CABA
Lecciones del aislamiento: las ganas de hacer juntas otro mundo
¿Cómo utilizar el aislamiento para algo bueno? La propuesta de la dramaturga América Vera Zabala viaja desde Estocolmo al mail de Claudia Acuña, fundadora de Lavaca. Y dispara múltiples reflexiones en esta quinta parte del intercambio epistolar 2.0, entre dos amigas y dos países que encaran estrategias distintas frente al coronavirus. Los femicidios, las no-respuestas estatales y el feminismo en tiempos de aislamiento; y de la soledad al estar juntxs, los desafíos que se vienen cuando pase la pandemia.
Buenos Aires, Argentina, 3 de abril de 2020
Querida América:
Demoré dos días en escribirte porque no sé ni por dónde comenzar a contarte lo que nos está pasando con la violencia que sufren las mujeres en esta situación de encierro.
Comienzo entonces por el final: la burocracia de género es una contrarrevolución activada para despolitizar al movimiento feminista argentino. No sé cómo funciona en otros países, pero en este hay una serie de expertas, la mayor parte académicas y colegas periodistas, que se han montado sobre la enorme ola que representa este movimiento que sacudió hasta el último rincón de la sociedad argentina para usar ese impulso de escalera, ocupar sitios de poder y desde allí, hacer… nada. Salvo garantizarse, en medio de esta crisis espectacular, un ingreso seguro y convertir derechos en prebendas.
Esta despolitización tiene consecuencias dramáticas, en el contexto de un país que ya acumula, en lo que va de 2020, 89 femicidios. Es interesante que esta cifra surge de los padrones que elaboramos diferentes organizaciones sociales, ya que mientras todos los días recibimos una comunicado emitido por el Estado, a través de la autoridad pertinente –el Ministerio de Salud- sobre el número de muertos por coronavirus, con datos precisos y oficiales (a hoy hay 42 muertes, todas personas mayores y con cuadros de salud complicados), la cifra de mujeres asesinadas depende de lo encontremos en Google, a partir de lo publicado en los medios. Y como ya te imaginas, en medio de la locura que significa informativamente esta pandemia no es precisamente una prioridad de los medios informar sobre los femicidios.
Primera conclusión: estar así, a ciegas, le permite al Estado eludir la planificación de políticas, programas y campañas para contener, prevenir y erradicar la violencia machista.
Esto, concretamente, intentaron plantear al Presidente familiares de víctimas de femicidios a través de una carta que entregaron en la Casa de Gobierno un día después que asumió el mando. ¿Por qué este apuro? Porque cualquiera de las organizaciones que elaboramos aunque de esa de esa manera precaria y provisional los datos de femicidios sabemos que diciembre, enero y febrero son meses de “temporada alta” de este tipo de crímenes. Urgía, entonces, que el tema sea prioritario, para evitarlos.
La esperanza de tener por primera vez un Ministerio de las Mujeres creó esa ilusión de ser escuchadas, pero no.
Tres cartas, durante tres meses y nada.
Tres funcionarias intermediaron para que esas familias sean escuchadas, y nada.
El último intento fue en marzo. Diluviaba. Las madres de las víctimas femicidios se reunieron en Plaza de Mayo para entregar la carta. Ana Romero, la mamá de Melina –asesinada el día que salió a festejar sus 17 años- llegó desde Martín Coronado, luego de una hora y media de viaje, con los zapatos y el paragua rotos. Marta Montero –mamá de Lucía Pérez, asesinada a los 16 años- desde Mar del Plata, distante a 300 kilómetros, pagándose el pasaje con su sueldo de enfermera en un hospital público. Blanca –mamá de Agustina Fredes, asesinada a los 19 años- también llegó desde Mar del Plata y el pasaje lo pagó con su sueldo de jubilada. Mónica –mamá de Araceli Fulles, asesinada a los 22 años- arribó directo desde el hospital de San Martín, a donde pasó toda la noche, tras el tercer intento de suicidio de su hijo, atormentado por haber encontrado tras 23 días de búsqueda el cuerpo de su hermana. Rosana –mamá de Carla Siggou, asesinada a los 28 años- desde el porteño barrio de Pompeya, luego de dejar en la escuela a los dos nietos de los que tuvo que hacer cargo tras el crimen. Ella se repone de la quimioterapia por un cáncer de mamá.
