Nota
La revolución verde: la calle a todo ritmo por el #AbortoLegal
No es una marcha, no es una movilización, tampoco es un festival: es una revolución y está sucediendo en la calle. Las jóvenes que se quedaron toda la noche porque entendieron que la vigilia empezó antes. Las feriantes que llegaron a la madrugada y no durmieron. Las amigas que se tomaron el tren desde Rosario a la medianoche. Mujeres de las villas que explican cómo impacta la clandestinidad en los barrios. Y los grupos que insisten en que se quedarán hasta #QueSeaLey.
Jésica va a cumplir casi 24 horas en la calle y se la ve intacta. Llegó a las tres de la tarde del martes para armar las banderas, las carpas y la logística de una parte de la revolución que en Congreso se despliega con 10 cuadras de carpas, actividades, radio abierta, y jóvenes como Jésica que tiene peluca verde, labios verdes y pestañas verde a tono con el pedido de legalización del aborto que, desde las 9:30, se debate en el Senado.

Foto: Nacho Yuchark
Jésica tiene 19 años y milita en Juntas a la Izquierda con Melina, de 18, que también está en la calle desde el martes: llegó a las once de la noche. “Me aguanté la lluvia, no dormí, fue duro pero teníamos que estar porque sabíamos que Michetti quería adelantar todo para hacerla en horario laboral y que haya menos gente”, dice Melina. “Por eso la vigilia tenía que arrancar anoche”. Jésica agrega: “La media sanción en Diputados la logramos en las calles, pero después se desmovilizó mucho: se aferraron a que era más fácil cuando era lo contrario”.

Foto: Martina Perosa
Ambas están circulando un petitorio para juntar firmas por la separación de la Iglesia y el Estado. Dos de las que firman son Micaela y Vera, de 22 años. Vienen de Rosario: se tomaron un tren a las 12 de la noche y llegaron a la Ciudad de Buenos Aires a las 7. “Parece que está difícil pero es importante estar hoy”, dicen ambas. “De última que sepa que la gente está acá haciendo presión. Y que va a salir. Hay que estar acá y aguantar como sea”.
Jésica suma: “La ley tiene que salir porque, si no, no van a salir los senadores”.

Foto: Nacho Yuchark
Basta del debate
Betina tiene 52 años y Valentina, 25. Son madre e hija. Vienen de La Plata. “No queremos más la clandestinidad y hay muchas mujeres que mueren por abortos clandestinos”, dice Valentina. “Esto no tiene que pasar más. Ojalá voten con la sociedad y no desde sus religiones. La gente se muere: no es legal o clandestino. Existió y existirá”.
Betina abraza a su hija. “Esto no sucede desde hoy, sucede desde hace años”, dice. “No es que en mi adolescencia no existía. Existía y era clandestino. Siempre existió y fue un peligro. Hagamos fuerza todos para que no sea más así y sea ley, para que todas puedan estar hospitalizadas para hacerlo. Yo tengo 52 años y a los 18 ya estaba: hubo personas allegadas que no pudieron ser mamás porque se hicieron un aborto clandestino en su casa. Con lo que tenía. Hablan del debate: basta del debate. Esto tiene que ser legal. Y punto”.

Foto: Martina Perosa
Las convicciones
Hace tres meses que María sale a la calle a vender pañuelos verdes, naranjas (por la separación de la Iglesia y del Estado) y rojos (por la defensa de la educación pública y en contra de la Unicaba). Ayer trabajó de nueve de la mañana a nueve de la noche: vendió 200 pañuelos. “Nos tienen hasta último momento expectante”, dice, señalando con la mirada el Congreso.
“Quieren distraer la atención, tenernos de un lado para otro, con una lucha de acá y para allá. Es una medida que al gobierno le favorecería que la apruebe, pero no se caracterizan por escuchar la voz popular. Y lo veo en la calle: la gente está re a favor, lo veo en la calle. La gran mayoría. Aunque a veces otros pasan y me gritan asesinas y que no mate bebés”.
Muchos vendedores callejeros tienen en sus mantas pañuelos verdes y, también celestes, para capitalizar ambas ventas. María no tiene pañuelos celestes.
-¿Por qué?
-Ni en pedo. Yo tengo convicciones.

Foto: Nacho Yuchark
“Queremos ser libres”
Casi llegando a Corrientes, sobre Callao, hablan Beatriz, Ángela, Felicidad y Laura. Son de las villas de Soldati, de Lugano y de la 31-Bis. Hablan juntas. Y dicen:
- “No queremos más abortos clandestinos”.
- “Tiene que ser gratuito, porque las mujeres ya nos estamos muriendo”.
- “En los barrios hay mucha desinformación”.
- “No hay mucha noción de cómo repercute en los barrios. Y las que más sufrimos somos la gente de la villa. No tenemos acceso para ir a una clínica particular y salir vivas. No tenemos. Y cuando vas a un clandestino, salís muerta. Hay mucha carencia. Y lo tapan. ¿Sabés por qué? Porque somos gente pobre de la villa”.
Beatriz, Ángela, Felicidad y Laura saben que durante las exposiciones se dijeron barbaridades. Una de ellas es que el aborto no era una problemática en los barrios pobres. ¿Qué piensan?

Foto: Martina Perosa
La que responde, seria, es Felicidad: “¿Cómo que no va a existir? Somos las más carenciadas. Vamos a la salita y nos dan un turno a los cinco meses, a un año. El Gobierno tampoco se hace cargo de los anticonceptivos. Y cuando te los dan, están vencidos o no funciona. Su hubiera una política de Estado, no morirían tantas chicas. Y mueren, eh. Lo vemos. Adultas y jóvenes. Y lo que queremos con esta ley es que decidamos nosotras. Que seamos libres. Y que dejemos de estar prisioneras. Por eso, vamos a estar acá hasta el final”.

Foto: Nacho Yuchark
El país que se viene
Mirna tiene 41 años y está con su hija Dana, de 23, vendiendo churros y facturas sobre Callao. Son feriantes en Parque Centenario –venden jeans y lencería- y llegaron a la 1 de la mañana. Ya había gente. “Es hermoso ver tanta gente que apoya, tanta gente en la calle”, dice Dana. “Y siguen llegando. Pensamos que con la lluvia no iban a venir, pero acá están”.
A Mirna le brillan los ojos. “A pesar de que cambiaron el horario, acá estamos. El país necesita entero necesita la ley. Las mujeres argentinas necesitamos que el aborto sea legal y gratuito en todos los hospitales. Estar acá con mi hija es lo que mejor me pudo haber pasado”.
Mirna y Dana se abrazan.
Y dicen: “Todas juntas podemos luchar y vamos a sacar la ley”.
Nota
Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Nota
Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
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