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Matar jóvenes: el sistema policial

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El 5 de septiembre de 2010 un joven fue asesinado y otros dos fueron golpeados en Trelew en episodios que involucraban a policías provinciales. Este lunes 19 de marzo se dio a conocer la sentencia unificada de ambos casos, siendo condenados cinco de los ocho imputados las torturas a los hermanos Aballay, pero absolviendo a quienes las pericias y testimonios señalaban como asesinos de Julián Antillanca. El padre de Julián denuncia la impunidad, una vez más, de la policía de Chubut. El tribunal, compuesto por los jueces Alejandro De Franco, Ivana González y Ana Laura Servent, argumentó que “sobre la base de la duda y la probabilidad no se puede condenar a cuatro personas a prisión perpetua”. Sin embargo, en la causa constan testimonios y análisis de ADN efectuados en los laboratorios de la Corte Suprema que vinculan la golpiza a Julián con el chofer Jorge Abraham, los suboficiales Pablo Morales y Martín Solís y la oficial Laura Córdoba, detenidos hasta este lunes.
Matar jóvenes: el sistema policial
Testigos y pericias
El caso de Antillanca se había movido relativamente rápido. Los primeros días tras aquel 5 de septiembre en que fue muerto, el abogado de Antillanca acercó una primera testigo que declaró haber visto a varios policías cargando el cuerpo de Julián. Fue la primera pista que articulaba los hechos con la golpiza que dejaron marcas en su rostro: Julián había ido a bailar con amigos, salió antes del boliche, tuvo un altercado con la policía, y jamás se lo volvió a ver con vida. El testimonio impulsó una serie de pericias en los laboratorios de la Corte Suprema de Trelew que concluyeron que la sangre de alfombras y asientos del patrullero señalado era de Julián Antillanca.
Detenidos a la espera del juicio, el juez a cargo concedió a los cuatro policías detenidos y procesados el beneficio de la prisión domiciliaria. Este lunes 19 se terminó de sellar la impunidad: desestimó los peritajes en los patrulleros y declaró como “poco creíbles” los testimonios que inculpaban a policías.
Dudas
La sentencia comenzó a leerse pasadas las 13:30. Los jueces dieron lugar a cada uno de los argumentos que esgrimieron los abogados defensores de los policías en sus alegatos. Si bien consideraron que Julián Antillanca fue efectivamente asesinado y muerto por un “traumatismo encéfalo-craneal” a causa de los golpes recibidos, desestimaron toda prueba que señalaba a los suboficiales Morales y Solís y la oficial Córdoba como los autores del crimen.
Determinaron como “poco creíble” el testimonio de Jorgelina Dominguez, joven que aseguró haber visto el cuerpo de Julián siendo bajado de un patrullero. Esa declaración fue la que sirvió para identificar a uno de los policías, el suboficial Martín Solís, y por extensión a sus compañeros de turno de la seccional 4º. Para descalificarlo, ya en el tramo de instrucción y días después de que declarara Jorgelina Domínguez, se presentó en la fiscalía Gabriela Bidera, otra supuesta testigo, quien aseguró que Domínguez mentía. En esa etapa procesal, su declaración fue desestimada y Bidera fue imputada por “encubrimiento agravado”.
Se iniciaron así una serie de peritajes sobre dos de los patrulleros en ronda aquella jornada, encontrando sangre de Julián Antillanca en alfombras y asientos de uno de ellos.
Ahora, el tribunal consideró insuficientes estas pruebas, ya que dejaban la culpabilidad en el terreno de la “duda” y la “probabilidad”.
El padre de Julián, César Antillanca, se pregunta quiénes sino los jueces son los encargados de responder esas “dudas”, y si los informes científicos y los testimonios no son suficientes qué otras pruebas se necesitan para condenarlos. Por eso apelará el fallo: “En la pelea seguimos: vamos a impugnar el fallo por arbitrario, horrorosamente tendencioso”.
César, el padre de Julián, dejó su trabajo para poder viajar de Comodoro Rivadavia a Trelew para seguir el trámite judicial. Recorrió provincias y hasta consiguió el apoyo del CELS y CORREPI para monitorear el juicio por su hijo. Tras el fallo, dice: “Esta impunidad, claramente, da vía libre a la policía del Chubut para potenciar sus prácticas de asesinatos, violaciones, desapariciones y golpes a nuestros jóvenes y toda nuestra sociedad. Esta impunidad es parte del acuerdo entre la policía, la justicia y el poder político del Chubut, que funcionan cada vez más como corporaciones que se encubren mutuamente”.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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