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La ciudad invisible

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MU en Berlín, a 20 años de la caída del muro. La noche del jueves 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro. La nueva Berlín no dejó en pie ninguna huella del Este, pero la división permanece viva en la gente. Cómo se vive hoy en la capital del futuro.

La ciudad invisibleEl tiempo del ahora es ese cielo de color acero que cubre Berlín en una primavera helada. Es ese tiempo caprichoso, que desafía a los calendarios, el que nos hace recordar nuestra ingenuidad, pellizcándonos por nuestra falta de abrigo. Todo el resto en esta ciudad está anclado a una cita ineludible: la conmemoración de los 20 años transcurridos entre la caída del Muro y esta nueva Berlín, reconstruida.
Es esa nueva Berlín la que nos proponen admirar desde una cúpula transparente, “clara referencia al sistema democrático”, como nos dirá la voz del audiotexto que entregan gratuitamente a la entrada del Reichstag, el emblemático edificio remozado por el arquitecto británico sir Norman Foster. Estamos, entonces, parados en el punto simbólico más alto de lo que representa pisar hoy Berlín. El Reichstag fue construido durante el II Imperio alemán (1871), luego fue sede parlamentaria de la República de Weissmar (1919), quemado cuatro semanas después de la asunción de Adolf Hitler como canciller del Reich (1933), escenario de las cruentas batallas del final de la Segunda Guerra Mundial (1945), incómodo vecino del Muro (1961-1989) y desde la reunificación, sede del Parlamento y el gobierno (1999). Toda esa intensa historia está reducida en unas docenas de fotos que rodean la planta baja de la cúpula que diseñó sir Foster, una estructura de vidrio y metal que le coloca un casco posmoderno a un castillo imperial. El resultado no es bello ni armónico: es simplemente espectacular. Impresiona.
La cúpula tiene dos rampas en espiral que ascienden a lo largo de 230 metros –más de dos cuadras- durante los cuales la voz del audiotexto va indicando hacia dónde el visitante tiene que mirar. En un tono amable, con información específica, la voz señala lo que se tiene que ver, lo que importa, lo que merece nuestra atención. Hilvana así el relato de la historia restaurada partir de una cartografía urbanística del pasado que ubica al turista en el plano de la ciudad y en relación a los puntos cardinales, esa brújula que sólo en Berlín adquiere una condición única. Este-Oeste sigue siendo aquí una frontera política, marcada hoy por un límite implícito entre aquello que se puede y aquello que no conviene recordar.
Por eso, la nueva Berlín es una ciudad sin huellas del Muro. De sus 155 kilómetros sólo quedan 5, lejos de la vista del turista de a pie y, sobre todo, de la postal oficial que ofrece el mirador del Reichstag.
El Muro desapareció, en el sentido que sólo un argentino puede darle a ese término. Es una enorme ausencia poblada por modernos edificios que intentan convertir a esta ciudad en un símbolo de ese huracán al que Walter Benjamin llamaba progreso. “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence”, nos advirtió Benjamin. Y el Muro es ahora un cadáver sepultado, como el de los 2.500 soldados rusos que están debajo del bello parque que rodea al Reichstag.
No hay metáforas para una ciudad como Berlín.
Hoy cuesta reconocer en la delgada cicatriz de adoquines que zurcen el asfalto del centro a aquella pared de 4 metros de altura vigilada por 186 torres policiales. Es fácil intuir, en cambio, por qué la embajada norteamericana comparte su medianera con la fenomenal Puerta de Brandeburgo, antiguo paso de control entre las dos Alemanias, hoy convertida en escenografía de fondo de todas las fotos turísticas.
En una ciudad que ofrece tantas atracciones para el parque de diversiones enciclopédico, lo más difícil es establecer dónde está la huella de lo que alguna vez fue el Este, aquel que todos reconocían por su tono gris y hoy está maquillado por los colores del consumo: tiendas con logos internacionales se erigen sobre los fantasmas de los antiguos y míseros mercados de la rda, de los que ya no quedan ni huesos. “Todo lo que es completamente nuevo era el antiguo Este”, sintetiza Elena, una cubana que vive en Berlín desde hace 23 años.
