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Aislamiento y violencia, parte II. En la casa: Rotura de la cadena de cuidados
En Argentina el 36% de los hogares tiene una mujer como principal sostén económico, según un informe presentado el último 8 de marzo por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec). En estos hogares encabezados por mujeres, el 28 por ciento están compuestos por madre e hije o hijes, y el 12 por ciento convive también con algún miembro de la familia extendida. ¿Cómo se leen estas cifras en medio del aislamiento? Segunda parte del informe elaborado por lavaca.org

Por lavaca.org y Lucrecia Raimondi
¿Qué ocurre con los cuidados en época de distanciamiento social y obligatorio? El informe de Cippec agrega que en los hogares que tienen a mujeres como principal sostén, y en los que hay niñes de 0 a 4 años, el 52,4 por ciento está criando sola. Es decir: sobre las mujeres cae el peso de que coman, estudien, se diviertan, jueguen, calmen la ansiedad y la angustia de estar encerrados, y un etcétera tan amplio y diverso como la vida.
El Estado debería elaborar respuestas claras y específicas para les niñes, pero no sucede. Así el peso de la no respuesta cae sobre las madres y en el mejor de los casos, sobre su familia. No hay escuela que con herramientas pedagógicas aporten a desarmar la angustia porque no hay clases. No hay encuentro con otre. Y algunas no llegan ni a tener un espacio siquiera virtual de esparcimiento o contención, sea terapias o amigues, porque no cuentan con la privacidad mínima para hacerlo.
Carla es trabajadora social en el Hospital Tornú y hace días que piensa cómo seguir manteniendo el contacto con los pacientes para brindar, aún en aislamiento, las pocas herramientas con las que cuenta la institución. “Trabajo en pediatría con poblaciones vulnerables y muy pocas veces veo un padre en rol de cuidador. El problema está desde antes: en el concepto que se tiene de madre y lo que supuestamente tiene que cumplir. Esto agrava la situación: no es que cuando se vaya el coronavirus va a dejar de pasar. Tenemos que poder seguir viéndolo. El Estado les manda tarea a les niñes, que está buenísimo, pero lo hace sin pensar que puede haber una persona que no sabe o no puede usar el celular o no tiene internet. Y así en cada situación”.
Lucía Castiñeira es maestra de primaria en jornada simple y delegada gremial del sindicato docente UTE. Está al frente de grados del primer ciclo. Las poblaciones de las dos escuelas públicas de la Comuna 15 donde trabaja tienen realidades diferentes. Desde su rol docente problematiza la situación del aislamiento preventivo respecto a que la escuela se replegó al hogar: “Ahora quedaron más al descubierto que nunca las desigualdades sociales en las condiciones materiales, de conectividad y los niveles de escolarización de lxs adultxs con quienes viven les niñes. Por ejemplo, una familia con la que trabajo que vive en un asentamiento de Paternal, son ocho hermanos que comparten un celular sin wifi para realizar las tareas. Yo a esa familia, y a otras, les mando las actividades por mail a la fotocopiadora del barrio para que las retiren ahí”.
Lucía llama por teléfono a cada una de las familias para hacer, a la distancia, cómo puede, el seguimiento pedagógico: si recibieron las tareas, con qué dificultades se encuentran. Las que atienden o responden los mensajes de WhatAapp siempre son las madres de sus alumnes. “También sé que muchas madres están sobrecargadas por las tareas de cuidado y las tareas escolares, que en su gran mayoría recaen sobre ellas”. Y frente a esta realidad excepcional en que la escuela se trasladó a las casas y la responsabilidad está en manos de las familias, Lucía entiende que el proceso de aprendizaje se tornó complejo: “Las tareas de enseñanza no deberían recaer sobre las familias porque el rol docente y la dinámica del aula son irremplazables. En general yo no mando tarea a las casas porque la responsabilidad de su formación escolar es mía, de la institución escuela y del Estado, no de las familias. Ellas aportan y trabajamos en conjunto para la educación de les niñes pero con roles diferentes”.
Además, Lucía destaca que están en una situación delicada las maestras que son madres porque al trabajo no remunerado, que les ocupa una gran parte de su tiempo por estar todo el día en la casa, se le suma el teletrabajo. “No estamos acostumbradas ni capacitadas para dar clases a distancia. Tuvimos que aprenderlo de golpe. Y para las trabajadoras maestras-madres no se contempló ninguna licencia, que sobre todo necesitan las que están solas a cargo de sus hijes”.
Según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo las mujeres realizan el 76 por ciento de las tareas no remuneradas: las domésticas y de cuidado. Cuando en la casa hay niñes, el tiempo dedicado es mayor: las mujeres sin niñes menores de 6 años a cargo realizan el 72,7 por ciento de estas tareas, mientras que quienes tienen 2 o más se hacen cargo del 77,8 por ciento de ellas.
En soledad, es insoportable.
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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños
El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.
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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.
Por Claudia Acuña
El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación: es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.
Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.
¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.
A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.
Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.
El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.
Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.
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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez
Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.
Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.
En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.
Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.
A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.
En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.
Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.
Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?
Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.
Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.
Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.
La pregunta es: ¿por qué?

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