Todas estas mujeres, empapadas y tiritando, esperaron una vez más ser escuchadas, y nada.
Marta, la mamá de Lucía, había pedido dos días de licencia en su trabajo, consciente de que quizá fuera necesario esperar en Capital a que las convocaran. Se quedó en mi casa, así que pude compartir su espera, firme, decidida e ilusionada, y nada.
¿Qué esperaban estas mujeres?
“Nosotras queremos que a este gobierno le vaya bien”, comenzaban explicándome. Y para que le vaya bien tiene que comprender esto que es tan importante: “tiene que hacer algo, ya, urgente, para que quede claro que hay un cambio”.
¿A quién le tiene que quedar claro?
La respuesta es unánime: al Poder Judicial.
En Argentina el Poder Judicial no es lo mismo que la justicia, en el caso de la violencia contra las mujeres, es exactamente lo contrario.
Estas mujeres lo saben por dolor propio: sus hijas fueron humilladas por jueces y fiscales de manera cruel y sistemática. No hay metáfora ni exageración en esta afirmación: dos de estas mujeres viven amenazadas y con custodia policial permanente porque fueron ellas quienes se encargaron de buscar, encontrar el cadáver e investigar el crimen de sus hijas. En el caso de Lucía Pérez los tres jueces que justificaron su crimen analizando su “conducta sexual precoz” están ahora enfrentando un jury de destitución y el pedido de anulación de ese fallo horroroso que dejó impune ese femicidio, que impulsó en su momento dos paros nacionales de mujeres, coronados por masivas movilizaciones de repudio. En el caso de Carla, la crueldad incluye que luego de enterrarla, la madre recibió un llamado del juzgado preguntando por su hija: le avisaron así la fecha en que iba a comenzar el juicio por la violación y los golpes, ya que el juicio por el asesinato se haría aparte; desdoblaron la causa. En el primero, Carla era querellante, pero al estar muerta, los padres no pudieron reemplazarla, así que presenciaron el juicio desde el público.
Esto es apenas un resumen breve, que no se detiene en ninguno de los detalles que conozco de lo que representa en la vida de estas mujeres cada uno de estas violencias que el sistema descarga sobre ellas ( uno de los que más me impactó: se endeudaron para pagar el sepelio de sus hijas firmando pagarés usurarios). Sin embargo, alcanzan a dar una dimensión de por qué es absolutamente necesario que ese Poder Judicial reciba un mensaje claro y contundente: Nunca Más.
En plena reclusión obligatoria sucedieron 15 femicidios, pero solo voy a contarte detalles de dos, porque están muy relacionados con este tema. La hija de Cristina Iglesias, 40 años, fue a la comisaria de Monte Chingolo, en la provincia de Buenos Aires, a denunciar que estaba recibiendo mensajes de texto muy extraños de su madre, quien además no le contestaba el teléfono. Estaba preocupada también por su hermanita, de 7 años. Le dijeron allí que esperara unos días, hasta confirmar si no se habían ido a algún lado…en pleno encierro obligatorio! La hija no esperó: fue directo a la casa y quien le abrió la puerta fue quien ahora sabemos era el femicida que degolló a su mamá y a su hermanita y las enterró en el fondo de la casa.
