, redes sociales, redes reales. La rebeldía para bajarse de un mundo que no le gustó, y seguir apostando por el arte.

Texto: Julián Melone

“Yo creo que esta no es una época de cultura, ni de contenido: es una época de aparatos y dispositivos. Confundir el entretenimiento con la cultura es una política. ¡No son lo mismo! Ni mejor ni peor, diferentes. Por eso me da bronca cuando alguien del entretenimiento se quiere hacer el que es de cultura. Está todo mezclado”.

Andrea Álvarez es una fuerza de la naturaleza tanto arriba como abajo del escenario. A pesar de una agenda estallada de compromisos, construye un rato para charlar en su departamento sumergido en el bullicio nocturno de Almagro. Habla viajando por distintos temas con la naturalidad de un tsunami. Posee una sonrisa generosa capaz de desarmar a cualquiera, una personalidad cálida y más grande que cualquier sala de ensayo. Solo tiene tiempo para ser auténtica, como el mejor show de rock que hayas visto. Y nunca se detiene, como una buena zapada.

“Es lo mismo que cuando alguien se hace el rockero aunque no lo sea –continúa– y  dice que ‘rock es todo’. A ver, no es que seas menor por no hacer rock: sos de otro palo ¿Qué tiene de malo? ¡Y si no, hacé rock!”.

Andrea es una de las próceres del rock nacional y pionera entre las mujeres bateristas. En los 80 integraba la banda Rouge, que luego se convertiría en la histórica Viuda e Hijas de Roque Enroll. Transitó una tremenda carrera solista y un currículum de élite. Ejemplificando arbitrariamente, tocó con Charly García, Robi Draco Rosa, Soda Stereo, Tito Puente y Divididos.

“Éramos muy pocas en el mundo rockero. Para nosotras era un sacrificio estar todo el tiempo demostrando que no éramos ni la esposa, ni la novia ni nada en relación con nadie del poder, para ocupar un espacio. Había que mostrar todo el tiempo que tenías talento, que eras autosuficiente. Era agotador”.

Mainstream y feminismo

ndrea fue una de las tantas impulsoras de la hoy aprobada Ley 27.539 de 2019, que establece “un cupo de al menos 30% de solistas, agrupaciones musicales de mujeres y personas de otras identidades de género auto percibidas y agrupaciones mixtas para los eventos donde haya 3 o más artistas convocados”, para remediar aquel escaso 15% de promedio de mujeres en festivales musicales argentinos; especialmente en el rock, con sólo un 5% real de presencia femenina.

“Me subí a ayudar a Celsa Mel Gowland cuando vi a quiénes les molestaba la ley. Gente que a mí me molesta: los productores, los que manejan el negocio. No les gusta que alguien les diga lo que tienen que hacer”. El proyecto se volvió inminente y ganó difusión mediática. Pasto para detractores. José Palazzo, importantísimo productor, relacionó la ley con la organización del Cosquín Rock. “Si tuviera que poner el 30% tal vez no lo podría llenar con artistas talentosas que estén a la altura del festival y tendría que llenarlo por cumplir ese cupo”, declaró Palazzo. Tras un rechazo generalizado, se defendió acusando un uso de jerga profesional sacada de contexto.

“Te muestra cómo tratan al talento de las mujeres –razona Andrea–. Siempre  que había tipas en un festival era ‘el día donde hay mujeres’. ¡El género musical ‘mujeres’! Palazzo sale con esto cuando está muy probado que puede coincidir que tengas talento, pero no es la razón por la cual hay gente en esos lugares y escenarios. Pero me tildaban de resentida, de envidiosa. Entonces terminaba callándome. No me frustraba, sino como “mah sí”. Como cuando en otro momento querías hablar del aborto: te daban con un caño.

¿Mujeres arriba?

Es un caso raro. Denuncia sistemáticamente los vericuetos del negocio de la música mainstream habiéndolo integrado: reveló que Viuda e Hijas de Roque Enroll fue una banda armada por productores y no un proyecto femenino, las asperezas (y glorias) de haber trabajado en Soda Stereo, y más de un cajoneo mediático y cultural, entre tantas cosas. Su opinión sobre el cupo es clave: “Siento que hecha la ley, hecha la trampa. No cambió nada porque desde el poder manipulan lo afectivo de la comunidad musical. La industria es manejada por gente que entiende el negocio y disfruta su poder. Pusieron a las mujeres que se les canta a ellos, casi siempre a las mismas, para no pagar multa. Entonces mezclan cualquier estilo, por capricho. No hay democracia, igualdad, inclusión. Figuritas mujeres usadas como se usaba a los varones”. ¿Cuántos ejemplos pueden venirse a la mente de quien lee?

