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Parir memoria: Teresa Laborde

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Nació en un móvil policial, en plena dictadura. Ella y su madre, Adriana Calvo, sobrevivieron al secuestro gracias a los cuidados de cinco mujeres en cautiverio. Adriana dedicó su vida a testimoniar y buscar a los hijos de esas desaparecidas. Uno de ellos, hijo de Cristina Navajas, es el nieto 133. Y el hermano de ese nieto es la actual pareja de Teresa. Memoria, verdad, justicia y amor: una historia conmovedora y el arte como proyecto para recuperar el futuro.

Texto: Claudia Acuña

La sonrisa de Teresa Laborde es nuestro trofeo, nuestra Copa Mundial, nuestro Oscar.

Sus lágrimas son nuestro rosario: por cada una hay que rezar al cielo repitiendo la Santa Oración que nos legó su madre:

“Que el miedo no te paralice

que la rabia te organice”.

Que Teresa sea bella suma el perfume de la justicia poética a esta historia.

No es fácil decidir por dónde comenzar a contarla porque cada detalle suma, importa, es prueba judicial y es legado social, y por eso mismo es imprescindible reconocer que ya existen las palabras que la narraron en forma perfecta, precisa, ética.

Esta oportunidad para contarla nos obliga a escoger del testimonio de su madre, Adriana Calvo, una punta para este nuevo ovillo.

La mía es esta:

“En mi casa normalmente estaban las puertas abiertas, sin llave, incluido el portón que daba a la calle…”

Esta historia comienza entonces en un país sin cerraduras ni rejas, en un barrio llamado Tolosa, y en una casa donde una mujer embarazada de seis meses y medio está fregando ropa mientras su hijo de un año y medio duerme la siesta y su hija de tres le ofrece un recreo: aceptó quedarse, por primera vez, en la casa de su abuela.

En esa escena irrumpe el Grupo de Tareas.

“Me preguntaban a los gritos si era Adriana Calvo, si era la esposa de Miguel Laborde, y yo no atinaba a decir ni a hacer nada”.

Era el 4 de febrero de 1977.

Era la dictadura: el principio del infierno.

¿Cómo podrías resumir todo lo que significa que estemos hoy charlando con vos?

Que yo esté acá significa que la empatía y lo colectivo es lo que va a defender la vida, sobre todo en estos tiempos de colapso climático al que nos está llevando el modelo agroindustrial. A mí me salvó un colectivo de mujeres. Si no hubiera sido por ellas, mi madre no hubiera sobrevivido, y yo tampoco. Que esté acá significa fortaleza y también promesa: mi madre prometió que si salíamos vivas se iba a dedicar todos los días a exigir justicia, y a buscar a los hijos de esas mujeres.

La semana pasada acaban de encontrar al primero.

Es el nieto 133.

Lo buscaron durante 46 años.

Adriana Calvo fue la primera sobreviviente víctima de la dictadura en declarar en el Juicio a las Juntas que trajo a la actualidad Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre. Aquel 29 de abril pronunció un largo testimonio que significó, entre otras cosas, desafiar las amenazas que le sembraron en el largo camino que ayudó a construir para poder llegar hasta ese micrófono que amplificó aquello que querían que calle. Al terminar, ni los fiscales ni las defensas le hicieron preguntas: a nadie le salían las palabras, como si ella hubiese utilizado todas las posibles para lograr que vieran lo que pretendían ocultar y sufran esa ignominia.

En ese relato describió  cómo la obligaron a parir a Teresa en el auto que la trasladaba al centro clandestino de detención tristemente conocido como Pozo de Banfield, con pinceladas exactas que transmitieron la banal crueldad con la que torturaron a esa madre y su bebé, una Teresa Laborde recién nacida tirada en el piso del auto, durante horas, sin que ella pudiera tocarla porque estaba esposada, desnuda y con los ojos vendados. “El que manejaba y el que lo acompañaba se reían, me decían que era lo mismo, que igual me iban a matar, iban a matar al bebé”. Narró también los primeros veintidos días de vida de Teresa sin ropa, sin pañal, con piojos, con pulgas, hasta que finalmente, las liberaron. “Era un auto oscuro, creo que era un Renault, negro o azul, iban dos personas adelante y una persona conmigo atrás; me amenazaron nuevamente de que no hablara, que no gritara, que no los mirara, que no me moviera, iba vendada. Hicimos un largo camino. Por fin estacionaron; unas cuadras antes me sacaron la venda. Me dijeron que si abría los ojos me mataban… Estacionaron, abrieron la puerta y me dijeron ‘bajate, no mirés para atrás o te matamos’. Me dejaron en la calle, en la calle Mitre entre Alcorta, y creo que la otra se llama Correa, exactamente a una cuadra y media de donde vivo hoy, a tres cuadras o cuatro de donde vivían mis padres. Con mi beba, sin documentos, sucia, en camisón, con ojotas, caminé esas tres cuadras. Y toqué timbre en la casa de mi madre. Ahí terminó mi infierno… El de miles continúa”.