Ese mismo fin de semana, muy lejos de allí, en Mar del Plata, los dos hijos de Cristina seguían buscando a su madre, desaparecida desde hacía 23 días. A pesar de la reclusión obligatoria, recorrían las calles de esa ciudad dejando a todo el que pudieran su número de teléfono y la foto del principal sospechoso, hasta entonces prófugo. Recibieron así una llamada que les advertía que el hombre que estaban buscando estaba andando en bicicleta muy cerca de la casa de su madre y, de hecho, de dónde él mimo vivía, ya que eran vecinos. Fueron, lo apresaron y avisaron a la policía. Esperaron toda la noche en la puerta de la comisaría, hasta que les avisaron que la indagatoria se la tomarían en la mañana en Tribunales. Allí fueron: esperaban, desesperados, que confesara dónde la tenía…con vida. Esa mañana en Tribunales un tropel de policía intentó, con las mañas represivas que aquí tiene la Bonaerense, disuadirlos de la espera. Les advirtieron así que por haberse declarado la feria judicial no estaban tomando indagatorias que no estuvieran relacionadas con las denuncias de violación de la cuarentena. Comenzaron entonces a sumarse las mujeres que en esa ciudad ya tiene experiencia sobre cómo parir justicia: con barbijos, guantes y a un metro de distancia una de las otras, se plantaron ante Tribunales dispuestas a dejar en claro lo que sintetizaron con una consigna: de acá no sale nadie hasta que no confiese. Lograron así que se lleve a cabo la audiencia. Al terminar, el juez y el fiscal huyeron por la puerta lateral, y fue la abogada, ahí en la calle, quien les informó a los hijos qué había confesado: la había matado y enterrado. Es desgarrador ver el video de la reacción de esos hijos, destrozados, a la intemperie, aullando de dolor.
Del enorme legado que nos ha dejado la lucha argentina contra los crímenes de la dictadura, hay uno que nos sirve para dimensionar qué representa todo lo que te estoy contando: el movimiento social por los derechos humanos argentinos logró, para beneficio de toda la Humanidad, que las familias también fueran consideradas víctimas cuando se trata de violencias de Estado. Esto significa que tienen derechos consagrados por tratados internacionales que en cada uno de los casos que te estoy narrando fueron sistemáticamente violados. Está claro también que no se trata de tal juez o aquel fiscal, sino que estamos frente a una violación sistémica. Y eso es exactamente lo que están reclamando que se frene ya, de una vez y para siempre.
El reclamo es tal que obviamente el Estado ha tenido que responder. Y lo ha hecho como todos los gobiernos anteriores: promocionando una línea de teléfono de atención a las víctimas de violencias. El problema es que esa línea está enchufada a la nada. Si vos llamás, una persona muy dispuesta, comprometida e informada, en primer lugar te contiene, pero su objetivo final es que hagas la denuncia judicial, porque sólo así pueden activarse los mecanismos de protección, que se reducen a sólo dos cosas: botón antipánico y obligación de distancia. Pero los lugares de recepción de denuncias están restringidos por esta pandemia y aun así, lo que pueden hacer es recomendar las medidas de protección necesarias para cada caso, pero quien las activa es un juez. Y no hay más que uno: el de turno. Y ese juzgado está desbordado por las denuncias de violaciones de cuarentena: 1200 por día, informan.
Como resultado del encierro más la combinación con la campaña de agite del teléfono, las líneas están recibiendo un 60% más de pedidos de ayuda y las empleadas que la tienden, desbordadas. Eso también es violencia de Estado.
Y como la presión social por respuestas concretas y urgentes sigue, la cereza de esta torta de impotencia es la nueva medida que han inventado: una campaña que te informa que podés ir a cualquier farmacia y pedir un “barbijo rojo”. Esa es la clave que activa que el farmaceútico te de un folleto y llame…al número de teléfono.
El problema es que en Argentina hay dos entidades que nuclean a las farmacias de todo el país y este acuerdo se firmó sólo con una, así que hay siete provincias que no lo tienen y, por lo que indagué en un recorrido por mi barrio, ni siquiera todas las farmacias de Capital están afiliadas a uno u a otro, ya que no es obligatorio. Sin embargo, la campaña no especifica estas limitaciones.
Hace dos días recibí el llamado de una farmaceútica de mi barrio, desesperada porque había visto en las redes sociales el aviso y nadie se había comunicado con ella para indicarle qué hacer en caso de que se presente en su local una mujer pidiéndole “el barbijo rojo”. Se me ocurrió tuitear lo que me dijo. Hoy pasé por la farmacia y me agradeció porque le habían hecho llegar todo el material. Se me ocurre ahora que en los próximos días estaré recorriendo las farmacias de mi barrio para seguir reportando direcciones: si me para la policía voy a alegar que estoy cumpliendo un servicio esencial para el Estado.