“No quiero nombrar ejemplos, que es lo que siempre intentan que hagas. En Diputados un productor dice: ‘En tal festival encabezan fulana y fulana ¡Mirá cuántas mujeres hay!’ Y entonces hay que explicar que esas personas son de la industria; son socias del poder masculino, aunque lo ocupe una mujer, y que no tienen nada que ver con nosotras. Y te dicen que si hay una mujer arriba, eso es feminismo ¡y no es así! Lo ves mucho en páginas feministas que nombran empresarias: cantantes o artistas que son apenas el 2% de la población de la música”.

Andrea y los ejemplos de machocracia musical. Como solista lanzó en 2005 Dormís?, una obra fantástica. El “puro rock nacional” cotizaba alto en radio y televisión. Hervían los festivales. Con su mensaje combativo de inteligencia ruidosa debería haber sido uno de los álbumes más reconocidos de su tiempo, pero tuvo poca (o casi nula) difusión. Dos años después edita otra gran obra, Doble A, que tampoco supo habitar la difusión pública.

“En 2016 nominaron Y lo dejamos venir para el Grammy, yo tocaba con Draco Rosa y Natalia Oreiro, estaba en televisión todos los sábados con el Bebe Contempomi, tenía una banda bárbara, estuvimos en el Teatro Vorterix… pero nadie quiso tenerme en su agencia o en su productora. Y no es que yo no lo pedí. Ahora hay mucha gente nueva, pero los capos son siempre los mismos”.

Ser o no ser celebrity

Andrea Álvarez está escribiendo su historia en un libro junto a Adriana Franco. También está en marcha un nuevo disco que promete llamarse La policía de la corrección. Vive el hecho de hacer música como un privilegio vital e inevitable.

“Cuando estoy mal, toco alguno de mis temas y vuelvo al eje. En el negocio de la música y el espectáculo, creo que en todo el arte debe ser igual, el 90% es bullshit, una cagada que tenés que bancarte. No quiero eso. Me dicen: ‘Bueno, ¿todo tiene que ser como a vos te gusta?’ ¡No! Desde chiquita asumí que la vida no es como a mí me gusta, así que me adapto. Pataleo un poquito, pero me adapto”.

Interrumpirla es un pecado innecesario. “Vivimos en un mundo donde es espeluznante el humo que te tiran. Y por eso mi musa inspiradora es la disconformidad”. ¿Habrá también una disconformidad con ella misma?

“No hago nada que no quiero, pero no quiere decir que haga lo que quiera. Me gustaría componer y tocar todos los fines de semana. Para eso nací, pero es lo que prácticamente no hago. Me gusta aprender y estoy todo el día enseñando. Me va bien porque tengo un montón de cosas y no estoy deprimida como Alejandro Sanz. Quería ser famosa y ‘celebrity’, pero cuando estuve cerca de todos esos lugares me di cuenta de que no era lo que me interesaba, y no lo digo porque no me tocó. Yo sabía qué hacer para tener éxito, pero no tuve ni tengo ganas de hacerlo. Alambre González me dijo: ‘le dije a mis hijos que en la vida hay que encontrar un lugar donde nadie te toque el culo. Elegí la música’. Y yo también. Lo cierto es que aún con esas elecciones, yo tendría que estar tocando mínimo cuatro veces al mes en vez de cuatro veces al año. Pero bueno, si pudiera elegir, estaría con mis perros en el Central Park de Nueva York y que se vayan todos a la mierda” dice riendo con todo su rostro.

La historia de sus aventuras neoyorquinas quedará para otro día: un timbre la interrumpe, avisando que llegó un alumno a su clase de batería. Pero alcanza a decir: “La pregunta que hay que hacerle a los músicos es ¿en contra de qué estás?. Cuando veo a alguien tocando no me importa si afina o desafina, sino sentir por qué esa persona es música, o pintora, o lo que sea. Entender por qué está haciendo eso. Todo el mundo puede tocar, pero no todo el mundo es artista o músico. No tiene que ver con el virtuosismo sin con ser, meterte desde un compromiso, un riesgo. Hay un montón de gente haciendo cosas y les va bien porque se llevan bien con las redes sociales y los celulares. Para mí  el arte siempre va a ser otra historia”.