Es esa impiadosa voluntad de borrón y cuenta nueva la que logró aniquilar el último símbolo, el Palacio de la República, una mole con ventanas espejadas y marcos de bronce, construida en 1970. Sede del Parlamento de la rda, se levantó sobre las ruinas del prusiano Palacio Real, bombardeado durante la Segunda Guerra. Hoy el único predio desnudo de todo Berlín es el que correspondía a la sede política del régimen comunista. Su demolición costó 20 millones de euros y una prodigiosa labor: fue desmontado ladrillo por ladrillo para no afectar a la vecina Catedral de Berlín. En su lugar, la ciudad ya decidió qué reconstruir: el viejo Palacio prusiano.
 
Tour cooperativo
El único ícono del Este que logró sobrevivir es la silueta de un hombrecito con sombrero, que parece decidido a caminar, de frente y hacia el futuro. Lo llaman “el hombre del semáforo” (Ampelmann) y fue la imagen de una campaña de educación vial, cuando Alemania del Este decidió cambiar los clásicos círculos rojo, amarillo y verde de los semáforos por la silueta del hombrecito. “A poco de la reunificación, las autoridades intentaron reemplazar los semáforos del Este por los normales, como forma de unificar los códigos viales y, de paso, borrar las diferencias entre uno y otro lado. Increíblemente, hubo una enorme reacción popular. Imagínense: a la gente que vivía en el Este le había cambiado todo, desde los productos que tenían en la heladera hasta los edificios que rodeaban su casa. El hombre del semáforo fue el límite. Lograron, finalmente, que se quedara y con el tiempo se convirtió en un símbolo de Berlín, que hoy venden las tiendas de productos turísticos, estampado en remeras, gorras y llaveros”.
Ësta es la historia que está contando con reconocible acento porteño el guía que pasea por la ciudad a una veintena de turistas criollos. Es uno de los integrantes de la cooperativa Vive Berlín Tours, un emprendimiento que conforman cuatro latinoamericanos: dos argentinos, una chilena y un boliviano. Las coincidencias –que no son más que confirmaciones de tendencias de la época– logran que el cruce entre la cronista de mu y los guías se produzca frente al descampado del desaparecido Palacio de la República y en el primer día de la existencia de la cooperativa. Éste es, justamente, su tour de debut y con ese entusiasmo cuentan lo que representa para ellos el proyecto. “Tenemos diferentes profesiones y nacionalidades, algunos llegamos aquí detrás de un amor, un estudio o un trabajo y otros huyendo de un amor, el estudio o el trabajo, pero todos terminamos sintiéndonos berlineses. Quisimos unir nuestros distintos orígenes, miradas y experiencias para armar un relato diferente sobre esta ciudad.” Ellos, dicen, pueden ponerse en el lugar el visitante porque experimentaron el desconcierto que provoca esta ciudad. “Uno viene a Berlín buscando dos cosas: el Muro y los nazis. Y no encuentra ninguna de las dos. Cuando llega, lo primero que nota es que no hay un centro, que las distancias son muy distintas a las promedio de cualquier ciudad europea y que al arquitecto que rediseñó está ciudad se le cayó la maqueta y por eso hay tantas construcciones, una al lado de la otra, sin relación entre sí. Pero lentamente descubre que todo tiene una unidad: Berlín es una suma de aldeas y el punto en común de todas ellas es la búsqueda de libertad de sus habitantes, aun cuando la expresen de formas bien distintas.
¿Cuál es la huella actual que marca la diferencia entre el Este y Occidente?
Nuestras visitas están organizadas a partir de esa pregunta porque es quizá la única cuya respuesta no puedas encontrar solo, o al menos en poco tiempo. Para nosotros en Berlín hay tres ciudades: ésta que ves, que marca cierto relato histórico, que es muy bonita, pero está muerta. Es la ciudad que sufrió tantas destrucciones como reconstrucciones que terminó siendo escenográfica. Es la ciudad necesaria, quizá, para que algún día Berlín recupere su corazón y cure sus heridas, el sitio donde podrán reunirse esas partes que todavía hoy están lejos de reencontrarse. Luego, están las otras dos Berlín: son las que viven en la gente.
¿Por qué?
Primero que nada, porque cualquier berlinés lo primero que hace es identificarse con su origen: Este u Occidente. Ése es su principal carnet de identidad. Y segundo, porque la forma de relacionarse de unos y otros es diferente. Un berlinés criado en el Este es una persona que tiene todavía el software del autoritarismo. Nunca te va a expresar lo que piensa o siente, pero siempre va a ser muy amable porque no quiere tener problemas públicos. El otro, en cambio, no es tan abierto con los extraños, pero no va a tener problemas en decirte que no está de acuerdo con vos.
