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La última locura

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El loquero de doña Cordelia. La nueva obra del Circuito Teatral Barracas nos propone una locura: refundar toda la Historia. Un ejercicio vital para que podamos imaginar otros destinos posibles.

La última locuraSi uno de los propósitos del teatro comunitario es romper la dualidad escena/escenario, una obra empieza cuando uno hace la fila para entrar a la función. Eso pensé mientras devoraba minutos y un choripán, antes de ver el estreno de El loquero de Doña Cordelia, el nuevo espectáculo del Circuito Cultural Barracas. Entonces, me vi junto a vecinos del barrio y empecé a registrar la escena, jugando a las escondidas para escuchar conversaciones ajenas sin que me dijeran piedra libre.
Escena 1. Delante mio un matrimonio mayor conversa, sin saber que los escucho en las sombras, sobre los cambios edilicios que tuvo el barrio en los últimos años. Miran la calle Iriarte y no ven el boulevard que se construyó hace algunos años: la escena que pasa por sus ojos es la fisonomía con la que crecieron. Hablan y se mueven lentos como la miel. Quisiera que me contagien una décima parte de la pasión con que pisan el suelo.
Escena 2. La señora que está atrás mío viene a ver actuar a su esposo, el vecino que en un rato se transformará en uno de los cincuenta actores que protagonizan la obra. En la espera, se encuentra con Gabriel Milito (juro que es el jugador y si no, es su copia), que trae de la mano a sus dos hijos: mamá también actúa. Escucho la conversación con entusiasmo, mientras se cuentan que ambos estudiaron teatro. Hay emoción: acaban de descubrir que los dos iban al mismo lugar, pero en diferentes épocas, en la calle Yerbal, segundo piso por escalera. Un hallazgo. La fila comienza a moverse y los diez metros que nos distancian de la puerta, que ahora son ocho, se reducen como un bandoneón contraído. Dos de las protagonistas salen a la calle a baldear la vereda porque, dicen, los perros han hecho de las suyas. Confirmo mi hipótesis: la obra no comenzó, pero hace rato que hay función.
Escena 3. La sala está llena y la expectativa tiene un imperativo: que empiece. Al entrar, los pensionistas de Doña Cordelia nos cuelgan una tarjeta que dice “Convocados”. En cierta forma, todos los somos. A la espera de los actores, El loquero se llena de murmullos. Suena la campana de largada y la pensión cobra vida, poblada por quienes son considerados locos por el resto del barrio. Estos pensionistas, influenciados por el Bicentenario, han decidido refundar todo, desde la Revolución de Mayo hasta acá: “desde una historia contada según las conveniencias de turno, hasta las relaciones vecinales y certezas personales que rigen socialmente”. Aunque anuncien que aun no se conocen los resultados finales porque la tarea recién empieza, el espectáculo es, en sí mismo, fundante. Consagra a un ciudadano que la historia y los discursos oficiales han pretendido esconder: el vecino.
Otro hallazgo.
Escena 4. Ricardo Talento es el director del Circuito Cultural Barracas y el corazón que late junto al espacio. Sostiene: “Toda nueva obra, en los proyectos teatrales comunitarios, nace de una necesidad colectiva de contar, de compartir con ese otro vecino que es el espectador, y de autocontarnos algo que nos inquieta o nos reafirma”. Ésa es la génesis a partir de la cual surgió esta obra que combina teatro y música, y que despliega medio centenar de vecinos, protagonistas no sólo del espectáculo sino de algo más trascendente: su historia.
La propuesta de refundar la Revolución de Mayo tiene un propósito: pensar otras formas de construcción. “La vamos a empezar aquí y, después si nos sale bien, la refundamos en otros barrios”, dice uno de los intérpretes. “Las revoluciones siempre fueron complicadas. Las refundaciones, mucho más”, acotan otros en una de las canciones. Es allí donde adquiere dimensión una de las preguntas que guían al espectáculo: “¿Dónde quedó prisionera la cordura que no es capaz de imaginar algo distinto a lo ya imaginado?” El loquero de Doña Cordelia funciona como una especie de vanguardia vecinal, cuyo objetivo no es creerse que son iluminados políticos, sino impulsar, con gigantesca creatividad, nuevos cimientos para construir la historia, la que fue y la que será. En ese camino, por ejemplo, el primer paso que anuncian es “prescindir de los imprescindibles” y otras locuras del mismo tono.
Escena 5. Talento apunta otras nociones interesantes para comprender hasta qué punto la refundación que anhelan y plantean es profunda y genuina: “Inventamos escenas que luego ni siquiera quedaron en la obra, como la del hincha de fútbol, vecino de Barracas, que llega al estadio Azteca en el Mundial del 86, producto de una colecta barrial, y grita ‘¡mano!’ en el famoso gol de Maradona. Nos preguntamos qué hubiera pasado en nuestra sociedad si Maradona hubiera dicho ‘no cobre este gol, señor referí, porque lo metí con la mano’. Preferimos, en cambio, darle carácter místico a la trampa: la llamamos ‘la mano de Dios’”.
Tercer hallazgo.
Escena 6. Para propalar la refundación, en lo de Cordelia están creando, ante el silencio atento de la sala, una brigada de provocadores que incomode y sacuda el polvo al sentido común.
En el “Operativo Banco”, uno de los pensionistas pide plata en una entidad financiera. Como le niegan la solicitud, pregunta: “¿Por qué no me dan plata si el banco tiene y yo no tengo nada?”.
En el “Operativo Comisaría”, un muchacho delivery arrima unas pizzas y dice: “se las traje antes que las pidieran, así no se tienen que molestar”.
En la Iglesia, piden ser atendidos por dios y no por el sacerdote.
Con operativos de ese tono ensayan diferentes escenas para poner en práctica el objetivo de enloquecer al sistema, ante el temor de la responsable de la pensión que en cada situación ve un posible argumento para que clausuren el espacio. “Siempre va a ver alguien dispuesto a clausurar”, en nombre de la cordura, de lo que debe ser, de lo establecido.
En otro tramo, plantean cómo funcionarían las cosas “refundadas”. Por ejemplo: “El periódico refundado ha decidido en su próxima edición salir totalmente en blanco para que cada vecino escriba lo que quiera y se lo pase a otro para que, a su vez, haga lo mismo. Esto traerá un ahorro significativo de papel y de artículos intrascendentes”.
El cuarto hallazgo de una serie interminable.
Escena 7. A esta altura hay una pregunta que se vuelve inevitable: ¿Qué implica refundar todo lo fundado? Responde Talento: “Creemos que estamos en buenos tiempos de replantearnos formas de construcción que nos han hecho y nos hacen mal como sociedad, de cuestionarnos cómo nos estamos relacionando como vecinos, pensar en el nosotros sobre el individualismo paranoico de desconfiar unos de otros, de atrevernos a la desmesura creativa, que la creatividad no sea sólo patrimonio de los artistas sino de la comunidad toda. No queremos estar ‘indignados’: queremos proponer y ser parte de proyectos que tengan al ser humano como centro.
¿Por qué es difícil pensar nuevas formas de construcción?
Creo que unas de las facultades humanas más mutiladas es la creatividad, y si no somos capaces de imaginarlo es difícil que otro mundo sea posible.
Escena 8. Termina la obra y los vecinos salen a la calle. Priman los abrazos. En el apretón veo la misma noción de comunidad que sentí toda la noche.
La función es pasado, pero no. Los actores van perdiéndose en el barrio y ahí también siguen siendo protagonistas. Ése es el último y el más importante hallazgo que revela el espectáculo.

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Paren de fumigar

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