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Parir memoria: Teresa Laborde

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Nació en un móvil policial, en plena dictadura. Ella y su madre, Adriana Calvo, sobrevivieron al secuestro gracias a los cuidados de cinco mujeres en cautiverio. Adriana dedicó su vida a testimoniar y buscar a los hijos de esas desaparecidas. Uno de ellos, hijo de Cristina Navajas, es el nieto 133. Y el hermano de ese nieto es la actual pareja de Teresa. Memoria, verdad, justicia y amor: una historia conmovedora y el arte como proyecto para recuperar el futuro.

Texto: Claudia Acuña

La sonrisa de Teresa Laborde es nuestro trofeo, nuestra Copa Mundial, nuestro Oscar.

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Corazón mirando al sur: Agroecología y comercialización en la Comarca Andina

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La experiencia del Corredor Patagónico Soberano de la UTT (Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra) contada desde El Hoyo y El Bolsón: dos almacenes de ramos generales, 5.000 km de ruta de productos agroecológicos y cooperativos, respuesta gremial y organización del sector. Texto: Lucas Pedulla.

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Corazón mirando al sur: Agroecología y comercialización en la Comarca Andina

“El sistema alimentario de una nación representa su historia, cultura, pasado, presente y futuro. Por eso, en un contexto global de desigualdad, convocamos a dar los debates y luchas necesarias para comprender que el comer bien es un derecho que relaciona a la salud, el trabajo y las oportunidades de desarrollo individual y social”. Así lo plantea la Mesa Agroalimentaria Argentina, una red sectorial que nuclea organizaciones cooperativas, movimientos campesinos e indígenas y de pequeños y medianos productores.

La Mesa organizó la Expo Alimentaria, se movilizó al Congreso, pasando por la Secretaría de Agricultura entre tractorazo y verdurazos, para presentar el “Programa Agrario para el Alimento”, que incluye propuestas como la Ley de Acceso a la Tierra, la Ley de Arrendamiento Rural, la Ley de Protección de Territorios de Familias Campesinas e Indígenas, la Ley de Segmentación Impositiva Agraria, la creación de una Empresa Pública de Alimentos, un Plan Nacional de Abastecimiento Alimentario, un Plan de Financiamiento Cooperativo, un Programa Nacional de Impulso a la Agroecología y un Plan Nacional de Creación de Mercados de Cercanía.

La Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra (UTT) es una de las organizaciones de esa Mesa, y Erika Benavente, con sus 31 años, sus dulces agroecológicos y sus cuentas que lleva prolijamente desde el área de Comercialización en la regional patagónica del gremio, en el municipio chubutense de El Hoyo, sabe bien qué significa ese “desarrollo individual y social”: integra la logística del llamado “Corredor Patagónico Soberano”, un recorrido de 5.000 km que distribuye alimentos sanos en Buenos Aires, Neuquén, Río Negro y Chubut. “Y llegamos hasta Santa Cruz”, acota con una sonrisa.

Detrás de esa sonrisa, hay un movimiento que demuestra modos diferentes de actuar y de interactuar para crear otros estilos de relación y de consumo.

La naranja mecánica

La Patagonia –o la “Línea Sur”, como le llaman en la UTT– es  de las experiencias “más nuevitas” dentro del gremio que nuclea a 25 mil familias campesinas, según refiere Juan Pablo Acosta, su coordinador regional. Acosta –más conocido como Pocho– se  vino con su familia desde La Plata en 2016. “Había ganado Macri, era todo un quilombo”, rememora. De a poco, la comercialización la fueron aprendiendo de la práctica de una cooperativa mapuche en la meseta chubutense. Hasta manejaban fondos rotatorios, un instrumento de gestión de financiamiento que lleva adelante una organización para rotar recursos en forma de crédito. “Tienen un galpón, exportan lana, y así compran forraje y comida para el invierno”. La respuesta organizativa y gremial que aportó la UTT fue la comercialización de corderos: “Nunca una organización cooperativa lo había hecho”. Así arrancó un camino.