Ahora, te explico mi conclusión: sería muy fácil, pero también muy político encontrar los canales adecuados para llegar a las mujeres que necesitan contención y apoyo para enfrentar situaciones de violencia. Como bien sabés, las redes sociales territoriales en este país funcionan desde hace décadas y eficientemente porque sin ellas hubiera sido imposible resistir a la pandemia de políticas neoliberales que nos infecta la vida desde hace décadas. . Pero eso representaría darle poder y recursos –de eso se trata “empoderar”- a la cocinera del comedor comunitario, y no al puntero.
La forma de eludir este tema de fondo –que es reconocer simbólica y materialmente quién tiene el poder de parar esto- es correrlo de eje y reducir todo el problema a la cuestión “de género”. ¿Qué significa el género? Nada, más allá que la relación desigual entre sexos en relación al acceso al poder, no para cambiarlo sino para ocuparlo tal cual está: igualdad en el disfrute de privilegios, lo cual significa consagrar la meritocracia como forma de merecimiento a ese acceso: las que “saben” , las que “pueden”, las “expertas”. Pero de lo que estamos hablando es de luchar contra las violencias que desata un sistema que humilla, degrada, corrompe y hace estallar las relaciones humanas. De lo que estamos hablando es, sobretodo, cómo destruir ese sistema horrible y crear otro, más armónico y feliz.
La herramienta para construirlo es el feminismo y el territorio dónde dar esa batalla es aquel que llamamos política. Democratizarla es el objetivo.
Por último, la buena noticia. Alguien escuchó a esas madres: la ministra de las Mujeres de la provincia de Buenos Aires. Hace dos días logró que el gobernador firmé un decreto que otorga un subsidio inmediato a víctimas y familias, que incluye hasta el reintegro por los gastos del sepelio.
Es un triunfo del movimiento feminista, que no está asilado ni encerrado, sino activo y desbordando, como siempre.
Mientras escribo estas líneas acaba de suceder algo que no sabría cómo clasificarlo: hace catorce días que estamos obligadas a encerrarnos para protegernos de un virus que es letal para las personas mayores de 68 años, según el promedio de edad que surge de la lista de muertos. Esa es exactamente la población que quedó hoy a la interperie -el primer día frío de este otoño- durante largas horas, amontonadas en la cola de los bancos, que abrieron por primera vez desde la cuarentena para pagar jubilaciones y subsidios. No hay lógica sanitaria si no hay sensibilidad política y los bancos, que hicieron fortunas durante los últimos cuatro años, no la tienen. Nadie del Estado previó esto., lo obvio, lo que nos infecta la vida desde hace décadas.
Te abrazo,
Claudia.

Estocolmo, Suecia, 6 de abril 2020, 13 grados, primer día que no hay frio de invierno en el aire.
Querida Claudia
¡Que carta!
No hay nada para agregar, salvo que lo que me cuentas que pasa en Argentina pasa en Suecia, en la India, en China, en Francia, en todas partes donde hay hombres.
En Suecia recién salió la noticia de que los crímenes sexuales contra niños a través de la web están en aumento. La policía informa que detectaron conversaciones de delicuentes pedófilos en la darknet que hablan de una situación muy favorable gracias al coronavirus: las infancias pasan más tiempo en internet, los padres los controlan menos. Pesadilla
Pero te propongo que primero hablemos de otra cosa.
Quisiera que hablemos un poco sobre la soledad.
¿Qué es la soledad? ¿Cómo una la percibe? Y esa percepción, ¿cambió en tiempos de coronavirus?
Tu recién publicaste un libro con el título “No estás sola”. Tu libro no tiene nada que ver con coronavirus, pero sí con el tema que me cuentas en tu carta. Bueno, no solamente sobre eso, claro: es un libro maravilloso y me encanta. Pero si piensas en tu título y piensas en el coronavirus y el aislamiento obligad0, ¿qué sale?