Su testimonio concluyó así: “Señor Presidente, porque sé que usted me lo va a preguntar… Yo no militaba en ningún partido político, yo trabajaba en la Asociación de Docentes e Investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas. Yo lo que era es profundamente antigolpista”. Y con esa frase transmitió también la certeza que tuvo sobre el origen de todos esos padecimientos: sus torturadores ni siquiera sabían por qué la habían secuestrado.

¿Qué sabés de esas mujeres que compartieron tu cautiverio y siguen desaparecidas?

Que eran todas muy jovencitas, más que mi madre. Que no estaban preparadas por su organización para enfrentar ese tipo de situación, porque su formación política no era militar. El arma que empuñaba Cristina Navajas (la madre del nieto 133) eran los libros: enseñaba Historia de la Revolución Latinoamericana. Su cuñada, Manuela Santucho, era abogada: su arma era la ley. Alicia Raquel D’Ambra era la tercera de ese grupo de mujeres que habían sido secuestradas juntas y que se transformó en el sostén cotidiano de cada una de las que compartió con ellas ese infierno. Son mujeres que en un lugar donde te hacían doler del hambre, compartían con mi madre la poca comida que recibían, porque ella estaba amamantando. Es decir: me alimentaron. Fueron ellas las que hicieron una muralla humana para impedir que hoy sea una de las 300 nietas y nietos que sigue buscando Abuelas.

Después de aquel juicio histórico sobrevino la impunidad legal, que se intentó sellar con las leyes de Punto Final (24 de diciembre de 1986) y Obediencia Debida (4 de junio de 1987), ambas dictadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y los indultos que firmó el presidente Carlos Menem en 1989 y 1990. Adriana Calvo comenzó entonces a recorrer otro largo camino, que incluyó tribunales internacionales que condenaron los crímenes de los genocidas argentinos (Francia en 1990, España en 1998) y los Juicios por la Verdad impulsados por sobrevivientes y familiares de las víctimas. Lograron con ese proceso único, motorizado por el movimiento de derechos humanos argentino, que se abrieran 220 expedientes y declararan más de 800 testigos. El primero fue en 1998 y en La Plata.

Para entonces Teresa Laborde estaba estudiando teatro en la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático) y solía acicatear a su madre con la comparación, ya que esos juicios al no tener fuerza punitiva, parecían también una representación.

¿Cuántas veces testimonió tu mamá?

Muchísimas. Las y los sobrevivientes testimoniaban en plena impunidad legal y amenazados. A nosotras nos seguían a la escuela, nos mandaban las grabaciones de nuestras conversaciones con amigas, todos los domingos en mi casa había amenazas de bomba. En ese contexto  ella declaraba. Mi hermana le decía: “Por qué no nos vamos a Alemania, como dicen los tíos”. Y era cierto: mi mamá era científica, tenía esa posibilidad. Entonces ella nos cuenta la historia de cómo estas mujeres nos protegieron: “Si no fuera por ellas yo no estaría acá. Hice la promesa que si mi beba y yo vivíamos iba a luchar hasta el último día, hasta que se hiciera justicia”. Y es lo que hizo.

Al terminar la carrera Teresa decidió viajar. Llegó así a Ecuador donde desplegó su magia de elevarse con telas y luego a Cuba, donde estudió Historia de las Artes durante cinco años. Luego, en 2006, regresó al país con su pareja –un músico argentino– embarazada  de ocho meses. Lo que siguió después lo resume en tres días: el primero celebró el inicio del primer juicio por delitos de lesa humanidad, luego de haberse logrado la anulación de las leyes de impunidad; el segundo nació su primer hijo; el tercero desapareció Julio López, el testigo sobreviviente de las torturas del genocida Miguel Etchecolatz. Su madre no le había contado que, tras declarar en ese juicio, también estaba amenazada.

