Nota
Fútbol, verdad y justicia: un aire fresco en Avellaneda

(Por Franco Ciancaglini)
Si tuviera que explicarle a un extranjero qué hago yendo con Camilo, un amigo bostero, en moto rumbo a la cancha de Racing, yo, gallina, no sabría por dónde empezar.
Así que empiezo por acá: él, que parte mañana-hoy rumbo a Santiago del Estero, 12 horas de viaje, a ver la final de su equipo versus Talleres, y yo, que vengo de festejar el torneo de la Liga, no nos propinamos chicana alguna, ni hablamos respecto a las agendas mediáticas de turno que nos indicarían una catarata de posibles contrapuntos.
Respetuosos, sonrientes, nos dirigimos al Cilindro donde nos esperaba una gran cantidad de amigos de Racing, los grandes anfitriones, aunque también personajes de otros clubes.
Apenas voy llegando al estadio veo que, como un verdadero barrabrava de la memoria cruza la calle Pablo Llonto; y que apenas entrando al club, en un auto da el presente Sergio Maldonado; y que apenas entrando, está parado en su inmensidad Hugo Lamadrid; y que en el playón que hace de sala de espera de este encuentro de la memoria, están los Carlos Ulanovsy, los Ariel Scher, los Ezequiel Fernández Moores; los Claudio Gómez; los Alejandro Wall; y tantos otros periodistas más…
Un verdadero equipo de la verdad, la memoria y la justicia.
Y me da pudor verlos, verlos anotar garabatos en sus libretas, porque sé que harán sus crónicas ellos que cuentan mejor que nadie esto del fútbol como un derecho humano; y yo, que con Camilo nos encontramos con nuestros Nicos, nuestros Zequis, nuestros Agustines, Hernanes, Guidos y tantos otros en una academia que, otra vez más, hace honor a su apodo.
Y la hinchada que grita:
-Como a los nazis, les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar.

Mientras, los invitados de lujo se acomodan alrededor de un escenario que verá desfilar a los familiares de los homenajeados en este día histórico.
46 hinchas socios de Racing club de Avellaneda desaparecidos, secuestrados o fusilados por la última dictadura cívico militar argentina recuperan su identidad de socios de ese club, incluso sus carnets, como un enorme gesto de recuerdo y de presente. La convocatoria se hizo con un lema: Socios Eternos.
El sol elige ponerse justo en el momento en el que se da comienzo a este reconocimiento: justo cuando un video con las fotos de los 46 se enciende mientras se recita el poema Desaparecidos, del maestro Vicente Zito Lema.
La resolana pega sobre la platea, que ahora escucha:
“Una gaviota levanta vuelo en alba brumosa
El aire se agita pero vuelve a ser eterno
Ese hombre, esa mujer, esperan”.
Está confirmado: no hay casualidades cuando el sol se pone en el momento en el que se tiene que poner, y las palabras se dicen cuando se tienen que decir.
No es casual que se rindan homenajes en la era de la desaparición de los rituales.
Los rituales son más necesarios que nunca.
Y enhorabuena un conjunto de hinchas, y en particular un puñado de ellos, han decidirlo hacerlo carne hoy.
Hace justicia la propia Taty Almeida, madre de Alejandro, uno de los homenajeados hoy, hincha de Racing desaparecido en dictadura:
-Buenas tardes a todos los que nos están acompañando acá, en un día que considero histórico. Es muy importante que la memoria esté presenta también a través del deporte. Es la primera vez que piso esta cancha y pienso en las veces que Alejandro lo habrá hecho; y lo sigue haciendo, porque Alejandro, como los 30 mil, está presente.

La hinchada ovaciona mientras Taty, a su vez, hace otra justicia: agradece a Julián Scher, quien entre otras muchas cosas es autor del libro Los desaparecidos de Racing, motor de este encuentro que reúne 35 historías más de aquellas iniciales 11 que se siguen contando: se rumorea en la tribuna que apenas ayer se sumó un hincha racinguista recuperado más.
Y muchas más cosas son las que sucedieron a partir de ese libro que abrió la caja de pandora de la memoria y el fútbol, llegando hasta recientes convenios de Abuelas con entidades como River Plate y Boca Juniors.
Pero lo importante, ahora, está en esa sonrisa de Taty, que sigue agitando a la hinchada, que le responde:
-Madres de la Plaza, el pueblo las abraza.
Todos saben que hay otras madres involucradas, como la Tota Guede, pero también otras historias más anónimas que se relatan de manera atrapante en la voz de un locutor que hace de cada homenaje una anécdota para ser recordada.
Y así, uno a uno, hasta contar 46, irán subiendo al escenario hermanas, sobrinos, abuelas y madres de esos jóvenes de apenas veintipico, desaparecidos, fusilados y secuestrados que eran y son hinchas de Racing.
Para hacer más concreta y menos poética a esta última frase, alguien recuerda en la tribuna que la familia de un homenajeado siguió pagando la cuota social de su familiar aún desaparecido, entre otros detalles que hablan de una pasión dentro y fuera de las canchas.
Y de una revolución que no para.
La de la memoria.
Así lo demuestra el Rafa, hijo pre-escolar de otro de los responsables de este proyecto, que asistió a un evento sin pelotas en una cancha de fútbol que muchos años más tarde, y tal vez toda su vida, sabrá entender como parte de su identidad futbolera.
A él, a diferencia de un extranjero, no será tan difícil explicarle qué vine a hacer con mi amigo bostero Camilo hoy a la cancha de Racing, a gritar juntos “ahora y siempre” en vez de “gol” para luego volvernos por Puente Pueyrredón sintiendo que ese viento en la cara nos despabila de tanto encierro, de tanta mentira, de tanto show.
A todo viento fresco lo sigue un abrazo, mucho más cálido que la metáfora del abrazo de gol, y mucho más certero que la no metáfora de que un joven a la edad que tiene Camilo ya era víctima del terrorismo de Estado.
Nos abrazamos porque, esta vez sí, ganamos los dos al mismo tiempo.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: