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Palestina a Pie: relato fotográfico comentado
Durante los primeros meses del 2008 la fotógrafa Lina Etchesuri viajó, vivió y fotografió la vida cotidiana de los palestinos bajo la ocupación Israelí. Tres meses a lo largo y ancho de Cisjordania en pueblos y ciudades, compartiendo los días y las noches de familias que viven, trabajan, estudian y resisten. Hoy, mientras suceden los bombardeos e invasión en Gaza, compartimos su trabajo fotográfico acompañado de una serie de textos. Una mirada cercana e íntima, a pie.
Durante los primeros meses del 2008 la fotógrafa Lina Etchesuri viajó, vivió y fotografió la vida cotidiana de los palestinos bajo la ocupación Israelí. Tres meses a lo largo y ancho de Cisjordania en pueblos y ciudades, compartiendo los días y las noches de familias que viven, trabajan, estudian y resisten. Hoy, mientras suceden los bombardeos e invasión en Gaza, compartimos su trabajo fotográfico acompañado de una serie de textos. Una mirada cercana e íntima, a pie.
Palestina a Pie – Relato fotográfico comentado de Lina M. Etchesuri
especial para lavaca.org
I
El futuro Estado Palestino se formaría con los territorios de Gaza que está asediada y bloqueada desde el 2007, y por Cisjordania ocupada militarmente desde 1967, donde todavía hoy se siguen construyendo asentamientos que albergan colonos israelíes y judíos de todas partes del mundo, que encuentran allí un lugar donde asentarse y vivir, protegidos por el ejército y la policía Israelí. La existencia de estos asentamientos viola los derechos básicos de los palestinos que allí habitan: el libre movimiento por su territorio, el derecho a la propiedad, a los recursos naturales como el agua, a trabajar la tierra. El muro de Separación o Apartheid construido desde el 2002 en territorio palestino lo separa del estado de Israel, pero al mismo tiempo aísla pueblos enteros, divide a las poblaciones de sus hogares y sus tierras cultivadas, impide el desplazamiento libre de los palestinos por su propia territorio. Las Naciones Unidas han prohibido la construcción de los asentamientos, y declarado ilegal el muro. Resoluciones y tratados de la comunidad internacional que quedan en los papeles, en declaraciones. Son los palestinos, los viven las consecuencias de la indiferencia internacional.
II
Una vez por semana las mujeres salen a la plaza central de Nablus, con las fotos de sus presos. Es una rotonda sin forma definida, construida en piedra. Ellas se sientan y cantan, mientras los autos circulan alrededor.
Todas las familias tienen un preso en la familia: padre, esposo, hijo, hermano, tío.
Todos ellos están en cárceles en Israel. Algunos cumplen largas condenas, otros pasan años sin condena firme por las formas en que funciona el sistema judicial en Israel, que es el que los apresa, juzga, retiene o condena. Y también, muchos, son torturados.
Las mujeres sostienen las fotos adornadas con diseños varios: las miran, las abrazan, las muestran con orgullo y tristeza a la vez. Algunas resignadas, otras con una dignidad que emociona. Nunca han podido visitar a sus presos ya que no tienen permiso para entrar a territorio israelí. Sin embargo, en esas mañanas, sus fotos pasean libremente entre vendedores ambulantes, bocinas de auto, y camiones de frutas.
III
Los palestinos en Cisjordania se manifiestan todo el tiempo. En contra del muro de separación, en fechas especiales como la Nakba, donde recuerdan haber sido expulsados de sus tierras en 1948, en contra de los checkpoints. Salen mujeres, hombres y niños, con sus banderas, carteles y posters. Se juntan, aplauden, cantan hasta que llega el ejército y con gases lacrimógenos y bombas de estruendo, los dispersan. Y vuelven a juntarse, otra vez aplaudiendo y gritando, parándose delante de los soldados con gallarda altanería, hasta que llegan las balas de goma. Y vuelven a su vida habitual, sabiendo que al día siguiente tendrán que salir nuevamente a reclamar por su tierra.
IV
En Tulakarem, norte de Cisjordania, una mujer me contaba de su vida en Haifa, hoy ciudad de Israel. Su familia había vivido allí por generaciones, y fueron expulsados a la fuerza en el ’48. Hoy viven en el campo de refugiados de la ciudad: ella, sus hijos, sus nietos y, hasta donde el idioma me permitió entender, también sus bisnietos. Estábamos sentadas en la puerta de su casa. Mientras me hablaba, miraba las calles de tierra embarrada, los niños corriendo a los gritos a través de construcciones humildes, las puertas abiertas, todo condimentado con olor a especies. Los palestinos siempre invitan a pasar, ofrecen un té con salvia, indefectiblemente muy dulce, con ganas de saber un poco sobre una, pero sobretodo con la necesidad de contar su historia.
La señora no me permitió sacarle una foto; simplemente me tomó la mano, sonriendo con dientes pequeños, y me dijo que lo importante era que yo después iba a volver a mi casa, con mis padres y mis amigos, y les iba a poder contar su historia y la de los palestinos. También que cuando vuelva, me consiga un marido, me case y tenga hijos. “Eso también es importante”, dijo, y se volvió a reír.
