Nota
Revueltas y hermanadas: La Casona y La Litoraleña, juntas contra los desalojos
Los trabajadores de las fábricas recuperadas La Casona y La Litoraleña realizaron un almuerzo solidario en forma de protesta contra las amenazas de desalojo. Regalaron ñoquis y empanadas en plena esquina de Corrientes y Maipú para protestar contra las decisiones judiciales que quieren dejarlos en la calle. Son más de cien trabajadores que encontraron en la autogestión una forma creativa de mantener las fuentes de trabajo. Ahora convocan a una movilización el 11 de octubre del Obelisco al Ministerio de Trabajo: “Queremos trabajar”.
Dos fábricas recuperadas se organizaron y regalaron ñoquis y empanadas en la intersección de Corrientes y Maipú – pleno microcentro porteño- en protesta por diversas amenazas de desalojo que ponen en riesgo más de 150 fuentes de trabajo. Son La Casona y La Litoraleña, que no sólo pensaron esta forma creativa de reclamo en plena calle, sino también convocan juntas a una movilización el 11 de octubre desde Obelisco a Plaza de Mayo.
“Tuvimos que hacerlo porque las dos estamos con peligro de desalojo “, dice a lavaca Luis Blaini, presidente de la cooperativa La Litoraleña. “Tenemos la orden. En nuestro caso no nos quieren dar permiso de trabajar. Acá tenemos la quiebra pero la jueza no nos da el permiso. Nosotros presentamos un proyecto de trabajo, demostramos que estamos cuidando las instalaciones y el miércoles tenemos la conciliación en la fiscalía por una denuncia penal aún vigente por usurpación. Lo único que estamos haciendo es defender las fuentes de trabajo”.
En La Casona el panorama es similar. “Después de casi dos años de ir a la justicia a reclamar por nuestros derechos, el juez Sebastián Sánches Canavo decidió fallar en contra nuestra”, explica Mario Romero, presidente de la cooperativa que autogestiona la pizzería. “Después de que le hemos demostrado las estafas de los propietarios, no quiso escucharnos. Durante dos años logramos levantar más del 60 por ciento del trabajo en la cooperativa, conseguir otro local, alquilarlo y cuando lo abramos vamos a poder dar trabajo a 15 asociados más. Por eso comenzamo esta campaña junto a los compañeros de La Litoraleña: hoy en día, mientras la gente se queda sin trabajo, las cooperativas están creando nuevos puestos”.
Ataliva Dinani, abogado de la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (FACTA), explica el marco legal del conflicto: “Ambas cooperativas tuvieron en primera instancia fallos negativos, ordenando la desocupación y el desalojo. Presentamos apelación. Los dos expedientes están en Cámara, y esperamos que ponga una dosis de justicia en toda esta situación. En el caso de La Litoraleña, por ejemplo, es llamativa la valoración que hace la jueza Valeria Pérez Casado al ordenar desocupar la fábrica es que ellos tienen derecho a pedir la continuidad de la explotación mientras se sustancia la quiebra, pero que ella les niega ese derecho porque el trabajador autogestionado no puede ocupar fábricas”.
¿Por qué motivo? Dinani: “Porque es un mal ejemplo para el futuro”.
Por ese futuro que quieren construir, La Litoraleña y La Casona convocan a una movilización el 11 de octubre a las 10 de la mañana desde el Obelisco al Ministerio de Trabajo.
Aquí compartimos sus historias:
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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