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Modo Higui
Después de lograr la absolución en la causa por homicidio que buscaba condenarla por defenderse de una violación grupal, Eva de Jesús, Higui, procesa su experiencia al servicio de su barrio: con una jornada solidaria busca empujar la idea de un comedor donde “les pibis” puedan alimentarse y aprender a luchar por sus derechos. Por Delfina Pedelacq.
igui cruza por el medio de la cancha con su carro junto a dos compañeras. Vienen de su casa que está a dos cuadras, por la calle Tapalqué. Cargan sillas para que las personas mayores no se queden paradas, y unas cuantas gaseosas y servilletas para el almuerzo.
Con un festival en la plaza de su barrio Barrufaldi en Bella Vista, Higui decidió contarle al vecindario que llevará adelante un comedor en su casa.
La plaza está sobre la calle Illia, a metros de la estación de tren Urquiza. Del otro lado de la vía está el predio del ejército, Campo de Mayo. La compañera que prepara el guiso dice que quiere que se corra la voz para que los pibes y pibas que necesiten un espacio se acerquen. “No somos de ningún partido político, ni de ninguna iglesia”, explica Higui por el micrófono y convoca que los vecinos y vecinas que estuvieran escuchando, se acerquen.
En octubre de 2016, cuando la encerraron, “la policía se manejó para la mierda”. Por eso Higui dice que el nuevo espacio servirá también para hablar de gatillo fácil, causas armadas y que es un buen momento para compartir información y herramientas útiles para que los pibes aprendan sobre sus derechos.
Les mostris
Más de veinte niños y niñas juegan desparramados por la plaza con las propuestas que Higui y “las mostris” –como se llaman unas a otras– llevaron para esa tarde. Globología, burbujas, taller de payasos y payasas, espacio para pintar y hacer masa de colores y fútbol mixto a cargo de Mónica Santino y las chicas de el equipo de fútbol femenino La Nuestra, de la Villa 31.
Higui fue absuelta hace casi dos meses, tras haber sido acusada de homicidio por haberse defendido de un intento de violación en 2016 en el barrio Mariló donde vivía, también en Bella Vista. Desde el día que decidió transformar su casa en un comedor para los niños y niñas del barrio, comenzó a recibir donaciones para hacerlo realidad. Si bien no alcanza para sostener el día a día, Higui ya avanzó. La municipalidad de San Miguel está –con sus idas y vueltas– en el compromiso de garantizar la mercadería para su comedor, pero mientras tanto Higui sabe atajar penales: en fútbol, juega de arquera.
Al lado de las hamacas y con varias mantas en el pasto está toda la familia de Higui: el cuñado, las dos hermanas, la prima y sus sobrinos y sobrinas. Taty es una mujer trans y es la hermana mayor de Higui; vive desde que tiene ocho años en Barrufaldi. Dice que todavía el barrio está muy dormido y que estas jornadas son muy importantes. Cuenta también que desde el área de acción social del Municipio se acercaron a la casa de Higui para tomar las medidas y encargar luego los materiales de construcción necesarios para ampliar la zona del comedor, pero que pueden llegar a tardar dos o tres meses. Veremos.
Algunas compañeras buscan lugares para pegar carteles hechos con xilografía. Son parte de una campaña que busca visibilizar diferentes temáticas ligadas a la promoción de derechos. Uno refleja la imagen de un pibitx con visera y tiene la consigna “Ni una menos”. Quieren pegarlos en lugares donde no puedan ser arrancados fácilmente: en los árboles, en la ruta, en la parada de colectivo. La victoria sería que los carteles queden intactos, pero están de acuerdo en que si la acción genera también la necesidad de arrancarlos, ya es válida.
Lo que sostiene
Susana es vecina y activista por los derechos humanos de Barrufaldi. Cuenta que, como ella, muchas personas del barrio tienen familiares privados de la libertad y que es el negocio de estos tiempos. “Las cárceles están llenas de pobres, no de ricos”, reflexiona. Vuelve sobre la necesidad de hablarle a los y las pibas sobre sus derechos. Ella cree que la unidad es la que le va a permitir a la gente humilde tener más oportunidades, en un mundo tan individualista, dice.
Higui ve llegar a Raquel Disenfeld, su psicóloga que la sigue acompañando y sale casi corriendo a su encuentro. Se abrazan y vuelven caminando juntas al centro de la plaza. Atrás de Higui viene “Luchi”, su perrita cachorra. Le puso ese nombre por la palabra “lucha”.
“Yo también me defendería como Higui, y como ella también tenemos que comprometernos en cada momento con la sociedad” asegura Raquel en el altavoz. Higui se sienta frente al micrófono a escucharla, cuando el parlante hace interferencia; Higui se levanta, acomoda el cable y se vuelve a sentar al frente como su principal espectadora. “Tienen que escucharla, habla re bien esa mujer”, dice a sus sobrinas refiriéndose a Raquel.
Una de ellas, Priscila, está vestida con todo el conjunto de Boca, pantalón remera y visera. Tiene el pelo largo y está colorada porque estuvo jugando a la pelota. De Higui sacaron el amor por el fútbol, pero más que nada la pasión por Boca Juniors. En su ropa siempre va a estar el escudo azul y amarillo por algún lado.
Sale el guiso y mientras tanto van preparando al fuego unas pizzas para los más chicos. Higui se pone a servir las bandejas y las apoya en la tapa de la olla para llevar tres o cuatro platos juntos para repartir. En todo momento sostiene su sonrisa; mira por arriba de la olla y grita: “Viste que bueno que está, no nos tenían fé”.
Un niño de casi diez años se acerca a la olla y mientras se estira las mangas de la camiseta, pregunta:
–¿Dónde está Higui?.
–Ahí les llevo, mi amor, vayan a sentarse– contesta ella, asomándose del otro lado de la olla–. Cuando terminan de comer no tiren las cucharas ni las bandejas, ¿saben? Las traen para acá. Vayan a sentarse, en la sombrita.
Muchas de las personas que acompañan a Higui hoy se organizaron desde 2016 para liberarla del encierro y, después, para conseguir su absolución.
Algunas revuelven la olla y mantienen prendido el fuego. Otras tienen pelucas, globos y burbujas. Otras más reparten la gaseosa y la comida.
Higui creció, como creció la fuerza social que la sostiene.
Pero volvió a su barrio que sigue atravesando necesidades.
Y ahí está, para brindarse colectivamente y abrazar a les pibis, como lo hicieron con ella. “Antes vivía con mucha furia y ya no quería estar más así”, dice y aprieta los labios para dejar escapar unas lágrimas que se seca con la camiseta. “Ahora estoy feliz” asegura después, con una sonrisa en toda la cara. “Aprendí un montón. Ahora sé que cuando me muera, voy a morir despierta. Gracias por apoyarme en dejarme ser lo que quiero ser”.
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