¿Y puertas adentro?
Desde los productos que consumen hasta las relaciones familiares, los recuerdos o los temas de los cuales se hablan, son totalmente diferentes. Por ejemplo, en Berlín Oriental es mucho menos frecuente que las parejas se casen y la mayoría son ateos. Pero la principal diferencia son las mujeres. No hay que olvidar que en el Este el aborto era legal desde hacía 50 años y la cuota de participación de las mujeres en el mercado laboral era la más alta del mundo. Eso significa que la forma de enfrentar la escena pública de esas mujeres es de avanzada, pero también la de sus parejas y la de sus hijos. Y que hoy representan el lugar donde supuestamente algún día vamos a llegar todos los demás, pero del que ellas tuvieron que regresar porque se cayó la estructura que lo sostenía.
¿La cantidad de prostitutas que pueden verse en las calles marca ese retroceso?
El problema no lo marca las que están paradas en la calle. Porque si bien aquí la prostitución está reconocida como profesión y las prostitutas pagan impuestos, tienen seguro médico y pueden jubilarse, lo cierto es que tras la caída del Muro irrumpió otro tipo de prostitución, que funciona puertas adentro y a partir de organizaciones criminales que realizan el tráfico de mujeres que, al ingresar ilegalmente, no pueden acceder a esos beneficios sociales.
Desde nuestra mirada latinoamericana, ¿cuál es la principal característica de la sociedad berlinesa hoy?
Es una sociedad a la que las tragedias del siglo 20 le han enseñado muchas cosas, entre ellas, evitar las confrontaciones y buscar el consenso. Eso hace, por ejemplo, que una negociación entre un sindicato y una empresa sea bien diferente de las que nosotros conocemos: todos ceden algo porque nadie quiere ir al choque directo. Esto es quizá lo que les ha permitido crear un Estado social impensable para nosotros e incluso, para muchos europeos. Hay una relación positiva con la política e incluso con el Estado, porque funciona y no está a una escala que quede fuera del control de la gente. Pero sobre todo, para un latinoamericano la diferencia que más se siente es con respecto a las mujeres. Aquí tú puedes desarrollar tu vida como mujer como se te da la gana. Si quieres acostarte todas las noches con un hombre diferente, pues bien. Y si no quieres, también. Nadie opina sobre ello y eso es algo que se siente en lo cotidiano. Es un espacio de libertad concreto. Lo mismo sucede con respecto a cuestiones relacionadas con el trabajo. Como en Berlín nadie hace nada hay una enorme tolerancia con la vagancia.
 
Los movimientos anarquistas, presentes con su arte en casi todas las paredes de la ciudad, rescatan una idea subversiva: no trabajar es para ellos el equivalente de aquellas consignas de paz y amor de los hippies sesentistas. Unos querían parar así la máquina de la guerra, éstos pretenden desenchufarse de la máquina de violencia social que marca hoy la frontera entre incluidos y excluidos, según sean productivos o no.
El tema del trabajo no es menor en una ciudad que concentra el mayor número de desocupados de toda Alemania. El seguro de desempleo es obligatorio, siempre que se haya tenido antes un trabajo durante al menos 12 meses en los últimos tres años. La cifra del seguro alcanza al 60% del último salario recibido y el promedio actual va de 400 a 800 euros. Hasta los 45 años, el beneficio se extiende sólo por un año. La izquierda señala que la tasa de desempleo en Alemania Oriental sigue siendo el doble que la Occidental y reclama un salario mínimo universal. Los verdes insisten en que los desempleados de larga duración apenas se han beneficiado de la buena racha del mercado laboral, ahora interrumpida por la crisis. Para señalar este alerta, el pasado 16 de mayo más de 100 mil personas desfilaron por las calles de Berlín bajo el lema “No vamos a pagar tu crisis”. Fue una expresión del descontento que también registran las encuestas: una de las más recientes revela que la mayoría de los jóvenes de ambas Berlín tienen una “imagen positiva” del Estado benefactor oriental. Lo rescatan como el recuerdo de un abrigo, en medio de los escalofríos que producen las noticias de la crisis económica global. Nos lo advertía, de manera más bella, aquel berlinés llamado Walter Benjamin: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo tal como verdaderamente fue. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro”.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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