Antes de la apertura del Almacén de Ramos Generales de El Hoyo, habían vendido 800 mil kilos de alimento cooperativo en compras comunitarias, lo cual implicó una logística importante. “No es fácil la Patagonia –cuenta–. Tiene un estatus sanitario donde no era sencillo entrar frutas, verduras ni carnes”. Por ejemplo, para ingresar el morrón debían gasearlo con bromuro de metilo por controles fitosanitarios para evitar posibles plagas. Juan Pablo razona: “Nos rompimos el alma produciendo agroecológicamente, tomamos tierras, hicimos biofábrica, pero ¿vamos a venir  acá y le ponemos veneno? Decidimos no traerlo entonces hasta encontrar la vuelta”. Descubrieron la posibilidad de dejarlo 30 días en cámara con frío, lo que le agrega valor: “Es una logística: un pallet de naranjas de Entre Ríos, por ejemplo, lo dejás en una cámara en Bahía Blanca, y que luego un camión la traiga. Pero lo fuimos logrando: la naranja llega impecable y la gente la recibe muy bien”.

El almacén de El Hoyo es uno de los 15 que la UTT tiene en todo el país. Este año inauguraron otro en El Bolsón (Río Negro), en un predio recuperado donde había un galpón abandonado, propiedad de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE), con la guarda administrativa del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Lo pusimos en valor y hoy está al servicio de la comunidad”, celebra Pocho.

Durante el verano, los almacenes se abastecen en gran medida con producción local, pero en invierno el camión de Buenos Aires llega cada 15/20 días. Erika: “Sacás una publicación que dice que llegó el camión y a las cuatro de la tarde tenés cola esperando llevarse verdura fresca y sin químicos, que es lo que consumimos en verano de chacras de la zona”. Los meses fuertes de producción local son de noviembre a marzo. El Hoyo es la capital nacional de la fruta fina: “Empieza la primera floración de la frambuesa. También hay mora, algunos tienen frutilla. Después otros tienen arvejas. Hojas como lechuga, espinaca, rúcula, acelga. Pak choi, kale, repollo. La manzana obviamente, duraznos, membrillo”. Pocho explica que la producción local se organiza más fácil: “El productor pone su precio, y lo que hacemos es compararlo: no me vendas más caro un tomate que si lo traigo de La Plata. Ese es el límite”. A esas discusiones les llaman “paritarias” y la actualizan cada tres meses.

De abril a octubre, ya empiezan a llegar los camiones. Pocho: “No hay tantas hectáreas puestas en producción. Algunos trabajos del INTA en pueblos de la cordillera dicen que no producen el 20 por ciento de lo que comen. En la Patagonia no nos abastecemos. En todo Chubut la cordillera es una franjita de 50 km a lo largo de la provincia. Después, el 95 por ciento es meseta. Y de esa franja cordillerana, la zona productiva es poquita, porque tenés mucha montaña”.

El Hoyo tiene ese nombre porque está ubicado en una depresión de la cordillera, a 200 metros sobre el nivel del mar: “Es el mejor lugar de la Patagonia para producir”. Sin embargo, cuentan que la producción, generalmente familiar (“son producciones chiquitas que cultivan un poquito de cada cosa”), está perdiendo terreno con la urbanización. Erika y la experiencia propia: “La chacra de mi abuelo era de 45 hectáreas. Luego, entre los hermanos, se la dividieron. Y se viene dando un proceso donde termina ganando la urbanización”. Cuentan que la puja se está dando entre producción familiar y desarrollo inmobiliario, también con fines turísticos: “El mejor suelo para producir es donde hoy están los barrios. Pero, de a poco, se fueron convirtiendo en loteos. Y no se produce”.

Agroecología: A mi manera

Este trabajo permitió a la UTT iniciar el “Corredor Patagónico” con 5.000 km de “ruta soberana”, como le llaman, cruzando La Pampa, Neuquén, Río Negro y Chubut: los productos patagónicos llegan así a los almacenes en Buenos Aires y, con el invierno, llegan los camiones que parten desde Buenos Aires. Erika enumera los alimentos locales: “Fideos de harina de maíz saborizados con rosa mosqueta, harina de trigo molida por familias en sus molinos, muchos dulces, mostazas, propóleo, pepinillos encurtidos”.

El último camión que partió tenía 500 frascos de dulces y 600 de miel. “Para los productores, en esta época, es un montón. El invierno es un período donde no hay trabajo. La gente busca changas”. Pocho vuelve al punto anterior: “La matriz económica está cambiando a más turística. Si la plata de la temporada no te alcanzó, y no te armaste, se hace difícil”. Erika explica: “Para que la tierra te rinda para vivir, necesitás superficie, y eso ya no está. Tenés un pedacito pero te alcanza para guardar para vos y vender el excedente. Y después, tenés que hacerte la cabaña para alquilar por día en verano, para sacar la tranquilidad de los días de lluvia que no podés trabajar”.