La desaparición de Julio López fue un momento difícil para tu mamá…

Fue la primera vez que la vi con miedo. Pero la desaparición de Julio fue difícil para todos los sobrevivientes: se murieron uno detrás del otro. Mi mamá, Nilda (Eloy), Cachito (Fukman), (Víctor) Basterra… los que más se expusieron, los más aguerridos. Mi mamá, de un cáncer de páncreas. Me acuerdo que la quimio la dejó muy débil y así como estaba, hecha un fleco, nos pidió que la llevemos a la plaza: era el día en que mataron a Mariano Ferreyra. Ella murió poco después, el 12 de diciembre de 2010.

Teresa tuvo otra hija, se separó, quiso regresar a Cuba, no pudo –su ex no autorizó la salida de los chicos– sufrió las consecuencias de su nacimiento en la espalda, tuvo que abandonar sus telas y reinventarse. Se transformó entonces en docente de Arte y tomó el legado de su madre como testigo en los juicios de lesa humanidad que ahora mismo se están llevando a cabo en los tribunales federales.

“Nací torturada y desaparecida”. Así comenzó su relato ante el juicio por los crímenes cometidos en la maternidad clandestina del Pozo de Banfield. Fue en abril de 2020 y por zoom. Así escuchó a Miguel El Tano Santucho, quien a través de la pantalla contenía las lágrimas para relatar el secuestro de su mamá, Cristina Navajas, una de aquellas mujeres a las que ella le debía la vida, y la búsqueda de su hermano/a, esa a la que su madre le había dedicado también la vida. Pocos días después se encontraron a tomar un café, que derivó en algo más importante: son ahora una pareja que, a poco de comenzar, ya pudo abrazarse para celebrar el encuentro con el nieto 133, el hermano que estaban buscando.

¿Cómo fue encontrarlo?

Fue la certeza de que tenemos que encontrar a los otros cuatro, porque eran cinco las criaturas que parieron las mujeres que compartieron nuestra celda. Y treinta y tres en total las que fueron paridas en el Pozo de Banfield. Cada cosa que hacemos, cada charla, cada nota periodística, cada testimonio que damos, es para eso: para encontrarlos.

Teresa deja así en claro su convicción: no estamos hablando del pasado. La memoria es lo que hagamos y dejemos de hacer hoy y por eso también es futuro.

Ahora mismo lo que está haciendo Teresa Laborde es poner en escena esta construcción permanente, continua, cotidiana, en una obra que llamaremos Hijas y se estrenará el próximo 25 de agosto en la trinchera de MU. El primer acto será un encuentro con Ángela Urondo Raboy, la hija de Paco, el poeta, y Alicia Raboy. El segundo, con Malena D’Alessio, hija de José Luis. Ángela tenía once meses cuando estaba en el auto que emboscó el grupo de tareas comandado por el ex comisario Juan Agustín Oyarzábal, para asesinar a su padre y desaparecer a su mamá. Luego de permanecer veinte años apropiada, recuperó su identidad en 1996. Malena tenía dos años cuando recibió el último beso de su padre, secuestrado en su casa por el Ejército. Es también la madre del rap argentino, nacido en las ceremonias contra la impunidad que se recuerdan con el nombre Mesa de Escrache.

Lo que ellas digan, se digan y nos digan es lo que Teresa, la actriz, espera sembrar en estos tiempos de fantasmas: no son aplausos, son abrazos.

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Parir memoria: Teresa Laborde

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Corazón mirando al sur: Agroecología y comercialización en la Comarca Andina

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La experiencia del Corredor Patagónico Soberano de la UTT (Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra) contada desde El Hoyo y El Bolsón: dos almacenes de ramos generales, 5.000 km de ruta de productos agroecológicos y cooperativos, respuesta gremial y organización del sector. Texto: Lucas Pedulla.

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Corazón mirando al sur: Agroecología y comercialización en la Comarca Andina

“El sistema alimentario de una nación representa su historia, cultura, pasado, presente y futuro. Por eso, en un contexto global de desigualdad, convocamos a dar los debates y luchas necesarias para comprender que el comer bien es un derecho que relaciona a la salud, el trabajo y las oportunidades de desarrollo individual y social”. Así lo plantea la Mesa Agroalimentaria Argentina, una red sectorial que nuclea organizaciones cooperativas, movimientos campesinos e indígenas y de pequeños y medianos productores.

