Nota
Masiva marcha en defensa de la educación pública
Miles y miles de estudiantes, docentes y no docentes marcharon hoy hasta el Ministerio de Educación, donde entregaron un petitorio que reclama medidas de urgencia con más de 42 mil firmas, y luego a Plaza de Mayo.
Miles y miles de estudiantes, docentes y no docentes marcharon hoy hasta el Ministerio de Educación, donde entregaron un petitorio que reclama medidas de urgencia con más de 42 mil firmas, y luego a Plaza de Mayo.
Hubieron banderas de todas las facultades de Buenos Aires, también del conurbano, Gran Buenos Aires y hasta viajaron representantes de las universidades públicas de todo el país.
Al igual que el 1 de mayo, cuando marcharon juntas las cinco centrales sindicales, todos los gremios docentes se movilizaron unidos.
Exigen lo mismo:
- La actualización del presupuesto, cerrado en con un aumento del 0% la semana pasada.
- Paritarias docentes y no docentes.
El petitorio dirigido al ministro Esteban Bullrich lo hizo explícito: manifestaron la preocupación ante la falta de actualización de las partidas destinadas a las universidades públicas y la falta de una “propuesta salarial”. Plantearon el efecto que sobre la educación pública universitaria tiene de suba de tarifas en los servicios, la escalada inflacionaria y denunciaron la suspensión de “de numerosas obras de infraestructura acordadas con la Secretaría de Obras Públicas”.
En la calle, más de seis cuadras de personas empujaron el reclamo a puro cántico y cartel.
De la UBA a Panamá
Con preeminencia de jóvenes estudiantes, la jornada arrancó a las 16 en Plaza Houssay, frente a la Facultad de Medicina. Allí los distintos grupos empezaron a dibujar sus pancartas y poco después se consensuaría la gran bandera blanca con letras negras que atravesó la Avenida Córdoba durante la tarde: “Defendamos la educación pública”, letras blancas sobre fondo negro.
Por las calles laterales, los centros de estudiantes de secundarios (CUES y CEB) le pusieron color al reclamo: un chico vestido de payaso, arriba de zancos grafiteaba en las paredes: “La educación no se vende”.
Una señora, desde un balcón de edificio, les hacía un gesto brutal: fuck you.
Sofía, que acaba de ingresar a la facultad para cursar el CBC de Psicología, dice mirando hacia el edificio: “Tuve varias clases públicas esta semana porque el presupuesto no alcanza ni para los sueldos de mis profesores ni para los gastos de mi facultad. Alumnos y profesores estamos luchando juntos por una educación gratuita y buena”.
Sofía marchó junto a un grupo de amigas, de manera autoconvocada. Al lado se ven banderas de todos los colores, llevadas con verdadero orgullo. Un grupo de estudiantes de FADU lleva en el pecho remeras serigrafiadas que gritan: “#Yo defiendo la universidad pública por educación y trabajo”.
Otro cartel grande de amarillo con letras negras que dice “Jóvenes científicos precarizados” lidera una columna de becarios de UBACyT y otras facultades. Una joven bromea: “¿Científicos? ¡Qué aburrido!”, y su compañera le sigue la ironía: “Y eso que son de carreras técnicas. Los que no sirven para nada, son los de humanidades”.
Más allá, otro cartel dice que los científicos no quieren volver a lavar platos.
Dos chicas jóvenes levantan una pancarta verde hecha a mano que propone: “Educar es combatir”. Otro casero: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Mariana, quien lo levanta, explica la consigna: “Este gobierno no gasta en la educación pública porque la considera una pérdida de plata. Y no todo se puede pensar como una suma y resta”, dice. “Hasta los empresarios más brutos saben qué es la inversión”, plantea sobre la apuesta al futuro de los jóvenes académicos. Y termina por señalar un cartel que indica la única resta real de estos tiempos: “150 mil puestos menos de trabajo”.
Los sindicatos docentes, de paro, sintetizan: “Maestro que lucha está enseñando”.
Lucía, alumna de la Facultad de Filosofía y Letras, apura un cartel en el medio de la multitud: “La educación pública no se vende, se defiende”. Cuando termina su trazo prolijo, levanta la cabeza y confiesa: “Nunca pensé que iba a tener que escribir esto”.
Y lo levanta bien alto.
En tanto, suena el hit de la marcha:
“Olé, olé, olé, olá
Soy estudiante,
quiero presupuesto YA”
Fotos: Nacho Yuchark/lavaca
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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