Erika, con su compañero, tuvo que encontrar esa vuelta: además de la chacra, hacen cabalgatas en el bellísimo paraje Puerto Patriada, a metros de la costa norte de la belleza del Lago Epuyén. El trabajo con las cabalgatas va del 20 de diciembre al 20 de febrero. En esos meses, a su vez, juntan leña para vender en invierno. “Nuestra calefacción es a leña, así que es para vender y para uso personal. Después, en primavera empezamos con la huerta, la fruta va al freezer, y así también tenés para invierno. Y, en el medio, está la cosecha de hongos de pino, que vienen a buscarlos en octubre”. Este máster en gestión y planificación, que jamás se estudiará en Harvard, aplica Erika a la comercialización UTT.

La proyección es seguir aún más hacia el sur expandiéndose en Santa Cruz, a donde ya llegaron en Pico Truncado, ciudad petrolera. Ese trabajo es fruto de la producción de alimentos agroecológicos de más de 25 mil familias que integran la organización, distribuidas en 21 provincias. En Patagonia, la organización promovió una red de productores que se afilian al gremio abonando una cuota cuyo valor es el equivalente a dos litros de nafta, con el beneficio que le aporta la representación de una organización nacional, además de descuento en las compras en almacenes. Pocho: “Ahora se están conformando delegados de base para discutir política gremial en la UTT. Hasta este momento eso no pasaba, no hay muchas organizaciones como la nuestra acá en la zona. Es algo medio nuevo que a veces no se entiende. No somos el Estado. En un momento había una interpelación a la organización como que teníamos que resolver todos los problemas. Les decíamos que somos un gremio, no una organización del Estado: vení y militá. Tampoco somos una fundación que ayuda gente, porque capaz venía un productor y decía: ‘Comprame’”. 

Para Erika, esa confusión se suele dar porque, desde la UTT se resolvieron problemas que el Estado no estaba encarando: un ejemplo son los fondos rotatorios. “El productor, en general, es cliente del almacén, entonces se asocia a la red, participa de nuestras jornadas, y puede plantear: ‘No tengo plata, pero tengo fruta y azúcar. Si me dan un fondo rotatorio para frascos, cuando hago los envíos los pago a valor del día’”. De esa manera, los productores pueden continuar su circuito de comercialización, mientras el fondo sigue rotando entre las familias que lo necesiten.

La propia Erika utilizó el fondo para poder comprar los fardos para que los caballos se alimenten. “Gracias a la UTT pudimos acceder a insumos y vender nuestros productos regionales”. Su familia siempre trabajó la chacra. Ella es técnica agropecuaria y cursó estudios de Producción Vegetal Orgánica. Hace un año trabaja en la comercialización.

¿Por qué es importante? “En esta zona, que no haya intermediarios ayuda mucho al precio, tanto al productor como al consumidor. Y la posibilidad de vender productos en invierno, como hablábamos, es una súper mano cuando está todo quieto. Podés acompañar y mejorar la economía local en un momento que no se mueve tanto”.

¿Y por qué la agroecología? Erika mira el bellísimo lago que tiene frente a sus ojos: “Más que el no uso de productos de síntesis química, tiene que ver con una forma de vida. El uso de recursos de forma sustentable y sostenible”. Esto es: sin químicos, sin venenos, cuidando el ambiente, la salud y también mejorando la producción. “Eso es lo que necesitamos para seguir viviendo de esta manera”.

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Abajo el cáncer: Resistencia al asbesto en el subte

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Vagones envenenados con un material prohibido –descartados en España– fueron comprados durante la era Macri en la ciudad de Buenos Aires. Muchos trabajadores en contacto con el asbesto contrajeron enfermedades. Algunos murieron, otros sobreviven en la incertidumbre. El gremio está en conflicto para dar visibilidad a un crimen hasta ahora impune. La empresa y el Estado no brindan respuesta, salvo amenazas a quienes reclaman. Los datos, voces, sombras y luces de una batalla por la salud.

Texto: Anabella Arrascaeta

Cuando Horacio Ortiz, 55 años, vio que el asado de fin de año con sus compañeros de trabajo terminaba y cada uno se iba a su casa, lloró desconsolado.

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