La Mesa organizó la Expo Alimentaria, se movilizó al Congreso, pasando por la Secretaría de Agricultura entre tractorazo y verdurazos, para presentar el “Programa Agrario para el Alimento”, que incluye propuestas como la Ley de Acceso a la Tierra, la Ley de Arrendamiento Rural, la Ley de Protección de Territorios de Familias Campesinas e Indígenas, la Ley de Segmentación Impositiva Agraria, la creación de una Empresa Pública de Alimentos, un Plan Nacional de Abastecimiento Alimentario, un Plan de Financiamiento Cooperativo, un Programa Nacional de Impulso a la Agroecología y un Plan Nacional de Creación de Mercados de Cercanía.

La Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra (UTT) es una de las organizaciones de esa Mesa, y Erika Benavente, con sus 31 años, sus dulces agroecológicos y sus cuentas que lleva prolijamente desde el área de Comercialización en la regional patagónica del gremio, en el municipio chubutense de El Hoyo, sabe bien qué significa ese “desarrollo individual y social”: integra la logística del llamado “Corredor Patagónico Soberano”, un recorrido de 5.000 km que distribuye alimentos sanos en Buenos Aires, Neuquén, Río Negro y Chubut. “Y llegamos hasta Santa Cruz”, acota con una sonrisa.

Detrás de esa sonrisa, hay un movimiento que demuestra modos diferentes de actuar y de interactuar para crear otros estilos de relación y de consumo.

La naranja mecánica

La Patagonia –o la “Línea Sur”, como le llaman en la UTT– es  de las experiencias “más nuevitas” dentro del gremio que nuclea a 25 mil familias campesinas, según refiere Juan Pablo Acosta, su coordinador regional. Acosta –más conocido como Pocho– se  vino con su familia desde La Plata en 2016. “Había ganado Macri, era todo un quilombo”, rememora. De a poco, la comercialización la fueron aprendiendo de la práctica de una cooperativa mapuche en la meseta chubutense. Hasta manejaban fondos rotatorios, un instrumento de gestión de financiamiento que lleva adelante una organización para rotar recursos en forma de crédito. “Tienen un galpón, exportan lana, y así compran forraje y comida para el invierno”. La respuesta organizativa y gremial que aportó la UTT fue la comercialización de corderos: “Nunca una organización cooperativa lo había hecho”. Así arrancó un camino.

Antes de la apertura del Almacén de Ramos Generales de El Hoyo, habían vendido 800 mil kilos de alimento cooperativo en compras comunitarias, lo cual implicó una logística importante. “No es fácil la Patagonia –cuenta–. Tiene un estatus sanitario donde no era sencillo entrar frutas, verduras ni carnes”. Por ejemplo, para ingresar el morrón debían gasearlo con bromuro de metilo por controles fitosanitarios para evitar posibles plagas. Juan Pablo razona: “Nos rompimos el alma produciendo agroecológicamente, tomamos tierras, hicimos biofábrica, pero ¿vamos a venir  acá y le ponemos veneno? Decidimos no traerlo entonces hasta encontrar la vuelta”. Descubrieron la posibilidad de dejarlo 30 días en cámara con frío, lo que le agrega valor: “Es una logística: un pallet de naranjas de Entre Ríos, por ejemplo, lo dejás en una cámara en Bahía Blanca, y que luego un camión la traiga. Pero lo fuimos logrando: la naranja llega impecable y la gente la recibe muy bien”.

El almacén de El Hoyo es uno de los 15 que la UTT tiene en todo el país. Este año inauguraron otro en El Bolsón (Río Negro), en un predio recuperado donde había un galpón abandonado, propiedad de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE), con la guarda administrativa del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Lo pusimos en valor y hoy está al servicio de la comunidad”, celebra Pocho.

