Mu72
Sinfonía sin patrón
Chancho a cuerda. Desde hace 7 años componen una cooperativa que les permite hacer la música que quieren. Radio, talleres y otras delicias de la composición autogestiva.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano llamó “cultura del envase” al desenfreno moderno por desechar todos los contenidos en tiempos en los que la ropa importa más que el cuerpo. El Ensamble Chancho a Cuerda te arrastra hacia una profundidad que va exactamente a contramano de esta tendencia. Su música es el reflejo de lo que sienten ellos mismos al tocarla: placer. Sus voces y sonidos generan emociones que no se pueden descartar.
A Nahuel Carfi (piano y voz), Julián Galay (bajo eléctrico), Lautaro Matute (guitarra y voz), Nicolás Rallis (guitarra y voz), Joaquín Chibán (violín), Agustín Lumerman (percusión) y Manuel Rodríguez Riva (clarinete) les sobra talento y se nota. Todos podrían haberse estancado en ser músicos sobresalientes en alguna academia de renombre, sin embargo eligieron arriesgarse por el camino de la autogestión. En esa apuesta emprendieron un largo proceso de creación colectiva que no encuentra límites.
Se paran sobre una base sólida y afectiva: la confianza. Hace siete años que tocan, arreglan, componen e improvisan juntos. Son muy amigos, se conocen hasta las miradas y confían en lo que cada uno tiene para dar. Me comentan que el año pasado se fue el cellista (Bruno D’Ambrosio) a vivir a Estados Unidos y decidieron no suplantarlo. Eran ocho, pasaron a ser siete. Me explican que así protegen la esencia humana y cálida con la que se formó el grupo. Muy lejos de la lógica de los castings basura, en este ensamble las personas no son reemplazables.
Ellos transgreden la homogeneidad. Sus obras no se ajustan a los encajonamientos del mercado porque son el resultado de mezclas de géneros e influencias para las que todavía no existen nombres ni calificativos. Por eso manifiestan especialmente que no les gustan las etiquetas. Pienso: justo la característica principal de los productos comerciales: “Hacemos música. No queremos encasillarnos y definir un estilo único porque hay un montón de cosas que vienen de diferentes estilos y nos nutren”, explica Joaquín.
Cosmovisión
Se definen como una cooperativa: no hay líderes, jefes, ni directores y el trabajo es compartido. Además –me cuentan– están sumergidos en la construcción de una “cosmovisión”: un universo estético, ideológico, comunicacional y humano que los atraviesa a todos y con el que pretenden conseguir la máxima potencia que pueda alcanzar un grupo musical. Lautaro: “Es mucho trabajo, en varios aspectos, sostener un proyecto con esta cantidad de integrantes y horas de ensayo. Por eso decimos, por un lado, lo de la cosmovisión que implica buscarle todas las posibles aristas y, por otro, la idea de cooperativa porque ayuda a poder mantenerlo en el tiempo”.
En esta búsqueda, las cuerdas que ya le maquinaron al chancho son:
- Un programa de radio: Cuando los Chanchos Vuelan, todos los martes a las 24 horas por FM La Tribu.
- Talleres y seminarios dados por ellos mismos: La Escuela Chancho a Cuerda, que funciona en Café Vinilo.
- La realización de música para cortometrajes y películas: este año se presentaron en el Festival de Animación Cartón, por ejemplo.
Remarcan que esta es la forma que encontraron para poder dedicarle más tiempo a aquello que más les gusta hacer: investigar a través de la música. “Nosotros apuntamos a poder vivir de esto. No es un hobbie. Pretendemos que sea nuestra forma de vida. Sabemos que en esta ciudad hacer este tipo de música es un trabajo largo y arduo, pero invertimos porque queremos ir hacia eso”, me señala Agustín. Tienen en claro que la cultura no se sostiene sin una política y esperan ansiosos que funcione el Instituto Nacional de la Música para poder seguir creciendo y explorando nuevos horizontes. Un ejemplo: ir de gira al interior.
Ciberchancho y subversión
Sus dos discos –Contrastes y Subversiones– se pueden descargar en Internet. Los liberaron porque lo que más les interesa es que se escuche lo que hacen, pero también me explican que es un momento muy particular para la música en relación al disco como objeto. Ellos opinan que es un período de mutación con más preguntas que respuestas: grabar sale mucho efectivo, pero al mismo tiempo es difícil todavía concebir la idea del disco sin su materialidad. Por ahora dicen que están transitando un camino por construir y se encuentran atentos a las muchas posibilidades que esto pueda traer. No parecen asustados por la posibilidad de un cambio, sino todo lo contrario.
Al segundo disco le estamparon unas fuertes palabras de Vicente Zito Lema:
“Quiero reivindicar la palabra subversión, no la quiero castigar, no la quiero dejar con una mancha de muerte como la que pusieron sobre nosotros. Subvertir el orden es la posibilidad de generar un orden de amor, de belleza, de justicia. Un orden que no sea el orden de la cultura de la muerte, que sea un orden de lo nuevo por hacer”.
Se animaron a leerlas en los Premios Gardel para no perder en ese marco su distintivo principal: la intensidad.
Hoy conmover es subvertir y eso es lo que hacen los chicos del Ensamble Chancho a Cuerda a través de la belleza de sus canciones. Ellos construyen con esa profundidad las condiciones en las que quieren crear, y generan espacios grupales propios, de trabajo y arte al mismo tiempo. No se quedan con lo que está dado de antemano en el campo musical. Se mueven en el orden de lo nuevo por hacer.
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