Comencé a pensar en soledad el día que empecé a extrañar a mis amigas. Como ya te conté, una de mis mejores amigas tiene cáncer de mama y no puede ver a nadie por el riesgo de que se enferme antes de la operación. Otra de mis mejores amigas tiene 70 años, diabetes, sobrepeso y además, se fue a su casa de verano, a varias horas de acá. Otra amiga se trasladó del ministerio de Relaciones Exteriores al ministerio de Política Social, que ahora se ha transformado en el “ministerio del coronavirus”: ahora trabaja noche y día. En síntesis, todo lo que a mi normalmente me da consuelo no está cerca. Tampoco puedo decir: bueno, voy al teatro, el cine, a ver una exposición, cosas que me encantan hacer sola: todo cerró. (Yo no tengo ninguna tendencia al alcohol, pero obviamente el consumo aumenta en estos casos y con ese aumento viene también el crecimiento de la violencia en el hogar. En Groenlandia, por ejemplo, se prohibió venta de alcohol como una medida de prevención en el marco de la pandemia de coronavirus).
Pregunté a través de mi Facebook sobre soledad. Me llegaron respuestas muy lindas y muy variadas. Una mujer comentó que ella nunca (en tiempos “normales”) se siente sola cuando está sola. Sus momentos de soledad son cuando está mal acompañada. Ahora, en cambio, piensa mucho en la gente que vive sola o con una pareja violenta. Otra escribe que nunca extrañó tanto estar sola como ahora, que está encerrada con sus hijos. Y reflexiona: la sociedad ayuda a equilibrar la carga de las mujeres con la existencia de jardines o escuelas, porque eso permite que estés “sola”. Y que el desbalance que se produce ahora es tan obvio, cuando tanta gente que se ha quedado sin trabajo -o sea “sin nada que hacer”- y otros –por ejemplo, aquellas personas que trabajan en el sector de salud- tienen demasiado que hacer. Otra escribe que extraña mucho el contacto físico, y que se angustia con las noticias que llegan de gente por el momento muere sola, de entierros en soledad. Y en lo que significa todo eso para elaborar el duelo. Otra cuenta que su vida se siente mucho más rica, y que se dio cuenta de todo lo lindo que tiene en su alrededor gracias a una cuarentena de varias semanas con su pareja y hijos. Mucha gente me dice también que su ritmo cambió, mejoró. Un hombre me cuenta que tiene 70 años, que después de su última separación ya no quería más problemas de relación de pareja. Era profesor, su relación era con libros, con las palabras. Y justo a esta altura de la vida volvió a tener un encuentro: una amiga de infancia, se contactaron por Facebook. Si vieron, se tocaron, volvió a sentir alegría. Ahora en cuarentena, solo, su vida se convirtió en una espera de la muerte.
¿Qué significa entonces esta soledad impuesta por una cuarentena? ¿Qué significa para personas diferentes y para los diferentes grupos que forman nuestras sociedades. ¿La podemos transformar en algo positivo que se quede en nuestra vida post-corona?
Nosotras compartimos una conferencia sobre democracia participativa, en Caracas y en 2005. Por entonces, yo fui como autora de un libro sobre democracia participativa que había escrito en 2003. Tú aquella vez hablaste sobre las fábricas recuperadas tras la crisis 2001. Dijiste algo sobre cambiar economía por amor, o economía del amor (por favor: recuérdame). De todas maneras, mi recuerdo es que transmitiste que ahí se logró hacer algo: cambiar el paradigma que normalmente tiene que ver con la codicia y el individualismo por algo que tiene que ver con el amor. Y así fábricas, hoteles, medios, funcionaron con otra lógica aun dentro del dominio de un mercado que mantuvo la suya, de saqueo y depredación.
Ahora el coronavirus nos hace conscientes de la crisis económica, la crisis del cambio climático y otras tantas que ya existían, pero no eran reconocidas como crisis.
Ahora, podemos decir entonces: cambiemos esta soledad con estar juntos, en el sentido de crear una sociedad nueva juntos.
Ahora, podemos, quizá, tener la oportunidad de poner mucha más atención en lo más necesario, porque lo más necesario es lo único que está funcionando durante esta corona-cuarentena. Por lo menos aquí en Suecia donde lo único que no cerró son los hospitales, buses, subte, escuelas y jardines, negocios de cercanía.
Ahora podemos, sin duda, valorar la ganas de estar juntos, las maneras hacer juntas, con una creatividad insuperable.
Ahora podemos comprender lo que significa decir: no estás sola.
Podemos utilizar este asilamiento para algo bueno.
¿Qué piensas?

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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