Durante el verano, los almacenes se abastecen en gran medida con producción local, pero en invierno el camión de Buenos Aires llega cada 15/20 días. Erika: “Sacás una publicación que dice que llegó el camión y a las cuatro de la tarde tenés cola esperando llevarse verdura fresca y sin químicos, que es lo que consumimos en verano de chacras de la zona”. Los meses fuertes de producción local son de noviembre a marzo. El Hoyo es la capital nacional de la fruta fina: “Empieza la primera floración de la frambuesa. También hay mora, algunos tienen frutilla. Después otros tienen arvejas. Hojas como lechuga, espinaca, rúcula, acelga. Pak choi, kale, repollo. La manzana obviamente, duraznos, membrillo”. Pocho explica que la producción local se organiza más fácil: “El productor pone su precio, y lo que hacemos es compararlo: no me vendas más caro un tomate que si lo traigo de La Plata. Ese es el límite”. A esas discusiones les llaman “paritarias” y la actualizan cada tres meses.

De abril a octubre, ya empiezan a llegar los camiones. Pocho: “No hay tantas hectáreas puestas en producción. Algunos trabajos del INTA en pueblos de la cordillera dicen que no producen el 20 por ciento de lo que comen. En la Patagonia no nos abastecemos. En todo Chubut la cordillera es una franjita de 50 km a lo largo de la provincia. Después, el 95 por ciento es meseta. Y de esa franja cordillerana, la zona productiva es poquita, porque tenés mucha montaña”.

El Hoyo tiene ese nombre porque está ubicado en una depresión de la cordillera, a 200 metros sobre el nivel del mar: “Es el mejor lugar de la Patagonia para producir”. Sin embargo, cuentan que la producción, generalmente familiar (“son producciones chiquitas que cultivan un poquito de cada cosa”), está perdiendo terreno con la urbanización. Erika y la experiencia propia: “La chacra de mi abuelo era de 45 hectáreas. Luego, entre los hermanos, se la dividieron. Y se viene dando un proceso donde termina ganando la urbanización”. Cuentan que la puja se está dando entre producción familiar y desarrollo inmobiliario, también con fines turísticos: “El mejor suelo para producir es donde hoy están los barrios. Pero, de a poco, se fueron convirtiendo en loteos. Y no se produce”.

Agroecología: A mi manera

Este trabajo permitió a la UTT iniciar el “Corredor Patagónico” con 5.000 km de “ruta soberana”, como le llaman, cruzando La Pampa, Neuquén, Río Negro y Chubut: los productos patagónicos llegan así a los almacenes en Buenos Aires y, con el invierno, llegan los camiones que parten desde Buenos Aires. Erika enumera los alimentos locales: “Fideos de harina de maíz saborizados con rosa mosqueta, harina de trigo molida por familias en sus molinos, muchos dulces, mostazas, propóleo, pepinillos encurtidos”.

El último camión que partió tenía 500 frascos de dulces y 600 de miel. “Para los productores, en esta época, es un montón. El invierno es un período donde no hay trabajo. La gente busca changas”. Pocho vuelve al punto anterior: “La matriz económica está cambiando a más turística. Si la plata de la temporada no te alcanzó, y no te armaste, se hace difícil”. Erika explica: “Para que la tierra te rinda para vivir, necesitás superficie, y eso ya no está. Tenés un pedacito pero te alcanza para guardar para vos y vender el excedente. Y después, tenés que hacerte la cabaña para alquilar por día en verano, para sacar la tranquilidad de los días de lluvia que no podés trabajar”.

Erika, con su compañero, tuvo que encontrar esa vuelta: además de la chacra, hacen cabalgatas en el bellísimo paraje Puerto Patriada, a metros de la costa norte de la belleza del Lago Epuyén. El trabajo con las cabalgatas va del 20 de diciembre al 20 de febrero. En esos meses, a su vez, juntan leña para vender en invierno. “Nuestra calefacción es a leña, así que es para vender y para uso personal. Después, en primavera empezamos con la huerta, la fruta va al freezer, y así también tenés para invierno. Y, en el medio, está la cosecha de hongos de pino, que vienen a buscarlos en octubre”. Este máster en gestión y planificación, que jamás se estudiará en Harvard, aplica Erika a la comercialización UTT.

