Nota
Eva, por María Galindo
Retrato de Eva Copa Murga, la mujer que se hizo cargo de la Asamblea Legislativa Plurinacional, y del peso que carga hoy por no huir y construir una salida democrática frente al golpe fascista que se hizo del poder en Bolivia.

Por María Galindo para lavaca.org
Mientras deambulan los asesinados en la ciudad de El Alto en ataúd donado, buscando justicia para sus muertos, mientras la ciudad entera carga esos muertos para exigir la renuncia de Janine Añez, aparece como salida de la nada Eva Copa Murga. Jura como presidenta del Senado y se constituye por el azar en la segunda mujer al mando del Estado.
Pertenece a la bancada del Movimiento al Socialismo (MAS) y está a punto de terminar su mandato. En estos cinco largos años jamás habíamos escuchado su voz. Los espacios de visibilidad y mando los copaba la clase media letrada y blanqueada perteneciente al MAS y los dirigentes hombres capaces de imitar y obedecer a Evo: por eso nadie hasta ahora conoció a Eva.
Es ahora entonces, cuando la renuncia de Evo ha producido un vacío de poder gigante, donde cada quien escapó por su lado resquebrajando internamente al propio partido, que aparece Eva y acepta jurar al cargo por responsabilidad, por coraje, por valentía. No la valentía del que se pretende fuerte, sino la valentía de quien se reconoce débil y de quien sabe que saberse débil es una fuente infinita donde encontrar las claves para sacar al país de este callejón sin salida. Y así, el golpe fascista y racista que quería ocuparlo todo, se topó con Eva Copa Murga que le puso freno al avasallamiento.
Tiene 32 años, es alteña, hace semanas que no duerme en su casa por razones de seguridad; es estudiante de Trabajo Social y la vida no le ha dado la oportunidad de terminar su carrera. Estudia en la universidad pública de El Alto, en esa carrera que forma parte de la facultad de Ciencias Sociales, una carrera que esta plagada de birlochas que no quieren convertirse en intelectuales, sino que entran con el deseo de usar su comprensión de la gente para servir a la gente. No es chola, aunque seguramente su madre o su abuela lo son: ella es birlocha. Viste un cómodo pantalón y su cabello negro largo y brillante no esta trenzado, sino suelto o con cola. Sus labios café oscuro, sus mejillas quemadas por el sol alteño y más que nada su forma de hablar -con una mezcla extraña de parquedad, solidez y timidez- la colocan como la antítesis política de Yanine Añez.
Mientras Añez es una pantalla y por serlo juega a ser una muñeca ornamental del juego macabro fascista que gobierna Bolivia, Eva no es una pantalla: es una mujer que asumió el peso del que otros y otras huyeron. Cuando le pregunté comó y por qué se había animado a hacerlo me dijo: “porque soy alteña, porque no tengo otra salida, porque no me voy a ir de Bolivia a otra parte: no tengo por qué escapar”. Y cuando le pregunté ¿y por qué han escapado tantos y tantas?, responde: “Dicen que por razones familiares”.
Llevo trece años en Radio Deseo entrevistando cuerpo a cuerpo a todo tipo de personajes y nunca he sentido tanto respeto por mi interlocutora como el que me inspira Eva. Cuando terminamos de hablar y ya no estamos al aire nos damos un abrazo largo, en un estudio pequeñísimo, y recién ahí ella por fin decide llorar. Me contengo no porque me sienta mas fuerte que ella, es que quiero escuchar sus sollozos. La estrujo y siento su fragilidad. Ella pertenece a quienes no olvidan su fragilidad.
Eva está ahora sujeta a todo tipo de hostigamiento. Los policías que custodian la plaza de gobierno la obligan a presentar su credencial una y otra vez para recordarle con su prepotencia de qué lado están hoy las armas. Eva padece además la invisibilidad crónica que soportan las mujeres políticas: los medios no la ven, pero sus colegas parlamentarios de la derecha la miran de pies a cabeza para intimidarla. Eva viene del mundo de l@s invisibles y esa es hoy su mayor fortaleza. Nadie esperaba que ella jugara ningún papel, menos aun que se pusiera a la cabeza de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Lleva pocos días en el cargo y ha logrado instalarse como Poder Legislativo alternativo al Ejecutivo de facto. Ha logrado sujetar a su bancada y declarar que Evo Morales abandonó el cargo: lo hizo para no conducir al Parlamento a la discusión sin salida de aceptación o rechazo de la renuncia. Y eso hoy en Bolivia es frenar la muerte y atajarla con los brazos. Eso es no aferrarse al caudillo y sabe actuar según su propia consciencia, sabiendo que lo que está en juego no es lo bien o mal que quede Evo: lo que está en juego es la democracia. Así ha logrado instalar comisiones de trabajo para empezar todo de cero: formar tribunal electoral y convocar a elecciones.
Desde el Ejecutivo de facto -donde quieren guardar las formas jurídicas que maquillen su dictadura como democrática- no han tenido otra alternativa que mandar su proyecto de ley al Senado sin poder lanzar las elecciones por decreto y a su medida.
Todo eso lo ha hecho Eva aceptando cargar el bulto de las circunstancias en sus espaldas, pisando un piso agrietado que podría tragarla a cada paso.
La ciudad de El Alto es una ciudad donde cotidianamente las mujeres cargan en sus espaldas grandes bultos en aguayos, llevan su mercadería, o sus wawas, sus angustias o sus esperanzas a cuestas. Eva carga un bulto también: el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil, el bulto de ungüentos con que conjurar la violencia de los asesinos, carga el bulto de los sueños de los asesinados, carga el bulto de las lágrimas de las dolientes que no paran de llorar, dejando claro una vez mas que las mujeres no queremos ocultar nuestra fragilidad y nuestro dolor.
Eva es la antítesis de Yanine Añez, pero también de Evo.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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