V
Una vez vi un camello.
Mientras caminaba por Azzoun, un pueblito que estuvo durante más de 20 días consecutivos bajo toque de queda, al cual llegué y entré por error, perdida en la traducción de los acontecimientos y una vez adentro, me tuve que quedar obligadamente. Ahora ya estoy segura de cómo se dice toque de queda en inglés y en árabe.
Los días pasaban adentro, no se iba a trabajar, tampoco a la escuela, hasta que un camión del ejército israelí con sus altoparlantes avisaba que se terminaba el toque de queda. La gente salía, hacía rápidamente sus compras, los jóvenes se apostaban en la calle principal, hasta que volvía el camión y, otra vez, todos adentro. Grandes y niños. A las casas, a mirar por las ventanas como los soldados, con sus fusiles tan modernos, caminaban y reían por las calles. A veces el rato de libertad duraba unos horas, a veces la mañana entera.
Siempre que hay prohibiciones también hay quien se rebela. Los jóvenes de Azzoun solían estar en las calles más del poco tiempo permitido. Corridas, piedras a los carros del ejército, disparos, más corridas. A veces simplemente estaban allí, como estarían en una plaza o una esquina, esperando algo, estar simplemente por el acto de existir. Todo pasaba lentamente, los días, las horas, tomando pavas enteras de Té. Hablando de Maradona y de Messi, que empezaba a ser ídolo. Quejas y penas de la ocupación en el mismo tono que se habla de los precios y la inflación. La vida diaria.
Una de esas tardes, mientras caminaba por las calles empinadas y tratando de evitar a los jeeps del ejército, me fui perdiendo por las afueras. En una esquina unos niños comenzaron a gritarme palabras inentendibles, y me llevaron a una casa. Un patio enorme, muchas puertas, y ahí, en el medio, un camello. Nadie hablaba inglés en la casa, así que después de un rato de señas, risas y silencios, me fui.
Nunca más encontré esa casa, no recordaba exactamente las calles, ni cómo había llegado.
A veces pienso si no fue un sueño bajo el toque de queda.
VI
Mahmoud Awwad estaba en su último año de secundaria. Vivía en Beit Ummar, un pueblo a pocos kilómetros de Belén. No sé nada más de él. Pero es alguien que recuerdo constantemente. Fue el primer palestino que vi morir.
Lo ví subido a una montículo de arena, mientras el ejército israelí invadía las calles. Un día antes, dos jóvenes palestinos del pueblo que habían quedado en libertad recientemente, después de dos años en cárceles israelíes, habían intentado atacar a unos colonos de un asentamiento cercano. El ejército mató a los palestinos e invadió el pueblo al que pertenecían los atacantes, demolieron sus casas, violentaron a las mujeres de su familia y encarcelaron a sus padres y hermanos. Esta práctica habitual por parte de Israel se la conoce como castigo colectivo y está prohibida y condenada por la ONU y demás organismos.
Durante la invasión entran al pueblo carros y jeeps del ejército, muchos soldados, ejerciendo el terror a todos los habitantes. Los más jóvenes les hacen frente, con piedras en las manos.
Lo vi a Mahmoud, entre gases y tiros, mientras lo subían a una ambulancia. Unas horas después su casa se iba llenando de banderas, sillas, la gente aparecía llorando, las mujeres todas juntas buscando consuelo en el cielo y en la tierra. Volvió la ambulancia con su cuerpo. Un disparo de bala de plomo en su torso. Del altavoz de la mezquita se oían rezos como mantras, mientras todos levantaban a Mahmoud, entre gritos y llantos, en procesión por esas mismas calles.
VII
Mohamed Faisel Sleem tenía 15 años; recibió dos disparos de bala de plomo del ejército israelí en su pierna. El primero mientas tiraba piedras con otros chicos y el segundo mientras estaba en el piso solo, pidiendo ayuda. Caminaba con muletas y los médicos le avisaron a su familia que esa pierna ya estaba perdida.
En su cuarto había amigos, fotos pegadas en la pared y risas nerviosas de adolescentes con una chica cerca.
Mi último día allí lo vi saliendo de un cibercafé en silla de ruedas, otra vez con su amigos. Corrí para saludarlo, por supuesto y como siempre, con la mano extendida. “Que Alá te acompañe”, me dijo. “Lo mismo para vos”, contesté.
VIII
En Cisjordania hay más de 19 Campos de refugiados, otros tantos en Gaza. Otros más en Jordania, Irak, Líbano y Siria. El futuro estado palestino debía ser laico, democrático y garantizar el retorno de todos los refugiados. Los años pasaron, muchos desde 1948. Hay familias que conservan las llaves de lo que alguna vez fue el hogar de sus abuelos o padres.
Algunos fueron escenarios de matanzas y masacres, como el de Jenin, en el norte de Cisjordania.
Algunos son enormes, con pasillos que suben y bajan. Otros más planos pero todos humildes, con problemas en los servicios básicos y bajo constante acoso por parte del ejército ocupante Israelí.