La proyección es seguir aún más hacia el sur expandiéndose en Santa Cruz, a donde ya llegaron en Pico Truncado, ciudad petrolera. Ese trabajo es fruto de la producción de alimentos agroecológicos de más de 25 mil familias que integran la organización, distribuidas en 21 provincias. En Patagonia, la organización promovió una red de productores que se afilian al gremio abonando una cuota cuyo valor es el equivalente a dos litros de nafta, con el beneficio que le aporta la representación de una organización nacional, además de descuento en las compras en almacenes. Pocho: “Ahora se están conformando delegados de base para discutir política gremial en la UTT. Hasta este momento eso no pasaba, no hay muchas organizaciones como la nuestra acá en la zona. Es algo medio nuevo que a veces no se entiende. No somos el Estado. En un momento había una interpelación a la organización como que teníamos que resolver todos los problemas. Les decíamos que somos un gremio, no una organización del Estado: vení y militá. Tampoco somos una fundación que ayuda gente, porque capaz venía un productor y decía: ‘Comprame’”. 

Para Erika, esa confusión se suele dar porque, desde la UTT se resolvieron problemas que el Estado no estaba encarando: un ejemplo son los fondos rotatorios. “El productor, en general, es cliente del almacén, entonces se asocia a la red, participa de nuestras jornadas, y puede plantear: ‘No tengo plata, pero tengo fruta y azúcar. Si me dan un fondo rotatorio para frascos, cuando hago los envíos los pago a valor del día’”. De esa manera, los productores pueden continuar su circuito de comercialización, mientras el fondo sigue rotando entre las familias que lo necesiten.

La propia Erika utilizó el fondo para poder comprar los fardos para que los caballos se alimenten. “Gracias a la UTT pudimos acceder a insumos y vender nuestros productos regionales”. Su familia siempre trabajó la chacra. Ella es técnica agropecuaria y cursó estudios de Producción Vegetal Orgánica. Hace un año trabaja en la comercialización.

¿Por qué es importante? “En esta zona, que no haya intermediarios ayuda mucho al precio, tanto al productor como al consumidor. Y la posibilidad de vender productos en invierno, como hablábamos, es una súper mano cuando está todo quieto. Podés acompañar y mejorar la economía local en un momento que no se mueve tanto”.

¿Y por qué la agroecología? Erika mira el bellísimo lago que tiene frente a sus ojos: “Más que el no uso de productos de síntesis química, tiene que ver con una forma de vida. El uso de recursos de forma sustentable y sostenible”. Esto es: sin químicos, sin venenos, cuidando el ambiente, la salud y también mejorando la producción. “Eso es lo que necesitamos para seguir viviendo de esta manera”.

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Abajo el cáncer: Resistencia al asbesto en el subte

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Vagones envenenados con un material prohibido –descartados en España– fueron comprados durante la era Macri en la ciudad de Buenos Aires. Muchos trabajadores en contacto con el asbesto contrajeron enfermedades. Algunos murieron, otros sobreviven en la incertidumbre. El gremio está en conflicto para dar visibilidad a un crimen hasta ahora impune. La empresa y el Estado no brindan respuesta, salvo amenazas a quienes reclaman. Los datos, voces, sombras y luces de una batalla por la salud.

Texto: Anabella Arrascaeta

Cuando Horacio Ortiz, 55 años, vio que el asado de fin de año con sus compañeros de trabajo terminaba y cada uno se iba a su casa, lloró desconsolado.

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Frack you: A 10 años de Vaca Muerta

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Subsidios millonarios a empresas multinacionales que giran dinero a paraísos fiscales, sobrefacturan y se enriquecen con los dólares que faltan. La diferencia entre soberanía y autoabastecimiento. Fracking, sismos, contaminación, empobrecimiento, regalías, fuga de divisas, elecciones. La voz de la comunidad mapuche. De las promesas a la realidad: datos, no relato, a las puertas de otras fiebres energéticas en curso.

Texto: Sergio Ciancaglini

Los creativos publicitarios deben haber cobrado en oro, petróleo, litio o bitcoins, para sintetizar en 55 segundos imágenes y palabras sobre el enigma que carcome a demasiada gente: cómo salvar al país.  El spot se llama “Soberanía energética”. La voz de un locutor acompaña el vértigo visual de caños, camiones, barcos: “En YPF estamos trabajando para hacer realidad una oportunidad histórica. Argentina tiene una de las reservas de petróleo y gas no convencional más importantes del mundo”. Cada frase es refrendada por las letras mayúsculas que parecerían formar parte de las obras como torres gigantes sobre el paisaje. “Exploración y producción”. “Industrialización”. “Desarrollo de ductos”. “Trabajo”. “Infraestructura”. “Potencial de autoabastecernos”. “Exportar energía”. “Matriz Productiva argentina” y como cierre: “Soberanía energética”. 

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