El campo de refugiados Al Ein, en Nablús, conserva en sus paredes la historia, las balas y la resistencia de los palestinos. Es la historia misma, el símbolo de un pasado no resuelto, que el mundo y sus organismos ayuda económicamente pero no logra, no puede, no quiere resolver políticamente. Ellos seguirán ahí, resistiendo, para ser presente.
IX
En Palestina también nieva. Haberlo sabido.
Un día empezó el frío en Hebrón, sur de Cisjordania, y al siguiente amaneció blanco. Esa mañana niños y grandes tirando bolas de nieve, resbalando, bajando de a dos agarrados para no caer.
El camino a la escuela no fue diferente. Los check points o retenes de control, seguían ahí, con los solados parando a los niños, en la misma esquina de siempre. Como todos los días, a los más grandes los retenían un largo rato, les hacían abrir sus mochilas, subirse la ropa. Esperaban apoyados en la pared, que los dejaran seguir. Parecía que sentían vergüenza, humillación. El mismo camino de siempre, los mismo soldados, los mismo niños.
A los mayores les piden identificación, documento y hablan y discuten; con los jóvenes soldados armados con M16, algunos hablan en hebreo, otros en árabe.
Todas las mañanas son iguales, aunque nieve en Palestina.
X
Hebrón queda al sur de Cisjordania y es uno de los lugares más conflictivos. Después de los acuerdos de Oslo, en la ciudad vieja, viven colonos y palestinos todos juntos. Es una ciudad sagrada tanto para musulmanes como para judíos. Y seguro para católicos también. Allí se encuentran los colonos más ortodoxos y religiosos, muchos de los cuales llegaron, tras la retirada de los asentamiento israelíes que antes había en Gaza.
Las calles principales donde antes había mercados y ferias, ahora tiene sólo las viejas estructuras. Los soldados están por todas partes, los colonos y los palestinos también.
Una serie de retenes, impide el paso en un mismo barrio, es la prohibición de pasar de una cuadra a otra.
Es un lugar difícil, donde en cada momento se vive tensión. Se ve en los niños, en los jóvenes. Son constantemente acosados por los colonos que allí viven y que gozan de la protección de su ejército y policía.
La sensación de soledad e impunidad de los palestinos que allí viven hiela el cuerpo. Tuve tanto frío en Hebrón.
XI
La casa de Bisam, queda en un valle, en el este de Hebrón. Tiene árboles de olivo y de frutas. También unos corrales que albergan las cabras más extrañas que vi en mi vida.
Viven cuatro familias, conectadas por alguno de sus miembros. Hay muchas mujeres y muchos más niños.
La casa esta pegada a los muros del Asentamiento de Qiryat Arba, donde viven aproximadamente 8 mil colonos israelíes. Varias organizaciones de derechos humanos israelíes han hecho denuncias sobre los ataques que sufren estas familias por parte los colonos. Viven en constante hostigamiento y con miedo.
Todas las veces que fui a su casa, charlábamos de alguna manera. Ella no hablaba inglés y yo no hablo árabe. Nos entendíamos con señas, dibujos y algunas palabras que fui aprendiendo. Llegamos a la conclusión que cumplíamos años el mismo día, lo cuál selló nuestra amistad de una manera mística.
Ella cuidaba a todos esos niños que corrían y gritaban sin parar, alterados en una infancia marcada por la violencia cotidiana.
Debe tener 20 años ahora. Habrá ido a la universidad como quería? Estará casada, tendrá hijos? Tal vez siga viviendo allí.
¿Estará bien Bisam?
XII
Los palestinos no tienen horario. Un mismo recorrido les puede llevar 10 minutos o dos horas. Todo depende de los soldados israelíes. Así, amos y señores del tiempo y la vida de los palestinos, pueden detenerlos en los check points hasta dos o tres horas para luego dejarlos pasar, o prohibir el paso de mujeres a punto de parir y hacia los hospitales y de los niños en camino a la escuela.
La vida cotidiana de miles y miles de palestinos, es sus grandes cuestiones o en pequeños detalles, esta atravesada y signada por la ocupación israelí.
XIII
El muro de separación adquiere varias formas a lo largo de su construcción: desde grandes e imponentes bloques de hormigón hasta montículos de arena y alambre de púas. El muro en algunos lugares separa a los campesinos de sus tierras, a familias y a la comunidad de las escuelas, hospitales y del acceso a los servicios básicos.
En Yanoun, una pequeña aldea, al norte de Cisjordania, el muro en su forma de alambre, separa a los a los trabajadores de sus cultivos. Dos veces al día, los soldados israelíes abren las puertas para que los campesinos vayan y vuelvan a sus tierras. A veces, simplemente y sin razón, no abren la puerta por varios días, ocasionando pérdidas en los cultivos y largas colas de espera.
Hay movilizaciones constantemente a lo largo del muro y de los retenes, hay aldeas como Bili’n que se han convertido en símbolo de la resistencia y lucha pacífica en contra de la ocupación.
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